23 feb 2016

¿De qué hablamos cuando hablamos de guerras culturales?

VIEJOS CONFLICTOS CON NUEVOS NOMBRES
¿Qué son las guerras culturales: maniobras de distracción o intentos de fijar el marco de lo real? Cultura y política, un conflicto permanente.

Beyoncé y sus bailarinas, en la final de la Super Bowl homenajeando a las Panteras Negras. Foto: Instagram de Beyoncé.

Mientras Beyoncé rendía homenaje al 50 aniversario de la fundación de las Panteras Negras y mostraba su apoyo al movimiento de denuncia del racismo policial #BlackLivesMatter en su actuación durante el descanso de la Super Bowl, el mayor espectáculo deportivo de Estados Unidos, los dos titiriteros pasaban la segunda noche en prisión preventiva –con régimen de aislamiento FIES 3, el que se aplica a integrantes de bandas armadas– bajo la acusación de enaltecimiento del terrorismo por su obra La bruja y don Cristóbal.

Esta coincidencia ha provocado que se vuelva a hablar de "guerras culturales", entendidas como esos momentos de fricción entre cultura y política, valga la redundancia, en los que se discute lo que se puede o no mostrar en público, lo que la creación debe o no tocar, lo que significan o no las tradiciones; y se fija lo que se debe pensar.


Con distinta intensidad, daño causado y repercusión, hay varios episodios que ilustran este conflicto en los últimos tiempos. El cierre del diario Egunkaria en 2003, la prisión para sus directivos y la quiebra de la empresa hasta que la Audiencia Nacional absolvió en 2010 a los encausados de los cargos de pertenencia a ETA y en 2014 se archivó la causa económica. La censura que impide a Soziedad Alkoholika tocar fuera del País Vasco pese a que la Audiencia Nacional les absolvió en noviembre de 2006 del delito de enaltecimiento del terrorismo. La controversia suscitada por los cambios en la Cabalgata de Reyes de Madrid. La persecución al artista Eugenio Merino por sus piezas sobre Franco. La reescritura de la historia perpetrada por el Diccionario biográfico español, obra de la Real Academia de la Historia. Los insultos a la diputada Carolina Bescansa por llevar a su bebé al Congreso. El acoso al proyecto de teatro La Selecta en la sierra madrileña, hasta su cierre. La destitución en marzo de 2015 de Iñigo Ramírez de Haro como diplomático de la embajada española en Belgrado tras el estreno en el Teatro Español de su obra Trágala, trágala, que ironiza sobre las dos Españas, critica a la Iglesia y a la monarquía y en cuya reposición unos meses después añadió una escena en la que se fusila a Artur Mas.

¿De qué se habla, pues, cuando se habla de guerras culturales? Para Luisa Elena Delgado, catedrática de Literatura Española, Teoría y Crítica cultural y Estudios de género en la Universidad de Illinois (EE UU) y autora de La nación singular. Fantasías de la normalidad democrática española (Siglo XXI, 2014), la terminología es muy significativa, explica a Diagonal. "Enmarca la cuestión de forma sesgada: no hay, ni ha habido nunca, un estado de armonía nacional, de paz cultural, con todos los grupos y segmentos sociales de acuerdo sobre cómo se representan los valores comunes, o permitiendo pacíficamente que representaciones culturales ajenas a sus valores se desarrollen. Sólo hay que pensar en todas las disputas culturales del pasado, algunas sumamente enconadas y todas de cariz político; o pensar también en la enorme cantidad de artistas y figuras públicas absolutamente canónicas, que hoy en día se usan para vender la marca España, y que sin embargo sufrieron persecución, cárcel y exilio por parte del Estado; y desde luego no me refiero únicamente al franquismo".

18 feb 2016

Los obreros existen


ley-del-mercado

Sí,  sí, los obreros y las obreras aún existen. Aunque se vaya consolidando poco a poco la  interesada idea de que gracias a la transformación económica debida a la globalización, la implantación de las nuevas tecnologías y la modernización de la empresa, y pretendan que creamos que los obreros y los “viejos trabajos”, duros, repetitivos e insalubres, son cosa del pasado. Y que en las empresas de hoy todos son colaboradores, intraemprendedores o emprendedores, cuando no socios, ya que, gracias a la nueva organización del trabajo flexible, la calidad total y las nuevas tecnologías, el trabajo se ha adaptado a la persona, lo que habría convertido al “viejo obrero” en el nuevo trabajador creativo, autónomo y libre. Dicen que no hay razón de sindicatos porque ya no hay motivo para representar. Ni contraposición de intereses porque los intereses no son ya contrapuestos.

Los medios de comunicación, las películas (salvo excepciones, como la recién estrenada obra de arte francesa “LA LEY DEL MERCADO”) y las series de televisión nos suelen describir una sociedad sin trabajo y sus conflictos, donde la empresa se identifica solamente con sus ejecutivos y accionistas. Poco a poco, el trabajo ha ido desapareciendo de nuestra realidad cotidiana, como si ya no existiera el mundo productivo, como si la dureza del trabajo fuera algo de ayer, identificado sólo con aquellas antiguas fábricas textiles o la vieja siderurgia. 

Sin embargo, la realidad de nuestro mundo del trabajo es menos dulce. La explotación, la dureza, la precariedad y el autoritarismo siguen presentes en muchos ámbitos del trabajo. En algunos de los grandes centros de distribución y logística, en los hoteles limpiando habitaciones, en las residencias de la tercera edad, en las fábricas de manufactura, en las ingenierías y grandes empresas de las TICs, en el sector financiero y de seguros, en las cadenas de montaje, o en los falsos autónomos, etc.. Trabajos duros y condiciones precarias donde no sólo no han desaparecido los accidentes de trabajo, ni las horas extraordinarias que no se cobran (el 55,6% según El País 15-2-2016), ni la fatiga, sino que se ha sumado el mayor control que han aportado las nuevas tecnologías y también el estrés que provoca la generalizada inseguridad en el empleo.

