El próximo 7 de octubre es la fecha de las nuevas elecciones legislativas en Marruecos.
Estas elecciones coinciden con una situación regional convulsa y compleja: Libia estado fallido por culpa de una intervención inoportuna y mal calculada, Túnez en proceso de transición indigesto, Argelia en un impase inquietante entre la quiebra económica y una clase política que pelea por la sucesión de un presidente incapacitado, mientras Egipto se encamina hacia el colapso económico y político.
En el plano interior, en cuanto al interés y el entusiasmo de los electores no va a haber cambios sustanciales respeto a procesos anteriores: unos partidos políticos desacreditados, sin capacidad de ilusionar al votante a pesar de la nueva constitución que dio lugar al establecimiento de unas nuevas reglas del juego, donde los márgenes de actuación y de maniobra en el tablero político resultan bastante más seductores que en épocas anteriores.
Los partidos denominados históricos, el nacionalista El Istiqlal, el socialista Unión Socialista de Fuerzas Populares (USFP) y el partido del Progreso y el Socialismo (PPS) antiguo partido comunista, han ido dilapidando su credibilidad progresivamente, hasta acudir a estas próximas contiendas bajo mínimos.
Los partidos denominados “administrativos”, particularmente los Liberales y la Unión Constitucional, han conseguido configurar una élite política que se adapta a cualquier escenario y cualquier resultado electoral. Están ahí para apuntalar al partido ganador cualquiera que sea su color ideológico, pero también hacen de vigilante y de azote si se tercia.
Es lamentable ver cómo esos actores políticos dilapidaron su historia y su legado a cambio de instalar a sus élites en el entorno del poder o a su sombra, sin buscar antes cómo contribuir a la instauración y la consolidación del Estado de Derecho, olvidando que la democracia es un proceso que se conquista y que se debe cuidar, impulsando la cultura de la tolerancia, de la pluralidad y de la alternancia, valores que se encargaron de aniquilar de sus propias estructuras orgánicas hasta dejarlas en los huesos.
Obviamente, el vacío dejado por estos actores lo han ido llenando otros. Por un lado los islamistas del Partido de Justicia y Desarrollo (PJD) que irrumpieron en el escenario político después de ocupar el espacio social en los barrios y en las calles.
De una contienda a otra el PJD ha ido adecuándose al juego político y escalando posiciones en la sociedad y en las instituciones hasta el punto de conseguir encabezar el gobierno en las pasadas elecciones. Ese pragmatismo y rápida adaptación responde a una estrategia política que considera prioritario acaparar cuotas de poder antes que cualquier otra consideración, aunque sea a costa de ceder en las prerrogativas institucionales otorgadas al jefe del gobierno en la nueva constitución.
Ese afán de acaparar más cuotas de poder les ha erosionado sin duda, pero no hasta el punto de impedir ser el actor de referencia en el cuadrilátero electoral marroquí.
Ese es el verdadero objetivo del PJD, convertirse en un partido hegemónico que se apropia del espacio político de los partidos clásicos, y que discute o comparte el discurso religioso con la institución monárquica.
Dans un bureau de vote de Salé, près de Rabat. Le nouveau Parti authenticité et modernité (Pam), fondé par des partisans du roi Mohamed VI, est en tête aux élections communales au Maroc, selon des résultats officiels préliminaires. /Photo prise le 12 juin/REUTERS/Rafael Marchante
La aplicación de las conquistas de la nueva constitución no es su prioridad, y si se me apura, no es lo que buscan.
El PJD tiene en el PJD turco el modelo a emular, y no cabe duda que su líder aspira a ser el Erdogan marroquí, que bajo el manto de la religión y en nombre de ella, no duda en evocar manos negras y enemigos invisibles que acechan la moral y el pudor, para luego cercenar las libertades y las conquistas.
Por otro lado está el Partido Autenticidad y Modernidad (PAM), segunda fuerza política, un conglomerado de ex izquierdistas, muchos de los cuales pasaron años en las cárceles y/o en el exilio, junto con algunos intelectuales y tecnócratas. Se les tacha de su cercanía a palacio y de ser un nuevo prototipo de partido administrativo, pero honestamente todos los partidos políticos en Marruecos, incluido el PJD, hacen de la concesión y/o de la colaboración una práctica habitual para acercarse a palacio. Esto se le puede llamar de muchas maneras, pero la más indicada es: peculiaridad marroquí.
Dentro de esa misma peculiaridad hay dos actores políticos, uno legal de extrema izquierda, El Nahj Democrati (Vía Democrática) única fuerza política que reclama la autodeterminación del Sáhara, y el otro ilegal pero tolerado, los islamistas radicales de El Adl wa El Ihsane (Justicia y Caridad), que llaman al boicot de las elecciones porque el primero considera que Marruecos no es apto todavía para una elecciones democráticas, y el otro cuestiona el propio sistema de sufragio.
A modo de conclusión Marruecos no deja de ser, con sus peculiaridades, un Estado estable en una zona de grandes turbulencias y transformaciones. Esto le ha propiciado unas relaciones políticas y económicas privilegiadas con sus aliados, con EEUU y la UE a la cabeza.
Sin olvidarnos, claro está, de España, un país socio aventajado por la cercanía geográfica, por el volumen in crescendo de los intercambios económicos, de los flujos de capitales y de personas, y por la cada vez más compartida estrategia sobre los asuntos de interés entre los dos países, tanto en los foros multilaterales o en el ámbito de las relaciones bilaterales.
Por último, Marruecos tiene varios retos, muchos de ellos complejos y algunos de ardua solución. La sanidad, la corrupción, el contrabando, la pobreza extrema y particularmente la educación.
Todos los informes y los indicadores, tanto los propios como los ajenos, sobre educación y enseñanza hace mucho que hicieron saltar la alarma y la alerta máxima, pero entre unos y otros han estado manoseándola y restregándola hasta convertir a la escuela en Marruecos en una fábrica de ineptos, mientras las élites envían a sus hijos a las escuelas privadas o al extranjero, con Francia y España como destinos preferidos.
Por Mohamed Haidour
03 de Octubre de 2016
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