Sin duda alguna la cuestión palpitante ahora en nuestro mundo es la crisis.
En los hogares y en las empresas se sufren las consecuencias; en los
parlamentos, en los medios y en las tertulias se analizan sus efectos y, sobre
todo, sus causas. Pero la explicación clara y definitiva nos la ofrece la
sabiduría tradicional: LA AVARICIA ROMPE EL SACO. Pese a no ser sinónimos, hoy
la palabra “codicia” se asocia inevitablemente con la palabra “crisis”.
La crisis, por supuesto, es la financiera. Hay otras, algunas tan graves como
la alimentaria o la climática, pero la financiera las eclipsa. Prueba de ello es
la conferencia mundial de la FAO: no consiguió reunir ni siquiera veinte mil
millones para aplacar el hambre de los países pobres mientras que para enmendar
los disparates y estafas de la gente rica han salido cientos de miles de
millones (y todavía siguen saliendo) de los paraísos fiscales, las cajas
secretas, las hábiles contabilidades y otros ardides de la ingeniería
financiera. Los banqueros aparecen como “los malos de la película”, pero se
olvida que no operan en el vacío sino dentro de un sistema y en estrecha
interdependencia con él, lo mismo que el corazón en el cuerpo humano. Los
banqueros se han excedido, sin poder evitarlo, porque el sistema es codicioso
por naturaleza. Esta crisis no es una enfermedad en un cuerpo sano y robusto,
sino al revés: toda la estructura de ese cuerpo social está desquiciada. La
crisis no es una fiebre juvenil sino una deficiencia senil.
No es que el capitalismo sea malo sino que está agotado y se revela incapaz
ante un mundo diferente del que le hizo nacer. En sus comienzos, hace cinco
siglos, su codicia radical le impulsó a descubrir océanos, colonizar
continentes, alentar un humanismo frente a oscuridades teológicas, sembrar ideas
con la imprenta y fomentar el pensamiento y la riqueza: el sistema de vida
occidental se hizo con el dominio del mundo. Pero esa misma codicia ha socavado
la prosperidad con su exageración permanente, convirtiéndose hoy en la avaricia
del anciano que se abraza a su bolsa llena con temor de perderla pero todavía
ansioso de aumentar el botín.
La codicia siempre exagerada y el capitalismo insaciable carecen del sentido
del límite. En la antigua Grecia respetaban a una diosa, Némesis, guardiana de
los límites y perseguidora de sus transgresores. Otras culturas han ensalzado la
serenidad y el equilibrio, la vida tranquila o la armonía con la Naturaleza,
pero la codicia capitalista no está satisfecha y llama progreso al aumento
constante de bienes y productos. La población mundial se ha triplicado a lo
largo del siglo XX, sin que los recursos naturales hayan podido crecer lo mismo.
Diversos estudios, que coinciden en lo esencial, muestran que desde fines del
pasado siglo la regeneración de los productos naturales de la Tierra ya no
restituye el consumo. Se piensa más o menos que sólo para dar a toda la
población el nivel de vida de España haría falta tres planetas como el
nuestro.
La palabra CODICIA tiene una acepción taurina que alude al ímpetu con el que
embisten algunos toros y, ese significado es aplicable al capitalismo, que es
esencialmente predatorio, sin respeto a la naturaleza ni tampoco a las personas.
Desde que en sus orígenes el hombre se erigió en el Rey de la Creación, ha
explotado sin reserva los recursos del planeta. Todavía en los primeros tiempos
el famoso médico y filósofo, Paracelso insistía en que a la naturaleza se la
vence obedeciéndola, pero esa precaución pronto quedó olvidada, en contraste con
otras culturas, que consideran sagrados un árbol o una fuente. Ni siquiera se
respeta siempre al prójimo, se violan los derechos humanos a pesar de
proclamarlos. Con la globalización el dinero, valor supremo del sistema, circula
sin barreras, mientras el movimiento de las personas se restringe con métodos
tan anacrónicos como erigir vallas y muros.
