Los salvajes atentados acaecidos la pasada semana en París, entre los cuales destaca el perpetrado contra la sede del semanario satírico "Charlie Hebdo", vuelven a poner a Occidente en alerta ante la amenaza de eso que se ha venido a llamar "terrorismo islamista". Más allá de la conmoción y el rechazo que nos provocan estos horrendos crímenes, habría que preguntarse cuál es el verdadero origen de esta sinrazón.
Una vez más el autodenominado "mundo civilizado" vuelve a quedar horrorizado por la irrupción de unos salvajes desquiciados en sus apacibles calles. Es normal que esa clase de cosas ocurran en lugares miserables y dejados de la mano de Dios como Afganistán, Irak, Siria, Somalia o Nigeria. Pero no aquí, en la hermosa, próspera, pacífica y ejemplar Europa, bastión de la libertad y la democracia. No en París, una de sus capitales más deslumbrantes. No voy a entretenerme en relatar la secuencia de sucesos acaecida desde los primeros asesinatos en la sede de Charlie Hebdo hasta el fin de toda la operación contra los presuntos asaltantes que, como era de esperar, se saldó con éstos acribillados a balazos por las fuerzas de seguridad galas. Para eso ya están los principales medios de comunicación, que durante estos días y los que van a seguir, continuarán machacándonos una y otra vez con lo sucedido. Sí, una y otra vez repasando cómo se desarrollaron los atentados, una y otra vez repitiendo las mismas imágenes, una y otra vez lanzando soflamas en favor de la "libertad de expresión" y "en contra de la barbarie terrorista". "No nos ganarán la batalla", "no conseguirán atemorizarnos y doblegarnos", "vamos a demostrarles a los terroristas que la democracia y la civilización triunfarán sobre fanatismo y la intolerancia" ¡Que frases tan bonitas!, el Bien prevalecerá sobre el Mal y todas esas cosas. Ni que estuviéramos dentro de un cómic de superhéroes ¿Pero de dónde procede toda esta rabiosa falta de cordura que ha dado como resultado estos y otros muchos crímenes perpetrados por islamistas radicales? Más allá de las caricaturas del profeta Mahoma publicadas por algunas revistas de humor, la raíz del mal es bien profunda y arraiga en lugares tan insospechados como Washington, Londres, Tel Aviv, Riad y, por qué no, también en el propio París.
Durante estos días veremos desfilar por radios y televisiones a muchos acreditados "expertos" que nos esclarecerán hasta dónde llega el entramado de comandos, células y "lobos solitarios" que acecha en las sombras a la espera de entrar en acción y sobrecogernos de nuevo. Nos hablarán acerca de todo tipo de líderes terroristas, organizaciones de aquí y de allá, redes de reclutamiento de mártires suicidas, imanes y mullah fanáticos que lanzan discursos incendiarios desde las mezquitas haciendo llamamientos a la "guerra santa", de los talibanes y de la ferocidad de las milicias del Estado Islámico (Daesh en árabe) y de otras muchas cosas destinadas a ponernos los pelos de punta y hacernos sentir que estamos en el punto de mira de una horda de desalmados que no se sabe muy bien de dónde ha salido y con la que no se puede razonar.
¿Pero de verdad no sabemos de dónde ha surgido esta clase de gente? Seguramente a lo más que llegarán los informativos y programas de actualidad varios es a retrotraerse a los conflictos en Afganistán, Irak o Siria, a hablarnos de Osama bin Laden y de Al Qaeda, o a relatarnos cuáles fueron los orígenes de los autores de los ataques en París. Jóvenes de nacionalidad francesa pero hijos de inmigrantes, habitantes de uno de esos desangelados suburbios que son como islas mucho más allá del corazón de la "Ciudad de la Luz", bolsas de marginación, pobreza y exclusión. Guetos para minorías al fin y al cabo, donde el descontento estalla cada dos por tres en la forma de disturbios y decenas de coches incendiados, tal y como mostraba hará ya dos décadas la excelente película La haine ("El odio" en castellano). Reclutar a jóvenes descontentos, sin educación ni futuro, para luego lavarles el cerebro y convertirlos en asesinos suicidas, quizá haya resultado más sencillo de lo que parece; una muestra más del fracaso de las políticas de integración en Francia. Pero eso no basta para explicar la furia islamista que se ha desatado en medio mundo, ni tan siquiera podría explicarla la miseria en la que viven muchos de los habitantes de los países que se ven ensangrentados por la misma. Algo así tiene un origen distinto y rara vez se nos habla con claridad del mismo a no ser que acudas a determinadas fuentes que no son los medios mayoritarios. El resurgimiento del fanatismo religioso en el mundo árabe es un fenómeno que comenzó a hacerse visible sobre todo en la década de los 80 del siglo pasado ¿Por qué precisamente entonces y no antes?
