Lo primero que hizo Aurora al levantarse a las 8.30h fue mirar el móvil. Una ristra interminable de whatsapps le hizo saltar de la cama. Era el 15 de enero de 2015 y una contrata valenciana, custodiada por medio centenar de policías, intentaba ingresar en las instalaciones para desmantelar la fábrica embotelladora de Coca-Cola en Fuenlabrada.
Cuando Aurora llegó a la planta, en huelga indefinida desde hacía un año, la policía había cortado la calle por ambos lados. Tuvo que marchar campo a través para entrar en el campamento base, una construcción levantada por los trabajadores despedidos para evitar precisamente lo que estaba a punto de suceder.
Pero no lo iban a permitir. Los trabajadores de Casbega, la embotelladora de Coca-Cola para la zona centro de la península, seguían pensando lo mismo que cuando instalaron casetas de control en cada una de las entradas de la planta y establecieron guardias de más de 15 personas en cada turno: debían cuidar la fábrica, porque algún día iban a volver. El intento de ingresar en la fábrica se convirtió pronto en una batalla campal.
El campamento base frente a la fábrica de Fuenlabrada no ha dejado de crecer desde el 22 de enero de 2014, cuando los trabajadores recibieron la noticia del despido. / Eliecer sánchez / Disopress
En el campamento base
El campamento, situado en en el exterior de la fábrica, no ha dejado de crecer desde el inicio de la huelga. De un bidón, una tienda de campaña y unos cuantos palés para quemar, el asentamiento ha evolucionado hasta convertirse en una construcción de madera que permite albergar sin problemas a más de 20 personas alrededor de una mesa alargada, también de madera. Fuera, entre barricadas que cortan la entrada de la fábrica, se acumula la leña. Las gallinas en un corral contrastan con el paisaje industrial y las miles de cajas de Coca-Cola apiladas, que forman un descomunal monolito rojo.
Alrededor de la mesa de madera, más de una decena de trabajadores de Casbega y familiares relatan a Diagonal la experiencia de 15 meses de lucha contra la multinacional por excelencia, la compañía que inventó la navidad tal como la conocemos.
En 2013, la compañía estadounidense decidió fusionar las siete embotelladoras de la península –Casbega entre ellas– en una nueva entidad, Coca-Cola Iberian Partners. Una decisión que vino acompañada de ciertos 'ajustes': el despido de 1.190 trabajadores y el cierre de cuatro centros, entre ellos el de Fuenlabrada, que daba trabajo a unos 600 trabajadores.
Realmente, para Paco Bermejo, empleado de Casbega desde 1974, todo empezó mucho antes, con la firma de los primeros convenios colectivos en la empresa y la construcción de una “sección sindical fuerte”, que permitió a los trabajadores de Casbega “ser partícipes de las ganancias de la empresa”. Una realidad que chocaba, sostiene Bermejo, con las nuevas condiciones del mercado tras las sucesivas reformas laborales, donde “las reivindicaciones sindicales no tienen cabida”.
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"Las mujeres hemos sido el 50% de la lucha", dice una de la participantes del campamento. / Álvaro Minguito
Un año antes de aquel enfrentamiento abierto entre trabajadores y polícías, en la mañana del 22 de enero de 2014, se firmaba un nuevo convenio laboral de dos años de duración entre los sindicatos de Casbega y la empresa, cuenta Mercedes Pérez Merino, trabajadora de Casbega.
Sólo unas horas después llamaron a los representantes de los trabajadores para anunciarles el ERE y el cierre de las cuatro plantas. La producción se trasladaría a Portugal y a Barcelona, “donde los trabajadores cobran el 50% de lo que cobran en Madrid y en donde el comité de empresa, en vez de representar a los trabajadores, representa a la dirección de la empresa”, denuncia Bermejo.
“Los dueños están muy interesados en erradicar la representación sindical. Nosotros no les cuadrábamos, a pesar de que seguíamos siendo la fábrica con más rentabilidad”, añade Mercedes. Las negociaciones entre Coca-Cola y el Gobierno catalán –con presiones estadounidenses incluidas– que llevaron a Artur Mas a renunciar en 2013 al prometido impuesto a las bebidas hiperazucaradas, es otra de las razones de esta decisión empresarial.
“Esto se va a parar”
“Nos quedamos noqueados –relata Mercedes–. Salimos de allí a mediodía, y a mí es algo que me sigue emocionando, tengo la imagen grabada: esa misma tarde nos vinimos para la puerta de la fábrica y los compañeros y las mujeres de los compañeros iban llegando con los carritos de los niños. Nos juntamos en la puerta, entramos dentro de la fábrica y se paró todo, porque veíamos que se caía todo por lo que habíamos luchado, todo lo que habíamos construido año a año... Como un acuerdo tácito decidimos que no iban a cerrar Fuenlabrada. Esto se va a parar. No, no vas a cerrar Fuenlabrada”.
