En el día a día no hay inmigrantes por motivos económicos y por motivos de persecución en dos realidades claramente diferenciales, en general, unos se mezclan con los otros y con frecuencia ocurren las dos cosas al tiempo en un espacio continuo que por muchas fronteras y limitaciones que quieran ponerse, no evitaran los flujos migratorios porque, como bien dicen muchos de los que emigran en terribles y peligrosos viajes, no lo hace ya por ellos que dan su vida y su futuro por perdido, lo hacen para que sus hijos puedan tener una oportunidad de futuro, una fuerza incontrolable y que les hace capaces de superar todas las dificultades: la fuerza de la supervivencia.
El miedo es el condimento emocional que acompaña a la insolidaridad, que acompaña a las políticas de la 'Europa fortaleza', una emoción básica que va unida a las políticas egoístas con el otro diferente y también con el otro desigual que comparte espacio pero que acaba siendo responsable de su situación en un mundo de personas aisladas a su propia suerte en competencia feroz por sobrevivir mientras que un instrumento como la economía se convierte en fin, en principio y final y la austeridad en la política estrella, en el que la desigualdad crece imparable.
Un miedo que se agita en el siglo del 'miedoceno' como señalaba agudamente hace un tiempo Forges, un miedo liquido en expresión de Bauman, que impide tener un plan de respuesta porque no sabemos a qué debemos tener miedo, que genera el peor de los miedos posibles: la indefensión, un temor que nos acompaña, nos activa y nos pone a la defensiva ante todo lo que sea diferente, un miedo, emoción básica y que conecta con nuestro cerebro mas animal, al tiempo peligroso y útil como emoción básica. Un miedo que una vez que se activa se vuelve tan irracional como incontrolable arrastrando a la solidaridad o la justicia.
Inmigrantes a los que tenemos miedo, a los que, por momentos se idéntica con terroristas, con personas diferentes que vienen a quitarnos lo que es nuestro, a invadir nuestros espacios, a romper nuestras costumbres, a desadaptar nuestras vidas.
Uno de los retos más importantes a afrontar será, precisamente, construir discursos integradores, fijar la atención en lo que nos une y no en lo que nos desune, recuperar conceptos como la solidaridad, el diálogo, el aprendizaje a partir de las diferencias, el respeto a los otros y, por encima de todo, la construcción de sociedades que vuelvan a juntarse, en el que se reconstruyan espacios para compartir, para conocerse, para caminar juntos, porque el miedo solo se combate si se le mira a los ojos y la desigualdad solo se rompe desde proyectos colectivos; se tratara de rearmar las relaciones sociales y grupales, recuperar el agora y recuperar la política, recuperar la alegría, sonreír, empatizar y dialogar para que el miedo ya no sea la emoción dominante de nuestro tiempo, para que rompamos el individualismo y la competitividad extrema.
Para empezar a cambiar las cosas en esta dirección convendría preguntarse a quién beneficia el miedo, quién lo construye y porqué se hace y conocer sus usos y costumbres, como la generalización a partir de un caso concreto: un árabe es un terrorista, los árabes son terroristas por ejemplo, tengamos miedo, pensemos en ellos como amenaza, como peligro, alejémonos de ellos e impidámosle la entrada en nuestras vidas.
Por José Guillermo Fouce
Presidente Fundación Psicología sin Fronteras
02/02/2016
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