27 dic 2012

Propinas, ascensor social y lucha de clases.

Puede un camarero llegar a viceprimer ministro? John Prescott lo hizo en el Reino Unido, convirtiéndose en el número dos de Tony Blair; pero arrastró toda su carrera política el peso de aquella bandeja en la que tantos cafés sirvió durante años. En la Cámara de los Comunes, cuando Prescott se levantaba para intervenir, un diputado de la bancada tory solía hacer la broma de pedir en voz alta algo para beber. Las burlas clasistas se multiplicaron cuando Prescott ingresó en la Cámara de los Lores. Los columnistas graciosillos de la prensa conservadora que especulaban sobre cómo le sentaría la noble capa de armiño a un camarero eran aplaudidos por los lectores en las ediciones digitales, que en los comentarios ofrecían una propina al nuevo Barón Prescott.
 
Todo lo anterior lo cuenta Owen Jones en un libro recientemente traducido en España, y que todos deben leer en estos tiempos en que la mayoría regresamos a empujones a la clase trabajadora de la que creíamos haber salido: Chavs, la demonización de la clase obrera. Y viene a cuenta a la hora de abrir una reflexión sobre la propina, como me piden los amigos de Diario Kafka. La propina, esa parte del dinero insertada en la costumbre y que algunos nunca hemos sabido bien cómo considerar. ¿Es la propina una cortesía que reconoce el trabajo y beneficia al que la recibe? ¿O por el contrario es un residuo clasista que denigra a quien merecería un sueldo digno en vez de calderilla caritativa?.
 
Antes de que me gane un escupitajo en la próxima cerveza, debo aclarar que yo sí doy propina. No tengo muy clara la respuesta a la pregunta anterior, pero aplico lo de in dubio pro operario, así que acabo dejando ese pellizco que en algunos países está institucionalizado y fijado en porcentaje, incluso exigido o hasta cobrado en la factura sin elección posible, y que entre nosotros queda a voluntad del consumidor.
 
He discutido varias veces con amigos —incluso con amigos que en su trabajo reciben propinas— sobre la conveniencia o no de dar propina, y siempre hay dos palabras que aparecen en toda discusión: clasismo y dignidad. Veamos.
 
Que la propina es una costumbre clasista parece obvio. Solo la reciben los trabajadores, y entre ellos aquellos de profesiones que más claramente implican una relación de poder no solo entre patrón y trabajador, sino también entre trabajador y cliente: camareros, peluqueros, taxistas, botones o repartidores. La propina en esos casos parece una forma vertical de subrayar la condición servicial de una parte y la posición exigente de la otra. De hecho, puede servir para reforzar un mal muy de nuestro tiempo, devastador para la solidaridad entre trabajadores: la tiranía del cliente, el sometimiento de todos a la ley suprema de “el cliente siempre tiene la razón”, que suele ser la forma en que la empresa desliza su propia responsabilidad: “Ah, lo siento, no soy yo quien te exige llevar una pizza en moto bajo un aguacero a las doce de la noche; es el cliente, que siempre tiene razón, y para eso paga”. Y deja propina.
 
Siguiendo el argumento clasista, vemos cómo por arriba los directivos, los altos ejecutivos, los oficiales no reciben propinas. También para ellos hay recompensas, pero el suyo es territorio de bonus, stock options, beneficios, aportaciones al plan de pensiones. Y bajo la mesa, las comisiones, el corrupto que se lleva ese famoso 3% (fijado en porcentaje como en algunos países la propina). En cambio la propina del trabajador parece una forma de transparentar, aunque sea muy levemente, algo que nunca vemos pero que está en la base del sistema capitalista: la plusvalía, esa parte del trabajo de la que se apropia el capital y que está en el origen de su acumulación.
 
Rosa
John Prescott.


En cuanto al otro argumento, la dignidad, es verdad que no conozco ningún camarero o peluquera que considere indigno recibir una propina. Ninguno la rechaza. Pero sí sé de trabajadores que en momentos revolucionarios tomaron la propina como una afrenta. En la Revolución Rusa, por ejemplo, cuenta John Reed en su Diez días que estremecieron el mundo cómo en 1917, en los meses previos a la toma del poder por los bolcheviques, «los criados y camareros se organizaron y renunciaron a las propinas. En todos los restaurantes pendían carteles que decían: “Aquí no se admiten propinas” o “Si un trabajador tiene que servir la mesa para ganarse el pan, eso no es motivo para que se le ofenda con la limosna de una propina”».
 
Más próximos a nosotros, en los primeros meses de la Segunda República hubo varias huelgas de camareros, algunas muy prolongadas en el tiempo. En todos los casos exigían una jornada laboral de ocho horas, un jornal de cinco pesetas… y la prohibición de las propinas.
 
El rechazo a las propinas ha sido siempre el reverso de la exigencia de un sueldo suficiente. Y ahí está el problema con la propina: que permite al empresario mantener un nivel salarial inferior, amortiguando el descontento del trabajador con la compensación de la propina. En algunos países, de hecho, la propina es todo el ingreso que recibe el empleado, carente de nómina. Entre nosotros el bote es el complemento sin el que muchos camareros o peluqueras no podrían sobrevivir con un sueldo tan magro, y cada vez lo será más.
 
Y ahí es donde estamos pillados los dadores de propina, en un endiablado razonamiento que iguala la propina a la limosna: no des limosna, que fomentas la mendicidad; no des propina, que mantienes los sueldos bajos. Pero sabemos que tanto el mendicante como el sirviente la necesitan.
 
La propina se equipara también a la limosna en otro aspecto: cuando la damos, en realidad nos la damos a nosotros. En el caso de la limosna, se la damos a nuestra mala conciencia. En el caso de la propina, nos la damos a nosotros mismos, bien sea porque también la necesitamos en nuestro trabajo y esperamos seguir recibiéndola; bien como una forma de subrayar que no la necesitamos, que estamos un escalón por encima, que somos de los que dan y no de los que reciben.
 
Vuelvo al principio, a Owen Jones y su Chavs. Ataca Jones la apuesta de los laboristas por la “movilidad social”, que en el fondo no supone la mejora de las condiciones de vida de la clase trabajadora, sino permitir que sus miembros más afortunados o más capacitados escapen de ella y asciendan a la clase media (convirtiéndose en propietarios, cambiando de profesión, mejorando su cualificación, marchando de su barrio), lo que “refuerza la idea de que ser de clase trabajadora es algo de lo que hay que escapar”.
 
Entre nosotros, los sucesivos gobiernos, tanto del PP como del PSOE, compraron ese mismo discurso de la movilidad social: escapad de la desgraciada clase trabajadora, venid con nosotros a la clase media. Durante muchos años creímos ver el ascensor social abierto en el descansillo de nuestra planta, y llegamos a creer que ya no éramos clase trabajadora, que habíamos subido un par de pisos y repetíamos orgullosos eso de“todos somos clase media”. En aquella época las propinas eran generosas, porque eran también parte del combustible del ascensor social, eran otra forma de sentirnos clase media. Soltar esas monedas en el platillo de la cuenta era como aligerar lastre para subir más fácilmente.
 
Pero ay, el espejismo se acabó, y hoy “el ascensor social está averiado”, frase muy repetida desde el comienzo de la crisis. No sabemos si nos hemos caído por el hueco del elevador, o es que nunca llegó a funcionar de verdad, pero hoy muchos nos redescubrimos como lo que nunca dejamos de ser: clase trabajadora, gente que para vivir no tiene más que su fuerza de trabajo.
 