Durante la década anterior, los 70, muchas de las naciones de esa área del globo parecían mucho más laicas e ideológicamente avanzadas que en la actualidad. En grandes ciudades como El Cairo, Damasco, Bagdad, Teherán o incluso Riad (capital de Arabia Saudí), no era tan raro ver a mujeres que salían a la calle solas y sin la cabeza o el rostro cubiertos, vestidas con ropas de estilo occidental, que acudían a las universidades a estudiar e incluso podían desarrollar una carrera profesional con cierta normalidad. Cosas como el burka eran en su mayor parte desconocidas en la mayoría del mundo musulmán, vestigios de la tradición en determinados rincones atrasados de su periferia, y la voz de los mullah más retrógrados no resonaba con tanta fuerza. Todo y que con altibajos, daba la impresión de que la mayoría de estos países caminaba seguro hacia la modernidad.
¿Qué sucedió para que, en poco tiempo, todo diera marcha atrás de una forma tan drástica? Una vez más esto tiene mucho que ver con el enfrentamiento de los dos grandes bloques, el comunista y el capitalista, durante la Guerra Fría. El nacionalismo árabe del periodo postcolonial era laico y de clara inspiración socialista, como bien lo demuestran figuras clave como el presidente egipcio Nasser o el líder de la OLP (Organización para la Liberación de Palestina) Yasir Arafat. En su compromiso con el antiimperialismo los panarabistas (defensores de la unión de todos los pueblos árabes) de las décadas de los 50, 60 y 70 se enfrentaron al legítimo heredero de los imperios coloniales europeos, Estados Unidos, y a su principal peón en la zona, Israel, que no en balde sobrevivió y prosperó gracias al apoyo occidental. Regímenes como el de Sadam Husein, Gadafi o Hafez al-Asad (y su hijo Bashar) se pueden considerar una versión degenerada de esta filosofía. Todo y que dictaduras corruptas y a veces especialmente crueles, conservaron su identidad laica, un importante grado de tolerancia religiosa y el compromiso por una serie de servicios públicos garantizados, que hacían que buena parte de los ciudadanos pudieran aspirar a llevar una vida medianamente decente (siempre y cuando no se metieran en "problemas" con las autoridades). Por supuesto también flirteaban con la Unión Soviética y aspiraban a destruir Israel, algo que el influyente lobby judío estadounidense no estaba dispuesto a permitir. Aparte estaba la importancia geoestratégica de la zona, la gran reserva de petróleo del mundo.
En ese estado de cosas llegaron los 80, la década de Reagan, Tatcher y la reacción ultraconservadora neoliberal. En esos años Moscú andaba enfrascado en su intervención en Afganistán (país que invadió a finales de 1979 para apoyar al gobierno comunista recién establecido). Fue entonces cuando la Casa Blanca y los jefazos de la CIA y el Pentágono idearon una estrategia para darle una buena dosis de su propia medicina a los soviéticos y que así tuvieran su propio "Vietnam" en Asia Central. Combatir el ateísmo comunista empleando una horda de "guerreros de Dios" que creyeran estar librando una santa cruzada contra el "demonio rojo", para lo cual no sólo captaron a un gran número de jóvenes afganos en los campos de refugiados, sino que además reclutaron a numerosos fanáticos y mercenarios procedentes de Oriente Medio. Osama bin Laden, miembro de una muy adinerada familia saudí, fue uno de los que acudió a la llamada. A todos ellos se los adiestró y armó profusamente para crear una infraestructura eficaz que pudiera golpear al ejército soviético en un terreno que no dominaba, una operación en la que Estados Unidos, el Reino Unido, Israel, Arabia Saudí y Pakistán entre otros invirtieron miles de millones de dólares. La jugada salió bien y la Unión Soviética hubo de retirarse de Afganistán en 1989 con el rabo entre las piernas, poco después se desmoronaría fruto de su propia inoperancia. La victoria de los muyahidines en Afganistán, así como la instauración del régimen de los ayatolás en Irán en 1979, supusieron una auténtica convulsión en todo el mundo musulmán. El socialismo árabe estaba decrépito, aquello era un mensaje de Dios y pronto el islamismo más extremista cobró fuerza resurgiendo en todas partes. Viejas soluciones y un mensaje simplista para solucionar los problemas en un mundo moderno.
