31 ene 2013

Workaholics, filántropos y parados

A finales del siglo XIX, y a principios del XX, disfrutar del ocio y no trabajar se convirtió en un símbolo de estatus social, en una forma de ostentación de las clases privilegiadas, de los más poderosos. Los únicos que rompían ese precepto eran los nuevos ricos, los que amasaban una fortuna desde la nada con su ingenio y su rapacidad. Pero a un nuevo rico le seguía generalmente una generación ociosa, ese era el símbolo de haber subido en la escala social.
 
En el siglo XXI los ricos, muy ricos, presumen de lo contrario, de trabajar mucho, de estar dedicados en exclusiva al trabajo, a los negocios. Para ellos existe un adjetivo que los define y con el que se definen: workaholics, una patología que describió en el año 1968 el psiquiatra y teólogo norteamericano Waynae Oates, y que era comparable a una adicción a cualquier tipo de droga.
 
Cuando se acuñó el término, los enfermos de esta patología eran con frecuencia trabajadores de bajo rendimiento, que por falta de precisión o formación, o por exceso de horas de trabajo resultaban ineficaces en sus empleos. A los ricos de hoy en día, como los que se reunieron en el foro de Davos hace unos días, les gusta definirse  como workaholics porqué es una forma de demostrar que su riqueza se debe únicamente a su esfuerzo, en contraste con una población de parados cada vez más numerosa. Esa perversa asociación que relaciona directamente trabajo, éxito y riqueza es la forma de sustentar la desigualdad social con una base de perversa moralidad, en un intento de dotar al capitalismo moderno de un andamiaje ético. Los ricos complementan ese rearme moral con una calculada actividad filantrópica: fundaciones, donaciones a ONGs, proyectos de cooperación, que por un lado calma su mala conciencia y que por el otro limpia su imagen delante de la sociedad produciéndoles retornos en forma de disminución de impuestos.
 
Los ricos del siglo XXI tienen una mala disposición a cumplir con su fiscalidad, la flanquean con todas sus fuerzas y con la ayuda de unas leyes laxas que les incitan a hacerlo.  A pesar de eso les gusta hacer donaciones, porqué ello contribuye a su bienestar espiritual, vean si no a Amancio Ortega con su donativo de 20 millones a  Caritas, un porcentaje ridículo de sus beneficios anuales. Un rico puede legitimar su riqueza con una buena contribución a una causa noble, por ejemplo levantar un hospital o una escuela, de la cual quedará constancia en una placa de latón o un busto del filántropo en el acceso principal. La aristocracia pecuniaria del siglo XXI quiere que se consolide la idea que cuando alguien tiene dificultades económicas, o sufre pobreza, es por su falta de iniciativa, su poco espíritu, su nula voluntad de trabajar. Los trabajadores en el mundo occidental hemos pasado de tener que trabajar jornadas de 14 horas  a vivir de las migajas de los subsidios. La sociedad de clases parece haber dado un giro de 180º, pero sólo lo parece.
 
En el mundo hay legiones de esclavos, trabajadores sin protección alguna, sin derechos, que trabajan jornadas inacabables en condiciones extremas y que contribuyen con su esfuerzo y su sacrificio, y con las plusvalías que generan su trabajo y su miseria, a acrecentar la riqueza de los más poderosos. Los empresarios, ricos y emprendedores, están realizando un último asalto al poder, amparados por su buena imagen pública, por su aparente capacidad de generar riqueza y todo ello en un contexto político de desprestigio de la instituciones  y de corrupción de la clase política. Los poderosos siempre nos han impuesto su ley, pero ahora puede que la ejerzan con nuestro aplauso, con el beneplácito de una sociedad empobrecida que busca salidas desesperadamente.
 
Jaume Grau
28/01/2013

27 ene 2013

Un país de emprendedores


Los parados en el tercer trimestre ascenderán a 5,8 millones, según Afi-Agett
Más de cuatro millones de trabajadores se han sumado a la cola del paro desde 2007




Se lo voy a decir con palabras prestadas de la ministra de Empleo, que habla poco (ayer enmudeció con la EPA), pero cuando abre la boca es pura poesía: “Los emprendedores son la clave de la salida de la crisis, ellos tienen la llave de la recuperación (…) Ellos personifican la energía, el empuje, la creatividad, la ilusión y sobre todo la confianza de hoy y de mañana (…) En ellos está el alma y el talento de nuestro presente y nuestro futuro.”
 
Con menos poesía, venía a decir lo mismo ayer el presidente de la federación de autónomos ATA, Lorenzo Amor: “En los próximos meses va a ser más fácil crear tu propio empleo que encontrar un empleo”.
 