Entonces cambia el sentido de la propina. No porque se reduzca, que por supuesto mengua en la misma medida que lo hacen nuestros sueldos, propinas devaluadas para un país brutalmente devaluado. Sino porque la propina se convierte en una forma de solidaridad espontánea, natural, una forma de ayudar a trabajadores que necesitan esas monedas de más tanto como nosotros vamos precisando cada vez más de ingresos extraordinarios porque los ordinarios se contraen, en un tiempo en que la vieja nómina parece condenada a la extinción y cada vez más trabajadores dependen del variable, la comisión por ventas, la parte de salario vinculada a la productividad, o el bote.
 
Entonces, ¿qué hacemos? ¿Seguimos dando propina, o la rechazamos para exigir un salario suficiente? ¿Damos propina en solidaridad como una forma de regresar a la clase trabajadora, del mismo modo que antes la dábamos para huir de ella? Que cada cual decida.
 
Por cierto: la frase “Todos somos clase media” tiene autor, al menos en el Reino Unido: la dijo en 1997 John Prescott, hablando de clases sociales, ascensor y movilidad, sentenciando el fin de la lucha de clases y marcando para toda una década la política desclasadora del laborismo de Tony Blair. Prescott, el camarero que recibía propinas y que llegó a Lord con capa de armiño y que, imaginamos, hoy da generosas propinas. Pues eso.
 
Isaac Rosa
14-12-2012

26 dic 2012

La España de Campofrío nos hundirá en la miseria.

Los protagonistas del anuncio de Campofrío hacen sus aportaciones a la lista del orgullo español.
Los protagonistas del anuncio de Campofrío hacen sus aportaciones a la lista del orgullo español.

 
Georg Pieper es un psicólogo alemán que sabe de traumas. Considerado un experto en el tratamiento del estrés postraumático, acude cuando se produce una catástrofe en Alemania para atender a los supervivientes. Viajó también a Noruega tras la matanza protagonizada por Anders Breivik. En octubre, visitó Grecia para dar conferencias a especialistas locales y lo que vio le dejó profundamente impactado. Ciertas palabras terminan perdiendo su significado por repetidas: crisis, pesimismo, recesión. Para Pieper, lo que está ocurriendo allí es algo más. Tiene todos los rasgos de un trauma colectivo.
 
Una sociedad puede sumirse en una profunda depresión, no sólo en términos económicos. Corre el riesgo de perder la capacidad de sobreponerse a las dificultades, de rebelarse contra las injusticias, de ser capaz de admitir los errores cometidos y obrar en consecuencia. A partir de ahí, cualquier cosa puede ocurrir.
 
No hay que dejarse llevar por la desesperación, pero negar la realidad sólo puede servir para sufrir una recaída posterior aún más dolorosa. La campaña promovida por la empresa Campofrío –con el eslogan #elcurriculumdetodos– es un ejemplo de manual de ese voluntarismo que tanto gusta a la gente. Somos un gran país y todo se solucionará más pronto que tarde. Si los de fuera cuentan que nos hemos quedado en los andrajos es sólo porque son unos envidiosos.
Es una respuesta muy habitual en la propaganda de regímenes autoritarios. Cuando ocurre en una democracia, hay motivos para preocuparse aún más.
 
No podemos extrañarnos. Esa actitud es marca de la casa en los políticos españoles, y no es sino el reverso del triunfalismo con que nos regalaban los oídos no hace muchos años. La euforia desmedida de Aznar y Zapatero se convirtió después en el voluntarismo vacío de Zapatero (versión postmayo 2010) y Rajoy. Las dos actitudes no son tan diferentes como parece.
 
Ya dijo Rajoy una vez que "hay lugar para el optimismo porque España tiene españoles y eso es una cosa muy seria". Y en el anuncio de Campofrío salen muchos españoles.
 
Es difícil pensar en un ejemplo más redondo de humor negro, casi descarnado, a cuenta de la terrible situación económica española. Lo malo es que la intención no era esa, y mucha gente lo ha valorado y lo ha compartido como el mensaje de optimismo que todos necesitan. El guión adjudica a los artistas frases sencillamente hilarantes porque pueden interpretarse desde el orgullo o desde la vergüenza. Todos van recordando los muchos motivos de los que los españoles pueden presumir.
 
Siete premios Nobel. No es que eso nos coloque en una posición de dominio. Trasplantes. Eso es cierto. Idiomas. ¿Idiomas? No será por el inglés. Ah, se refieren a los otros idiomas de España, esos que el PP suele contemplar con desconfianza. Cuando aparece la mención al AVE, ya está claro que el guionista ha perdido la cabeza. "El tren de alta velocidad. Que se lo hemos vendido a los chinos" (?), dicen dos humoristas. ¿Será todo esto una colección de chistes? Acto seguido, la generación del 27, el Quijote y Velázquez. Y por esto último no ha habido que pagar nada en los últimos años. "Infraestructuras, que aquí tenemos aeropuertos para aburrir". ¿Presumimos de haber levantado las obras públicas que pagamos con dinero de los bancos alemanes en la época del dinero fácil? ¿Los españoles deben levantar el ánimo al ver las pistas vacías del aeropuerto de Castellón o la estatua en honor al cacique local?.
 
De eso se trata, de levantar el ánimo. Con todas esas aportaciones, Fofito escribe la lista de éxitos. Y es al final cuando ya no podemos hablar de humor negro. El nivel de sarcasmo es ya excesivo, inhumano. No pueden estar intentando burlarse de jóvenes y ancianos.
 
Resulta que tenemos que presumir (va directo a la lista del orgullo) de que estamos expulsando a los jóvenes porque aquí no hay nada que hacer: "No te olvides de los jóvenes que exportamos, la generación más preparada de la historia". No se exporta a las personas. No es ningún motivo de satisfacción perder a las personas cuya educación has pagado con fondos públicos. Y pasan al lado unos jóvenes y, en vez de reaccionar con la lógica violencia tras escuchar algo así porque el país en el que quieren vivir es un páramo y no tiene nada para ellos, se giran y dicen: "Pero volveremos". Quizá, pero no se irán con una sonrisa en los labios ni sabiendo cuándo regresarán.
 
Luego, no falta la referencia elogiosa a los abuelos "que con su pensión están sosteniendo a sus hijos y sus nietos". WTF? ¿Pensiones de 400, 500 y 600 euros están pensadas para mantener a tres generaciones diferentes? Ese es el progreso del que debemos sentirnos satisfechos.
 
La España de Campofrío es la España de la que hay que huir corriendo. La que se queda ensimismada con las glorias del Siglo de Oro. La que arruinada, como los viejos hidalgos, se siente obligada a continuar aparentando que todo va bien, que es una privilegiada por vivir bajo el sol de España. La que no cree que haya que cambiar nada porque todo terminará solucionándose como por arte de magia. La que antes rezaba a la Virgen –y ahora también en el caso de la ministra de Trabajo– y actualmente ni siquiera eso.
 
"Es inadmisible que hace diez años se hablara del milagro español, y ahora nos saquen en la prensa internacional comiendo del cubo de basura", dice la directora creativa de la agencia de publicidad autora de la campaña. Ajá, el contubernio contra España, "que si a nosotros nos honra, a ellos les envilece". El ABC llamó "una campaña de la prensa anglosajona contra España" a los artículos de The New York Times sobre la crisis. Rita Barberá ha tocado la misma tecla nacionalista y patriotera con ocasión de un reportaje reciente emitido por la BBC: "Parece que a los británicos les molesta nuestro progreso", ha dicho la alcaldesa de Valencia, la capital de la comunidad del bono basura, y ya sabemos que no es la única.
 
