La política española se ha convertido en un espectáculo para contemplar con palomitas. Un público irritado y caprichoso hace subir y bajar a los políticos a un ritmo vertiginoso. Hay una demanda muy fuerte de novedades: hace unos meses la conversación giraba en torno a Podemos y ahora Ciudadanos parece haber ocupado “la centralidad” del debate. ¿Qué será lo próximo? La gente reclama nuevas formaciones que alimenten su voracidad política.
El espectáculo político está adquiriendo tintes de un reality, como si fuera un Gran Hermano en el que los televidentes van nominando y expulsando a los políticos hasta llegar a la final el día de las elecciones generales. Los últimos jugadores en entrar a la “casa” han sido los intelectuales, veremos cuánto tardan en perder el favor del público. Ya sólo falta que Mercedes Milá presida el Congreso.
En este concurso virtual, hay perdedores que salen muy tocados. Rosa Díez, que llegó a ser la política mejor valorada en España, es hoy una sombra de sí misma. En aprecio ciudadano le han superado Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y, más recientemente, Albert Rivera. Ella, que prometía regenerar la vida pública española, que quería enarbolar en su persona la suprema dignidad constitucional, parece hoy una política perdida, aferrada al cargo, repudiada por los suyos y víctima de un absurdo culto a la personalidad.
Rosa y su partido, UPyD, son hoy un “juguete roto”. Un grupo de intelectuales, capitaneado por Fernando Savater, apostó por Díez, una modesta administrativa, sin estudios universitarios, que venía ocupando cargos políticos en el PSOE desde 1979, cuando fue elegida Diputada Foral de Vizcaya. Díez es el ejemplo perfecto de política profesional que enlaza un cargo con el siguiente. Se trata de una de las políticas más veteranas de la democracia española.
Tuvo la audacia de presentarse a la secretaría general del PSOE en 2000, pero quedó la última (tras Zapatero, Bono y Matilde Fernández), con solo un 6% del voto de los delegados (ya había perdido antes en las primarias del PSE frente a Nicolás Redondo Terreros). Sin poder aguantar su irrelevancia política, se reinventó como una anti-nacionalista primaria y furiosa, a pesar de que entre 1991 y 1998 no tuvo demasiados escrúpulos en ocupar una consejería en el Gobierno vasco de coalición entre el PNV y el PSE.
Fernando Savater, Mario Vargas Llosa, Aurelio Arteta, Mikel Buesa, Albert Boadella, Herman Terstch, Álvaro Pombo, Antonio Elorza, Andrés Trapiello y Félix de Azua, entre muchos otros intelectuales, le han hecho un daño terrible a esta funcionaria política, que ha acabado endiosándose.
Produce mucho sonrojo releer ahora las lisonjas ridículas que le dedicaba Vargas Llosa (¿se acuerdan de Una rosa para Rosa?) o ver de nuevo la intervención locoide de Álvaro Pombo en el mitin de Vistalegre de abril de 2011 gritando como un energúmeno “¡Viva Rosa Díez!” en el discurso más estrambótico de la historia política española (aquí el montaje del director en un solo minuto). Por no hablar de cómo Rosa y UPyD se dejaron querer por tipos tan recomendables como Federico Jiménez Losantos y Pedro J. Ramírez.
Díez acabó creyéndose los ditirambos que decían de ella y empezó a repetir como un papagayo las simplezas de Savater y los suyos sobre la maldad del nacionalismo, la unidad de España y el Estado del derecho. Eso sí, lo hacía con desparpajo y chulería bilbaína. Consiguió de este modo convertirse en la portavoz del malestar de esa legión de intelectuales recalentados con la cuestión catalana y vasca y en posiciones cada vez más derechistas y reaccionarias.
Rosa Díez incurre en simplificaciones groseras, como confundir el Estado de derecho con la uniformidad de la ley en todo el territorio, o suponer que las naciones son construcciones jurídicas (véase un ejemplo, aquí). En fin, teoría política de “todo a un euro” que tiene su clientela en España.
“Rosa de España”, como algunos la llamaron, utilizó la artillería más pesada para arremeter contra el proceso de paz de Zapatero. Para ella, el diálogo con los terroristas era una ofensa a las víctimas y liquidaba el orden constitucional. Que Zapatero lograra con su diálogo meter una cuña decisiva entre ETA y la izquierda abertzale, y que la organización terrorista acabara renunciando a la violencia en octubre de 2011 es algo que ni Díez ni sus intelectuales palmeros han podido asimilar con naturalidad.
Los ideólogos de UPyD nunca encontraron un perfil político definido para el partido. En estos últimos años, sin poder combatir a ETA y sin encontrar una línea clara en la cuestión de la crisis económica, el partido ha intentado buscarse un hueco en la lucha contra la corrupción. Sin embargo, la operación no ha funcionado, entre otras cosas porque la trayectoria de la líder es el ejemplo más acabado de la vieja política. En cuanto han surgido nuevas figuras críticas con la política tradicional, la imagen de Díez se ha desdibujado del todo.
A todo esto debe añadirse la forma despótica en la que ha resuelto los conflictos internos, con el apoyo rocoso de su peculiar escudero, el simple de Carlos Martínez Gorriarán. Es justo reconocer que Rosa tiene que enfrentarse dentro del partido a unos egos enormes y llenos de ambición, pero eso no justifica los castigos que ha aplicado a los disidentes.
Los intelectuales que tanto hicieron por Rosa se mantienen ahora callados. En este sentido, la crisis terminal de UPyD resulta más reveladora sobre las limitaciones de la intelectualidad española que sobre Rosa Díez. A quienes habían seguido la trayectoria de Díez, dominada por el oportunismo más descarado, no les puede sorprender demasiado que esté acabando como lo está haciendo. Al final, su cultura de aparato y su baja talla política le tenían que pasar factura.
En realidad, lo más sorprendente es la mezcla de ingenuidad, frivolidad y arrogancia de esa legión de profesores, escritores e intelectuales varios que se creían que un partido político puede construirse con cuatro tópicos que no resisten un mínimo examen y con gente como Rosa Díez al frente.
Rosa Díez es hoy el “juguete roto” de todos esos intelectuales que tanto la jalearon. Ahora que ya no les sirve la dejarán tirada. Así son ellos. Próxima estación, Ciudadanos.
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Ignacio Sánchez Cuenca es director de Instituto Carlos III-Juan March de Ciencias Sociales de la Universidad Carlos III de Madrid y Profesor de Ciencia Política en la misma universidad.
12/04/14
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