Fotograma de Los Inútiles, película de Federico Fellini. |
Las exigencias de utilidad han impregnado de manera gaseosa y autoritaria las condiciones de posibilidad de las cosas, y cada vez más de las personas y de las palabras: todo se recicla de manera constante. El temor a quedarse obsoleto sale por primera vez de las cosas y se inserta en las conciencias y desde allí impone una constante adaptación a las demandas de la maquinaria productiva. Se hace necesario sospechar que aquello que adquiere la cualidad de útil se resiste a ser asido con continuidad, se resiste a permanecer: su naturaleza es mutante. Al reducirse el tiempo de formación de nuestros deseos se reduce la vida útil de los productos que los satisfacen, de tal manera que la espiral productiva asimila con mayor facilidad la volatilidad de la oferta y la demanda y, en consecuencia, reduce el espacio de desenvolvimiento funcional del consumo. Diremos que la categoría de nuestro tiempo no es la velocidad, sino la aceleración.
Lo útil nace sabiendo que va a morir, que tiene un tiempo limitado de vida, y más importante, que tiene un tiempo aún más limitado de vida útil. Pero no todo está sujeto a caducidad, ha existido y existe una constante que se resiste a convertirse en desecho o como diría aquél, en basura: el capital. (Entendemos por capital la capacidad de acumulación de riqueza y entendemos por riqueza la condensación de bienes que aumentan las posibilidades de existencia). Siguiendo la terminología monetaria de Marx, podemos pensar que el valor de uso queda asfixiado por la aceleración del intercambio, mientras que el valor de cambio por medio de la datificación ocupa el centro en la estrechura de este nuevo ritmo productivo, de este nuevo Tiempo.
Aquellas cosas que no se ajusten a las exigencias de utilidad que marca la norma económica, quedarán fuera del circuito de la riqueza y serán castigadas con la obsolescencia si son cosas o con la marginalidad si son personas. Nace así una nueva estructura disciplinaria que castiga el incumplimiento de sus normas y purga a los elementos subversivos de una manera más sutil y novedosa que las tradicionales estructuras de control. Aquellos que sean útiles seguirán dentro del juego mientras lo sean, los inútiles desaparecerán y lo harán mansamente, sin escándalo, bajo una apariencia de decisión (inevitable); abandonarán sus casas, sus países y sus trabajos para quedar hacinados en espacios sólo visibles a la práctica policial. Surge así una categoría que delineará con precisión el adentro y el afuera de la norma económica, la condición necesaria de la utilidad: la solvencia.
Aquel capaz de pagar sus deudas es útil mientras conserva esta capacidad, no puede ser invisible al capital porque el capital quiere algo de este sujeto solvente, y por lo mismo, no le puede resultar indiferente una nueva oportunidad de acumular. En una sociedad que ha devenido mercado, en la que todo se compra y se vende, el sujeto que no tiene nada que vender y no puede comprar, es señalado como inútil, y es el propio insolvente el que, tras haber interiorizado la norma y la sanción de la moral capitalista, se marcha al lugar asignado para los desposeídos: el suburbio.
La moral económica dominante ha vaciado la noción de utilidad introduciendo una noción de bien en su significado: la capacidad de pago, y ha criminalizando la inutilidad identificándola con la pobreza, pecado imperdonable que comenten aquellos que no pueden ser desposeídos.
Devenir inútil al capital es resistir al poder hegemónico.
Texto para la exposición “Aquí y ahora: les délinquants de l’inutile” de artistas jóvenes en la Galería Blanca Soto que se expondrá hasta el 9 de Enero de 2016.
Belén Quejigo, Germán Santiago
29/12/15
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