Lo de siempre, nos envidian por lo que somos. Norteamericanos, franceses, británicos, alemanes... El hidalgo no tiene que afrontar la realidad, puede seguir trampeando a la caza de la comida suficiente para sobrevivir, alardeando de lo bien que se vive en su país. Lo que ha pasado es culpa de todos y por tanto no es culpa de nadie. Que siga la fiesta. Como diría Rajoy, este país está lleno de españoles. ¿Qué puede salir mal aparte de todo?
 
BOLA EXTRA: ¿De qué me suena esta campaña? ¿No la hemos visto antes? Pues claro. Se llamaba "Esto lo arreglamos entre todos".
 
Iñigo Sáenz de Ugarte. 20-12-2012

21 dic 2012

Hoy, saqueos


ARGENTINA

Wide_6433_bariloche31
Es viernes, mediodía. Veo por la tele cómo, a treinta cuadras de mi casa, docenas de policías tiran gases y balas de goma a cientos de pibes que los llueven a piedrazos –y están tratando de volver a entrar en un depósito de Carrefour en San Fernando. Más temprano, cuentan, cientos o miles se llevaron muchas cosas; ahora, empleados del supermercado tapan la entrada con una barricada de carritos. TN lo muestra en directo; mientras, el noticiero del canal oficial entrevista a Amelita Baltar por sus cincuenta años de carrera –y un videograf anuncia que el Manchester United está interesado en Ezequiel Garay. La Ley de Medios urge. Ningún canal muestra imágenes de Rosario. En Rosario, esta mañana, murieron dos personas que trataban de llevarse mercadería de dos supermercados –pero nadie parece interesarse mucho por el tema. Va de nuevo: esta mañana mataron a una mujer y un hombre que trataban de llevarse comida o algo en un par de negocios de la segunda ciudad de la república. Mataron a un hombre y una mujer, esta mañana.
* * *
Siempre me sorprendió que funcionara: uno de los grandes misterios de las sociedades contemporáneas es que las personas respeten la propiedad ajena. Es difícil: supone que millones y millones se resignen a una situación donde ven todo el tiempo lo que querrían tener pero no pueden porque hay leyes y policías que lo impiden. Donde les muestran todo el tiempo lo que no pueden, les ofrecen, los invitan todo el tiempo a lo que no pueden: vestirse lindo, viajar, cogerse rubios, andar en coche, comer todos los días. Las cosas están ahí, como si al alcance de la mano; que los millones no estiren esa mano requiere una eficacia extraordinaria de dos herramientas: el miedo, la ideología. El miedo es obvio: si lo agarrás te agarran y te joden; se llama represión, y es indispensable para que todo lo demás funcione.
Pero más todavía la ideología: consiste en justificar que algunos tienen mucho y otros muy poco a través de discursos–relatos– que van cambiando con los tiempos: que los más claros deben tener y los oscuros no: los españoles sí y los indios no, digamos; que Dios le ha dado a unos y quitado a otros; que las mujeres no están preparadas para poseer nada, como sí los hombres; que tiene el que trabaja y el que no tiene es porque es vago o tonto; que, en síntesis, es justo y necesario que quien adquirió por la forma que sea tal o cual objeto lo hace suyo y nadie más puede tenerlo a menos que le dé algo a cambio. La propiedad privada, le decían, cuando se hablaba de esas cosas. Es un milagro –es el gran milagro social de los últimos diez mil años– que tantos millones respeten esa idea, esa ilusión tan laboriosamente sostenida. Pero eso no la hace menos frágil: de vez en cuando –muy de vez en cuando– se rompen ciertos diques y la ilusión estalla. Entonces, de pronto, parece tan extraña.
* * *
Todo empezó ayer, en Bariloche: un descontrol que parecía localizado. La presidenta mandó 400 gendarmes; hace seis meses había dicho que nunca más iba a mandar gendarmes a reprimir al interior. Después siguió en Campana, Rosario, San Miguel. A veces, cuando alguien muestra que se puede, es como si no hacerlo no tuviera sentido. De pronto parece natural todo lo que siempre pareció prohibido –y el dique de la ideología se agrieta. El dique de la ideología no es gratis para los que lo imponen: deben mostrar cierta conducta, cierta coherencia. Para que los sectores de poder puedan imponer el respeto de la propiedad privada deben respetarla a su vez. Cuando se ve que no la toman muy en serio –que roban los bienes del Estado, por ejemplo, o lo que fuere–, se les complica un poco. Es la famosa impunidad, que hace escuela.
* * *
Ahora los reporteros entrevistan al señor Abal Medina, jefe de gabinete del gobierno nacional, uno que consiguió cierta notoriedad hace cinco días diciendo que la cámara judicial que juzga el tema de la ley de Medios era una “cámara de mierda”. Alguien le dice que el dirigente sindical Hugo Moyano, al que el gobierno acusó de fogonear los saqueos, negó cualquier relación con ellos.
–Esperemos que lo pueda demostrar.
Contesta el jefe de gabinete, invirtiendo la carga de la prueba. Y sigue hablando de los golpes cívico-militares: este gobierno ve golpes en todo lo que pasa, conspiraciones donde debería ver síntomas, problemas que enfrentar. Después retoma el cliché más usado desde anoche: que los saqueadores se llevan plasmas, y que “llevarse plasmas no es hambre, es vandalismo”.
Es un argumento curioso, pre-económico: como si quien quiera comer solo pudiera lograrlo obteniendo comida sin más mediaciones; como si no hubiera transacciones posibles. Los que argumentan no parecen tomar en cuenta que llevarse plasmas, en principio, es llevarse la posibilidad de comer durante un mes, no durante tres días. O, incluso: llevarse la posibilidad de ver televisión en un plasma, que es lo que su sociedad les propone todo el tiempo –aunque no les ofrezca los medios para conseguirlo sino, más bien, las certezas de no poder hacerlo.
* * *
Es un momento –que saben breve– de inversión, de ruptura del orden, carnaval en serio: acceder a todo aquello que, todo el tiempo, les está vedado. Es la fiesta, la fiesta verdadera–que, como todas las de verdad, se paga.
* * *
En la televisión, en San Fernando, los cientos siguen tirando piedras aunque ya no parece que vayan a poder entrar. Es –como hace unos días en el Obelisco, cuando los hinchas de Boca– la alegría del descontrol, de la violencia como discurso pobre pero fuerte. Salgo a la calle. El chino de mi cuadra dice que está mirando los saqueos por la tele y no sabe si cerrar o no cerrar. Dice que cerraría porque le da miedo lo que puede pasarle, pero que estos días de las fiestas viene mucha gente y que si cierra va a perder mucha plata. Duda, no sabe qué hacer. Nos pasa a todos.

Martín Caparrós| 21 de diciembre de 2012

17 dic 2012

Benedicto XVI descubre la lucha de clases

Si algo no puede negársele al Papa Benedicto XVI es su sorprendentemente capacidad de descubrir cosas que al 99% de la humanidad la tienen sin cuidado. Recién llegado a su actual posición de máximo jerarca de la iglesia católica, dio a conocer al mundo su descubrimiento acerca de la inexistencia del purgatorio, según lo cual, las personas interesadas ahora pueden tener la certeza de que se pasa directamente al cielo o al infierno sin ningún tipo de escalas. Más recientemente, informó que había descubierto que al momento del nacimiento de Jesús no estaban presentes ni la mula ni el buey, con lo que se puso en entredicho la costumbre de incluirlos en los pesebres navideños. Afortunadamente para los fabricantes de pesebres y de textos litúrgicos, las noticias sobre estos descubrimientos no parecen viajar desde el Vaticano hasta el resto países con la rapidez esperada en la era de la globalización de la información. Hasta ahora los pesebres que se han colocado esta navidad en hogares y centros comerciales, mayoritariamente han incluido a los dos personajes de la discordia y, en los novenarios de muertos que aún se rezan en los pueblos de Latinoamérica, se continua intercediendo por las almas del purgatorio.
Sin embargo, la manía descubridora de Benedicto XVI ha dado un giro sorprendente. En ocasión de la presentación del texto del mensaje de la Jornada Mundial de la Paz 2013, ha descubierto algo que el 95% de la humanidad ya sabía pero que el 5 % se resiste a aún reconocer. Ha descubierto nada más ni nada menos que el capitalismo es un sistema económico que funciona en base a la codicia, que promueve el consumismo y la competencia, y que genera conflictos sociales (lucha de clases) por las desigualdades que provoca entre ricos y pobres.
 