Aunque se pretendan ocultar y se les niegue visibilidad, los obreros existen. Ahí están los millones de trabajadores y trabajadoras , incluidos los más cualificados,  con unas condiciones de trabajo que constituyen una pedrada en ese bonito escaparate de las nuevas teorías que  llenan libros y conferencias y que quieren hacernos creer que se ha superado el conflicto social en la nueva empresa, que nos explican los nuevos paradigmas en la gestión de las personas, la Dirección por Valores, la Responsabilidad Social, y el perfil del nuevo líder empresarial que entiende que el centro son las personas,  etc., etc. Unas teorías en realidad, por desgracia, aplicadas en una escasísima minoría de nuestras empresas y que poco tiene que ver con la realidad general del mundo del trabajo en nuestro país

Y para recordárnoslo ahí está de nuevo, un año más, el Índice de Calidad del Empleo, elaborado por la OCDE y publicado por Expansión el pasado 6 /2/2016. Podemos ver, como indica el titular, que somos el peor país para trabajar, y que la calidad de nuestro empleo es la peor entre los treinta y cuatro países desarrollados con una nota de 2,4, sobre 10, solo por delante del 1,5 de Grecia y lejos del 5,2 de Italia, del 6,4 de Francia y sideralmente lejos de Dinamarca, Alemania, Australia, Suecia, Noruega, Holanda, todos con una nota por encima de 8.

Veremos que tenemos una malísima nota, no únicamente por nuestras altísimas tasas de paro, y el elevado número de personas desempleadas de larga duración, que supera el 13%, frente a la media de la OCDE que no alcanza el 3%. Ni tampoco sólo por el elevado riesgo, el más alto, de perder el empleo. Sino también porque el salario relacionado con su valor de compra está muy por debajo de los países de nuestro entorno.

Una realidad, las condiciones de trabajo, que reclama una mayor atención por parte de la izquierda política, y para lo que hay que ir más allá del abstracto y genérico concepto de ciudadanía. Hay que incorporar, en el centro del discurso, la preocupación por el valor social del trabajo y sus condiciones, evitando que se separen, como está sucediendo, de la innovación.

Y aunque no parezca muy moderno, si la izquierda política, la nueva y la menos nueva, aspira a mejorar las condiciones de vida de la clase trabajadora, es preciso que vuelva a situar entre sus prioridades la necesidad de potenciar y reforzar la afiliación, la organización, la modernización del papel de los sindicatos en los centros de trabajo y la negociación colectiva. Porque es ahí, en gran parte, donde tenemos pendiente la principal revolución: modernizar la empresa y humanizar el trabajo.


Por Quim González Muntadas
Etica.Org.SL
15 de Febrero de 2016
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14 feb 2016

A ti, político corrupto, con mis deseos de que reflexiones a la sombra y entre rejas



La proliferación de los casos de corrupción en España ha dañado duramente la imagen de la clase política e incrementado la desconfianza de los ciudadanos hacia aquellos que la representan, lo que no deja de ser una injusticia para aquellos políticos honrados, que los hay y muchos. Tanto es así que la última encuesta del CIS, publicada en enero de 2016, pone de manifiesto que tras el paro y las cuestiones económicas, el principal problema para los españoles es la corrupción, los partidos y los políticos en general, asuntos que quedan a mucha distancia de otras preocupaciones como la Sanidad, la Educación o aquellos problemas que en la encuesta son tipificados como de índole social.

Para colmo de males del mucho daño que los políticos corruptos hacen a la sociedad española y también a la imagen de los servidores públicos cuya ética es intachable y su gestión eficaz y eficiente, la guinda de la tarta la acaba de poner la reciente imputación de los 50 concejales, exediles y asesores del PP valenciano que han sidollamados a declarar por blanqueo de capitales, presunto cobro de comisiones y la supuesta financiación ilegal del PP en varias administraciones, una situación que hace que el Partido Popular de Valencia se plantee una refundación que reinvente el partido, limpie su imagen con gente nueva y hasta cambie las siglas que muchos relacionan con la corrupción.

Maticemos que la corrupción en el ámbito político tiene lugar cuando el poder público es utilizado en beneficio privado por quienes lo ostentan, una situación frecuente cuando se abusa de ciertas prácticas enviciadas y se actúa al amparo de la impunidad que a algunos les confiere ciertos estatus, vinculados o no a cargos público.

Es constatable que cuando la corrupción se implanta en una sociedad, ocasiona una depauperación de las clases medias que la hace tender a reestructurarse en una minoría de ricos y una mayoría de pobres cada vez más manifiesta.

Instauración de la corrupción

Conforme la ciudadanía se va acostumbrando a las praxis corruptas de sus próceres y las asume como algo consustancial e inevitable, surge una sensación de desprotección, una tendencia al individualismo y un escepticismo que abocan en una falta de compromiso social por parte de los gobernados. Esto es debido a que los miembros de cada colectividad tejen una red de expectativas recíprocas, cuyo buen funcionamiento dependerá del grado de confianza de cada cual en que los demás hagan lo que de ellos se espera. Pero cuando esto falla —sobre todo porque los dirigentes anteponen su ambición al interés colectivo– mengua la credibilidad en el estamento político y surge una crisis de desconfianza en la población.