El fundamentalismo violento que sacude al Islam es un monstruo creado en los sótanos de la CIA, el MI6 británico, el Mossad israelí y, por qué no, los servicios secretos franceses (esos mismos que, hace años, se dedicaban a poner bombas en los barcos de peligrosos ecologistas que tenían la mala idea de protestar contra unas inofensivas pruebas con armas nucleares). Posteriormente el monstruo sería generosamente alimentado por la dictadura teocrática de Arabia Saudí y el resto de regímenes petroleros del Golfo Pérsico, esos mismos que nos deslumbran con sus demostraciones de desmesura, islas artificiales en medio del mar, rascacielos de alturas imposibles y pistas de esquí en medio del ardiente desierto, erigidas con mano de obra semiesclava. Así fue como el islamismo más reaccionario creció y creció. Pasó de ser un tentáculo más del poder que lo había creado a independizarse y convertirse en una rabiosa serpiente dispuesta morder a quienes la alimentaron.
Pensábamos aliviados que los atentados del 11 de septiembre en Nueva York, o los de Madrid y Londres más tarde, habían hecho recapacitar a los líderes de Occidente. No se volvería a cometer el mismo error. No se alimentaría el fanatismo nuevamente y mucho menos se lo apoyaría con armas y dinero. Pero llegaron las invasiones de Afganistán e Irak, fruto de eso que llamaron la "Guerra contra el Terror", y nuevamente Estados Unidos se encontró empantanado en conflictos de difícil solución. Aunque no tanto como en Vietnam, los norteamericanos han salido escaldados de Irak y para colmo dejaron en el poder a un gobierno de mayoría chií que aproximaba sus posiciones a Irán, un régimen teocrático pero que siempre ha estado enemistado con Occidente. Luego llegó la malograda Primavera Árabe, que pronto se convertiría en una buena oportunidad para quitar de en medio a sátrapas incómodos como Gadafi o al-Asad, que no se dejaban manipular todo lo que Washington quería y que además eran aliados potenciales de Rusia y China. Al fin y al cabo estos últimos son el gran enemigo.
Y de repente los fanáticos volvieron a campar a sus anchas por Libia, Irak y Siria, de repente se los empezó a llamar "rebeldes" y no "terroristas" y, una vez más, Occidente los apoyó y armó en su lucha contra éste u otro dictador. La historia se repite, si de entre las ruinas de un Afganistán devastado surgió Al Qaeda, de las de Irak y Siria ha surgido el Daesh, una bestia más furibunda aún si cabe y que terminará de traer la ruina a Oriente Medio si no se la detiene a tiempo. Todo rastro de civilización parece desaparecer a su paso, ejecuciones públicas y decapitaciones, las minorías religiosas masacradas, leyes más propias de la Edad Media que del siglo XXI y millones de mujeres enjauladas tras sus niqab o sus burka, perdidos todos sus derechos y convertidas en enemigas por los islamistas, pues sólo pueden esperar de ellos la esclavitud o la muerte. Por repudiar estos descerebrados repudian hasta las señas de identidad de su propia cultura, proscribiendo clásicos de la civilización árabe como Las Mil y Una Noches por considerarla una obra inmoral repleta de perversiones; deben de considerar que las atrocidades que ellos cometen no lo son. Sadam Husein o Gadafi fueron dictadores que oprimieron a su pueblo, pero lo que ha llegado tras ellos es mucho peor y nadie puede negarlo. El fanatismo ha explotado y se extiende más allá de Oriente Medio o Asia Central. Llega al África subsahariana, a la Nigeria de los asesinos y traficantes de niñas de Boko Haram. Y sí, también ha llegado a Europa como hemos podido comprobar.