Según sus palabras: “Causan alarma los focos de tensión y contraposición provocados por la creciente desigualdad entre ricos y pobres, por el predominio de una mentalidad egoísta e individualista, que se expresa también en un capitalismo financiero no regulado (…..) Para salir de la actual crisis financiera y económica – que tiene como efecto un aumento de las desigualdades – se necesitan personas, grupos e instituciones que promuevan la vida, favoreciendo la creatividad humana para aprovechar incluso la crisis como una ocasión de discernimiento y un nuevo modelo económico. El que ha prevalecido en los últimos decenios postulaba la maximización del provecho y del consumo, en una óptica individualista y egoísta, dirigida a valorar a las personas sólo por su capacidad de responder a las exigencias de la competitividad”.
 
¿Qué tiene de novedoso el “descubrimiento” de Benedicto XVI de las injusticias y de la opresión que se derivan del capitalismo y de la responsabilidad del capitalismo en la lucha de clases?. De novedoso no tiene nada, pero sí tiene un gran significado en términos del debate político ideológico que está cobrando relevancia en la coyuntura actual sobre las causas de la crisis económica global y sobe las alternativas que se existen para promover una economía que esté en función del bienestar de toda la sociedad. Es decir, es importante que un conservador de la talla de Benedicto XVI, a quien nadie en su sano juicio acusaría a de ser un instrumento de grupos marxistas o de tener una ideología anti- sistema , le diga al mundo que la creciente conflictividad social o lucha de clases, está siendo alimentada por las injusticias que provoca el sistema económico capitalista.
 
Esperemos que los intelectuales orgánicos de las elites empresariales y políticas de nuestros países , que con tanta facilidad descalifican a priori cualquier opinión contraria al capitalismo y/o a los principios de lo que llaman el “libre mercado” o la “libre iniciativa”, se tomen el tiempo de leer en esta época, el mensaje de Benedicto XVI. A lo mejor descubren lo que hasta el Papa ha descubierto por fin: que el problema económico fundamental en la actualidad es la creciente desigualad entre ricos y pobres. Qué esta desigualdad es responsabilidad directa del capitalismo y de su racionalidad de muerte, y que no es posible pensar en solucionar los conflictos sociales o en promover la cohesión en una sociedad en torno a un proyecto de desarrollo nacional, mientras no se aborden las causas estructurales que le han dado origen a las brechas de desigualdad y a la exclusión social de amplios segmentos de la población.
Porque deben saber que la lucha de clases no se la invento ni Marx ni Lenin y su existencia no depende de sí se está de acuerdo o en desacuerdo con ella. Ya lo dijo el multimillonario Warren Buffet en una oportunidad: “La lucha de clases sigue existiendo, pero es mi clase la que la dirige y la que la va ganando”.

Julia Evelyn Martínez
profesora de la escuela de economía de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” (UCA) de El Salvador.

9 dic 2012

Sanidad, regreso al pasado.

Escribo cargado de nostalgia, pero, sobre todo, de desesperación. Desde antes incluso de la Ley General de Sanidad del 1986, presumimos de tener uno de los sistemas sanitarios más envidiados y más equitativos del mundo. A que fuera así contribuyeron muchos factores. Entre otros la confluencia en la España de los 70 de dos circunstancias muy positivas: la creación de una red amplia y dotada de nuevos hospitales públicos y la implantación del sistema MIR. Sobre todo, creo que fue decisiva la voluntad colectiva de personas y partidos políticos para dotarnos de un sistema de salud de cobertura total y alcance universal. La Ley General de Sanidad no hizo sino oficializar el sistema.
 
Hoy todo ello se desmorona. Con el pretexto de los recortes se apuntan argumentos que juegan al equívoco por no calificarlos de falaces. Lo que está ocurriendo en la Comunidad de Madrid resulta demostrativo y merece unos comentarios. No me referiré a las formas, carentes del más mínimo respeto al ciudadano, donde el lógico diálogo con las partes interesadas previo a cualquier decisión de un calado como las que se están tomando, se ha sustituido por el ordeno y mando de épocas pretéritas. Tampoco a la inequidad y desprecio al colectivo de más edad que representan medidas como las del euro por receta. Ni siquiera comentaré la aberración de querer cerrar el hospital de La Princesa.
 
Me centraré en el tema de la privatización, una palabra que parece quemar a nuestra administración. La primera reacción es negar la mayor: no se privatiza, se externaliza. Curioso que todo el mundo lo entienda de otro modo. Lo confirman los profesionales que salen masivamente a la calle o se declaran en huelga, las asociaciones, todos los sindicatos del sector, las sociedades científicas, las firmas de más de 600 jefes de servicio y de cerca de un millón de ciudadanos madrileños, y hasta el propio Colegio de Médicos en una de las más duras declaraciones que se recuerdan. ¿Estaremos todos confundidos? Así lo afirman por activa y por pasiva el presidente de la Comunidad y su equipo de gobierno. Negar la evidencia resulta muy difícil. No hace mucho tiempo el anterior Consejero de Sanidad requería públicamente a las entidades privadas del sector para comentar lo que según la propia convocatoria denominaba “oportunidades de negocio” en el campo de la sanidad madrileña.
 
Si hay negocio —y lo de “externalizar” la gestión debe serlo, porque en caso contrarío no interesaría a ninguna entidad privada—, ¿por qué renunciar a él?. Aplíquense los beneficios a mejorar el sistema y no al lucro ajeno. Descartada por inmoral —y por delictiva— la hipótesis de querer favorecer a amigos o a determinados grupos empresariales, apenas quedan dos interpretaciones posibles. Confesión palpable de incompetencia manifiesta, o asunción consentida de una peor calidad, bien por reducirse las prestaciones ofrecidas, bien por hacerlo el alcance de las mismas.
 
Lo de la incompetencia parece que se asume sin ningún rubor. Sólo así se entiende que el Consejero de Sanidad critique las nóminas de los empleados públicos y hable de rigidez en la gestión. A partir de ahí no debería llamarle la atención que estos mismos empleado se rebelen contra sus propuestas. Sus afirmaciones sugieren el deseo de quitarse de encima personas y sueldos y dejar que sean las nuevas empresas gestoras quienes lleven la voz cantante en este terreno. En todo caso los datos nos indican que tanto a nivel hospitalario como en atención primaria el número de profesionales por habitante está bastante por debajo de la media europea. Además, la administración tiene recursos funcionales suficientes para exprimir el rendimiento de sus empleados y modificar en sentido positivo horarios, prestaciones, etc. en la medida en la que lo considere más adecuado para lograr esa mágica eficiencia a la que tanto se invoca. Las grandes diferencias existentes en el propio sistema en cuanto a rendimientos comparados de unos y otros centros pueden ser utilizadas como instrumento.
 
