22 feb 2015

Andalucía, ¿fin de régimen?

Treinta y cinco años después del 28 de febrero, Andalucía sigue siendo
dependiente en lo económico (quizá aún más que entonces), subalterna en lo político
(sólo se tiene en cuenta como granero de votos o trampolín para carreras personales
dentro de partidos) y degradada en lo cultural (basta con conectar Canal Sur cinco
minutos o comprobar la ausencia de nuestra cultura en las instituciones educativas).
Andalucía no ha resuelto ninguno de sus principales problemas, ni ha convergido con
otros territorios del Estado, ni ha avanzado en términos comparativos respecto a ellos:
estamos donde estábamos, en el último lugar en todas las estadísticas. Ello se debe a que
si bien Andalucía conquistó aquel día de 1980 su derecho a ser reconocida como una
autonomía de primera división, equiparándose jurídicamente a Cataluña, el País Vasco y
Galicia, el Estatuto consensuado luego por UCD, PSOE, PCE y PSA-PA careció de
competencias para las transformaciones necesarias y nunca los sucesivos gobiernos de
la Junta, siempre del mismo partido, quisieron que Andalucía jugara en la división a la
que tenía derecho –la de las nacionalidades- sino en la inferior –la de las regiones-.

Lo que sí ha sido la autonomía andaluza es el medio para la instauración de un
régimen. El sueño de Alfonso Guerra de hacer del PSOE un doble del PRI mejicano sí
se ha cumplido en Andalucía. Su partido nos viene gobernando un tiempo que ya
equivale prácticamente al del franquismo. Por supuesto que debido a los resultados
electorales, por lo que nadie debe cuestionar su legitimidad de origen pero sí la
legitimidad de función: lo que se ha construido ha sido una trama político-clientelar,
una urdimbre económico-política y un monopolio de los medios de comunicación
públicos que tiene como resultado la corrupción que emerge por todas partes y una
forma prepotente de gobernar que está en las antípodas de una democracia real, aunque
a veces esto se enmascare con la retórica o, como ahora, con un populismo barato.

Hace casi tres años, el PSOE no consiguió el necesario apoyo en votos pero allá
que fue Izquierda Unida para servirle de muleta de apoyo, ofreciendo sus diputados,
como en otras legislaturas ya hiciera el PA con resultado de suicidio, para garantizar la
permanencia del régimen a cambio de tres consejerías y un “pacto de 28 leyes”, que
ahora ha sido burlado como era fácil de prever. Cuando ya no han sido necesarios para
el régimen, una vez aprobados los presupuestos de este año, los de IU han sido puestos
de patitas en la calle y todavía hoy, a la vez que critican a quien los ha expulsado (sólo
faltaría que aplaudieran a Doña Susana), no cierran la puerta a posibles acuerdos
postelectorales con la justificación de siempre: cerrar el paso a “la derecha”. Por lo que
se ve, siguen pensando que el PSOE es un partido de izquierda.

Más allá de donde cada quién situemos ideológicamente a cada partido político
(si es que alguien piensa que estos responden hoy a ideologías y no son sólo lobbies de
intereses), el mantenimiento en el poder de un mismo partido, durante treinta y cinco
años, no es sano. Ni en Andalucía ni en ninguna otra parte, porque el territorio se
convierte en cortijo y los ciudadanos en clientes. Incluso si no hubiera alternativas, es
decir, propuestas que respondieran a una lógica centrada en los derechos de las personas y los pueblos, en la lucha contra las desigualdades, la interculturalidad y el derecho a
decidir a todos los niveles, y no en facilitar los beneficios a bancos y multinacionales,
la ocupación por largo tiempo de instituciones y cargos de poder por una misma
organización o unas mismas personas es siempre negativa, entre otras cosas porque,
como afirma una frase bien conocida, el poder corrompe y el poder absoluto corrompe
absolutamente. Y aquí nunca ha habido ni alternativa ni siquiera alternancia.

El adelanto electoral, posibilitado porque somos, aunque nadie lo tenga en
cuenta salvo para esto, una autonomía de primera división, y la defenestración de los
socios ¿o peones? de ocasión en el gobierno de la Junta sólo tiene una clave: evitar que
las elecciones andaluzas tengan lugar tras dos sucesivos descalabros electorales del
PSOE para tratar de mantener, por otros cuatro años, el régimen pesocialista en
Andalucía, apuntalando también al partido, si se consiguiera este objetivo, en las
municipales y generales. La debilidad aquí de los adversarios en este momento (el PP
tiene que esconder a su candidato bajo la chaqueta de Rajoy, Podemos está a medio
construir, IU sigue con su posibilismo entreguista) hace ahora más factible esa
posibilidad que dentro de un año. Si estas elecciones no significaran el fin del régimen,
Andalucía será utilizada como la nueva Covadonga para la reconquista de España por el
partido que inventaron Felipe González y Guerra, teledirigidos por Willy Brandt. Y esa
guerra en modo alguno nos interesa a los andaluces.

por ISIDORO MORENO
Catedrático Emérito de la Universidad de Sevilla
Para Diario de Sevilla y otros diarios del Grupo Joly. Entregado el 15 de febrero de 2015

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