Blog de artículos cortos editados en diversos medios, y estimados de cierto interés como punto de partida al debate. Argumentos para generar una propia opinión e interpretación de lo que nos rodea.
2 jun 2013
La cosa ciudadana
El concepto de "ciudadanía" no ha sido históricamente emancipador. En las democracias griega y romana la ciudadanía se otorgaba como un privilegio.
El ciudadanismo se concreta en un conjunto de movimientos de reforma ética del capitalismo, que aspiran a aliviar sus efectos mediante una agudización de los valores democráticos abstractos y un aumento en las competencias estatales que la hagan posible, entendiendo de algún modo que la explotación, la exclusión y el abuso no son factores estructurantes, sino meros accidentes o contingencias de un sistema de dominación al que se cree posible mejorar moralmente (Manuel Delgado, en la acampada del 15 M de Barcelona)
El término "ciudadano" es un término interclasista, un término que reproduce una de las grandes fantasías de la sociedad capitalista: la igualdad formal como camuflaje de una desigualdad esencial. Rajoy, Botín y el indigente de mi barrio sólo tienen una cosa en común, aparte de pertenecer a la especie denominada homo sapiens: los tres son "ciudadanos".
Los filósofos Carlos Fernández Liria y Luis Alegre Zahonero han expuesto en sus obras, con bastante razón a mi parecer, que nuestra revolución debe aspirar a crear una sociedad de ciudadanos dotados de independencia civil real, lo cual sólo puede lograrse colectivizando los medios de producción. Pero también han dejado meridianamente clara otra cosa: bajo el capitalismo, la ciudadanía es una farsa porque no se cumple ese requisito.
Por tanto, bajo una sociedad capitalista hay dos clases de ciudadanos: los empresarios (la clase dominante) y los que, por no tener medios de producción, nos vemos obligados a vender nuestra fuerza de trabajo para sobrevivir. Los primeros no deben tener sitio en nuestra asamblea porque, de hecho, si nuestra asamblea tiene algo de emancipador, su tarea esencial será luchar contra la dominación que dichos ciudadanos empresarios ejercen.
Es cuestión de clase
Y es que el análisis de clase de la sociedad no es un antojo purista. Es sencillamente la única forma de entender algo de lo que sucede a nuestro alrededor. El lenguaje nunca es neutral, sino que nos ayuda a configurar el reflejo de nuestra realidad circundante y, por lo tanto, a transformarla mediante consignas y tácticas adecuadas. Por eso no rechazamos la categoría de la "ciudadanía" por empecinamiento. Más bien observamos un empecinamiento de los ciudadanistas por meternos esta palabra hasta en la sopa.
Diferentes encuestas corroboran algo: el término "ciudadano" es, principalmente, un término propio de ambientes universitarios, refinados y cultos. La gente normal de los barrios suele emplear la categoría de "pueblo" y, también con relativa frecuencia, habla de "los trabajadores". Rara vez se refieren a sí mismos como "ciudadanos". ¿Y por qué empeorar la situación? Es positivo que así sea, ya que la palabra "pueblo", aun sin ser tan precisa como la noción de "clase trabajadora", ha tenido siempre a lo largo de la historia connotaciones jerárquicas muy claras, haciendo referencia siempre a los de abajo. Rajoy o Botín no son parte del pueblo, aunque sí son ciudadanos, ya que la ciudadanía es más que nada una noción administrativa, legalista... y poco respetuosa con los inmigrantes sin papeles, por cierto.
Pero, como ya nos conocemos de sobra, me adelantaré a lo que contestarán los "ciudadanistas". "Es que no se puede ser tan radical, así irá más gente a las manifestaciones", etc. Desgraciadamente, esta insensatez ha salido incluso de la boca de miembros del Frente Cívico creado por Anguita. Me sentiría mejor, con todo, si alguien me explicara qué fundamento empírico tiene tal presuposición.
La verdad es que una idea así sólo la puede albergar alguien que, por no salir nunca del reducido ambiente de la pequeña burguesía radicalizada en el que se mueve, cree que la palabra "pueblo" causa rechazo en la gente mientras que la categoría "ciudadana" le gusta.
Como siempre, la ignorancia es demasiado atrevida. La categoría de "ciudadanía" puede encontrarse fácilmente en autores tan "modernos" como Platón y Aristóteles. Es decir, que ya se usaba en el siglo IV a. C. En cambio, categorías como "clase obrera" tienen menos de dos siglos de antigüedad. Por lo tanto, alguien que habla de ciudadanía está 23 siglos más anticuado que alguien que habla de clase obrera.
Supongamos que planteamos prohibir los desahucios, cosa con la que yo naturalmente estaría de acuerdo. Si bajo el capitalismo se hiciera tal cosa, ¿qué propietario iba a alquilar una casa, sabiendo que los inquilinos no tienen la obligación de pagar? La única solución sería la expropiación forzosa. Si insistimos en la propiedad es porque es la clave, no por sectarismo. Sectaria es la obsesión por parte de los ciudadanistas de que no se toque la propiedad.
En última instancia, el ciudadanista niega la existencia de ideologías (algunas de las cuales, aun siendo justas, pueden estar dominadas y minorizadas) e intenta convencernos de que es la ciudadanía en sí misma, con su derecho formal a la participación, la que nos hace ser libres. Nosotros, que no somos eclécticos ni queremos serlo, defendemos la liberación no sólo formal, sino esencial, de una parte de la población que se encuentra oprimida y cuya explotación es perfectamente legal. Por lo tanto, aspiramos a que las ideas que defienden dicha liberación se extiendan y ganen hegemonía hasta condicionar el discurso político de toda la sociedad.