Renunciar a actuar representa una dejación de funciones, se mire como se mire. Ya es curiosa la referencia a Zapatero de Fernández-Lasqquety. Zapatero nunca ha tenido competencias sobre la sanidad de Madrid, ni fue a él a quien se le ocurrió la peregrina idea de sacar votos llenando la periferia de Madrid de unos hospitales que ahora parecen no hacer falta. Y si la alusión es para decir que “no hizo nada”, esa es la vía escogida por el gobierno regional. Los políticos están para resolver los problemas no para quitárselos de encima.
 
Si con la “externalización” se pretende resolver un problema de costes y ello va a generar beneficios económicos a terceros, caben muy pocas interpretaciones. Todas malas para el devenir del sistema: reducir personal y sueldos, limitar prestaciones, y/o establecer criterios de exclusión total o parcial en el acceso a la salud para determinados colectivos que, por cierto, siempre suelen ser los más desfavorecidos: pobres, emigrantes o pensionistas.
 
Un par de comentarios finales. Argumentar con el peso de los votos no es de recibo. No lo es tanto por el hecho de que las decisiones propuestas se oponen a las que aparecían en el programa del partido gobernante, cuanto por el desprecio hacia esos votantes cuando se hace oídos sordos a una protesta que alcanza niveles de clamor. Por último llama la atención el silencio de la Administración central. Un silencio que sólo cabe interpretar como cómplice de quien observa los resultados de un experimento que, previsiblemente, pretende generalizar en todo el estado.
 
José Manuel Ribera Casado
Catedrático emérito de la Universidad Complutense
8 DIC 2012
 

Gitanos, un éxodo de mil años.

Italia no es el único país donde encuentran el desprecio. Así es la historia errante de los 'roma', el pueblo gitano. Huyeron de la India, su tierra madre, a partir del siglo IX. Alcanzaron Europa en el siglo XIV. Representaron para la Iglesia católica dominante la exaltación de lo profano. Su lengua se consideró propia de diablos.

Adzovic tenía 30 años y tres heridas de bala en las piernas. Hablaba en una especie de italiano machacado con castellano, pero llegó de Bosnia. Vivía en Valencia, acampado junto a sus familiares en el cauce seco del río Turia, hasta que alguien enviado por la autoridad les obligó a irse. No guardaba grandes recuerdos de Italia, pero eran más tolerables que los que le perseguían en sueños sobre su tierra natal. "Les veo morir cuando duermo", contaba. La escena, durante la guerra de los Balcanes, incluía a una pariente y al hijo pequeño de ésta. "Yo me escondí, pero el soldado serbio les cogió a ellos, tiró el bebé al río y luego quiso violarla. Ella logró escapar y se tiró al agua helada". Nadie salió del río. "Los gitanos no íbamos a favor ni en contra de nadie en esa guerra. Pero todos querían matarnos. Acabé con mi familia en Italia, donde la gente hacía como que no existíamos. Algo saqué: aprendí italiano. Ahora estoy aquí, y puedo hacerme entender". Días después dejó de estar en el campamento valenciano.
 
Aquello sucedió hace tiempo. Ahora, otros refugiados -no de la guerra, pero sí del hambre- buscan qué hacer en muchas ciudades de España. Vienen del Este, la mayor parte desde Rumania. Bastantes de ellos han pasado previamente por Alemania e Italia. Dani, rumano veinteañero, pertenece a los kalderash o antiguos caldereros, un subgrupo del Este muy tradicional, considerado como antiinserción. Pero Dani ha trabajado de lo que le sale y sabe español -no sólo romanó, el idioma original gitano-. Y eso le da ventaja. "En Italia viví más o menos bien". No muchos de su etnia pueden hacerlo en un país porcentualmente cargado de inmigrantes gitanos del Este (incluidas Albania y la antigua Yugoslavia). Se ha llegado a estimar que en Italia hasta el 70% de las familias gitanas ha perdido algún hijo por diferentes problemas. "Debido a los escasos resultados de las políticas orientadas a las minorías", recogía un documento reciente de la organización European Roma Information Office, "el caso italiano se sitúa entre los ejemplos [de discriminación] más preocupantes de toda la Unión Europea".
 
AÚN NO SE HABÍAN DESENCADENADO en Italia los acontecimientos de las últimas semanas. "En Rumania hay más racismo que en Italia", argumenta Dani. "Yo no hubiera imaginado que todo acabara estallando así". Se refiere a la ofensiva gubernamental -también populachera y mafiosa- desatada contra los gitanos. Hay quienes entienden ciertos actos de violencia, como se vio en los ataques a sus casas en Nápoles con cócteles molotov, y su desaparición del país transalpino, como elementos asumibles.
 
"Invocan un asesinato, una chica que intentó robar un bebé, para atacar a todos", explica por teléfono desde Italia el músico Alexian Santino Spinelli. Veterano activista sinti, un subgrupo gitano presente en Alemania e Italia, ha reclutado vía Internet y YouTube a todo al que ha podido contra las medidas discriminatorias del Gobierno de Berlusconi. "Que se arreste a quien no se comporte", reclama Santino. "Que no se repita el fascismo". Él mismo impulsó la convocatoria para el 8 de junio de una manifestación que reunió en Roma a miles de personas. "Los políticos pueden decir que pocos gitanos de los que estamos en el país nacimos aquí, pero el porcentaje llega a un 80%. Llevamos siglos en este territorio, somos más italianos que los italianos".
 
Spinelli cree que el origen de las desavenencias con los gitanos rumanos en Italia -"20.000 o 30.000 personas", calcula- tiene su origen en los campi nomadi que ahora se pretenden desmantelar. "Son campos de refugiados que las autoridades han dispuesto en plan apartheid. Cada uno se busca la vida en ellos. Es como la ley de la selva, una siembra de odio".
La siembra, o lo que sea, parece haber fructificado. Isabel es treintañera, rumana y tiene un familiar gitano. "Pero él es civilizado, es persona, no como ésos [los de los campamentos]", expone con desdén. Ahora vive y trabaja en España, pero vivió largo tiempo en Italia. "Les daban casas, les daban terreno en campi nomadi, y sólo robaban". Un conocido suyo llevaba ilegalmente a gitanos desde Rumania hasta Italia en una furgoneta, previo pago de entre 400 y 1.000 euros por persona. "¡Para eso sí tenían dinero! Y para llevar oro encima, también", se escandaliza. Isabel no sabe que algunos invierten en oro porque constituye una garantía de obtener liquidez en caso de urgencia. "Se pelean, venden niños, son ladrones: yo les he visto vivir en chalets lujosos". Puede que hable de gitanos lovara, a quienes se considera comerciantes con buena posición. Pero da igual. "Lo que pasa en Italia, lo de quemar las casas, es normal". ¿Ni siquiera guarda lástima por los menores? "Son niños que roban, que mendigan".
 
Isabel alude a los individuos más problemáticos para generalizar hacia todo el grupo. El equivalente a decir que todos los musulmanes son terroristas o que los colombianos tienen una tendencia natural a vender droga y secuestrar a la gente. Algo tan delirante aflora, sin embargo, en el caso gitano, y más si está referido al este europeo, casi cada vez que uno de sus miembros marginales comete un delito. Sobre todo en épocas de crisis. ¿Por qué llega a plantear una petición de expulsión de gitanos rumanos en un pueblo andaluz? ¿Cómo es posible que lo gitano forme parte esencial de Europa -viven entre 8 y 10 millones, es la principal minoría étnica continental, y su música y cultura han impregnado a países enteros- y todavía inspire repulsa y temor?.
 
