Foto: Prudencio Morales |
En los dos años y medio de gobierno del Partido Popular la deuda pública –en la que se incluye el rescate a los bancos- ha pasado del 70 al 96% sin que ello haya repercutido en la mejora de las condiciones de vida de los españoles porque ese incremento no ha servido para dar vivienda al que la había perdido, sino para movilizar a jueces, funcionarios y policías en la ejecución de desahucios y lanzamientos; porque tampoco se ha invertido ni un solo euro en un plan de choque contra el paro cuando en palabras del Nobel Stiglitz estamos inmersos –digan lo que digan los voceros del poder- en una crisis más intensa que la Gran Depresión de 1929, y sí muchos millones en desregular el mercado de trabajo y fomentar la precariedad laboral, esa que no permite vivir de lo que uno hace, esa que amenaza cada vez más la viabilidad de nuestro sistema integral de Seguridad Social; porque se sigue gastando en armas y en mantener a la iglesia Católica lo que haría falta dedicar a Educación laica, Investigación, Desarrollo e Innovación; porque se destinan cantidades cada vez mayores de dinero para favorecer el negocio de los colegios y las clínicas concertadas y confesionales en detrimento de lo público, porque, en definitiva, la única respuesta del actual Gobierno a la miseria de millones de personas ha sido llenar las calles de todas las ciudades de España de policías pertrechados a la última moda represiva.
Entre diciembre de 2012 y diciembre del año siguiente, al calor del aumento del paro, del empeoramiento de las condiciones laborales y del ataque pertinaz contra los derechos constitucionales fundamentales, se produjeron en España treinta y seis mil manifestaciones. Empero, el gobierno Rajoy no se ha dado por enterado y sigue su marcha como si contase con el apoyo incontestable de la sociedad. El éxito sin paliativos de la última gran movilización ciudadana, la del 22 de marzo, fue vergonzosamente ocultado y combatido por los medios del régimen, llegando al extremo de que en los telediarios de RTVE se daba una especie de manual para identificar a los “antisistema”, unos señores que desde Galicia se desplazaron a Madrid para, en conexión con los “perroflautas” de la capital y elementos estalinistas llegados de todos los puntos del país, crear desórdenes, agredir a los antidisturbios y tomar el Palacio de Oriente. La mentira se ha convertido en una forma de gobierno, pero la mentira goebbeliana puede servir para ocultar la realidad a pocos durante mucho tiempo, a muchos durante poco tiempo, jamás para engañar a todos durante todo el tiempo.
La realidad es tozuda, mucho más que la indolencia y la abulia de una parte de la sociedad española, y la política de empobrecimiento general que al mismo tiempo blinda los privilegios de los más favorecidos tiene los días contados: El país se abre por las costuras geográficas, se vende a trozos a inversores extranjeros que llegan a comprar joyas como si fuesen despojos, el número de excluidos por el sistema es cada día mayor y todos tenemos ojos para ver cómo siguen cerrando fábricas y comercios, cómo el paro se convierte en una enfermedad endémica y terminal, cómo ni siquiera quienes trabajan en un empleo normal ganan para poder pagar los gastos corrientes. Esa, Señor Rajoy es la triste realidad de este país al que los de su estirpe han maltratado y exprimido con todo afán y constancia desde tiempo inmemorial. Ni usted ni quienes con usted viajan tienen un mandato divino, Dios no se les apareció en el Sinaí ni en Cuelgamuros, pero ustedes actúan así, como si su voluntad torcida –contraria a sus promesas electorales- fuese una verdad absoluta e irrefutable contra la que no caben alternativas posibles. Ustedes aseguran que todo lo hacen por nuestro bien, dado que somos un país de menores de edad, pero resulta que ya conocimos y sufrimos en nuestras carnes a otro salvador que hipotecó nuestro futuro por más de medio siglo a base de sangre, fuego y destrucción. Ustedes son una plaga bíblica, un conglomerado de embustes, chanchullos y sobres, un espejismo del pasado, y pasarán.
nuevatribuna.es | Pedro Luis Angosto | 16 Abril 2014
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