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Los desplantes de primera hora a la troika han dado paso al inicio de una negociación en la que muchos vislumbran una temprana traición al programa electoral
La carta remitida al Eurogrupo por el ministro griego de finanzas, el señor Varoufakis, ha causado casi tanto revuelo como sus primeras apariciones públicas tras la esperanzadora victoria de Syriza. Los desplantes de primera hora a la troika han dado paso al inicio de una negociación en la que muchos vislumbran una temprana traición al programa electoral (el llamado Programa de Salónica) que les condujo a la victoria del 25 de enero.
Es muy pronto para vaticinar como van a discurrir los acontecimientos, pero es útil matizar algunas afirmaciones que se vierten en los medios de forma poco rigurosa.
En primer lugar, la carta remitida por el ministro Varoufakis el 23 de febrero al Eurogrupo (ministros de finanzas de los países que forma parte del euro) es sólo una declaración formal de inicio de negociaciones sobre el programa de estabilización (Programa de Ajuste Económico) firmado en mayo de 2010 y actualizado en 2012 entre la troika y el Gobierno griego, presidido entonces por el socialdemócrata Yorgos Papandreu. De hecho, y como corresponde a este tipo de procesos, se trata de un documento escrito en términos muy generales, que emplaza a los negociadores para discutir un documento más concreto a finales de abril próximo. No es ni siquiera un esbozo de las pretensiones del Gobierno de Syriza. Por esa misma razón, es un texto pactado entre ambas partes (Eurogrupo + Gobierno griego), no un texto espontáneo.
Para algunas voces, el simple hecho de que el Gobierno del señor Tsipras se haya prestado a negociar los términos del rescate en curso en vez de denunciarlo sin más supone de por sí una traición alPrograma de Salónica, en el que de forma expresa reclamaba “cancelar la mayor parte del valor nominal de la deuda pública para que sea sostenible en el contexto de una Conferencia europea de la deuda… Incluir una cláusula de crecimiento en el pago de la parte restante de la deuda, de modo que sea financiada en base al crecimiento y no al presupuesto. Incluir un período significativo de gracia (moratoria) en el servicio de la deuda para dedicar fondos al crecimiento. Excluir la inversión pública de las restricciones del Pacto de Estabilidad y Crecimiento. Un New Deal europeo de inversión pública financiada por el Banco Europeo de Inversiones. Flexibilización cuantitativa del Banco Central Europeo con compra directa de bonos soberanos”.
El texto da una de cal y una de arena, guiños a la izquierda y guiños (muchos) a la derecha. Entre los primeros, el acento en la lucha contra el fraude fiscal como fuente principal de ajuste presupuestario frente a los tradicionales recortes de gasto público; la renuncia a nuevas privatizaciones o la implementación de un plan contra la crisis humanitaria que sufren los griegos (subsidios para electricidad, alimentos, etc.). Entre los segundos, la renuncia a la creación de empleo público, el respeto a los procesos de privatización ya culminados o en curso, la posibilidad de una subida encubierta del IVA y, en definitiva, la garantía de que ninguna medida (incluyendo la lucha contra la crisis humanitaria) afectará a los objetivos de déficit público negociados con la troika.
La carta es en realidad un formalismo y no hay evidencias que nos permitan asegurar que Syriza ha renunciado ya a su programa original: las partes se han dado un tiempo y desconocemos si en estos momentos, entre bambalinas, afilan cuchillos para un enganchón digno de gatos en celo o si, por el contrario, tejen armoniosa y silenciosamente un encaje de bollillos neoliberal al gusto del BCE.
Lo que sí es evidente es que esta carta y el Programa de Salónica son absolutamente incompatibles por dos razones: a) por su coste, 11.000 millones de euros (alrededor del 6% del PIB griego), que supondría una severa desviación de la senda de ajuste de déficit público impuesta por la troika y b) porque elPrograma de Salónica implica la paralización del programa de reformas impuesto a Grecia en la negociación del rescate.
En mi opinión, o bien el Gobierno griego se pliega a las exigencias de la troika y renuncia al Programa de Salónica (cosa que personalmente no deseo), o bien entra en conflicto abierto con ella para dar cumplimiento al programa electoral con el que consiguió el apoyo mayoritario de la población helena.
Seamos sinceros: mientras Grecia permanezca en el euro, desobedecer a la troika supone el riesgo de ser castigado con un corte en el suministro de liquidez al sector público y financiero. El Gobierno griego necesita dinero fresco por importe de 31.100 millones de euros para cubrir el déficit público y refinanciar la deuda que vence en 2015. Por su parte, la banca griega debe más de 56.000 millones de euros al BCE. Mantenerse en el euro es aceptar que el mango de la sartén siga en manos de la troika: cualquier desviación de la senda neoliberal marcada por ella puede desembocar en una crisis de insolvencia de consecuencias catastróficas, en la que ningún Gobierno democrático está dispuesto a incurrir. El precio de ese irracional culto al euro es ya evidente: más desempleo, más pobreza y más desesperanza para el pueblo griego.
El gobierno de Syriza debería contemplar una salida ordenada del euro como una oportunidad. Incluso los economistas no dogmáticos de la derecha europea lo entienden así.
Salir del euro supone recuperar la soberanía monetaria, lo cual no es un asunto de nacionalismo nostálgico: supone la posibilidad de reactivar el crédito y poner a funcionar la economía griega. Son ya 51 meses consecutivos de contracción nominal del crédito (desde octubre de 2010) y ninguna economía capitalista puede crecer sin crecimiento crediticio. Disponer de moneda propia supone la posibilidad de impulsar el crédito, el crecimiento y el empleo.
Si además esa salida del euro va acompañada de una devaluación, ello permitiría recuperar la competitividad perdida frente a sus principales socios comerciales. Actualmente, la balanza comercial griega es deficitaria por importe superior a 20.000 millones de euros y el drenaje de recursos que se produce por esa vía supera, con mucho, el ahorro de divisas que ha logrado el país ajustando su déficit público: de hecho es 10 veces superior al déficit público previsto para 2015.
¿De qué sirve recortar servicios públicos si las divisas se fugan por una balanza comercial deficitaria ocasionada por la falta de competitividad? Con una devaluación se restauraría parte de la competitividad perdida desde la incorporación de Grecia al euro (un 11,1% frente a sus socios de la Eurozona), cosa que no se ha logrado con las medidas de austeridad y liberalización salvaje promovidas por la troika. Por supuesto, la salida del euro debe ir de la mano de una decidida lucha contra el fraude fiscal, de modo que ese mayor crecimiento económico revierta en una mejora de las finanzas públicas.
Ciertamente, el abandono del euro podría provocar algunas turbulencias financieras pero la historia demuestra que con los controles de capital adecuados éstas son transitorias y con un impacto limitado sobre el PIB: Grecia no es el primer caso (ni sería el último) de un país que abandona un tipo de cambio fijo o devalúa su moneda. La restauración del crecimiento no solo permitiría reducir ostensiblemente las actuales tasas de desempleo y pobreza (26,6% y 35,7% respectivamente), dando así cumplimiento a un programa electoral que ha concitado la esperanza mayoritaria de la población helena, sino que incluso favorecería un rediseño más racional de la nueva Eurozona, integrada por aquellos países con una evolución más pareja en materia de productividad.
por José Francisco Bellod Redondo
Doctor en Economía
Público 08/03/2015
Texto completo en: http://www.lahaine.org/grecia-o-salonica-o-el
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