No fue necesario decidir que se iba a la huelga, cuenta Mercedes. “Nadie dijo nada. Fue una llamada que salió de aquí, de esta parte del hígado”, Mercedes señala su costado. La huelga indefinida fue secundada masivamente. El campamento empezó a montarse ese mismo día. Copiaron los turnos que tenían en la fábrica para organizar las guardias. “Antes trabajábamos mañana, tarde y noche para enriquecer al empresario, ahora lo hacemos para defender nuestro puesto de trabajo”, dice Marcelo Álvarez, otro de los trabajadores de Casbega que se anima a hablar alrededor de la mesa alargada de madera.
Para este trabajador de Casbega, el campamento no sólo sirvió para proteger los accesos de la fábrica, sino también para “organizarse y mantener activa a la gente”. También para estrechar los lazos entre ellos mismos: “No nos conocíamos todos. Con muchos de estos apenas había cruzado palabra, sólo nos veíamos en los vestuarios... Como había 11 líneas de producción separadas, podían pasar meses sin ver a alguien”.
La empresa utilizó “una táctica muy común entre los empresarios: divide y vencerás”, dice Mercedes. De los 1.190 despidos anunciados en un principio, finalmente 821 se convirtieron en despidos efectivos. De todos ellos sólo el sector industrial de la fábrica de Fuenlabrada, los famosos 238, y una persona de Alicante, se negaron a aceptar distintos tipos de traslados o el despido voluntario.
“Nos decían que el comité no quería negociar, lo que no queremos negociar es el cierre de la fábrica. Ningún comité debería estar para negociar el cierre de una fábrica. Si se llevan el tejido industrial de aquí, si le quitan a Fuenlabrada una fábrica de 600 trabajadores, ¿a dónde va a ir esta gente?”, se pregunta Bermejo.
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Los trabajadores de Coca-Cola demostraron que la compañía había abastecido el mercado de la capital desde otras regiones, vulnerando el derecho a huelga. / Dani Gago |
Centros comerciales, el metro, las estaciones y los vagones del tren, las salas de espera de los hospitales, los campos de fútbol, hasta la gala de los Goya fueron los sitios elegidos por los “300 de Fuenlabrada” para dar a conocer lo que estaba pasando. “Nos íbamos al Ramón y Cajal, a la sala de traumatología y le decíamos a la gente: '¿Usted sabe que Coca Cola nos ha despedido cuando tiene 900 millones de euros de beneficio?'”. Los petos rojos de los trabajadores de Coca-Cola parecieron multiplicarse en todo tipo de acto y convocatoria en las calles de Madrid.
–Nosotros hicimos dos marchas a Madrid. Y estuvimos en dos Marchas de la Dignidad... Y otras dos acompañando a las mareas –dice Mercedes.
–En total hemos estado en más de 150 manifestaciones –apunta Bermejo.
–Ha habido momentos en los que hemos estado en tres o cuatro sitios al mismo tiempo –replica Mercedes–. Una vez contamos que Pulido había estado en cuatro sitios en un solo día. Era el no parar, y sigue siendo.
Si la duración de la huelga y las guardias frente a la fábrica se convirtieron en un quebradero de cabeza para la empresa, el boicot a Coca-Cola no lo fue menos. La idea no surgió de los acampados, sino de los colectivos sociales, dice Bermejo, y de “la propia ciudadanía”. Este sindicalista utiliza una metáfora para hablar de lo que denomina la fuerza del consumidor: “Si a ti te agrede el vecino de al lado, ¿qué haces? ¿Le das los buenos días? ¿Y si te vuelve a agredir? ¿Le vuelves a dar los buenos días? Lo que haces al final es defenderte”.
El trabajo en la redes sociales, la presencia en la calle y la solidaridad de todo tipo de plataformas y colectivos sociales, también de todos los partidos de la oposición, pudieron con la campaña de imagen que lanzó Coca-Cola, uno de los principales anunciantes en todos los grandes medios.