Es en este contexto cuando se manifiesta el síndrome del individualismo fatalista, consistente en una tendencia del ciudadano a priorizar sus aspiraciones individuales por encima de sus deberes colectivos, y también el fatalismo de sentirse abocado a un destino que hace que parezca inútil cualquier tipo de queja o acción de protesta.

Conforme la corrupción va extendiendo sus tentáculos, surge a su vez un presentismo que tiende a promover actuaciones individuales influenciadas por la creencia de que el pasado y el futuro son irrelevantes y la creencia de que sólo el presente importa. Este fenómeno está estrechamente vinculado con la cultura de la inmediatez (búsqueda de placer inmediato en el presente) por el cual el individuo aspira a alcanzar metas cada vez más altas, conseguidas en menos tiempo y con apenas esfuerzo.

Un cóctel explosivo

Las perspectivas empeoran si al presentismo y la inmediatez se asocian factores como la crisis económica, tasas altas de desempleo, tendencia consumista a acceder a todo lo que se publicita en los medios, propensión a contraer créditos difíciles de asumir, conformismo ante un estatus de eternos adolescentes por parte de jóvenes desempleados con dependencia parental incluso en la treintena. Todo empeora si a estos factores se suma la proclividad al consumo de remedios que proporcionen gratificaciones inmediatas, como sucedes con las drogas o el alcohol, unas sustancias cuyo uso se asocia a la frustración, la falta de expectativas laborales y la desconfianza en el sistema social al que se pertenece. Cuando estos ingredientes se mezclan en una coctelera y quien la agita es un barman corrupto, el resultado es un trago amargo y difícil de asimilar sin sufrir las consecuencias.

Dos posibles reacciones: apatía por desencanto o activismo social

Conforme queda instaurada la corrupción en el sistema, se activa una cadena causa-efecto y surge el desencanto de unos ciudadanos que adoptarán posturas individualistas, presentistas y una apatía participativa en las cuestiones sociales, y también un abúlico ostracismo que frenará el ímpetu cooperante del individuo. Una de las consecuencias será una alta tasa de abstención cada vez que se convoquen elecciones, o sea, la apatía abstencionista por desencanto.

En un extremo diametralmente opuesto, la reacción a la corrupción puede materializarse en las antípodas de la apatía a través de movilizaciones ciudadanas encaminadas a implantar nuevos modelos sociales. Es lo que sucedió con el 15-M o movimiento de los indignados surgido a raíz de una manifestación de protesta llevada a cabo el 15 de mayo de 2011 y tras la cual, medio centenar de personas decidieron acampar de forma espontánea en la puerta del Sol de Madrid. Es resto es de sobra conocido y el boom de Podemos y sus partidos satélites, una de sus consecuencias.

Transformación sociocultural y recuperación del control de las instituciones

Ya en el capítulo de las conclusiones podemos inferir que lucha contra las prácticas corruptas debe ir siempre asociada a un plan de transformación sociocultural dirigido a prevenir (o combatir si ya se ha instaurado la mala praxis) la creencia fatalista de que la corrupción es inevitable e imposible de vencer.

Otro puntal en la sistemática de actuación contra la corrupción es la lucha contra el inmovilismo, a través de actuaciones encaminadas a recuperar el control de las instituciones y ofrecérselo –por cauces democráticos– a unos gobernantes honestos que estén sometidos a las leyes como cualquier otro ciudadano y que actúen como servidores electos y no como oligarcas despóticos, caciquiles, nepotistas y aferrados al poder y al dinero.

Igualmente, los ciudadanos que, bien por desencanto o bien por impotencia, opten por resignarse y no se sientan comprometidos con sus obligaciones participativas, deberán recapacitar y considerar que la batalla contra las injusticias sociales (como la corrupción) sólo se vencerá en la medida en que sean conscientes de que al asumir la corrupción como algo inevitable, están contribuyendo a perpetuarla y a una progresiva desintegración  la sociedad.

Finalizaré estas reflexiones con la referencia a un artículo publicado por Baltasar Garzón en 2010 en El País en el que el juez sostenía la necesidad de "liderazgos valientes y decididos" para superar la indiferencia popular hacia la corrupción y abogaba por combatir la idea de que el esquema de partidos políticos precisa de una cierta dosis de ella, señalando además lo que consideraba como la clave para investigar y castigar a los corruptos: "Un poder judicial fuerte, independiente e inamovible".


Por Alberto Soler Montagud
Médico y escritor
05 de Febrero de 2016
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11 feb 2016

LOS 8 DE AIRBUS



Hoy comienza, como todos saben, un juicio en el Juzgado nº 1 de Getafe en el que están encausados ocho personas, todas ellas sindicalistas y representantes de los trabajadores de una empresa importante, AIRBUS. De hecho el juicio se conoce como el de los 8 de Airbus, y su desarrollo se ha visto acompañado de una importante movilización sindical.En Getafe, parará la empresa y por la mañana una manifestación acompañará a los procesados hasta el juzgado.