Se buscaron respuestas en Calcuta (India) en la mitad de la década pasada. Una reunión en la ciudad inabarcable sirvió para cotejar conclusiones de la llamada Conferencia Internacional sobre Minorías de Origen Indio. En ella, entre otros, estuvieron presentes el investigador autóctono S. S. Shashi y el gitano europeo Vania de Gila Kochanovski, bien conocido entonces por sus adelantos en lingüística y conocimientos étnicos. Los medios de comunicación del país hablaban de un congreso sobre "hermanos del pueblo perdido", pero Shashi recordaba que la India era para los gitanos "la tierra madre", no "la tierra prometida". O sea, que el subcontinente hiperpoblado no tendría que soportar la llegada de unos 12 millones más de individuos venidos desde todas las partes del globo. Kochanowski certificaría como definitivo el origen indio del pueblo rom -su nombre, en su idioma propio-, que tantas veces se había confundido con egipcio. Los roma habrían pertenecido a la segunda casta india -la de los guerreros- y provenían del noroeste. Emigraron entre los siglos IX y XIII para huir de respectivas derrotas frente al islam y los mongoles. Se diseminaron, a través de diversas rutas, sobre lo que hoy es Europa. Shashi, no obstante, consideró en su intervención "algo reduccionistas" estas tesis, y defendió "una migración desde toda la India no sólo de miembros de casta noble, sino de tribus como los banjara, que han practicado oficios como los de herreros o comerciantes de animales". De hecho, los roma iban a extender trabajos de esta índole en su progresivo asiento global.
 
Su presencia documentada en Europa comienza en los siglos XIV y XV, siendo en este último cuando llegan a España. "Al principio", compartió Kochanowski en Calcuta, "despertaban sorpresa con sus ropas orientales y sus artes adivinatorias". Sin embargo, a medida que crecían las monarquías absolutas se buscó una población homogeneizada. "Los gitanos no encajaron y no se dejaban encajar", explicaba Vania. "Empezaron las persecuciones, sobre todo con la hegemonía de la Iglesia católica: los gitanos representaban la exaltación de lo profano".
 
Lo gracioso se convirtió en bufonesco. Su exotismo, en algo macabro. Y sus intentos de sobrevivir, en algo criminal. Su lengua, neoindia, derivada del sánscrito, fue perseguida en España. En opinión del lingüista francés de referencia Marcel Courthiade, "el idioma se entendió como propio de diablos, de engaño para el cristiano". Así, en España quedó reducido hasta hoy a una serie de palabras casi marginales. Pragmáticas y redadas intentaron reducirlos y apartarlos, y, hasta la democracia, sufrieron la ley de vagos y maleantes. Pero todo palideció frente a Europa, donde llegó el porraimos -la devoración, en lengua romaní-, que es como los rom refieren su holocausto nazi. El hecho de que no se sepa realmente cuántos gitanos fueron asesinados -se estima que 500.000, aunque otras fuentes hablan de 250.000 y hasta de 600.000- demuestra cuán enormemente perdido de sí mismo puede llegar a mantenerse aún el pueblo rom.

LOS JUDÍOS RESULTARON mucho más asimilados que los gitanos en todas las sociedades europeas tras el Holocausto, y participaron de la educación, en casa y fuera de ella. Los gitanos rechazaron la primera y, en consecuencia, se quedaron sin la segunda. Erigieron lo que la escritora Isabel Fonseca, que conoció bien a los gitanos del Este, denomina con acierto "un seto". Una especie de muro de protección endogámica con el que, al mantenerles supuestamente puros, podían permanecer vivos, aunque apartados; aferrados a una nostalgia de un alma colectiva gitana que pocos sabrían definir hoy, y que tantas veces se ha entrelazado con tradiciones antiguas de cada país (caso de la virginidad femenina).
 
En Rusia, Finlandia, Polonia, Hungría, Eslovaquia, Bulgaria, Grecia, Inglaterra, Alemania o Francia, los roma se han dedicado a vivir con desigual fortuna, pero quizá en ningún territorio se les ha marcado como en Rumania. Allí, pese a que el Gobierno dice otra cosa, se calcula que el 10% de la población es gitana (más de dos millones de personas). Los libros y películas en donde aparecen como esclavos del Drácula transilvano no engañan: lo fueron hasta la segunda parte del siglo XIX, convirtiendo su seto en impenetrable. En la época comunista se forzó la asimilación. "Al menos dio trabajo en fábricas, dio la costumbre de un horario, situó a los rom en el sistema". El gitano rumano Dani evoca así la historia de su familia.
De este modo llegó la sedentarización, como sucedería en toda Europa, pese a que aún hoy se les considere nómadas. Isabel Fonseca insiste, en su libro Enterradme de pie, en que durante el comunismo podían llegar a timar y a robar "los gitanos y los no gitanos". "Pero la policía sólo aceptaba sobornos de los primeros". La razón: en caso de inspección, ¿quién iba a creer a un gitano?.
 
Muchos roma se prepararon mejor que los no gitanos para la propiedad privada, supieron comerciar y se situaron para regentar establecimientos. Pero 1989 trajo la revolución y su fracaso. Recoge Fonseca que el poder de la mayoría decidió que no se quería a los roma. Y lo expresó a las bravas. Se les consideró tutelados por los comunistas. "Los gitanos no son personas", le dijo una señora rumana a Fonseca durante la década de los noventa, en medio de los restos de un poblado humeante de gitanos recién incendiado. La escritora recoge que, según el Ministerio del Interior, no más del 11% de los delitos en Rumania -casi siempre menores- estaba relacionado con los roma. Pero el problema fue otro: "Los gitanos no son personas".
"No es racismo, es un hecho. Dan mala imagen de Rumania, y su idioma puede llegar a ser confundido con el rumano", afirma una periodista del Este. Paradójicamente, la música gitana, como sucede en España, se identifica para bien con ese país, y hasta el mal estado actual de la población que la genera -el 41% de ella es jornalera, el 33% no posee oficio, casi el 40% es analfabeta- puede servir para conseguir fondos europeos. Con su ingreso en la Unión Europea desde 2007, y con un supuesto cumplimiento de los derechos humanos, existen programas de trabajo para que regresen al país. "Cada franja de población tiene su programa", explica Arkos Derszi, secretario de Estado del Ministerio de Trabajo del Gobierno rumano. "En el caso rom se contempla su vuelta a sus oficios tradicionales". Pero los gitanos no saben ya a qué faenas se refiere el secretario de Estado.
 
UN INFORME EUROPEO de la Fundación Ceimigra indica que algunos grandes traslados de roma hacia Europa Occidental han tenido lugar entre los años 2001 y 2006. Sobre todo, hacia la ribera mediterránea, donde saben que existen bolsas endémicas de economía sumergida.
Inundaciones en regiones rumanas como Constanza empujaron a más gente hacia España. Y quizá el desastre italiano vuelva a tentar hacia el desvío ibérico. Su presencia en España se estima en unas 50.000 personas, a las que se les ha relacionado con las más variadas iniquidades. Los primeros flujos, más dedicados a la mendicidad, o incluso al delito, se han reducido mucho. Los gitanos rumanos mejor establecidos llaman ploskané a los grupos más ligados a la miseria. En los más fundamentalistas se acostumbra a concebir la compra de la novia a la familia o el arreglo de matrimonios entre menores.
 
