2 ago 2015

Cuñadocracia

He dicho ya alguna vez que yo considero que la ciencia ficción, además de ser un entretenimiento maravilloso, es una buena forma de explorar posibilidades de futuro. Esa idea me volvió a la mente leyendo el cuarto volumen de los cuentos completos de Philip K. Dick. Para empezar, descubrí con asombro que él mismo había jugado con esa idea: en “Araña de agua” se especula con un futuro guiado por las especulaciones de los escritores de ciencia ficción (como Asimov, Bradbury, Anderson o el propio Dick), a los que se toma por verdaderos precognitivos dado que todo lo que escribieron se ha acabado cumpliendo.

Pero no quiero hablar de ese relato, sino de otro, incluido en ese mismo volumen: “El patrón de Yancy”. Advertencia: contiene spoilers.

En “El patrón de Yancy” la Tierra está preocupada. Todos los indicadores económicos afirman que Calisto, la luna de Júpiter, se está convirtiendo rápidamente en un Estado totalitario y expansionista. Así que mandan a varios policías a investigar. Al principio los agentes no detectan nada: Calisto parece ser una democracia ejemplar, al estilo estadounidense: hay dos partidos, tienen libertad de expresión y de prensa, no existen los delitos políticos, los ciudadanos pueden emigrar, no hay policía política… incluso los agentes terráqueos son rápidamente identificados como tales y se les permite pasar sin apenas un comentario. Un régimen que no tiene nada que ocultar, ¿no?

Eso parece, pero rápidamente los agentes terráqueos se dan cuenta de la omnipresencia de un tal Yancy en todas las esferas de la vida. Se trata de un comunicador de aspecto paternal, que tiene opiniones sobre todo, desde la guerra hasta la forma correcta de comer pomelo. Las marcas que anuncia Yancy revientan el mercado, las aficiones de Yancy (que son siempre sencillas y fácilmente comprensibles) se extienden por todo el satélite, las opiniones de Yancy se convierten en credo de miles de calistianos. Además, hay una señora Yancy y un nieto Yancy, que dirigen esos mensajes a mujeres y a niños.

Pero las opiniones de Yancy tienen una peculiaridad: mientras que las que tratan sobre temas banales son tajantes, las que van sobre cuestiones importantes no lo son. Parece que sí, pero en realidad se niegan a sí mismas: por ejemplo, Yancy considera que la guerra es injusta y debe evitarse siempre salvo que sea una guerra justa, en cuyo caso debe librarse siempre. Esto permite que los ciudadanos de Calisto crean que tienen una opinión fundada y formada sobre la guerra cuando en realidad no es así. Lo único que tienen es una amalgama de lemas contradictorios que en un momento dado pueden llevarse hacia cualquier sitio. El Estado de Calisto es la forma más perfecta de totalitarismo: no necesita policía política ni desfiles militares porque ha logrado infiltrarse en la cabeza de las personas.

Según confiesa Dick, la figura de Yancy está inspirada por la del presidente Eisenhower. Sin embargo, a mí me recordó a nuestros tertulianos cuñados que hablan de todo con la rotunda seguridad de quien no tiene ni idea. No tenemos un gran Yancy que determina todo lo que pensamos, sino algo que casi es peor: un cierto número de personas con ideas muy parecidas entre sí pero superficialmente distintas, generando así la ficción de que tenemos una opinión pública variada. Es de ahí de donde salen principalmente nuestras opiniones políticas y, en consecuencia, nuestro voto.

El truco es la simplicidad. Si el tertuliano está diciendo cosas con las que no desentonaría un golpe en la barra de un bar, lo está haciendo bien. Todo vale para conseguir esa simplicidad. El empleo de lugares comunes (“¡las cárceles son como hoteles!”) es, por supuesto, básico, pero conviene ser imaginativo. Hay que inventarse datos (los cien millones de muertos del comunismo, los 445.000 políticos, los miles de empleos que iba a traer Eurovegas), gritar muy fuerte, hablar sin tener ni idea y que, encima, parezca que te lo creas. Es duro, sí, pero el resultado merece la pena.

El resultado es una sociedad sin ninguna formación política. Una sociedad que tan pronto te vota a un Podemos como a un Ciudadanos, o que apoya a partidos más tradicionales partiéndose la cara si es necesario para defender sus errores y corruptelas. Una sociedad donde alguien que se dice de izquierdas te defiende sin rubor el trabajar gratis y responsabiliza de todo a “los políticos”, exactamente igual que la derecha a la que dice rechazar. Una sociedad, en definitiva, fácilmente manipulable, donde nada importa y todo vale.

No hemos llegado al totalitarismo que preveía Dick para Calisto, pero creo, viendo las encuestas electorales (que vuelven a dar ganador al PP y segundo al PSOE) que le falta muy, muy poquito. Y todo gracias a Yancy.



[ADDENDA 31/07/2015, 14:18 - Me entero de que han subido esta entrada a Menéame. Como se trata de un medio que me da asco sincero, puesto que considero que está lleno de trolls y de pesados, cierro los comentarios hasta nuevo aviso.]

viernes, 31 de julio de 2015
Blog Así habló Cicerón

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