El delito por el que se les acusa a estos 8 dirigentes sindicales es el de coacciones a otros trabajadores para que secundaran la huelga. La realidad es que con ocasión de la huelga general convocada contra las primeras medidas de austeridad del gobierno Zapatero, en el 2010, a las puertas de la fábrica en Getafe – una fábrica en la que se han desarrollado extensas prácticas de negociación permanente entre la dirección y los sindicatos y en donde el conflicto se canaliza a través de procedimientos de participación y consulta – se congregó  pacíficamente un piquete de huelga en el que estaban, entre otros, los encausados. Una dotación de la policía nacional se presentó a las puertas de la empresa y comenzó a cargar contra los congregados, hiriendo a varios. Incluso algún policía disparó cinco tiros al aire, cuyos casquillos fueron presentados luego en la rueda de prensa por Fernando Lezcano, del secretariado de CCOO, como muestra de la violencia policial. A partir de ahí, tomó cuerpo la denuncia de la policía que identificó a quienes habían incurrido en el doble delito de coacciones y de atentado a la autoridad por el hecho de haber acudido a la enfermería a curarse de las lesiones producidas por la carga policial. El resto es conocido, el ministerio fiscal califica los hechos de manera que solicita ocho años de prisión para cada uno de estos representantes de los trabajadores, y tras una larga instrucción, durante la cual se hicieron propuestas a los imputados para rebajarles la pena para que no ingresaran en prisión, se celebra hoy el juicio oral, puesto que los sindicalistas se han negado a aceptar que cometieran ningún delito con su actuación.

El juicio oral será largo. A él asistirán observadores y abogados, y el propio Secretario General de CCOO se sentará en la sala en este primer día. En él se tendrá que dilucidar no tanto la aplicación concreta de los preceptos penales y su interpretación restrictiva en razón de que no se puede castigar penalmente el ejercicio de un derecho fundamental de manera desproporcionada y arbitraria, con arreglo a cánones de interpretación que no se inspiren en el cuadro de derechos sancionados constitucionalmente, sino algo más importante, la participación real de estas personas en los hechos que se imputan como delictivos. La autoría de los ocho de Airbus en las supuestas coacciones y atentado a la autoridad es muy dudosa. Se basa exclusivamente en la declaración policial, que se origina a partir de la carga violenta con heridos entre los trabajadores y los disparos intimidatorios que efectuaron algunos agentes, poniendo en riesgo la seguridad de las personas. El informe policial no tiene entidad en estas circunstancias para determinar quienes fueron los supuestos agresores, puesto que se identificaron exclusivamente en la medida en que fueron a la enfermería o, como en el caso de José Alcázar, cuando el mismo se identificó ante la policía como presidente del Comité.

En el homenaje que se dio a Jaime Sartorius el pasado viernes en el Círculo de Bellas Artes, contaba él que bajo el franquismo el informe policial era la única prueba de cargo frente al TOP, y que bastaba leerlo para saber la pena que iba a caer al reo, es decir, una persona que luchaba por la consecución de las libertades democráticas. En un sistema democrático no pueden reiterarse estas prácticas execrables.

Y sin embargo, parece que retornan tiempos oscuros para la acción sindical y el derecho de huelga. El paralelismo que la campaña de movilización en favor de la absolución de estos sindicalistas ha realizado entre el proceso 1001 y el juicio de los 8 de Airbus quiere indicar esta relación viciada entre uno y otro momento represivo. El uso antisindical de los preceptos penales ha sido denunciado por la propia Confederación Europea de Sindicatos, que ve además en este proceso penal un elemento simbólico de la agresión neoliberal al derecho de huelga en toda Europa. Y ha obtenido, como no podía ser menos, la solidaridad de muchos sindicatos en todas partes del mundo.

En el ámbito interno, la campaña de movilización ha obtenido el apoyo de intelectuales y artistas, de profesionales de derecho y de universitarios en general, y  ha generado una larga espiral de solidaridad entre los trabajadores, que no están dispuestos a que se cercene el ejercicio del derecho de huelga por la aplicación de la norma penal. Más difícil sin embargo resulta conseguir que los medios de comunicación reflejen esta lucha. Reforzar la presión también para obtener la visibilidad mediática de este atentado a los derechos fundamentales es importante, aunque conocemos el "empotramiento" de una buena parte de estos medios en el poder privado económico que los patrocina y dirige.

La huelga está bajo presión, lo que resulta especialmente grave en un país en el que el número de parados es insostenible y las políticas de austeridad están generando un panorama de desertización industrial y de trabajo precario como regla.  En ese paisaje desolado, muchos querrían desterrar la huelga como medida de acción colectiva, de afirmación de un interés y de un  proyecto de regulación concreta de las relaciones de trabajo. No lo van a conseguir. El juicio de Airbus es ya un juicio con un referente simbólico fundamental, la defensa del derecho de huelga y el gobierno sindical de las facultades de autotutela. Mientras tanto, y a la espera de su sentencia final, la solidaridad activa con los 8 de Airbus es obligada, para hacer que se conozca esta lucha y su significado profundo que pone en peligro el sistema de derechos y libertades democráticos que tantas vidas truncadas dejo en el camino.

Por Antonio Baylos
9 de febrero de 2016
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9 feb 2016

Estalla la guerra cultural entre el PP y Podemos

Foto: Alberto Rodríguez, diputado de Podemos, y Mariano Rajoy (EFE)
Alberto Rodríguez, diputado de Podemos, y Mariano Rajoy (EFE)

CARCAS CONTRA PROGRES
Los dos partidos resucitan la batalla costumbrista que marcó la era Zapatero. ¿Qué son las guerras culturales y cuáles son sus límites?





Situación política española a esta hora de la mañana: un bebé y un rastafari piojoso quieren romper España…
En efecto, el arranque de la legislatura más convulsa desde la Transición ha estado marcado por lo que en EEUU (meca del asunto) se conocen como 'culture wars' y aquí podemos llamar guerras culturales, conflictos culturales o batallas costumbristas.

