Hace falta valor para votar a los independentistas en estas circunstancias, cavila uno. Aunque, bien pensado, eso de perder el euro quizá no fuera una desgracia tan terrible, añade en voz alta. Ante la mirada reprobatoria de la gente con la que está viendo el informativo, uno sonríe en retirada, dejando el comentario en mera “boutade”.
Llevamos ya bastantes minutos de telediario y continúa el aluvión de profecías apocalípticas. Cada una de ellas es enunciada tres veces: lo anuncia el presentador o la presentadora desde el plató, lo repite el reportero o la reportera presentes sobre el terreno y lo oficializa el político o la política de los partidos azul o naranja. Entonces uno cae en la cuenta de que no son predicciones más o menos razonables: en realidad, son amenazas. Los que anticipan esas catástrofes (si es que todas ellas son catástrofes, se dice uno, volviendo a pensar en el euro) están dispuestos a hacer todo lo que esté en sus manos para materializarlas.
Uno se retrepa en el sillón y piensa –ingenuamente sin duda– que intentar evitar un divorcio con un aluvión de amenazas no parece un buen método para recuperar el afecto o, al menos, la atención de la otra parte. ¿Por qué no se prueba la seducción, el decirle al otro que se le quiere y se le necesita para un nuevo proyecto compartido? ¿Por qué no proponerle un traslado de domicilio, un viaje fascinante a algún lugar desconocido para los dos, un nuevo reparto de tareas domésticas, una vida sexual renovada, qué se yo? En ocasiones funciona.
Pero el telediario ya ha cambiado de tema, ahora está con las crisis de los refugiados de Oriente Próximo. Sale un individuo con cara de patrón de una funeraria que advierte de que, entre los refugiados, se esconden terroristas yihadistas. “¿Pero este señor no había salido ya antes?”, dice uno en voz alta. “Sí, con lo de Cataluña”, le confirman.
Menudo sistema tan enrevesado y poco seguro para introducir terroristas en Europa, piensa uno. ¿Por qué tendrían que utilizarlo los yihadistas cuando ya tienen carne de cañón en el Viejo Continente? ¿No vivían legalmente en Lavapiés los autores de la matanza del 11-M? ¿No eran de nacionalidad francesa los asesinos de Charlie-Hebdo? ¿No entraron en Estados Unidos con visados impecables los saudíes del 11-S? ¿Por qué han de complicarse la vida los jefes yihadistas enviando a sus agentes a atravesar desiertos y mares, superar vallas con cuchillas y murallas de policías bien armados, sufrir registros corporales, controles de identidad y censos oficiales? Esa gente es bárbara pero no tonta; se supone que ya tiene lugares en las tierras que domina donde entrenar a sus esbirros en las peripecias de una pista americana.
A estas alturas, uno de tus acompañantes ante el televisor ha zapeado. En el telediario de otra cadena aparece un tipo gigantón y de rostro caballuno que hace la síntesis de los dos asuntos del día. Los independentistas, dice, están llenando adrede Cataluña de inmigrantes musulmanes. La revelación es estrepitosa: el independentismo catalán y el yihadismo van de la mano. Cuesta pillarlo, pero debe ser cómo eso de que los de Podemos son a la vez nazis y comunistas, bolivarianos y norcoreanos, extraterrestres y cromañones.
Si a estas alturas, no estás temblando de miedo, no estás pidiendo a gritos que alguien termine con pulso firme y mano de hierro con tantísimo peligro como el que se abate sobre tu vida, es que eres un inconsciente irremediable. O el mismísimo Doctor Fu Manchú.
por Javier Valenzuela
21/09/2015
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