"Los resultados electorales de las pasadas elecciones europeas del día 25 vienen a confirmar algo que resulta patente no solo para cualquier sociólogo (excepto Arriola), sino para toda persona observadora de la realidad y por tanto conocedora del sentimiento general de sus conciudadanos. De forma apabullante la gente de este país ha dicho basta, ya no soportamos más tanta basura, tanta inquina, tanta inmoralidad.
El sentido del voto así lo confirma, con una clara tendencia de los votos otorgados a formaciones que en sus programas han denunciado de una u otra forma la perversión de las instituciones, la corrosión de la ley para favorecer los intereses de parte, hasta la disolución de la propia concepción de la democracia convirtiendo la representación política en una burla a los ciudadanos venida de “la casta”, quienes en el irresponsable ejercicio de sus prioridades han convertido a la mayor parte de los ciudadanos en juguetes en manos caprichosas. El voto ha denunciado esta situación, y si a este voto expreso se le suma parte de la abstención crítica que puede rastrarse en redes y foros, entonces tenemos una mayoría incontestable de ciudadanos que están dispuestos a hacer algo para evitar más metástasis del sistema. Ha comenzado por un movimiento quizás ideologizado (como no podía ser de otro modo) de denuncia y recuperación de la dignidad, que no ha hecho sino comenzar. Vamos a ver próximamente como germina este estallido de rabia y cómo va a ir convirtiéndose poco a poco en una plataforma de acción política susceptible de alterar una realidad que resulta inaceptable. Poco importa el calendario de acuerdos y los instrumentos de colaboración elegidos, la mecha ya ha prendido y su fin es recuperar la soberanía y devolver el protagonismo a los hombres y las mujeres por encima de los mercados.
¿Qué papel habrá de jugar el sindicalismo en este contexto de recuperación de la soberanía perdida? Uno muy importante bajo mi punto de vista. La heterogénea composición de la denuncia que recorre el espectro que va de la lucha contra la injusticia reiterada en el desahucio a la protección del medioambiente (o lo que de él quede), requiere de algún tipo de soporte coagulante, requiere que exista una fuerza que vaya trasladando a la actividad cotidiana relacionada con la forma de hacer y producir todos los avances que en materia política se vayan gestando. Para decirlo de una manera gráfica, el sindicalismo habría de convertirse en una argamasa que aglutine y fortalezca el enladrillado que resulte de nuevas propuestas de acción política
Y no sólo entiendo que el protagonismo del sindicalismo deba centrarse exclusivamente en el núcleo de la renovación de las relaciones laborales, aunque sea un territorio propicio en el que hay mucho por hacer. También y de manera igualmente activa debería ser su participación en la traslación de políticas ambientales, en las que su posición respecto de futuro del empleo puede llegar a ser determinante. Las propuestas políticas y sociales destinadas a recuperar la dignidad y la soberanía ciudadana pasan por la vertebración de modelos de trabajo digno en las que el sindicalismo debe profundizar para afianzar criterios de ética laboral sintonizados con nuevas formas de entender qué es la vida al margen del gusto de los mercados.
Poner coto a prácticas de exuberancia irracional presente en tantas y tantas actividades (no sólo financieras) requiere asimismo la presencia activa del sindicalismo comprometido con el proceso regenerador. La denuncia y la crítica radical frente a movimientos de economía global que tienden a minar los derechos laborales y civiles contenidos en propuestas como el acuerdo comercial EEUU-UE son asimismo otro ejemplo de escenario de conflicto en el que la suerte de los derechos sociales pende de la garantía del respeto a los derechos laborales.
Son incontables las aportaciones que debe asumir el sindicalismo en una fase de renovación como la que se desprende de la lectura del voto del 25 M. Y no son nuevas, casi todas ellas están presentes en el cuadro de mando de la acción sindical, pero la nueva situación otorga legitimidad y confianza que no debe desaprovecharse. Para avanzar hace falta ser sólidos y el sindicalismo puede jugar un papel aglutinante, una fuerza amalgamante y cohesiva.