Que el foco ha saltado de lo político a lo cultural lo demuestra que el artículo más polémico sobre lo que pasó en el Congreso lo ha escrito el secretario de Estado de Cultura (en funciones), José María Lasalle, que denunció en tono apocalíptico la deriva “populista” de Podemos para alcanzar la “hegemonía cultural”. Le respondió en este periódico Germán Cano, filósofo y miembro del Consejo Ciudadano de Podemos; y más tarde fue Íñigo Errejón quien atizó a Lasalle (sin citarle) en 'El País'.

Lo relevante de las respuestas de Cano y Errejón es que no escurren el bulto: sí, ha estallado la guerra cultural y Podemos está encantado de jugarla: “Los diputados del cambio libraron el miércoles [en el Congreso] una batalla cultural y, a decir de la reacción del establishment, la ganaron”, asegura Errejón haciendo bandera de la guerra cultural. Así que la pregunta es: ¿Qué demonios es eso de la guerra cultural?.

Algo pasa con Kansas

Thomas Frank, ensayista y colaborador de medios como 'The Wall Street Journal' y 'The New York Times', quizá sea el periodista cultural más relevante de EEUU. Lo curioso es que Frank escribe casi siempre sobre... política. Su especialidad son las guerras culturales y sus ramificaciones políticas, que plasmó en uno de los grandes ensayos de lo que va de siglo: '¿Qué pasa con Kansas?' (Acuarela Libros, 2008; publicado en EEUU en 2004). El libro analiza cómo la nueva derecha neocon conquistó la hegemonía cultural durante la era Bush a golpe de conflicto costumbrista.

En efecto, los neocon conquistaron el corazón de la clase obrera con un innovador cambio de eje (de lo económico a lo cultural): la batalla ya no se libraba entre ricos y pobres o entre poderosos y débiles sino entre americanos simples y honrados del Medio Oeste que se mataban a trabajar y progres neoyorquinos que se dedicaban a ir al cine, vestir absurdos fulares afrancesados y reírse de los "paletos" contrarios al aborto y al matrimonio homosexual. De la lucha de clases a la lucha cultural/costumbrista. De la economía a los estilos de vida. Las élites ya no eran los banqueros, sino los snobs culturales progres herederos del 68.


Pero, como decía el filósofo Slavoj Zizek en el epílogo de la edición española de '¿Qué pasa con Kansas?',  "hacen falta dos para librar una guerra cultural". "La cultura también es el argumento ideológico dominante de los progresistas 'ilustrados' cuya política se centra en la lucha contra el sexismo, el racismo y el fundamentalismo y a favor de la tolerancia multicultural. La cuestión clave es, por tanto, por qué la 'cultura' está emergiendo como nuestra categoría central acerca de la vida y el mundo', escribió el filósofo esloveno en 2004. Y en esas llegó Zapatero y las guerras culturales saltaron el charco: recuerden la monumental tangana cultural (bautizada como "la crispación") montada durante la primera legislatura zapaterista a cuenta del matrimonio homosexual, el aborto, el boom de 'Libertad Digital'/Federico Jiménez Losantos, las conspiraciones disparatadas y las manifestaciones religiosas de masas.

Amador Fernández-Savater, editor español de '¿Qué pasa con Kansas?' lo explicó así en el prólogo del libro: "¿Cómo es posible que un relato sobre la revuelta conservadora en Kansas nos suene tantísimo a lo que hemos vivido en España los últimos años, es decir, la aparición de una nueva derecha con una gran sintonía con los problemas sociales y una mayor capacidad de producir realidad... La revuelta de la derecha populista ocupa el vació de lo político y el vacío de las calles. Tanto en EEUU como en España. Hace tiempo que la izquierda oficial decidió que habían llegado los tiempos 'postpolíticos' de la mera administración de los efectos de la economía global. Se volvió retórica, cínica, autista, hipócrita, elitista, pija o simplemente gestora. No es casual que la nueva derecha critique que el PSOE 'vive fuera de la realidad', sin contacto con 'los verdaderos problemas de la gente', 'los españoles corrientes que trabajan'. De hecho, la única baza posible de la izquierda oficial a estas alturas es jugar en el mismo tablero de política-espectáculo que la derecha: entre los últimos gestos simbólicos del gobierno ZP: los 'palabros' de Bibiana Aido, la sonrisa de Leire Pajín o Chacón embarazadísima como ministra de Defensa...".

El centro derecha (PP) y el centro izquierda (PSOE) se retroalimentaron, por tanto, en la primera guerra cultural española. ¿El ganador electoral de la batalla? Zapatero. Atacado por tierra, mar y aire por su "progresismo", la izquierda ciudadana cerró filas y volvió a llevar a ZP a la Moncloa en 2008. Eso sí, lo que la cultura unió, la economía barrería cuatro años después.

Podemos le roba el show al PSOE

Uno de los momentos más chocantes de la irrupción de Podemos en el Congreso (del bebé de Carolina Bescansa a los variopintos juramentos de sus diputados) fue la reacción de los diputados del PSOE, que denunciaron indignados la política 'podemista' de gestos como una intolerable banalización de la política. ¡Y lo dicen los mismos que alimentaron esa máquina de gobernar a golpe de gestos costumbristas que fue el zapaterismo! ¿Acaso Zapatero no hizo un uso habilidoso de la polarización cultural? Otra manera de entender el enfado de los socialistas estos días: Podemos les ha robado la bandera del simbolismo progre.

Aunque la segunda guerra cultural ha detonado estos días, se venía larvando hace unos meses, pero los detonadores quizá no han sido los 'podemistas', sino los 'aguirristas'. En efecto, cuando parecía que Esperanza Aguirre estaba políticamente muerta tras perder el poder en las municipales de mayo, resulta que ha resucitado (¿temporalmente?) para hacer lo que mejor sabe: dar la batalla cultural (a Manuela Carmena).

