25 jul 2013

La falacia de la investigación rentable

Mucho se ha escrito estos días sobre la situación financiera del CSIC, que su propio Presidente Emilio Lora-Tamayo, llegó a calificar de catástrófica. En efecto, las declaraciones del Presidente CSIC en la reunión anual con los directores de institutos y centros de investigación, la resolución de apropiación de remanentes por la entidad, y la rueda de prensa del pasado 9 de julio, augurando un cataclismo si no se recibían los 75 millones que la entidad necesita, ha desatado un gran conmoción, como comentaba hace unos días en esta entrada.

El revuelo ha generado a su vez un gran debate. Mientras que muchos se posicionan a favor de que el Gobierno rescate al mayor organismo científico español y han contribuido con su firma en una campaña online, otros consideran que el CSIC debe ser capaz de generar sus propios recursos y no necesitar apoyo público. Estos últimos sostienen que solamente se debe llevar a cabo investigaciones que sean económicamente rentables. Es decir, aquellas investigaciones que tengan una aplicación directa y que generen un beneficio económico a las empresas o instituciones que se beneficien de ellas.

En muchos casos, este tipo de afirmaciones se deben al desconocimiento sobre el funcionamiento de la ciencia y de la generación de conocimiento científico, a lo que ha contribuido en gran medida la confusión generada por la equiparación de los términos investigación e innovación, sobre todo en España, con la consabida “i” minúscula del I+D+i. Es lo que se ha dado en llamar la “falacia de la investigación rentable”, como se explica magníficamente en este blog y que puede resumirse en el ejemplo del iceberg: para que una investigación sea finalmente rentable, es necesario haber realizado anteriormente muchas otras que no lo han sido y que probablemente nunca saldrán a la superficie. De hecho, muchas de ellas habrán obtenido resultados negativos.

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Infinidad de veces, para obtener descubrimientos científicos realmente rentables, es necesario realizar investigaciones previas, de las que muchas veces se desconoce ya no solo su rentabilidad, sino su utilidad. A este respecto, es conveniente recordar las palabras de Santiago Ramón y Cajal: «Cultivemos la ciencia por sí misma, sin considerar por el momento las aplicaciones. Estas llegan siempre, a veces tardan años, a veces siglos». Por tanto, siguiendo el consejo de Ramón y Cajal, el hombre debería hacer ciencia por el mero hecho de generar nuevo conocimiento, sea éste rentable económicamente o no.

En el modelo económico actual, parece evidente que la ciencia tiene que estar al servicio de la economía, porque tiene que servir como “motor de crecimiento” y cimentación de la competitividad, y nos lo repiten hasta la saciedad, incluso aquellos mandatarios, que teniendo responsabilidades políticas, son incapaces de hacer una apuesta firme por la investigación y el desarrollo. Sin embargo, y aunque sea cierto que la I+D puede dar réditos económicos, no debe ser planteada exclusivamente en esos términos. La ciencia es consustancial al desarrollo humano en cuanto a sujeto económico, pero también en cuanto a sujeto social y cultural. La ciencia es la traslación práctica de la curiosidad humana y como tal debe ser apoyada por la sociedad, con independencia de los efectos económicos que eso tenga, porque hacer ciencia, es decir, satisfacer nuestra curiosidad generando conocimiento, nos hace más humanos.



Carl Sagan, en su libro “El mundo y sus demonios” se pregunta por qué debe ser subvencionada la curiosidad, y aporta algunos ejemplos ilustrativos de investigaciones que en un principio no tenían aplicación alguna y que difícilmente podían ser rentabilizadas. Maxwell no pensaba en la radio, el radar y la televisión cuando garabateó por primera vez las ecuaciones fundamentales del electromagnetismo. Newton no soñaba con el vuelo espacial o los satélites de comunicación cuando entendió por primera vez el movimiento de la Luna. Un tal señor Fleming comunicó su descubrimiento sobre la penicilina en 1929, pero hasta la II Guerra Mundial la comunidad científica creyó que la penicilina sólo sería útil para tratar infecciones banales. También hay ejemplos de científicos altruistas aunque sus investigaciones les costarán la vida. Marie Curie y su marido Pierre descubrieron varios elementos radiactivos, pero no quisieron lucrarse con ellos y se negaron a patentarlos, cediendo su conocimiento a la sociedad.

Como vemos, las grandes aplicaciones que cambian nuestra forma de vida surgen casi siempre de investigaciones que inicialmente parecían no tener ninguna aplicación práctica. Pretender que sólo se haga ciencia con rentabilidad económica a corto plazo es como pedir que sólo se contraten científicos capaces de ganar el premio Nobel.

Javier Sánchez Perona (@Er_Pashi)
Científico Titular del CSIC y miembro de Ciencia Con Futuro
Publicado en julio 24, 2013 de cienciaconfuturo

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