La campaña de boicot, afirma Bermejo, terminó afectando a la imagen de Coca-Cola: “Hace poco sacaban sacaban las latas con los nombres de pila y la gente te decía: 'Oye, consígueme la lata con el nombre de Lucía, que no la encuentro'. Y ahora resulta que los nombres de las latas se han convertido en el nombre de los despedidos. La gente piensa y dice: 'Me están utilizando'”. Coca-Cola Iberian Partners reconoció ante la Audiencia Nacional que las ventas en la zona centro habían sufrido una reducción del 48,6% con respecto al mismo periodo de 2013. “Si Madrid no produce, Madrid no consume”, era uno de los múltiples mensajes presentes en todo tipo de pegatinas y carteles en las calles de la capital.
Trabajadores de Coca-Cola montan una carpa para celebrar la nochevieja de 2014. / Álvaro Minguito
El cortijo de Coca-Cola
Y la caída de ventas hubiera sido mucho mayor “si la empresa no hubiera violado el derecho de huelga”, denuncia Mercedes. “Si nosotros dejábamos de fabricar, no debería haber producto, porque la empresa tenía adjudicado la fabricación y la venta en toda la región. Pero sabíamos que seguían trayendo desde fuera”, relata. Los trabajadores despedidos iniciaron una cruzada para documentar que la empresa estaba “rompiendo la huelga” de forma ilegal.
Buscaban latas y botellas cuyos códigos de barras y referencias indicaban que venían, como pudieron demostrar, de otras fábricas que no estaban en huelga. A veces no tenían ni siquiera que ir a buscar las botellas, sino que los productos venían a la fábrica, cuentan entre risas. Entre el caos de la huelga, varios camiones llegaron a Fuenlabrada con productos de fuera de Madrid para abastecer el mercado de la capital. “Los conductores nos dejaban los albaranes y veíamos que el producto venía de Barcelona o de donde fuese, y venían a suministrar el mercado de Madrid, no hacía falta que fuéramos a hacer un piquete a ningún lado”, cuenta otro trabajador de la embotelladora. “En la Inspección de Trabajo se acordaban perfectamente de mí –rememora Mercedes–. El encargado me decía: 'Por esta inspección ha pasado mucha gente, pero no he conocido muchas personas que pongan 62 cartas y denuncias en 40 días'”.
La insistencia dio resultados. En mayo de 2014, la Inspección de Trabajo le dio la razón a los trabajadores de Casbega: Coca-Cola Iberian Partners había vulnerado el derecho a la huelga. Una sanción no vinculante que fue, sin embargo, fundamental para que un mes después, en junio de 2014, la Audiencia Nacional declarara nulo el ERE. Según la sentencia, los trabajadores deberían ser readmitidos en su puesto de trabajo previo.
“Nosotros estábamos contentísimos, pero la compañía, representada por los principales bufetes de abogados de España, dijo que iba a cumplir cuándo quieran y cómo ellos quieran”, cuenta Mercedes. Una supuesta victoria en los tribunales dio lugar a “una de las situaciones más dramáticas que se han vivido”. Como el ERE fue declarado nulo, los trabajadores dejaron de percibir las prestaciones por desempleo y, “como la empresa no los quería readmitir, los compañeros se encontraron sin un duro”.
–Era kafkiano, hablamos de personas que no podían pagar las hipotecas, gente que no podía tener los tratamientos que requerían– dice Mercedes.
–O no podían poner la calefacción –agrega Aurora.
–O tenían que ir a comedores sociales. Ha habido divorcios, enfermedades... Estuvimos así cinco meses.
La solidaridad entre los propios trabajadores y de otros colectivos sociales fue clave para poder resistir durante 15 meses. / Álvaro Minguito
Aurora no trabajaba en la embotelladora, era su marido el que lo hacía, pero no hubo diferencias a la hora de integrarse en el campamento y en las protestas. “Las mujeres han sido el 50% de la lucha, sin nosotras no hubiera funcionado... Él se hubiera derrumbado –dice señalando a su marido– y yo me hubiera derrumbado”. Tampoco hubiera funcionado sin la caja de resistencia para ayudar a los “compañeros que estaban en una situación más precaria”, una herramienta de apoyo mutuo creada con aportes de los trabajadores que estaban en una mejor situación y las donaciones realizados por particulares y todo tipo de organizaciones sociales. Otros colectivos llevaban leña o comida al campamento. Si un trabajador no podía pagar la hipoteca, cuenta Mercedes, el resto lo acompañaba al banco para renegociar mejores condiciones.
Para Marcelo Álvarez, el no cumplimiento de la sentencia por parte de Coca-Cola es un claro ejemplo del doble rasero existente en la aplicación de la ley: “Un empresario no puede hacer lo que le da la gana, porque hay derechos”. El marido de Aurora lo dice de otra manera: “Es como si te condenan a 15 años de cárcel y tú dices: 'No, es que no me conviene'”.