Como pionera de la llegada a España de las 'culture wars' de la derecha neocon estadounidense -recuerden el clásico mantra 'aguirrista': hace falta una "derecha sin complejos" que dispute a la izquierda una presunta hegemonía cultural progre- Aguirre vio la luz cuando el gobierno Carmena dejó caer que la Cabalgata de Reyes de este año iba a ser diferente. Lo que siguió fue una de las mayores broncas culturales de los últimos años (también de las más ridículas) a cuenta del traje de los Reyes Magos (maravilloso ejemplo de la ligereza de las guerras culturales: o cómo un asunto estético menor se convierte en drama político nacional -que permite sacar pecho identitario a ambos campos ideológicos).

“Todo aquello que consideramos 'normal', nuestro paisaje cotidiano de creencias o valores es consecuencia de disputas culturales previas en torno al sentido de las cosas. Si alguien entiende que es normal que un Rey Mago 'solo' puede vestir de una forma tradicional es porque asume una situación 'hegemónica' que obedece a determinados intereses... Lo ocurrido en Madrid revela una disputa cultural típica por dar un sentido político a esferas aparentemente neutras y por excluir como 'imposibles' otras opciones. ¿Por qué Esperanza Aguirre se ofende tanto por el hecho de que se otorgue, aun cuando sea con sumo respeto, otro sentido a una celebración como la Cabalgata? Porque llevan décadas dando 'su' sentido a estas celebraciones. Por eso la cultura nunca es inocente”, explicó el 'podemista' Germán Cano a El Confidencial. 

Ahora tocaría analizar parecidos y diferencias entre la primera y la segunda guerra cultural para ver por dónde pueden ir los tiros. Diferencia principal: el contexto actual (crisis política, institucional y económica) es radicalmente diferente al de los años locos del 'zapaterismo', cuando el dinero fluía y la principal preocupación política de la clase media parecía ser discutir sobre estilos de vida. En otras palabras: Podemos y el PP pueden emplear toda la energía política que quieran en la pelea costumbrista, pero eso no va a evitar que Bruselas nos martirice con la deuda, la austeridad y los (futuros) recortes... 

Por CARLOS PRIETO
19.01.2016 
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7 feb 2016

Titiriteros e iniciativa política. O cómo se perderá el Ayuntamiento de Madrid.

Multitud de niños se arremolinan ante un espectáculo de cahiporras y bolas de trapo. Son títeres y según la tradición medieval hay buenos, malos, golpes y parodias de todo tipo. Es Carnaval ese momento donde hasta hace unos años el orden, y con ello nuestra particular y ramplona versión de lo “polítcamente correcto”, quedaba en suspenso.

Los niños son vigilados atentamente por unas decenas de padres. La obra toma un curso que a algunos disgusta. En vez de una bruja o un ogro, quien resulta ahorcado es una autoridad, y en vez de restituir no se sabe bien que armonía medieval se invita a ocupar y a pinchar suministros cuando no se tiene vivienda. Un poco más al Sur, se escuchan estos días chirigotas bastante más ofensivas, y por cierto también para “todos los públicos”.

Lo que para algunos papis colma el vaso es que al final de la obra aparece una pancarta con el rótulo “Gora Alka-Eta”. La pancarta era puesta por una bola de trapo que representaba a un policía, al lado de otra bola de trapo que representaba a un activista. Con ello los actores del teatrillo querían a hacer una denuncia explícita de una práctica policial no tan inhabitual: la incriminación de todo lo que huela a radical poniéndole el sanbenito de terrorista. Véanse los largos años de gobierno-oposición del PP, o las operaciones Piñata y Pandora.

Para algunos papis y mamis, la palabra ETA traspasa la frontera de lo tolerable. Pero en lugar de coger a su nene y marcharse a comprar unos churros o unas castañas para pasar el disgusto, deciden afirmarse como ciudadanos vigilantes. Llaman a la policía. Aparecen las fuerza de orden y recogen la denuncia de los padres: “enaltecimiento del terrorismo”, con todas las letras (nivelón). Quizás sea la primera vez, desde los tiempos del Generalísimo, que se llevan a alguien por representar unos títeres de cachiporra. Algún día habrá que preguntarse que significa ser papi-mami en los comienzos del siglo XXI. Seguramente nada bueno para la psicología y la personalidad de sus vástagos.

Lo mejor sucede a partir de ese momento. El periódico prototipo de seriedad informativa e imparcialidad, El País recoge la noticia sin contexto alguno. Simplemente escribe que en la obra aparece la pancarta “Gora Alka-Eta”. Le sigue ABC que añade que el “alka” no tiene significado en euskera pero que podría ser una referencia a Al-Qaeda. El “círculo del mal” se cierra. Después, El Español en su primer titular escribe sobre la detención de dos “títeres”, metáfora no querida de una astracanada: los detenidos (nótese bien) serían dos bolas de trapo. Las apuestas se elevan. El lobby neocon, la ahora llamada “caverna”, se pone en marcha. Y consigue que “Gora ETA” sea Trending Topic en twitter. Paradojas del momento presente.

No se pierdan el final. El Ayuntamiento, por su parte, en lugar de defender que se trata de una obra de ficción y denunciar el abuso de las detenciones (algo inaceptable en todo caso), se asusta. Estamos demasiado aburridos de los sustos de este Ayuntamiento. Y emite una nota de “retratacción” en la que aparte de pedir perdón, se suma a no se sabe bien que acusación: ¿daño moral a menores por una obra de mayores? Afortunadamente retira después la nota, parece que va a primar el sentido común, y todo va a quedar en una rescisión de contrato.

