Alberto Rodríguez, diputado de Podemos, y Mariano Rajoy (EFE) |
CARCAS CONTRA PROGRES
Los dos partidos resucitan la batalla costumbrista que marcó la era Zapatero. ¿Qué son las guerras culturales y cuáles son sus límites?
Situación política española a esta hora de la mañana: un bebé y un rastafari piojoso quieren romper España…
En efecto, el arranque de la legislatura más convulsa desde la Transición ha estado marcado por lo que en EEUU (meca del asunto) se conocen como 'culture wars' y aquí podemos llamar guerras culturales, conflictos culturales o batallas costumbristas.
Que el foco ha saltado de lo político a lo cultural lo demuestra que el artículo más polémico sobre lo que pasó en el Congreso lo ha escrito el secretario de Estado de Cultura (en funciones), José María Lasalle, que denunció en tono apocalíptico la deriva “populista” de Podemos para alcanzar la “hegemonía cultural”. Le respondió en este periódico Germán Cano, filósofo y miembro del Consejo Ciudadano de Podemos; y más tarde fue Íñigo Errejón quien atizó a Lasalle (sin citarle) en 'El País'.
Lo relevante de las respuestas de Cano y Errejón es que no escurren el bulto: sí, ha estallado la guerra cultural y Podemos está encantado de jugarla: “Los diputados del cambio libraron el miércoles [en el Congreso] una batalla cultural y, a decir de la reacción del establishment, la ganaron”, asegura Errejón haciendo bandera de la guerra cultural. Así que la pregunta es: ¿Qué demonios es eso de la guerra cultural?.
Algo pasa con Kansas
Thomas Frank, ensayista y colaborador de medios como 'The Wall Street Journal' y 'The New York Times', quizá sea el periodista cultural más relevante de EEUU. Lo curioso es que Frank escribe casi siempre sobre... política. Su especialidad son las guerras culturales y sus ramificaciones políticas, que plasmó en uno de los grandes ensayos de lo que va de siglo: '¿Qué pasa con Kansas?' (Acuarela Libros, 2008; publicado en EEUU en 2004). El libro analiza cómo la nueva derecha neocon conquistó la hegemonía cultural durante la era Bush a golpe de conflicto costumbrista.
En efecto, los neocon conquistaron el corazón de la clase obrera con un innovador cambio de eje (de lo económico a lo cultural): la batalla ya no se libraba entre ricos y pobres o entre poderosos y débiles sino entre americanos simples y honrados del Medio Oeste que se mataban a trabajar y progres neoyorquinos que se dedicaban a ir al cine, vestir absurdos fulares afrancesados y reírse de los "paletos" contrarios al aborto y al matrimonio homosexual. De la lucha de clases a la lucha cultural/costumbrista. De la economía a los estilos de vida. Las élites ya no eran los banqueros, sino los snobs culturales progres herederos del 68.
Pero, como decía el filósofo Slavoj Zizek en el epílogo de la edición española de '¿Qué pasa con Kansas?', "hacen falta dos para librar una guerra cultural". "La cultura también es el argumento ideológico dominante de los progresistas 'ilustrados' cuya política se centra en la lucha contra el sexismo, el racismo y el fundamentalismo y a favor de la tolerancia multicultural. La cuestión clave es, por tanto, por qué la 'cultura' está emergiendo como nuestra categoría central acerca de la vida y el mundo', escribió el filósofo esloveno en 2004. Y en esas llegó Zapatero y las guerras culturales saltaron el charco: recuerden la monumental tangana cultural (bautizada como "la crispación") montada durante la primera legislatura zapaterista a cuenta del matrimonio homosexual, el aborto, el boom de 'Libertad Digital'/Federico Jiménez Losantos, las conspiraciones disparatadas y las manifestaciones religiosas de masas.