Ante tanta prosperidad en las grandes urbes de los países desarrollados
muchos se resisten a admitir la decadencia de tal poderío. Olvidan con eso la
experiencia histórica de todos los grandes imperios. Desde Asiria y Babilonia
hasta nuestros días, tuvieron su decadencia y ocaso. Fenómeno descrito
magistralmente hace ya seis siglos por Aben Jaldún, un musulmán cordobés autor
de una historia de los bereberes. Otro andaluz, el poeta Rodrigo Caro, acuñó
ante las ruinas romanas de Italica estos hermosos versos “Las torres que
desprecio al aire fueron/a su gran pesadumbre se rindieron.”
El capitalismo se rinde ya a su codicia. Hace cinco siglos Europa era una
explosión de afanes en aventuras creadoras. Las gentes se embarcaban en frágiles
navíos y cruzaban océanos para llegar a tierras ignotas; los mercados
prosperaban en las ciudades, las universidades se multiplicaban y la imprenta
sembraba ideas nuevas y audaces. Aquel espíritu de aventura se ha convertido hoy
en un afán de seguridad y en un repliegue a refugios protectores sacrificándose
las libertades a una supuesta seguridad. Occidente vive ahora en el miedo y
hasta los ciudadanos del país más poderoso de la tierra viven en constante
temor, soportando controles y restricciones.
También Roma, dominadora del mundo de su tiempo acabó desmoronándose y
cayendo en un estado de barbarie y desorden. No estamos muy lejos de una
situación semejante, porque la barbarie consiste en la destrucción de los
valores básicos de una cultura y eso precisamente está ocurriendo en nuestro
tiempo. Asistimos a violaciones de la Justicia y los Derechos Humanos, ataques a
la libertad, simulaciones de democracia, deconstrucciones de la familia y hasta
las mismas religiones y sus iglesias tienen sus crisis. Pero, imperturbable, la
codicia continúa.
¿Caerán en saco roto estas observaciones? Es de temer que sí, como la de
tantos otros, pues no soy el único en formularlas. Ya lo dijeron los clásicos:
“los dioses ciegan a aquellos a quienes quieren perder”, pero lo vean o no, la
codicia está rompiendo el saco.
Miradas.
José Luís Sampedro.
Blog de artículos cortos editados en diversos medios, y estimados de cierto interés como punto de partida al debate. Argumentos para generar una propia opinión e interpretación de lo que nos rodea.
1 comentario :
¿Qué es la revolución?
Imagínate el fin del mundo. A la cabeza te vendrán escenas de la película “Armagedon”, “2012” o versículos del Apocalipsis.
Meteoritos, terremotos, guerras y plagas acaban en poco tiempo con todo lo que el ser humano y la naturaleza construyeron a lo largo de siglos. La vida se extingue en la Tierra y el planeta gira frío y en silencio en el espacio infinito. ¿Te lo has conseguido imaginar?
Ahora imagínate el fin del capitalismo. Más difícil ¿verdad? ¿No te viene ninguna escena a la cabeza? ¿Ninguna hipótesis? Normal. Para el grueso de la gente es más fácil imaginar el fin de un planeta entero, que el fin de un sistema social. Es como si creyésemos que el fútbol se puede acabar un día, pero nuestro equipo favorito ¡nunca! Como verás, no tiene mucho sentido.
La verdad es que el colapso de los sistemas sociales es un hecho relativamente común en la historia de la humanidad y mucho más probable que la invasión de la Tierra por alienígenas o la existencia de Godzila. Cuando la crisis aguda de un sistema social se combina con una enorme elevación de la actividad política de las masas, que pasan a intervenir directamente en el rumbo de los acontecimientos históricos, estamos ante una revolución social.
http://www.corrienteroja.net/index.php?option=com_k2&view=item&id=685:¿qué_es_la_revolución?&Itemid=183
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