En apenas unas horas, hemos asistido a una típica guerra cultural saldada con notable daño para el Ayuntamiento y poco esfuerzo para los media neocon. Hoy por hoy, para aguirristas y losantianos nada resulta más fácil que aprovechar los nimios motivos de las “cultural wars” (unos tweets, unas tetas, una placa, unas bolas de trapo) para poner contra las cuerdas a un consistorio achantado y sin iniciativa. Sobra decir, que su contraparte, Carmena al frente, piensa que basta con cuatro pildoritas y ocurrencias progres para contentar a la audiencia.

Mientras, el tiempo pasa. La auditoría de la deuda se realiza a cuentagotas. Los avances en materia de vivienda apenas pasan de lo cosmético. Las remunicipalizaciones se esfuman de la agenda. Se aceptan las operaciones Mahou-Calderón, Canalejas, y a buen seguro tramos del macro proyecto Chamartín. En definitiva, se cede progresivamente en todo lo que haya que ceder frente a los chantajes más evidentes de la oligarquía política y económica.

Conclusión: hegemonía cultural no es gustar a todo el mundo. No es tirar, de nuevo, de imaginario progre y esperar a que la atmósfera cambie para realizar las reformas prometidas por el “Ayuntamiento del cambio”. Hegemonía es crear condiciones materiales capaces de sostener y apoyar transformaciones reales. Consiste en crear adhesiones a través de la remunicipalización de servicios, la democratización efectiva de la institución y la apertura de la discusión pública de todo aquello que tenga relevancia en la vida del ayuntamiento. Y consiste también en poner en la picota por corrupción, prevaricación y nepotismo a la clase política madrileña y sus empresarios aliados que han gobernado el ayuntamiento durante 25 años.

Caso de no asumir estas reformas y la confrontación que ello conlleva, ese mismo enfrentamiento tomará los ropajes “culturales” que hoy conocemos. Es una batalla perdida. Estamos ante verdaderos especialistas de la guerra cultural: una nueva derecha (neocon) que ha practicado y teorizado activamente las fórmulas y los resultados de este tipo de conflicto. Y así tras una larga secuencia de escándalos artificiales y un largo rosario de cadáveres políticos, a la postre lo que se perderá es la oportunidad de cambiar el gobierno (real) de Madrid.

Por Emmanuel Rodríguez
7 de febrero de 2016.
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5 feb 2016

Industria 4.0 y el sindicato del futuro

Esperemos que en la Industria 4.0 y la empresa del futuro estén también presente con fuerza los sindicatos para garantizar una transición justa.




"La Industria 4.0 se va a introducir, más pronto que tarde de lo que nos imaginábamos. Los sindicatos deben estar preparados para el enorme impacto sobre el empleo, las condiciones de trabajo y los derechos de los trabajadores, y centrar su atención en lograr una transición justa" 

Jyrki Raina, Secretario General de IndustiALL Global Unión

Primero fue la máquina de vapor, luego la electricidad; en los años 70, la automatización, y las TIC en los noventa. Ahora ha empezado una cuarta ola, una nueva revolución industrial que transformará el qué, el quién, el cómo y el dónde se producen los bienes y servicios.

Hablamos de la Industria 4.0, concepto que fue acuñado en Alemania para describir la fábrica inteligente con todos sus procesos informatizados e interconectados por internet. y se caracteriza por la incorporación masiva de robots autónomos, de análisis e integración  de los grandes datos de información de forma horizontal y vertical, y por la extensión del “Internet de las cosas”. Se refiere a la posibilidad de interactuar a través de la red mediante el uso de microprocesadores dentro de los objetos, reduciendo con ello el tiempo y las acciones humanas, y que ya vemos hoy en muchos procesos de la industria química, energética, alimentaria, del sector de la automoción o en la gestión del almacenamiento y la distribución. O muchos productos de consumo, como es el caso del refrigerador que de forma automática conecta directamente con el supermercado al quedarse sin existencias, etc.

Hablamos de un nuevo modelo de producción en el que las máquinas se relacionan entre sí desde una nueva conectividad, aportando mayor flexibilidad en los tiempos de reacción y permitiendo menos residuos y producciones en lotes más pequeños, casi "a medida"; y que por lo tanto representa un cambio profundo en la industria y en la producción, que modifica la naturaleza de las relaciones entre proveedores, fabricantes y clientes. Y al cambiar la relación entre el trabajador y la máquina, así como las condiciones de trabajo, cambian también las relaciones laborales.

La pregunta es cómo reaccionará e intervendrá el sindicalismo frente a este cambio y esta nueva realidad que empieza a estar presente en algunas empresas. Por el bien de los trabajadores y trabajadoras, esperemos que sea con iniciativa e interés. En esta línea estamos viendo buenos ejemplos en algunos países europeos, muy especialmente en Alemania, donde el sindicalismo ha situado esta cuestión en el centro de sus estudios, análisis, debates y propuestas para la acción sindical. Una actitud especialmente positiva -esperemos que cunda el ejemplo- ya que, por la historia, sabemos que los sindicatos no son organizaciones especialmente acostumbradas a abrir los brazos para recibir la innovación.

Más allá de reconocer las muchas y profundas dificultades que están sin resolver por parte del sindicalismo ya sea nacional, europeo y global, es esperanzador ver que desde los sectores más avanzados se producen hoy rigurosos trabajos y llamamientos para evitar el riesgo de inacción o reacción tardía frente a esta nueva Revolución Industrial.

