Esa gente estaba relativamente preocupada hace un año por la situación política española. El 15-M, las manifestaciones callejeras, el desprestigio del PP y el PSOE, la deshonra de la Corona, la aparición de Podemos, los datos de las encuestas, sugerían que el sistema puesto en pie por la Transición sufría un intenso desgaste y comenzaba a formarse una fuerte corriente de opinión partidaria de un cambio en serio. La democracia nacida a finales de los años 1970 –la única posible, sin duda, dada la correlación de fuerzas de entonces- revelaba sus peores defectos: el resabio autoritario, la escasa separación de poderes, los obscenos incentivos a la corrupción, las puertas giratorias entre cargos públicos y consejos de administración, el cojitranco modelo territorial… La crisis desnudaba la falsedad del “milagro económico”, la avidez de los millonarios, el injusto reparto de las cargas fiscales, la flaqueza del Estado de bienestar, el pago de la factura por las clases populares y medias...
Algunos medios de comunicación internacionales se preguntaban si España estaba al borde de toda una revolución. El Ibex 35 –le llamaré así en adelante- sabía que no era para tanto, pero andaba preocupado. Y sus mejores cabezas se pusieron a pensar. No creo en teorías conspirativas, no estoy diciendo que celebraran un congreso secreto en un hotel de siete estrellas de Dubai para elaborar una estrategia. Lo que pienso es que, en almuerzos en restaurantes de lujo, en reuniones de think-tanks y consejos editoriales, en navegaciones a bordo de yates por aguas de las Baleares, empezaron a emerger unas cuantas ideas para cambiar algunas cosas a fin de que todo siguiera igual.
El resultado es que, en esta primavera de 2015, el Ibex 35 ha movido unas cuantas piezas y eso le permite contemplar con mayor optimismo este año electoral. Para empezar, abdicó el rey Juan Carlos I. La Corona se quitó así de un plumazo el lastre en que había terminado por convertirse el monarca campechano, y pudo reclamar una nueva oportunidad. Aseado y discreto, Felipe VI aún no ha cometido ningún error grave y, por lo que veo entre mi gente, disfruta de sentimientos que oscilan entre la neutralidad y la benevolencia. El ascenso del republicanismo que se registraba hace un año parece haberse mitigado.
A esa jugada le siguió una campaña de satanización de Podemos. A lo largo del otoño y el invierno, la clase política tradicional y los grandes medios de comunicación presentaron a ese partido como una terrible amenaza para la libertad, la propiedad, la soberanía nacional, la vida en el planeta, para todo. Los pecados veniales de algunos de sus dirigentes se convirtieron en crímenes mucho más horribles que el robo de miles de millones de euros por parte de los políticos, empresarios y banqueros del sistema. En el linchamiento participaron con ferocidad, como si en ello les fuera la vida, los derechistas de toda la vida y ese centro-izquierda que patrocina el Ibex 35, o sea, los Felipe González, Juan Luis Cebrián y compañía.
Parecía como si Venezuela fuera el mayor problema de los españoles. No el paro de millones de ellos, no la precariedad y los bajos salarios de varios millones más, no la emigración al extranjero de miles de jóvenes, no la persistencia de los desahucios, no la continuidad de los recortes en servicios sociales, no las nuevas leyes que estrangulaban aún más las libertades de expresión y manifestación, no el surgimiento de nuevos casos de corrupción que confirmaban que ésta es endémica… No, lo que debía quitar el sueño a los españoles era la posibilidad de que nos gobernara gente vestida con chándales.
A tenor de los últimos datos, la campaña consiguió su objetivo. Podemos perdió fuelle, a lo que, dicho sea de paso, también contribuyó cierta arrogancia y cierto sectarismo de algunos de sus fundadores, su decisión de convertirse en un partido clásico dirigido por ellos y no en un movimiento de nuevo cuño que se abriera al mucho talento y la mucha combatividad presentes en Izquierda Unida, las bases del PSOE, los movimientos sociales y ciudadanos.
La tercera jugada –magistral- fue impulsar a Ciudadanos como una alternativa limpita de centro-derecha y también como una posible bisagra que auxilie a los desfallecientes PP y PSOE cuando sea menester. ¿Qué Susana Díaz necesita una mano en Andalucía? Ahí está Ciudadanos. ¿Qué el PP necesita otra para seguir mandando en Madrid y Valencia? Ahí está Ciudadanos. ¿Qué el próximo otoño ni el PP ni el PSOE pueden llegar en solitario a La Moncloa? Ahí está Ciudadanos para hacer una Gran Coalición a dos y, si es preciso, a tres.
Ciudadanos hasta puede servir para hacer los retoques menores a la Constitución de 1978 que permitan seguir tirando adelante, que ahuyenten durante unos cuantos lustros la posibilidad de un proceso constituyente o reconstituyente de veras.
A estas alturas, el analista se ve obligado a precisar que las cosas pueden cambiar de aquí a las elecciones municipales y autonómicas, y, ya no digamos, las generales. La estupidez de Aznar al meternos en la guerra de Irak y, luego, intentar endosarle a ETA los atentados del 11-M, es un ejemplo de manual de cómo pueden perderse unos comicios que se presentaban muy favorablemente. Lo que intenta reflejar esta instantánea es que el sistema, el establishment, la casta, el Ibex 35 o como usted quiera denominarle, ha sabido mover fichas.
Por Javier Valenzuela
05/05/2015
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