Amador Fernández-Savater, editor español de '¿Qué pasa con Kansas?' lo explicó así en el prólogo del libro: "¿Cómo es posible que un relato sobre la revuelta conservadora en Kansas nos suene tantísimo a lo que hemos vivido en España los últimos años, es decir, la aparición de una nueva derecha con una gran sintonía con los problemas sociales y una mayor capacidad de producir realidad... La revuelta de la derecha populista ocupa el vació de lo político y el vacío de las calles. Tanto en EEUU como en España. Hace tiempo que la izquierda oficial decidió que habían llegado los tiempos 'postpolíticos' de la mera administración de los efectos de la economía global. Se volvió retórica, cínica, autista, hipócrita, elitista, pija o simplemente gestora. No es casual que la nueva derecha critique que el PSOE 'vive fuera de la realidad', sin contacto con 'los verdaderos problemas de la gente', 'los españoles corrientes que trabajan'. De hecho, la única baza posible de la izquierda oficial a estas alturas es jugar en el mismo tablero de política-espectáculo que la derecha: entre los últimos gestos simbólicos del gobierno ZP: los 'palabros' de Bibiana Aido, la sonrisa de Leire Pajín o Chacón embarazadísima como ministra de Defensa...".
El centro derecha (PP) y el centro izquierda (PSOE) se retroalimentaron, por tanto, en la primera guerra cultural española. ¿El ganador electoral de la batalla? Zapatero. Atacado por tierra, mar y aire por su "progresismo", la izquierda ciudadana cerró filas y volvió a llevar a ZP a la Moncloa en 2008. Eso sí, lo que la cultura unió, la economía barrería cuatro años después.
Podemos le roba el show al PSOE
Uno de los momentos más chocantes de la irrupción de Podemos en el Congreso (del bebé de Carolina Bescansa a los variopintos juramentos de sus diputados) fue la reacción de los diputados del PSOE, que denunciaron indignados la política 'podemista' de gestos como una intolerable banalización de la política. ¡Y lo dicen los mismos que alimentaron esa máquina de gobernar a golpe de gestos costumbristas que fue el zapaterismo! ¿Acaso Zapatero no hizo un uso habilidoso de la polarización cultural? Otra manera de entender el enfado de los socialistas estos días: Podemos les ha robado la bandera del simbolismo progre.
Aunque la segunda guerra cultural ha detonado estos días, se venía larvando hace unos meses, pero los detonadores quizá no han sido los 'podemistas', sino los 'aguirristas'. En efecto, cuando parecía que Esperanza Aguirre estaba políticamente muerta tras perder el poder en las municipales de mayo, resulta que ha resucitado (¿temporalmente?) para hacer lo que mejor sabe: dar la batalla cultural (a Manuela Carmena).
Como pionera de la llegada a España de las 'culture wars' de la derecha neocon estadounidense -recuerden el clásico mantra 'aguirrista': hace falta una "derecha sin complejos" que dispute a la izquierda una presunta hegemonía cultural progre- Aguirre vio la luz cuando el gobierno Carmena dejó caer que la Cabalgata de Reyes de este año iba a ser diferente. Lo que siguió fue una de las mayores broncas culturales de los últimos años (también de las más ridículas) a cuenta del traje de los Reyes Magos (maravilloso ejemplo de la ligereza de las guerras culturales: o cómo un asunto estético menor se convierte en drama político nacional -que permite sacar pecho identitario a ambos campos ideológicos).
“Todo aquello que consideramos 'normal', nuestro paisaje cotidiano de creencias o valores es consecuencia de disputas culturales previas en torno al sentido de las cosas. Si alguien entiende que es normal que un Rey Mago 'solo' puede vestir de una forma tradicional es porque asume una situación 'hegemónica' que obedece a determinados intereses... Lo ocurrido en Madrid revela una disputa cultural típica por dar un sentido político a esferas aparentemente neutras y por excluir como 'imposibles' otras opciones. ¿Por qué Esperanza Aguirre se ofende tanto por el hecho de que se otorgue, aun cuando sea con sumo respeto, otro sentido a una celebración como la Cabalgata? Porque llevan décadas dando 'su' sentido a estas celebraciones. Por eso la cultura nunca es inocente”, explicó el 'podemista' Germán Cano a El Confidencial.
Ahora tocaría analizar parecidos y diferencias entre la primera y la segunda guerra cultural para ver por dónde pueden ir los tiros. Diferencia principal: el contexto actual (crisis política, institucional y económica) es radicalmente diferente al de los años locos del 'zapaterismo', cuando el dinero fluía y la principal preocupación política de la clase media parecía ser discutir sobre estilos de vida. En otras palabras: Podemos y el PP pueden emplear toda la energía política que quieran en la pelea costumbrista, pero eso no va a evitar que Bruselas nos martirice con la deuda, la austeridad y los (futuros) recortes...
Por CARLOS PRIETO
19.01.2016
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