Actual Ministro de Justicia y hasta hace poco tiempo la cara amable y progresista del Partido Popular, el ex alcalde de Madrid no se libró de la explosiva sinceridad de Esperanza Aguirre, que no pudo contener sus bajas pasiones al arrebatarle un puesto en la gestión de Caja Madrid.
¿Es realmente un "hijoputa" Alberto Ruiz-Gallardón? ¿Se trató de un mero incidente que aireó la conocida enemistad entre la vivaracha y procaz Esperanza y el solemne y pinturero Alberto o, en realidad, constituye la triste constatación de que nos gobiernan villanos y rabaneras? Al margen de excesos verbales, está claro que entre granujas anda el juego y que los ciudadanos son las víctimas de unos políticos tan desalmados como grotescos y malhablados.
Gallardón había conseguido que casi todos olvidaran sus palabras de 1983, cuando era concejal del Ayuntamiento de Madrid y afirmó que la obra de Ceesepe, uno de los dibujantes más originales de la movida madrileña, era una "porquería repugnante, pornográfica, blasfema, contraria a la moral y a la familia".
Imagino que es una simple casualidad, pero Gallardón debutó como fiscal en Málaga, donde aún flota en el aire el horror provocado por el 'carnicerito' Carlos Arias Navarro, que envío a la muerte a más de 4.300 rojos, ejerciendo de fiscal en los consejos de guerra franquistas.
No sé si Alberto respiró y se impregnó del fervor exterminador que animaba a los tribunales de los militares golpistas, pero después de examinar su reforma del Código Penal empiezo a pensar que sus sueños se parecen a los de Scar: ejércitos de hienas desfilando al paso de la oca, mientras su mirada de insufrible empollón se embriaga con el turbio aroma del poder.
Durante años, creímos que era un espíritu moderno y tolerante. Aparecía en las cadenas televisivas con Joaquín Sabina, oficiaba bodas entre gais, presumía de su amistad con políticos rivales, citaba a Rilke y desplegaba una retórica elaborada y persuasiva sobre derechos y libertades. Se sabía que era vanidoso, maniático, autoritario y engreído, pero se le exculpaba porque algunos le consideraban un centrista que apostaba por el diálogo y el consenso, casi un progre que se había equivocado de partido político.
Aficionado a la música culta (es nieto de Isaac Albéniz), su melomanía sugería una sensibilidad aguda y refinada, que esbozaba ese perfil de político humanista tan escaso en nuestro país. En la red corría el rumor de que era un mujeriego incurable, que realizaba incursiones en las umbrías aguas del amor venal, y algunos señalaban que su pasión por Fraga era sospechosa, pues se consideraba su fiel discípulo, una especie de Luke Skywalker educado por un Yoda con camisa azul, correajes y una pistola humeante, que evoca las muertes de Enrique Ruano, Julián Grimau, los huelguistas de Vitoria-Gasteiz y los partidarios de Carlos Hugo asesinados en Montejurra.
Ruiz-Gallardón se mostró partidario de "sacar a los mendigos de la calle" durante su etapa como alcalde de Madrid. No explicó qué haría con ellos, pero sus palabras recordaron a las campañas de higiene social impulsadas por la antigua ley de vagos y maleantes, que criminalizaba la pobreza y el desamparo. Su imagen progresista empezó a tambalearse, pero lo peor aún estaba por llegar.
Su nombramiento como Ministro de Justicia del nefando gobierno de Mariano Rajoy liquidó el ensueño de un político centrista y conciliador. Su reforma del Código Penal refleja un espíritu profundamente reaccionario, que oscila entre el catolicismo tridentino y el neoliberalismo más despiadado. El nuevo texto introduce la prisión permanente revisable, un eufemismo de la cadena perpetua, establece restricciones en el aborto y la justicia gratuita, desaparece el hurto y cualquier sustracción se convierte en delito castigado con penas de cárcel...
No hace falta ser un lince para apreciar que la reforma del Código Penal pretende neutralizar las protestas ciudadanas e intimidar a las familias que cometen pequeños hurtos para combatir la pobreza y la desnutrición.
Lo importante es preservar el orden público, cueste lo que cueste. Nadie tiene derecho a increpar a los políticos ni a protestar pacíficamente ante las jaurías de antidisturbios. Por eso, deben ser reprimidos sin contemplaciones. La tibieza es la antesala de la anarquía y de la destrucción de España como unidad de destino en lo universal.
'¡Todos a la cárcel!' parece ser el lema del Ministro de Justicia. Eso sí, hay que hacer excepciones: José Antonio González Pacheco, alias “Billy el Niño” y antiguo inspector de la Brigada Político-Social, y Jesús Muñecas, ex guardia civil, no merecen ser encarcelados por los crímenes contra la humanidad cometidos durante la dictadura franquista.
Aunque los reclame la justicia argentina, se debe pasar página por el bien de todos, pues los hechos son muy antiguos. No importa que las leyes internacionales afirmen que los delitos de genocidio no prescriben. Hay que perdonar y olvidar. Hoy se pide la cabeza de Pacheco y Muñecas, pero ¿no existe el riesgo de que mañana se exija la extradición de Rodolfo Martín Villa o del propio suegro de Ruiz-Gallardón, que el pasado 18 de julio publicó un artículo donde sostenía que "el Alzamiento no fue un intento grosero de liquidar al oponente, sino una necesidad imperiosa de defender a la patria"?
¿Es un 'hijoputa' Alberto Ruiz-Gallardón? Creo que a esa pregunta debería contestar Esperanza Aguirre, que le conoce de cerca y milita en el mismo partido. Yo me limitaré a decir que tal vez sólo desea imitar al juez Frollo, que incendió París para preservar el imperio de la ley.
No sé hasta dónde llegan los sueños de Alberto Ruiz-Gallardón, pero no me cuesta mucho trabajo imaginarlo con una corona de laurel y una lira, disfrutando desde una azotea del incendio social provocado por su reforma del Código Penal. No es un bárbaro, sino un gran estadista, que no ha olvidado las enseñanzas de Fraga.
A veces cuerdo y a veces loco, el ministro de Justicia no es un bohemio ni un soñador, sino un truhán al que se le ha visto el plumero y al que en 1999 Cristina Almeida, hoy desaparecida de la escena política, acusó de "hipócrita", "presuntuoso", "cínico", "misógino" y "mala baba". Catorce años después, podemos afirmar que no ha cambiado un ápice.
Artículo de
Rafael Narbona (extracto)