Ese sindicalismo, el más innovador, sabe que la Revolución Industrial 4.0 implicará una nueva reorganización en un mundo en el que probablemente algunos puestos de trabajo desaparecerán y otros nuevos emergerán, y habrá profundos cambios en los derechos y los deberes del trabajo dentro de la empresa. Sabe también que esta nueva tecnología traerá grandes beneficios para las empresas y en particular a las grandes  multinacionales al ofrecer un acceso instantáneo y actualizado de la información sobre la producción en las cadenas de suministro, al posibilitar la planificación y la respuesta más rápida a las tendencias comerciales. Un sindicalismo que con razón se pregunta dónde quedan los derechos de los trabajadores en esta “empresa inteligente” pues intuye los riesgos que se pueden derivar para sus derechos, ya que la nueva tecnología facilita una mayor capacidad de control y supervisión de la conducta y del rendimiento de los trabajadores.

Pero también es consciente de la oportunidad que puede representar la conquista de nuevos espacios de creatividad e innovación para la acción sindical y la negociación colectiva, en la construcción de soluciones que mejoren y humanicen el trabajo de las personas, nuevas fórmulas de reparto del trabajo; mayores competencias profesionales y mayores niveles de participación y más justo reparto de sus beneficios, evitando que la mistificación y la adoración a la tecnología devalúen el valor del trabajo y que el avance tecnológico solo sirva para destruir y precarizar el empleo, crear mayor desigualdad y hacer más ricos a los ricos. Esperemos que ahí, en la Industria 4.0 y la empresa del futuro estén también presente con fuerza los sindicatos para garantizar una transición justa. De su capacidad e iniciativa dependerá.


Por Quim González Muntadas 
01 de Febrero de 2016
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4 feb 2016

Agitando el miedo líquido: tan peligroso como afectivo

Desde que los dirigentes europeos decidieron que había que blindar las fronteras del viejo continente alejándose de los viejos principios del mundo más avanzado que siempre definieron esta parte del mundo, desde que se decidió que la política a seguir era y es “los nuestros primero” se acompañó esta medida con un manejo emocional de una impresión tan útil como peligrosa como ya mencionaba Maquiavelo en su clásico y conocido libro 'El príncipe'; nos estamos refiriendo al miedo.

En el día a día no hay inmigrantes por motivos económicos y por motivos de persecución en dos realidades claramente diferenciales, en general, unos se mezclan con los otros y con frecuencia ocurren las dos cosas al tiempo en un espacio continuo que por muchas fronteras y limitaciones que quieran ponerse, no evitaran los flujos migratorios porque, como bien dicen muchos de los que emigran en terribles y peligrosos viajes, no lo hace ya por ellos que dan su vida y su futuro por perdido, lo hacen para que sus hijos puedan tener una oportunidad de futuro, una fuerza incontrolable y que les hace capaces de superar todas las dificultades: la fuerza de la supervivencia.

El miedo es el condimento emocional que acompaña a la insolidaridad, que acompaña a las políticas de la 'Europa fortaleza', una emoción básica que va unida a las políticas egoístas con el otro diferente y también con el otro desigual que comparte espacio pero que acaba siendo responsable de su situación en un mundo de personas aisladas a su propia suerte en competencia feroz por sobrevivir mientras que un instrumento como la economía se convierte en fin, en principio y final y la austeridad en la política estrella, en el que la desigualdad crece imparable.

Un miedo que se agita en el siglo del 'miedoceno' como señalaba agudamente hace un tiempo Forges, un miedo liquido en expresión de Bauman, que impide tener un plan de respuesta porque no sabemos a qué debemos tener miedo, que genera el peor de los miedos posibles: la indefensión, un temor que nos acompaña, nos activa y nos pone a la defensiva ante todo lo que sea diferente, un miedo, emoción básica y que conecta con nuestro cerebro mas animal, al tiempo peligroso y útil como emoción básica. Un miedo que una vez que se activa se vuelve tan irracional como incontrolable arrastrando a la solidaridad o la justicia.

Inmigrantes a los que tenemos miedo, a los que, por momentos se idéntica con terroristas, con personas diferentes que vienen a quitarnos lo que es nuestro, a invadir nuestros espacios, a romper nuestras costumbres, a desadaptar nuestras vidas.

Uno de los retos más importantes a afrontar será, precisamente, construir discursos integradores, fijar la atención en lo que nos une y no en lo que nos desune, recuperar conceptos como la solidaridad, el diálogo, el aprendizaje a partir de las diferencias, el respeto a los otros y, por encima de todo, la construcción de sociedades que vuelvan a juntarse, en el que se reconstruyan espacios para compartir, para conocerse, para caminar juntos, porque el miedo solo se combate si se le mira a los ojos y la desigualdad solo se rompe desde proyectos colectivos; se tratara de rearmar las relaciones sociales y grupales, recuperar el agora y recuperar la política, recuperar la alegría, sonreír, empatizar y dialogar para que el miedo ya no sea la emoción dominante de nuestro tiempo, para que rompamos el individualismo y la competitividad extrema.

Para empezar a cambiar las cosas en esta dirección convendría preguntarse a quién beneficia el miedo, quién lo construye y porqué se hace y conocer sus usos y costumbres, como la generalización a partir de un caso concreto: un árabe es un terrorista, los árabes son terroristas por ejemplo, tengamos miedo, pensemos en ellos como amenaza, como peligro, alejémonos de ellos e impidámosle la entrada en nuestras vidas.


Por José Guillermo Fouce
Presidente Fundación Psicología sin Fronteras
02/02/2016
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