Por suerte abundan más ejemplos como el de Florenza, una madre de 27 años que creía que en España había dinero y todos vivían bien. Lo veía por televisión, se lo habían dicho. "Creía que iba a encontrar sanidad, escuela para mi hijo, trabajo, una nómina y una casa para alquilar". Unas pretensiones que suenan hoy increíblemente raras o inocentes.
Sin embargo, desde el Este, los gitanos de aquí constituyen para muchos una referencia. En Albania, hasta se habla de España como "paraíso de gitanos". Con una población cifrada en 650.000 individuos; con una clase media mayoritaria que se gana la vida con la venta, artistas musicales de renombre, líderes públicos reconocidos, escolarización, activistas que hasta defienden la homosexualidad y con una asunción institucional de los gitanos como españoles de pleno derecho, nuestro país se muestra como un avance máximo. Pero hay un trasfondo sombrío en esa luz. Una encuesta de 2006 del Centro de Investigaciones Sociológicas admitía que el 40% de ciudadanos no querría tener a un gitano como vecino. Tampoco faltan voces que intentan desvincular el flamenco de la esencia musical gitana. Los barrios-gueto poblados de miembros de esta etnia permanecen presentes en nuestra geografía, y el asociacionismo subvencionado ha devenido no pocas veces en cosa de familias que heredan cargos. La mafia que ofrece protección en las obras, los traficantes y los tópicos se imponen como una muralla construida con ladrillos de falsas leyes atávicas y pintorescos patriarcas.
 
Esa percepción refuerza el seto endogámico de defensa creado ancestralmente por la propia comunidad. Sólo el 1% de gitanos españoles accede a la universidad, y el abandono durante la ESO es brutal. El victimismo, el paternalismo y la falta de rigor suelen ser discursos usuales empleados en torno al pueblo gitano que a veces hasta emanan del mismo. Como el propio racismo, han generado angustias y alienación en el colectivo. Aunque también sucede lo contrario: que lo malo, a veces, sirve como reto para dar ímpetu a un colectivo que en España ha avanzado a saltos en los últimos veinte años. Es fácil comprobar aún cómo, en la televisión, la imagen dolida, serena y pausada del padre de la niña asesinada Mari Luz no se asume como un reflejo gitano, y que en cambio se sigue vendiendo como tal cualquier oscura pelea, común a cualquier subcultura callejera. Pero esa constatación, y la de que muchos gitanos se quejen, es una nueva parte esperanzadora en un viejo camino de mil años que, con la nueva llegada mediterránea de los roma más doloridos de Europa, está lejos de concluir.
 
Joan M. Oleaque
22 JUN 2008

5 dic 2012

Amnistía fiscal, ¿por qué aquí sí y en Alemania no?

Esta semana acaba el plazo para que todos aquellos que se han enriquecido defraudando a Hacienda durante los opulentos años de la burbuja inmobiliaria puedan lavar su dinero al módico precio de una comisión del 10% de lo que decidan blanquear. Esa es la salida que ofreció en su momento el ministerio de Hacienda a los patrioteros que se llenan la boca de España y las muñecas de pulseras con los colores de la bandera para, a continuación, estafar al resto de sus conciudadanos.
En un país donde la economía sumergida supera ya el 23% del PIB -esto es, más de 240.000 millones de euros- promover una amnistía fiscal al tiempo que el propio impulsor, el ministro de Hacienda, se declara impotente para luchar contra el fraude fiscal no es que sea amoral, es que resulta del género de opereta. Es más, dice mucho de la voluntad de lucha contra el fraude fiscal el hecho de que el objetivo de la amnistía se que afloren en torno a 2.500 millones de euros, es decir, apenas un 1% del monto del dinero negro circulante en el país. La medida, en sí misma, parecía más un llamamiento a la mala conciencia de unos pocos que a la racionalidad económica de los muchos y buena prueba de ello es que, hasta donde sabemos, es decir, hasta el mes de julio, apenas se habían blanqueado 50,4 millones de euros, desde entonces no hay ningún tipo de datos. Así que el resto de ciudadanos, los que cumplen a carta cabal sus obligaciones fiscales, no saben cómo evoluciona el trato preferente que el gobierno ha decidido conceder a quienes han estafado a Hacienda, esa entidad que, según su publicidad institucional, somos todos.
Todo ello contrasta ampliamente con el trato que se da a este delito en otros países de Europa. La semana pasada, la cámara alta del Parlamento Alemán, el Bundesrat, rechazaba el denominado Acuerdo Rubik para regularizar las cuentas no declaradas que tengan los alemanes en Suiza a pesar de que la medida había sido aprobada por el Bundestag, la cámara baja. El Acuerdo proponía regularizar esas cuentas a cambio de un impuesto que se situaba entre el 21% y el 41% de los fondos no declarados, amén de que las cuentas seguirían pagando impuestos sobre los rendimientos obtenidos en el futuro, todo ello a cambio de mantener su opacidad.

El bloqueo del Acuerdo por parte del Bundesrat pone de manifiesto las diferentes percepciones de Estado que tienen las autoridades alemanas y las españolas y que son expresivas, a su vez, de las percepciones de los propios nacionales de sendos Estados sobre sus instituciones. Exigir esfuerzos, apelar al patriotismo, acudir al chantaje cuasi sentimental pretendiendo que a través del sacrificio colectivo se puede salir de la crisis, al tiempo que se habilitan mecanismos para que blanqueen sus capitales sin ningún tipo de penalización -es más, premiándolos ya que ese 10% de comisión es inferior al tipo impositivo de cualquiera de los impuestos que fueron defraudados en su momento-, es la mejor forma de que todo el mundo entienda el doble rasero imperante en el país y que las reglas se hacen con un metro de goma que se estira y se achica en función de a quién se aplique. Y si además nos encontramos con ejemplos de severidad y rigor en el tratamiento de los delincuentes, como ocurre en el caso alemán, las razones para el cuestionamiento de las bases de nuestro pacto social no dejan de aumentar con cada nueva medida del gobierno contra la crisis.

Alberto Montero Soler, profesor de Economía Aplicada de la Universidad de Málaga.
28-11-2012

4 dic 2012

El analfabetismo religioso.

Vengan leyes. Estatuto de Centros, LODE, LOE, LOGSE, LOCE, LOMCE… Dice un axioma militar que órdenes y contraórdenes sobre un mismo escenario producen siempre el caos. El desorden. Después de décadas de enseñanza religiosa en mano de docentes de catolicismo seleccionados por los obispos, pero contratados y pagados religiosamente (nunca mejor dicho) por el Estado, nadie duda del derrumbe de la cultura cristiana. Incluso lo afirma la Conferencia Episcopal, que acaba de hablar de “emergencia educativa”. La jerarquía piensa incluso que España “necesita ser misionada”. A ese precipicio les ha llevado su “escuela cristiana”. Es lógico que los obispos clamen al cielo por esta situación y presionen al Gobierno de Rajoy —uno de los suyos— hasta el colmo de sus deseos. La perplejidad es mala consejera.

El analfabetismo religioso de los jóvenes no se despacha volviendo a un modelo tan estrepitosamente fracasado. Si hacemos caso al mismísimo Benedicto XVI, la antaño Reserva espiritual de Occidente, gobernada moralmente por la Iglesia católica (el sucio contubernio nacionalcatólico, de 1936 a 1975), es hoy una viña devastada por los jabalíes del laicismo y el ateísmo. ¿Cómo ha sido posible, si esta confesión está siendo tratada con mimo y privilegios, incluso por Gobiernos que se han dicho laicos y de izquierda? Es misterio que debería hacerse estudiar el episcopado.
 
