22 ene 2014

Policía



"Uno de los muchos asuntos que dejó pendiente la “modélica transición” fue la democratización de fuerzas de seguridad. De la noche a la mañana la misma policía que había torturado, matado y apaleado a miles de ciudadanos en nombre de la ley de Franco por la gracia de Dios se convirtió en garante y defensora de nuestros derechos, cosa evidentemente imposible: Quienes habían conculcado sistemáticamente todos los derechos humanos no podían transformarse como por encantamiento en los máximos adalides de los mismos porque aquellas personas que habían sido capaces de torturar año tras año traspasaron las fronteras que hay entre el ser humano y especies inferiores que no tienen capacidad de discernir y, por tanto, de distinguir entre lo que repugna a la ética o aquello que la engrandece. Los titubeos incesantes de aquel periodo llegaron a tal grado de ineptitud que tras aprobar la Constitución de 1978 los poderes públicos ni siquiera fueron capaces de unificar los cuerpos policiales preexistentes –policía armada, formada con el asesoramiento del jefe de las SS Heinrich Luitpold Himmler, y guardia civil, fundada por el Duque de Ahumada para proteger la gran propiedad- en uno solo de nuevo cuño que actuase al modo de las policías federales y con criterios democráticos. De tal modo que los grupos fascistas que nos acompañaron dramáticamente durante aquellos años –Batallón Vasco Español, Triple A, Guerrilleros de Cristo, GAL- continuaron funcionando sin el menor obstáculo y sin solución de continuidad hasta 1989.

Se creyó entonces que el tiempo terminaría por apartar de la función pública a los más conspicuos franquistas y que la sangre joven, la modificación de reglamentos y las academias conformarían una nueva policía acorde con los tiempos, pero no se encaró ningún proceso depurativo que apartase para siempre, y condenase, a aquellos funcionarios policiales que habían cometido delitos muy superiores a los que perseguían: Ningún delito es mayor que la tortura. Los comisarios Conesa, Ballesteros o el inspector Billy el Niño, entre otros muchos, ocuparon puestos policiales de la máxima responsabilidad sin que su currículum ultrafranquista fuese obstáculo para ello, sin que su turbio pasado fuese impedimento para seguir actuando según los métodos aprendidos durante la dictadura.

Construir una policía verdaderamente democrática es tarea dificilísima porque en algún momento, por esencia, habrá de utilizar la fuerza bruta, pero hay dos factores indispensables para que eso pueda ser factible, uno la voluntad política indeclinable para que así sea, otro, derivado del anterior, que aquellas personas que gustan de la violencia jamás puedan ingresar en las fuerzas de seguridad, expulsando de su seno, por supuesto, a quienes han hecho gala de su afición a la porra u otros medios coercitivos. Mucho se ha hablado últimamente de la extrema “dureza” con que actúan los Mossos d’Escuadra –una policía de nuevo cuño-, pero me da la sensación de que no se va a la raíz de la cuestión, la voluntad política que la armó: El nacionalismo catalán, en el poder durante casi tres décadas, desde el primer momento quiso tener una fuerza policial de choque para lo cual ideó un sistema de selección en ese sentido y que, por tanto, dejaba de lado los principios democráticos básicos. No hubo voluntad política para hacer una policía al servicio de los ciudadanos, de su libertad y de su seguridad, sino la de crear una especie de guardia pretoriana al servicio del poder político y económico catalán. Su actuación violenta ante las protestas ciudadanas no difiere en nada de la vieja policía que actúa en otros puntos del país, la misma saña, la misma desproporcionalidad, idéntica chulería, parecido desprecio hacia los ciudadanos que ejercen su legítimo derecho a manifestarse, a protestar y a gritar ante la injusticia. Y no sirve eso de la “obediencia debida”, las órdenes ilegales –y lo son las que lesionan los derechos humanos- no se obedecen: Aporrear –en el sentido estricto de la palabra- a una persona hasta dejarla exhausta no es conducta que esté permitida por ninguna ley democrática.

Tuve la desgracia de estar en la Plaza de Tirso de Molina de Madrid (antes Progreso) en el mes de diciembre de 1979, cuando varios miles de universitarios nos manifestábamos pacíficamente –hay que enfatizarlo- contra la Ley de Autonomía Universitaria de González Seara. Había un ambiente festivo, coreábamos canciones y gritábamos consignas mientras saltábamos para amortiguar el frío. Nada indicaba que aquella tarde, aquella noche fuese a pasar –aunque escondida- a las páginas negras de nuestra historia cuando de repente se oyeron varios disparos. La desbandada fue inmediata y sólo unos cientos de despistados quedamos perdidos por las calles aledañas intentado esquivar a los grises y sus tanquetas. Sentí miedo porque sabía lo que aquellos señores eran capaces de hacer, miedo por mi integridad física que se convirtió en pánico cuando una hora después supe que habían matado a dos compañeros, cuando oí al ministro decir que estaban pagados por la KGB basándose en que les habían encontrado varios miles de pesetas: Estudiaban y trabajaban para pagarse los estudios como cobradores de seguros, ese era el origen de lo que llevaban en los bolsillos. Estos días, estos meses, desde que el Partido Popular gobierna, he vuelto a sentir un miedo parecido, por mis hijos, por mis amigos, por miles de personas que no conozco, por mí, de nuevo he vuelto a ver a la policía franquista actuar como la policía franquista, pegar como la policía franquista, crear infundios como la policía franquista. Creía que eso ya era pasado, que no volvería a ver escenas como las que entonces vi, pero sí, he visto a personas perder ojos por pelotas de goma, huesos rotos, cabezas abiertas, sangre, llantos, histeria. Todo por protestar, todo por denunciar una situación cada vez más insostenible, todo por no creer en la política que representa como nadie un ministro del Interior al que se le apareció Dios un lejano día de Las Vegas.

Hay una policía moderna que investiga utilizando los medios de hoy para poner ante los jueces pruebas suficientes para incriminar al delincuente; hay otra antigua, brutal, que es utilizada por el poder como único instrumento de lucha contra el descontento social, la progresiva pauperización, el paro, la corrupción y la indignación ciudadana. Ésta sobra".

nuevatribuna.es | Pedro Luis Angosto | 21 Enero 2014


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