Emilio Jurado | Director de CDIEM
El sentido del voto así lo confirma, con una clara tendencia de los votos otorgados a formaciones que en sus programas han denunciado de una u otra forma la perversión de las instituciones, la corrosión de la ley para favorecer los intereses de parte, hasta la disolución de la propia concepción de la democracia convirtiendo la representación política en una burla a los ciudadanos venida de “la casta”, quienes en el irresponsable ejercicio de sus prioridades han convertido a la mayor parte de los ciudadanos en juguetes en manos caprichosas. El voto ha denunciado esta situación, y si a este voto expreso se le suma parte de la abstención crítica que puede rastrarse en redes y foros, entonces tenemos una mayoría incontestable de ciudadanos que están dispuestos a hacer algo para evitar más metástasis del sistema. Ha comenzado por un movimiento quizás ideologizado (como no podía ser de otro modo) de denuncia y recuperación de la dignidad, que no ha hecho sino comenzar. Vamos a ver próximamente como germina este estallido de rabia y cómo va a ir convirtiéndose poco a poco en una plataforma de acción política susceptible de alterar una realidad que resulta inaceptable. Poco importa el calendario de acuerdos y los instrumentos de colaboración elegidos, la mecha ya ha prendido y su fin es recuperar la soberanía y devolver el protagonismo a los hombres y las mujeres por encima de los mercados.
¿Qué papel habrá de jugar el sindicalismo en este contexto de recuperación de la soberanía perdida? Uno muy importante bajo mi punto de vista. La heterogénea composición de la denuncia que recorre el espectro que va de la lucha contra la injusticia reiterada en el desahucio a la protección del medioambiente (o lo que de él quede), requiere de algún tipo de soporte coagulante, requiere que exista una fuerza que vaya trasladando a la actividad cotidiana relacionada con la forma de hacer y producir todos los avances que en materia política se vayan gestando. Para decirlo de una manera gráfica, el sindicalismo habría de convertirse en una argamasa que aglutine y fortalezca el enladrillado que resulte de nuevas propuestas de acción política
Y no sólo entiendo que el protagonismo del sindicalismo deba centrarse exclusivamente en el núcleo de la renovación de las relaciones laborales, aunque sea un territorio propicio en el que hay mucho por hacer. También y de manera igualmente activa debería ser su participación en la traslación de políticas ambientales, en las que su posición respecto de futuro del empleo puede llegar a ser determinante. Las propuestas políticas y sociales destinadas a recuperar la dignidad y la soberanía ciudadana pasan por la vertebración de modelos de trabajo digno en las que el sindicalismo debe profundizar para afianzar criterios de ética laboral sintonizados con nuevas formas de entender qué es la vida al margen del gusto de los mercados.
Poner coto a prácticas de exuberancia irracional presente en tantas y tantas actividades (no sólo financieras) requiere asimismo la presencia activa del sindicalismo comprometido con el proceso regenerador. La denuncia y la crítica radical frente a movimientos de economía global que tienden a minar los derechos laborales y civiles contenidos en propuestas como el acuerdo comercial EEUU-UE son asimismo otro ejemplo de escenario de conflicto en el que la suerte de los derechos sociales pende de la garantía del respeto a los derechos laborales.
Son incontables las aportaciones que debe asumir el sindicalismo en una fase de renovación como la que se desprende de la lectura del voto del 25 M. Y no son nuevas, casi todas ellas están presentes en el cuadro de mando de la acción sindical, pero la nueva situación otorga legitimidad y confianza que no debe desaprovecharse. Para avanzar hace falta ser sólidos y el sindicalismo puede jugar un papel aglutinante, una fuerza amalgamante y cohesiva.
Emilio Jurado | Director de CDIEM
nuevatribuna.es | 29 Mayo 2014
"Cdiem es una empresa consultora que presta sus servicios preferentemente en la actividad de los sectores de la Comunicación.
Cdiem es una empresa instalada en lo que se denomina Economía del Conocimiento. El grupo de personas que componen Cdiem cultivan una única hipótesis, el principal activo de la economía moderna se encuentra en las capacidades de las personas.
En consecuencia, Cdiem apuesta por el desarrollo interno de sus capacidades y en la búsqueda de soluciones para incentivar y perpetuar este estado de cosas en las empresas a quienes presta su apoyo".
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