De izquierda a derecha: Sebastian Thrun (Google), Travis Kalanick (Uber), Ray Kurzweil (Google), Sergey Brin (Google), Marissa Mayer (Yahoo), Peter Thiel (Pay Pal -Thiel), Tim Cook (Apple), Joe Gebbia (Airbnb). |
A juzgar por todo lo que se oye de él, Travis Kalanick, fundador y jefe de Uber, parece un cabrón. Insulta públicamente a sus competidores y se ríe de sus clientes en Twitter. A los políticos los considera unos incompetentes. Kalanick da a entender que a él le resulta tan fácil llevarse a las mujeres a la cama como a otros llamar a un taxi. A las protestas de sus conductores por las malas retribuciones responde vaticinando que, de todos modos, en el futuro serán sustituidos por ordenadores.
A Uber le han bastado cinco años para extenderse desde San Francisco a más de 50 países, pese a las resistencias (en España su servicio está suspendido). Es un producto excelente. En la mayor parte del mundo, no solo es más barato, sino mejor que cualquier taxi. En el fondo, podría dar igual cómo fuera el jefe, pero en este caso la cosa no es tan sencilla, ya que la empresa es un reflejo de su fundador: agresiva, desaprensiva y exageradamente ambiciosa. Cuando la ciudad de Portland (EE UU) prohibió Uber porque incumplía la legislación, a Kalanick le dio igual y siguió adelante con sus planes. El jefe de la autoridad del transporte de la ciudad no daba crédito: “Se creen que pueden presentarse aquí e infringir la ley. Es increíble. Por lo visto, se creen Dios”. La oposición es similar en muchas otras ciudades en las que Uber hace caso omiso de las decisiones de los tribunales. Pero para Kalanick todo esto no son más que refriegas en una guerra de conquista mucho mayor: convertirse en un gigante de la movilidad que transporte personas y mercancías, a cualquier lugar, simplemente pulsando una tecla y a precios económicos.
Uber no es la única empresa en busca de la conquista planetaria. Así es como piensan todas: Google y Facebook, Apple y Airbnb, los demás gigantes digitales y miles de empresas pequeñas que siguen su ejemplo. Su meta es el mundo entero. Tienen la vista puesta en objetivos muy realistas. Todo esto es posible gracias a la combinación de dos elementos con un impacto sin precedentes en la historia de la economía: globalización y digitalización.
El progreso tecnológico ha sido vertiginoso. Lo que está en marcha es una transformación social de la que, al final, nadie podrá sustraerse; una revolución comparable con la industrialización del siglo XIX, solo que ahora todo sucede mucho más deprisa. El nuevo gobierno mundial tiene su cuartel general en Silicon Valley. Son fundadores y directivos de empresas como Serguey Brin, de Google, Tim Cook, de Apple, y Mark Zuckerberg, de Facebook, y arribistas como Travis Kalanick, de Uber, y Joe Gebbia, de Airbnb. También inversores de capital riesgo que van repartiendo millones, además de innumerables programadores, genios de la informática e ingenieros.
Entre los nuevos amos del universo y sus predecesores de Wall Street hay una diferencia fundamental: para los primeros, lo más importante no es el dinero. No les basta con el poder que da la riqueza. No quieren dictar simplemente lo que consumimos, sino también cómo vivimos. No quieren conquistar un solo sector, sino todos. No se dirigen hacia el futuro con paso vacilante, sino que son ideólogos con una agenda bien clara. La religión de los señores de Wall Street era el dinero. La fe de los nuevos dirigentes va mucho más allá. La impulsa una idea. Es la fe en una misión.
Los visionarios de Silicon Valley pretenden sanar a la humanidad. Creen en un futuro mejor gracias a la tecnología del mismo modo que un hinduista convencido cree en la reencarnación. Están convencidos de que trabajan por el bien de la humanidad. Pero no les gusta que la gente se entrometa. Aborrecen la política y consideran que la regulación no solo es un obstáculo, sino un anacronismo. Si ese nuevo mundo maravilloso se ve interceptado por valores sociales tales como la esfera privada o la protección de datos, es que hacen falta valores nuevos. Encuentran las raíces de su tarea de traer la felicidad a la humanidad en la contracultura de los años sesenta que ya influyó a Steve Jobs. Su visión del mundo se guía por ideas libertarias en la tradición de pensadores radicales como Noam Chomsky, Ayn Rand y Friedrick Hayek.
¿Debemos lanzarnos contra estos nuevos conquistadores del mundo? Hay algo más: el de Silicon Valley es un mundo masculino. La directivas como Marissa Mayer, presidenta de Yahoo, son la excepción; algunas empresas emergentes no contratan a mujeres, a las emprendedoras les cuesta mucho más conseguir inversores. ¿Pueden las visiones globales ser unilaterales?
Algo es seguro. En los próximos años se producirá un debate mundial acerca de cómo regular el universo digital. Quien desee contribuir a diseñar ese futuro debería conocer a fondo Silicon Valley y a sus líderes.
En consecuencia, su consejo más importante para los que están creando empresas es que busquen un mercado que puedan dominar, construyan un monopolio e intenten conservarlo tanto tiempo como sea posible. En esta visión del mundo, la política es el gran enemigo, ya que es un obstáculo al desarrollo. Thrun considera probado que “las reglas se dictan para consolidar las estructuras existentes. Nosotros intentamos eludirlas”.
Extracto del artículo
Por THOMAS SCHULZ
17 MAY 2015
No hay comentarios :
Publicar un comentario