El clímax
Cuando se cumplía casi un año de huelga indefinida y a pesar de que la Audiencia Nacional había dictaminado que la empresa debía restituir los puestos de trabajo, aquel 15 de enero de 2015, la policía escoltaba a una cuadrilla valenciana que pretendía desmantelar las máquinas.
Pero los trabajadores y sus familiares no tardaron en ponerse en medio. Las redes funcionaron y en pocas horas cientos de integrantes de las mareas y de colectivos de Fuenlabrada, de organizaciones estudiantiles y de las juventudes comunistas, de Comisión Obreras y de partidos políticos como Izquierda Unida, Podemos o, incluso, UpyD, habían ido llegando para apoyar a los trabajadores de Coca-Cola. “Menos el PP, vinieron todos. Era Cristina Cifuentes la que había dado la orden, y claro, ¿cómo va a venir?”, se ríe Mercedes.
En el forcejeo con la policía, una persona fue detenida y cinco resultaron heridas, Aurora entre ellas, que sigue llevando muletas tras sufrir una caída en medio del tumulto. “A Pulido le pegaron, a Picachu le dieron un porrazo en la cara, a él –Mercedes señala a otro trabajador– un pelotazo en la cara, y a Galán, que no estaba haciendo nada porque estaba recién operado de la columna, lo cogieron, lo tiraron al suelo y le dieron con la porra”.
–¿Y ahora la fábrica está vacía?
–¡No!–dicen todos a la vez–. Todavía está toda la maquinaria– continúa Mercedes.
–Todo el mundo se cree que está vacía, pero no– dice Aurora.
–¿Y qué se llevaron?
–Nada, ni un tornillo, porque no les dejamos– dice Mercedes.
–Entramos dentro de la fábrica, y les dijimos a esos canallas que se tenían que marchar –dice el marido de Aurora en referencia a los trabajadores de la contrata–. Los sacamos aquí, por esta puerta, y les dijimos que se fueran por ahí andando hasta Valencia. Y eso fue lo que salió de la fábrica. Lo único que se llevaron fue a los esquiroles en coche de policía.
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Parecía que las cosas empezaban a mejorar para los trabajadores de Casbega. En febrero comenzaban a cobrar el dinero adeudado por la empresa y el 15 de abril de 2015 el Tribunal Supremo les volvía a dar la razón: Coca-Cola había vulnerado el derecho a la huelga, el ERE era nulo y todos los trabajadores debían ser readmitidos en su puesto de trabajo previo. Además, obligaba a la empresa a pagar todos los salarios dejados de percibir desde el despido.
Pero diez días después de la sentencia, el campamento de Coca-Cola sigue en pie y en plena actividad. “Vamos a seguir aquí resistiendo hasta que se dé cumplimiento a la sentencia del Supremo, que ratifica lo que dijo la Audiencia en su tiempo”, dice Márcelo Álvarez.
El confesionario
El campamento se ha convertido en un sitio de peregrinaje para colectivos de trabajadores en conflicto. “Esta mesa es casi como un confesionario –dice Marcelo Álvarez–. Ha venido gente de Panrico, hemos estado con los barrenderos, con los de Madrid Río, con Airbus, con Telepizza de Zaragoza, con los mineros asturianos, con Everest...”.
–¿Y qué les decís?
–Les explicamos más o menos lo que hemos hecho– dice Mercedes.
–Ellos te preguntan, sobre todo, cómo hemos conseguido aguantar tanto tiempo. Eso es lo que más le llama la atención a la gente– dice Marcelo.
–¿Y cómo lo habéis conseguido?
–Pues siendo solidarios, sobre todo, y organizados. Ésa es la única forma, así hemos aguantado estos 15 meses –resume Marcelo.
–Y otros 15 si hace falta... –concluye Mercedes.
Por Martín Cúneo. Fuente
04/05/15
Cuatro hitos en 15 meses
22 de enero, 2014
Los trabajadores de Fuenlabrada inician una huelga indefinida e instalan el campamento tras conocerse la noticia del ERE y del cierre de la planta.
12 de junio, 2014
La Audiencia Nacional da la razón a los trabajadores de Fuenlabrada: Coca-Cola vulneró el derecho a la huelga y deben ser readmitidos.
15 de enero, 2015
Coca-Cola no cumple la sentencia y envía a una cuadrilla y a la policía a desmantelar las máquinas. Los trabajadores lo impiden.
15 de abril, 2015
El Supremo vuelve a dar la razón a los trabajadores de la embotelladora, que mantienen las medidas de presión hasta que se cumpla la sentencia.