El texto suscitó más comentarios que los habituales, algunos de los cuales cuestionaban mis opiniones y otros las aprobaban. Entre ellos, una larga discusión entre lectores acerca de las implicaciones del tema con la teoría evolutiva, que requeriría un tratamiento aparte. En todos los casos, los comentarios razonaban sus argumentos y evitaban cualquier insulto o descalificación, lo cual es de agradecer: toda opinión necesita este tipo de críticas. Y vaya por delante que el artículo no pretendía cuestionar el programa ni la trayectoria de Podemos, sino hacer un aporte positivo, señalando un aspecto que me parece incoherente con sus propuestas.
Muchas de las objeciones a mi artículo se resumen en dos argumentos relacionados entre sí. En primer lugar, que las etiquetas de izquierda o derecha no significan nada por sí mismas y que lo realmente importante es la política concreta que el partido propone. En segundo lugar, que el término “izquierda” ha sido vaciado de contenido por las políticas que desarrolló el PSOE y otros partidos en España y en toda Europa y que más vale dejar de utilizar esos términos para evitar confusiones. Sería mejor hablar de “arriba y abajo” o de “oligarquía y democracia”. No son las palabras las que importan, sino los hechos.
Creo que ambas objeciones no carecen de fundamento: ya en el mismo texto se afirmaba que la mera adscripción verbal a la izquierda no significa nada por sí misma y que las recientes políticas aplicadas en su nombre habían deteriorado su sentido. Pero me parece un error renunciar por ello a identificarnos con una larga historia y dejar el término de izquierda en manos de quienes lo aprovechan para llenarlo del contenido que les conviene, aunque no sean las palabras lo más importante. Y mucho menos para sustituirlo por otros conceptos más tergiversados aún, como el concepto de democracia (recordemos la democracia orgánica), de ciudadanía o de oligarquía.
No es el momento de renunciar a la defensa de la izquierda, sino el de rescatar ese término de manos de aquellos que lo emplean vaciándolo de contenido. Y la razón principal para rescatarlo consiste en que su significado no se limita a expresar una opción política —aunque también—, sino que define una manera de entender las relaciones sociales que consiste en lo que los filósofos llamarían una manera “de estar en el mundo”.
Las posturas que se suelen caracterizar como “de izquierdas” o “de derechas” expresan actitudes distintas frente a muchos problemas sociales, económicos y morales. Ante temas como la cooperación al desarrollo, la inmigración, la ecología, la xenofobia y el racismo, la eutanasia, el aborto, el hambre en el mundo, el terrorismo, los anticonceptivos, el islamismo, la marginación, el laicismo, la sanidad y educación pública, los derechos de la mujer, el tercer mundo, los impuestos, la pena de muerte o la homosexualidad, las posiciones suelen agruparse de modo relativamente coherente en dos grupos diferenciados: no es frecuente, por ejemplo, que una misma persona defienda la legalización del aborto y se oponga al matrimonio homosexual, o que adopte una actitud racista y xenófoba y defienda el feminismo. Como tampoco lo es que quien defiende la privatización de los servicios públicos luche por los derechos de los inmigrantes y promueva la cooperación con el tercer mundo.
Es verdad que las “nuevas derechas” han alterado considerablemente este esquema, más reconocible en la derecha fascista que en las plataformas de la derecha liberal, pero aun así puede notarse un acento distinto que suele agrupar las opiniones ante estos y otros muchos problemas en dos opciones ideológicas diferenciadas, aunque no sean totalmente excluyentes y admitan muchas excepciones.
Porque hay que recordar que los términos de izquierda y derecha son términos espaciales y por lo tanto relativos: la calificación de derechista o izquierdista depende del término de comparación que usemos (¿a la izquierda o a la derecha de quién?). Hasta el Partido Popular está a la izquierda del Amanecer Dorado de Grecia. Y en mi artículo anterior quizás me apresuraba a incluir sin matices a UPyD y a Ciudadanos en el grupo de la derecha, opinión que despertó la protesta de un lector. Creo que entre sus votantes y simpatizantes hay muchas personas que no aceptarían esa adscripción; los límites siempre son discutibles.