En realidad, el concepto de "ciudadanía" no ha sido históricamente emancipador. En las democracias griega y romana la ciudadanía se otorgaba como un privilegio y para contar con mas reclutas para los ejercitos y conquistar nuevos territorios.
Hoy día, el concepto de "ciudadano" funciona porque está limpio de resonancias hacia la desigualdad de clase que padecemos. Por eso, a fin de desactivar el conflicto, las instancias oficiales emplean este término. El ciudadanismo es, pues, la ideología que el poder establecido usa para mantener el orden público, para intentar que nos "autocontrolemos" nosotros mismos, que seamos nuestra propia policía interior. Pero salvo el poder, todo es ilusión.
La "cosa ciudadana" no puede aportarle nada a los explotados en su lucha por la libertad, salvo confundir aún más los actores políticos, los aliados y los objetivos. Máxime si su propósito es conformar una "candidatura electoral ciudadana" de programa ambiguo, confuso y que deja totalmente intacta la estructura del poder económico. Porque, parafraseando a Guevara, no se puede confiar en el ciudadanismo, pero ni tantito así, nada.
Estractos del artículo 16/3/2013
Manuel Navarrete
lahaine.org
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1 comentario :
“Somos el poder, estamos en los grandes centros de decisión, lo controlamos todo”. Quien habla en el anuncio es una majestuosa silla orejera desde el despacho de un rascacielos. Lo hace en nombre de los sillones, taburetes y demás asientos del mundo, una especie de logia secreta que domina desde la sombra. Se dirige a su subordinado. “Si os levantáis, habremos perdido”, reconoce la silla-jefe ante un joven que, contra todo pronóstico, decide ponerse en pie al mismo tiempo que lo hacen centenares de personas. La gente corriente ha vencido, es la moraleja de un anuncio con grandes trazas de oportunismo.
“¿Y si nos levantamos?” ha irrumpido en las pantallas como avanzadilla de una nueva campaña de Coca-Cola que supuestamente persigue la mejora de hábitos de vida. El anuncio llega cuando el coloso de los refrescos azucarados se enfrenta a la crítica creciente por su responsabilidad en la obesidad. Frente a las evidencias científicas de que sus productos (con el equivalente a 16 cucharillas de azúcar en cada botella de medio litro de Coca-Cola regular) son causa de sobrepeso, la compañía responsabiliza a la televisión y el sedentarismo. Se presenta como aliada de personas sanas e instrumentaliza el valor de la acción.
Coca-Cola Iberia ha invertido seis millones de euros en una campaña con un claro mensaje colateral. Se escoge como héroe a un joven sobreexplotado, el último en irse de una oficina vacía a altas horas de la noche. En tiempos de un alarmante desempleo juvenil, cuando la mayor parte de los jóvenes contratados viven con miedo a perder su trabajo y se ven obligados a aceptar bajadas de sueldos y precariedad laboral, el protagonista se rebela. Planta cara al poder, generando una reacción en cadena a nivel planetario. Se levanta y camina orgulloso hacia la salida, armado con su botella de refresco. La publicidad de la multinacional, especializada en enlatar sentimientos, se dedica ahora también a (sobre) azucarar revoluciones.
Resulta innegable la intención de jugar con un mensaje subliminalmente subversivo. La bebida se quiere poner del lado de la sublevación y de la fraternidad de los pueblos en las protestas sociales.
Las imágenes apelan al sentimiento de colectividad global. Pero ya no hay sólo sonrisas y bailes de gente de todos los continentes, como ocurría en los anuncios clásicos de Coca-Cola, sino que ahora la masa crítica se levanta al unísono contra el poder. Una contradicción casi perversa para una marca global acusada en sus 126 años de historia de encubrir violaciones de derechos humanos, sellar acuerdos con regímenes dictatoriales, sobreexplotar recursos naturales de países en desarrollo, inundar mercados desplazando productos locales, etc.
La presencia de Coca-Cola en 200 países, más de los que están en la Asamblea General de la ONU, no ha llevado a la democratización de sistemas ni al empoderamiento de los pueblos. Cuenta con un modelo de microdistribución capaz de llevar sus latas hasta la última esquina de un desierto. Sin embargo, la marca no ha desarrollado la misma capacidad para, por ejemplo, detectar
explotaciones de trabajadores en las empresas que subcontrata. Actualmente Coca-Cola se enfrenta a denuncias por trabajo infantil en su cadena de suministro en Filipinas, acusaciones casi idénticas a las que afrontó hace unos años en El Salvador.
Los creativos de “¿Y si nos levantamos?” aseguran que la llamada a la rebelión no fue intencionada. Cuesta creerlo a juzgar por el historial publicitario de la marca. Tanto Coca-Cola como su competidora Pepsi fueron acusadas de emplear las revoluciones árabes para promocionar sus bebidas en Egipto o Túnez. El año pasado, en el spot de la Eurocopa 2012, se veía a una pareja abrazándose entre tiendas de campaña, haciendo un guiño al 15 M.
El efecto boomerang llevó a que la convocatoria de protestas en el segundo aniversario del movimiento usara el eslogan y el anuncio de Coca-Cola para pedir un levantamiento, esta vez uno de verdad.
http://www.diagonalperiodico.net/saberes/y-si-nos-levantamos-para-nada.html
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