First we take Athens, then we take Madrid. El eco festivo de las calles de Atenas ya es el estribillo bailongo de muchos movimientos sociales del Estado español. Algunos activistas ibéricos (portugueses incluidos) celebran el triunfo de Syriza como si fuese propio. A primera vista parece de cajón: la crisis y la austeridad provocaron fuertes movilizaciones sociales en Grecia. Y así surgió la posibilidad de la victoria de Syriza. Sin embargo, cualquiera que haya pasado por Grecia en los últimos tiempos se ha topado con una realidad más compleja. Alexis Tsipras, para muchos movimientos sociales, es un vendido. Un oportunista pop que no representa a la voz de las calles. En los centros ocupados echan pestes contra Syriza. En los colectivos autónomos no quieren saber nada de una coalición que aspira a aparecer en la foto oficial de la Unión Europea. Y Solidarity4all, la plataforma social de Syriza elogiada por Ada Colau, se lleva palos siderales.
Los movimientos de la izquierda clásica – muchos anarquistas, los militantes exageradamente vintage del KKE, el Partido Comunista – ven a Solidarity4all como un espacio fake creado para cooptar a los movimientos sociales para el planeta Syriza. Muchos indignados que tomaron la plaza Syntagma en 2011 tildan a Tsipras de vieja política. Y si se pregunta por Syriza a las personas que gestionan colectivamente una clínica o crean una cooperativa ecológica las respuestas apuntan a una misma dirección: “los de Syriza son políticos profesionales”, “vienen del PASOK (partido socialista)”, “no tienen un pie en la calle”. Y aquí llega la mala noticia de las elecciones griegas para los mitómanos de los movimientos españoles y/o globales: el éxito de Syriza se debe a múltiples motivos. Nunca a una linealidad de Movimientos y Ciudadanos Que Toman La Calle y Luego Llegan al Poder. También debería ser mala noticia para las fuerzas conservadoras que califican a Syriza de izquierda radical: a Syriza le llueve críticas desde la izquierda y desde la calle.
Tsipras no es calle. No es movimiento. No es activista. Se sentiría tan incómodo en una ocupa o en una asamblea como cualquier político del star system. Los movimientos sociales no le aprecian demasiado. Una buena parte de los barbudos izquierdistas que ocupan edificios en Exarcheia, el barrio anarco de Atenas, forman parte de ese 37% de abstencionistas. Muchos de los habituales en las rojinegras manifestaciones anti fascistas habrán votado nulo o habrán depositado su confianza en el inamovible partido comunista. Y otro porcentaje de esa Grecia colaborativa se ha volcado en Antarsya (algo así como Izquierda Anticapitalista), que obtuvo un 0,62%. Tal vez, algunos hayan votado a Potami o incluso a Griegos Independientes (Anel), también radicales anti Troika y ya embarcados en el Gobierno de Tsipras.
Es innegable: mucha gente de los movimientos sociales, entre la espada conservadora de Nueva Democracia y la pared de la Troika, habrá votado a Syriza. Unos con cierta esperanza de cambio. Otros, a regañadientes. Sin embargo, el importante ascenso electoral de la coalición habría que buscarlo en muchos otros factores: en su estrategia mediática, en sus calculadas indefiniciones, en su narrativa anti austeridad, en sus apelos descarados al votante descontento….
Cierto: Syriza bebe de ese hundimiento llamado Pasok, el casi aniquilado partido socialista griego. Pero se alimenta también de una masa de votantes desencantados, históricamente no politizados, que sufren en su día a día el colapso del sistema. La abuela analógica que ve a su nieto desempleado y que tiene miedo de perder su seguridad social ha sido más importante para Syriza que el rojeras de la cooperativa del barrio. Y es la televisión, estúpido. Las imágenes edulcoradas del Tsipras estrella pop haciéndole la rosca al Euro o besándole la mano a padres ortodoxos han funcionado. Syriza sobrevivió al fuego amigo. Y se transformó en un partido de masas gracias a las construcciones del marketing y a las fotografías retocadas en los laboratorios de la vieja política.
Las plazas tomadas y los movimientos tejieron una red-necesaria-pero-no-suficiente para transformar Grecia. Dinamitaron el consenso sobre la política posible. Generaron la brecha subjetiva que abrió el camino al cambio macropolítico. Syriza se apoyó en ese ecosistema. Y supo encontrar la narrativa agregadora para ese nuevo imaginario en un escenario político tan convulso como el griego, donde la ultra derecha también se aprovecha del deseo de cambio.
Los desafíos macro políticos y económicos de Syriza son cruciales y superlativos. Pero también existe otro desafío vital: cómo dialogar con los movimientos sociales. Syriza ha capitalizado electoralmente el malestar social sin un excesivo diálogo con las calles. Y en un país como Grecia, con un exuberante tejido de prácticas ciudadanas, eso puede pasarles factura. Muchos griegos han ido dando las espaldas al Estado en los últimos años. Se han armado de colectividad. Se han sumergido en procesos colaborativos, cooperativos. Han alimentado el tan hablado procomún, sin saberlo. Y ahora se encuentran frente a un nuevo Gobierno que ha llegado al poder usando casi las mismas estrategias y tácticas de la vieja política. El mensaje cambia. El tono también. No tanto la forma.
Pero los detalles simbólicos de la primera semana de Gobierno son muy contundentes. Y hay que aceptarlo: la sociedad civil, en el contexto griego, poco puede hacer contra el rodillo de la Troika. Syriza es la herramienta y el revulsivo para forzar el cambio. Aquí llega la segunda mala noticia para los mitómanos de los movimientos españoles: la tan hablada multitud, la que construye biopolítica en las calles y redes, todavía necesita a la masa para conseguir cambiar las cosas. Syriza ha hecho más en seis días que los anteriores Gobiernos, afirmaba el pasado sábado Pablo Iglesias, en la puerta del Sol de Madrid. Simbólicamente, Syriza ha hecho más que cualquier Gobierno de Europa en la última década. Segunda mala noticia o real politik: el #SíSePuede de las calles necesita una palanca del cambio ejecutiva.
Syriza tiene el desafío de cambiar el rumbo de la Unión Europea. Algo que dificilmente se conseguirá sin más apoyos desde el sur de Europa (también desde el norte). Sin embargo, el desafío de Syriza también pasa por reinventar el formato de la política, los espacios de diálogo, los métodos de creación colectiva, la sensibilidad de la escucha. Sin intentar entender ese nuevo ecosistema ciudadano, que atraviesa al Estado y al mercado, Syriza decepcionará a muchos. Sin prestar atención a ese rumor social que brota en los laterales de la política, en las brechas donde la ciudadanía ha plantado sus brotes verdes, Syriza se verá atrapada por un creciente fuego amigo. First we take Athens, then we take Madrid. Suena bien. Y aunque Grecia no sea España, el laberinto de Syriza y los movimientos sociales sirve para el siempre optimista ecosistema quincemayista. Y también sirve, cómo no, para la oleada de Podemos, Ganemos y las mil y una siglas del 2015 español. El escenario griego debería ser especialmente instructivo para todos aquellos que critican a Podemos y continúan entonando aquel algo desgastado “cambiar el mundo sin tomar el poder”.
blog de Bernardo Gutiérrez
2 febrero, 2015
http://codigo-abierto.cc
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