De todas maneras, y aunque los límites sean discutibles, esto no diluye la diferencia entre izquierda y derecha ni la necesidad de tomar partido. Kant hablaba de la “insociable sociabilidad del hombre”: somos individuos únicos, pero a la vez la sociedad forma parte de nosotros mismos. De este doble aspecto de nuestra condición humana proviene la tensión entre individuo y sociedad, una tensión nunca resuelta, ya que aunque todos estamos de acuerdo en que ambos términos son irrenunciables y se necesitan el uno al otro, la acentuación de uno u otro aspecto da como resultado posturas políticas contrapuestas.
No es fácil armonizar los deseos individuales con las necesidades de los que nos rodean. Margaret Thatcher expresaba claramente su opción: “La sociedad no existe; hay individuos, hombres y mujeres y hay familias”. Pasando por alto la incongruencia de aceptar la sociedad familiar pero rechazar la existencia de cualquier otra, es evidente que la frase expresa una apuesta por el interés particular que relega la sociedad al reino de las abstracciones. La libertad, en este caso, es una propiedad de cada persona, acentuando así su singularidad. Por el contrario, si el acento recae en la sociedad, se entiende la libertad como un modo de relación social que excluye las relaciones de dominación y considera la sociedad como una dimensión inmanente al mismo individuo, poniendo el énfasis en la igualdad de derechos de los ciudadanos.
Cada una de estas opciones tiene su propio argumentario. La derecha liberal argumentará que el libre juego de la iniciativa privada redunda en interés de la sociedad. La izquierda preferirá un modelo en el cual el Estado, como representación del conjunto de los ciudadanos, tenga una intervención más activa en la articulación de las relaciones sociales. Los primeros preferirán pocos impuestos y que cada uno se pague lo que necesite. Los otros optarán por que el Estado gestione los servicios sociales cobrando más al que más tiene (y dejo de lado la descripción de la derecha fascista, que requeriría un tratamiento aparte). Individuo y sociedad no se excluyen, pero frecuentemente exigen opciones que no son fáciles de armonizar y que ponen el acento en uno u otro de los términos por una opción ética. Y cada ideología tiene, por supuesto, sus propias patologías.
En resumen, izquierda y derecha no son meros nombres ni carecen de contenido, aunque no sea fácil definir su significado y establecer sus fronteras, cosa que conviene recordar como prevención ante el sectarismo. Y optar abiertamente por una postura de izquierdas implica sumarse a una manera de ver el mundo desde su dimensión social, una perspectiva que comienza ya entre los viejos griegos y romanos, inspira las utopías renacentistas, toma su nombre en la asamblea de la Revolución Francesa y genera infinidad de movilizaciones y luchas en los dos siglos que nos preceden, luchas que tienen en común su apuesta por el aspecto social de la vida y su rechazo al individualismo y a los privilegios.
¿Tiene sentido entonces que un partido formado por gente de izquierdas, cuyos programas y documentos, y hasta su estética, son claramente de izquierdas, se desvincule de esta historia y evite este término por temor a espantar a ciudadanos que provienen de distintas ideologías? ¿Creen acaso que esos ciudadanos no comprenden su estrategia y no piensan que incluso podrían sentirse ofendidos por ese disimulo? ¿No sería más prudente reivindicar a la izquierda, mostrando que no consiste en la caricatura que pretende identificarla con las dictaduras, la burocracia estatal y el oportunismo político y que constituye una opción que pone por delante la igualdad de derechos de todos los seres humanos?
Es evidente que estos tiempos exigen la superación del sectarismo y la unión de todos aquellos que, vengan de donde vengan, se sumen a un proyecto capaz de construir una sociedad que asegure la participación de todos los ciudadanos, detenga la creciente desigualdad y elimine los privilegios. Pero, casualmente, en eso consiste la izquierda.
por Augusto Klappenbach
Escritor y filósofo
06/02/2015
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