¿Acaso nadie era capaz de verlo? Que no nos vendan que los salvajes del Estado Islámico son como "gremlins" que han surgido de las arenas del desierto a millares como por arte de magia, una vez más los que han hecho posible su existencia son los mismos que lo empezaron todo en los 80 para destruir el Comunismo. Aparte de eso, preguntémonos quién gana y quién pierde tras los atentados de París. Ganan aquellos que, aprovechando nuestro temor a que un encapuchado irrumpa en cualquier espacio público con un fusil de asalto o un chaleco repleto de explosivos al grito de Allah Akbar, procederán a recortar las libertades en nombre de la seguridad, aumentando las medidas de vigilancia en calles, aeropuertos, estaciones de metro o tren, centros comerciales y tiendas de barrio, Internet y quién sabe si hasta dentro de nuestras casas. Ganan también los xenófobos, aquellos que pretenden blindar todavía más las fronteras de Europa frente a la inmigración y los partidos de ultraderecha como el Front National de la saga Le Pen, que sin duda no dejarán pasar esta oportunidad de recolectar votos. Y por supuesto gana también el complejo industrial-militar y los buitres financieros que lo sustentan, pues la guerra en todas sus versiones sigue siendo el mayor negocio del mundo. Perdemos todos los ciudadanos en conjunto, porque aceptaremos con resignación el estado de sitio cuando nos lo impongan, esperando a salir de nuestras casas como niños obedientes sólo cuando nos den permiso . Y pierden asimismo las minorías, especialmente las de origen árabe o musulmán. A partir de ahora que los miembros pacíficos y decentes de esta comunidad, a decir verdad la inmensa mayoría, se anden con mucho cuidado, no vaya a ser que un policía con demasiados prejuicios o exceso de celo les vuele la cabeza a las primeras de cambio por verlos correr por la calle o oírles gritar algo en una lengua que por supuesto no entiende. Ya lo hemos visto antes, como por ejemplo después de los atentados de Londres en julio de 2005, cuando Jean Charles de Menezes, joven de origen brasileño, fue abatido a tiros por la policía en el metro al ser confundido con un presunto terrorista. Ya se sabe, el tono de piel es un agravante, no importa de donde vengas.
Finalmente me llaman especialmente la atención una serie de hechos relacionados con todo esto. Quizá muchos no se enteraron, pero el pasado 4 de diciembre un comando islamista irrumpió a sangre y fuego en Grozni, capital de Chechenia (a pesar de todo todavía parte integrante de la Federación Rusa). En el ataque murieron al menos veinte personas, entre ellas varios policías y parte de los asaltantes, el mayor incidente de estas características que se ha producido en la zona en los últimos años (si no ver las imágenes de un edificio en llamas a consecuencia de los enfrentamientos que se produjeron). Quienes protagonizaron este asalto no son muy distintos a los responsables de la matanza en la redacción de Charlie Hebdo en su forma de pensar o actuar, pero aun así varios medios occidentales se refirieron a ellos calificándolos de "rebeldes" o "guerrilleros". Curioso, ¿verdad? Será que, dependiendo de a quién te cargues, te llaman terrorista o no. Después nos enteramos que, con los cuerpos de las víctimas de París todavía calientes, el humorista Facu Díez es denunciado ante la Audiencia Nacional por un vídeo satírico en el que aparece encapuchado anunciando la disolución del PP y "el cese de todas sus actividades corruptas". Dibujar una caricatura de Mahoma con una bomba por turbante "es un ejercicio de libertad de expresión", realizar un sketch con un pasamontañas parodiando al PP "es humillar y despreciar a las víctimas del terrorismo". No puede haber mayor muestra de hipocresía. Quienes pretenden acallar a este cómico son los mismos a los que se les ha llenado la boca estos días con palabras en defensa de las libertades, la democracia y la civilización. Sí, pero también son los mismos que implantan la Ley Mordaza (o de la patada en la boca, el tiro en la nuca o como se la quiera llamar). Pueden acusar a los extremistas musulmanes de querer regresar a la Edad Media, bueno, ellos se contentan con hacernos regresar a los tiempos del franquismo.
En este mundo enloquecido a veces da la impresión de que ya sólo nos queda entonar un réquiem por la cordura perdida, esa cordura o sensatez que parecen no haber mostrado los dirigentes occidentales al no haber aprendido de lecciones como el 11S o el 11M. Pero es más probable que los que no hayamos aprendido esa lección seamos nosotros por confiar en ellos. Al fin y al cabo, si lo que de verdad se desea es mantenernos controlados, temerosos y bien calladitos, que seamos obedientes y aceptemos mejor lo que nos impongan, espolear a una panda de iluminados sedientos de sangre puede que no sea tan mala idea. Tal vez, y sólo tal vez, si los llamados "yihadistas" existen es porque interesa que existan. Y otra cosa, el término yihad no significa "guerra santa" en árabe tal y como muchos creen. La traducción literal sería "esfuerzo" y hace referencia a las obligaciones religiosas de los buenos musulmanes, que pueden ser tan variadas como orar cinco veces al día, asistir a los necesitados, promover la paz y la armonía social y otras muchas cosas que no necesariamente tienen que ver con matar infieles. Una demostración más de cómo, desde determinadas instancias, se falsean, manipulan y tergiversan las realidades que desconocemos.
por Juan Nadie
http://agenciatigris.blogspot.com.es/
Enero 2015
1 comentario :
http://www.counterpunch.org/2015/01/09/who-should-be-blamed-for-muslim-terrorism/
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