Además, están las maneras. Reforzar el monopolio que han tenido sobre la moral y la ética de millones de estudiantes deja en muy mal lugar principios de los que los políticos gustan de presumir. También sufre la verdad. Los obispos se comportan como esas fortalezas sitiadas que tienen el enemigo fuera pero también intramuros. Aquí se ha oído de todo, en la prensa católica y fuera. Nada ha sobrado para convencer al Ejecutivo de que no había más remedio que atender las pretensiones de las sotanas. Que si el PP asumía los principios socialistas (incluso aquella tontería que hizo escuela: “Más gimnasia y menos religión”); que si Zapatero convirtió “en héroes a los alumnos que querían clase de religión”, que si la crisis se ha podrido por falta de formación católica... También han clamado que España es un país de pandereta por no cumplir un concordato internacional de alto rango, pensando en los acuerdos firmados por España y el Vaticano tras la muerte del dictador Franco. Estaría bien que se cumpliesen de verdad, sobre todo el Acuerdo Económico, en el que la Santa Sede se comprometía a autofinanciarse.

España un Estado laico, qué sarcasmo. Aquí se confunden actividades y fines religiosos y estatales. Se incumple el principio de neutralidad: el jefe del Estado nombra al arzobispo castrense con rango de General de División. Se pisotea el principio de igualdad tributaria: los católicos dedican el 0,7% de su IRPF a financiar a su religión sin pagar ni un euro más que el resto de los contribuyentes. Se ignora el principio de laicidad: el Estado paga para que los obispos evangelicen a los niños en las escuelas, nombrando o echando a sus docentes profesores sin control. La Iglesia romana manda y el Estado paga, haciéndose cargo, incluso, de indemnizaciones millonarias porque hay prelados que despiden a sus docentes de catolicismo por casarse con divorciados o, sencillamente, por irse de copas con los amigos.

Todo es anacronismo. La educación en una fe religiosa (catequesis, en griego) debería pertenecer a otro lugar y a otros protagonistas: templos, sinagogas, mezquitas, etcétera. En cambio, los obispos exigen —y el Gobierno cede— que sus clases tengan carácter académico y sean evaluables, con una asignatura alternativa a la misma hora, a ser posible la matemática, no sea que a los chicos les espante más la oferta episcopal. Es como si, porque unos van al fútbol, el resto del alumnado tuviera que jugar al rugby.

Juan G. Bedoya. 4 DIC 2012

2 dic 2012

La Banca, el fraude fiscal, y el New York Times




El New York Times ha ido publicando una serie de artículos sobre Emilio Botín, presentado por tal rotativo como el banquero más influyente de España, y Presidente del Banco de Santander, que tienen inversiones financieras de gran peso en Brasil, en Gran Bretaña y en Estados Unidos, además de en España. En EEUU el Banco de Santander es propietario de Sovereign Bank.
Lo que le interesa al rotativo estadounidense no es, sin embargo, el comportamiento bancario del Santander, sino el de su Presidente y el de su familia, así como su enorme influencia política y mediática en España. Un indicador de esto último es que ninguno de los cinco rotativos más importantes del país ha citado o hecho comentarios sobre esta serie de artículos en el diario más influyente de EEUU y uno de los más influyentes del mundo. Es de suponer que si se escribieran artículos semejantes, por ejemplo, sobre el Presidente Zapatero, tales reportajes serían noticia. No así en el caso Emilio Botín.

Una discusión importante de tales artículos es el ocultamiento por parte de Emilio Botín y de su familia de unas cuentas secretas establecidas desde la Guerra Civil en la banca suiza HSBC. Por lo visto, en las cuentas de tal banco había 2.000 millones de euros que nunca se habían declarado a las autoridades tributarias del Estado español. Pero, un empleado de tal banco suizo, despechado por el maltrato recibido por tal banco, decidió publicar los nombres de las personas que depositaban su dinero en dicha banca suiza, sin nunca declararlo en sus propios países. Entre ellos había nada menos que 569 españoles, incluyendo a Emilio Botín y su familia, con grandes nombres de la vida política y empresarial.

Según el New York Times, esta práctica es muy común entre las grandes familias, las grandes empresas y la gran banca. El fraude fiscal en estos sectores es enorme. Según la propia Agencia Tributaria española, el 74% del fraude fiscal se centra en estos grupos, con un total de 44.000 millones de euros que el Estado español (incluido el central y los autonómicos) no ingresa. Esta cantidad, por cierto, casi alcanza la cifra del déficit de gasto público social de España respecto la media de la UE-15 (66.000 millones de euros), es decir, el gasto que España debería gastarse en su Estado del Bienestar (sanidad, educación, escuelas de infancia, servicios a personas con dependencia, y otros) por el nivel de desarrollo económico que tiene y que no se gasta porque el Estado no recoge tales fondos. Y una de las causas de que no se recojan es precisamente el fraude fiscal realizado por estos colectivos citados en el New York Times. El resultado de su influencia es que el Estado no se atreve a recogerlos.

En realidad, la gran mayoría de investigaciones de fraude fiscal de la Agencia Tributaria se centra en los autónomos y profesionales liberales, cuyo fraude fiscal representa –según los técnicos de la Agencia Tributaria del Estado español- sólo el 8% del fraude fiscal total.

Es también conocida la intervención de autoridades públicas para proteger al Sr. Emilio Botín de las pesquisas de la propia Agencia Tributaria. El caso más conocido es la gestión realizada por la ex Vicepresidenta del Gobierno español, la Sra. De la Vega, para interrumpir una de tales investigaciones. Pero el Sr. Botín no es el único. Como señala el New York Times, hace dos años, César Alierta, presidente de Telefónica, que estaba siendo investigado, dejó de estarlo. Como escribe el New York Times con cierta ironía, “el Tribunal desistió de continuar estudiando el caso porque, según el juez, ya había pasado demasiado tiempo entre el momento de los hechos y su presentación al tribunal”. Una medida que juega a favor de los fraudulentos es la ineficacia del Estado así como su temor a realizar la investigación. Fue nada menos que el Presidente del Gobierno español, el Sr. José Mª Aznar, que en un momento de franqueza admitió que “los ricos no pagan impuestos en España”.

Tal tolerancia por parte del Estado con el fraude fiscal de los súper ricos se justifica con el argumento de que, aún cuando no pagan impuestos, las consecuencias de ello son limitadas porque son pocos. El Presidente de la Generalitat de Catalunya, el Sr. Artur Mas, ha indicado que la subida de impuestos de los ricos y súper ricos tiene más un valor testimonial que práctico, pues su número es escaso. La solidez de tal argumento, sin embargo, es nula. En realidad, alcanza niveles de frivolidad. Ignora la enorme concentración de las rentas y de la propiedad existente en España (y en Catalunya), uno de los países donde las desigualdades sociales son mayores y el impacto redistributivo del Estado es menor. Los 44.000 millones de euros al año que no se recaudan de los súper ricos por parte del Estado hubieran evitado los enormes recortes de gasto público social que el Estado español está hoy realizando.

Pero otra observación que hace el New York Times sobre el fraude fiscal y la banca es el silencio que existe en los medios de información sobre tal fraude fiscal. Tal rotativo cita a Salvador Arancibia, un periodista de temas financieros en Madrid, que trabajó para el Banco Santander, que señala como causas de este silencio el hecho de que el Banco Santander gasta mucho dinero en anuncios comerciales, siendo la banca uno de los sectores más importantes en la financiación de los medios, no sólo comprando espacio de anuncios comerciales, sino también proveyendo créditos –aclara el Sr. Salvador Arancibia- “….medidas de enorme importancia en un momento como el actual, donde los medios están en una situación financiera muy delicada”. De ahí que tenga que agradecer al diario que se atreva a publicarlo, porque hoy, artículos como los que publica el New York Times y el mío propio, no tienen fácil publicación en nuestro país. Es lo que llaman “libertad de prensa”.

Vicenç Navarro
21 de octubre de 2011.

Artículo relaccionado en el Blog: "Hervé Falciani".