Y ya prosaico del todo, lo explico yo por si todavía no lo entienden: si te has quedado en paro, búscate la vida porque aquí no va a haber trabajo para nadie en mucho tiempo. Y si todavía estás asalariado, coge tu última nómina y enmárcala, porque pronto será una pieza de museo, algo que enseñarás a tus hijos algún día para que se asombren.
 
El paro no sólo destruye empleo. Además destruye la relación laboral como hasta ahora la conocíamos. Cada vez más empresarios despiden para a continuación seguir contando con los mismos trabajadores, reconvertidos en autónomos, colaboradores, que hacen lo mismo pero cuestan menos y no hacen huelgas ni se ponen malos. Y las poquísimas ofertas de empleo que se encuentran ya no ofrecen contrato y nómina, sino una relación mercantil: tú te haces autónomo, y te pagan a comisión o por objetivos, a menudo poniendo tú el coche, la furgoneta, el ordenador, el teléfono y lo que haga falta.
 
En la EPA terrible de ayer algunos veían un pequeño destello de luz: el aumento de los trabajadores autónomos, más de 53.000 en el último año. Crecen los autónomos sin asalariados, y disminuyen los empleadores. Esos 53.000, más los muchos que no se dan de alta en la Seguridad Social, son los nuevos emprendedores que, como dicen los cursis del management, han visto “una ventana de oportunidad” en la crisis. Y se han tirado por ella.
 
Tras años de aguantar la monserga sobre las virtudes del emprendedor, el self-made man, el botones que llega a presidente, quién se ha llevado mi queso y demás patrañas, por fin nos hemos convertido en un país de emprendedores. Pero como en tantas cosas, lo hemos hecho por la puerta de atrás: obligados, a empujones, de malas maneras, porque no nos queda otro remedio. Falsos emprendedores, pues el fondo de la relación laboral sigue siendo el mismo: tú pones la fuerza de trabajo, mientras los medios de producción continúan en las mismas manos.
 
Algunos, como decía, siguen trabajando para la misma empresa que les despidió, pero ya sin nómina ni derechos, pagándose el seguro de autónomo y quedando a merced de las necesidades productivas de la empresa, y de las tarifas que impongan, porque esa es la otra parte del emprendimiento moderno: la tarifa lentejas, si no la quieres la dejas, que ya habrá otro que la acepte.
 
Para otros la carrera de emprendedor supone olvidarse de la estabilidad de un solo pagador, de la nómina que aunque escasa te permitía saber con qué contabas para vivir, y pasar a depender de mil pequeños pagadores, tantos como trabajos consigas, pasando de la precariedad laboral a la precariedad autónoma. Vivo rodeado de gente, jóvenes y no tan jóvenes, que cada semana tiene que inventarse el trabajo de la siguiente semana, y no saben qué les deparará el mes próximo, no digamos ya el año que viene. Todos, eso sí, emprendedores pata negra.
 
En el periodismo conocemos bien esa “ventana de oportunidad”, por la que la mayoría hemos sido defenestrados. Las empresas a golpe de ERE se deshacen de trabajadores asalariados y cubren sus necesidades con colaboradores externos, estajanovistas mal pagados y fáciles de explotar.
 
Sin embargo, la discreta ministra de Empleo decía hace dos meses que los periodistas hemos sido “los primeros en ver las oportunidades del autoempleo”, y ensalzaba el ejemplo que dábamos a otros emprendedores. Qué graciosa, verdad. Tras más de 8.000 periodistas despedidos, reconvertidos en colaboradores por cuatro perras y compitiendo a dentelladas por conseguir un hueco, viene la ministra y te felicita por ser un visionario.
 
Así es como nos hemos convertido en un país de emprendedores, para los que el Gobierno anuncia, como uno de sus proyectos estrellas de este año, una Ley de Emprendedores. El primer paso podría ser cambiar el nombre del Ministerio de Báñez, convertirla en ministra de Emprendimiento, o directamente ministra emprendedora. En su negociado cuenta ya con seis millones de emprendedores en potencia.

Isaac Rosa    

22 ene 2013

¿Sigue siendo necesario el feminismo?

Esta semana alguien me preguntó si el feminismo seguía siendo necesario en los tiempos en los que vivimos.

El argumentario para justificar la no necesidad del feminismos en nuestra sociedad actual fue el que he escuchado miles, por no decir millones de veces: Que si la Constitución y su artículo catorce, que si la “discriminación positiva” que se está dando, que si las mujeres somos unas maltratadoras psicológicas, que pretendemos que nos “mantengan”, que si hay tantas denuncias por violencia de género es por los medios que exageran mucho y sólo sacan los casos de mujeres pero también hay hombres maltratados y no salen en los telediarios, que si los “pobres hombres” se encuentran acorralados y ya no saben cómo relacionarse con nosotras porque temen ser denunciados a la mínima broma que nos pueden gastar,…y así un largo etcétera.

Aseguro a quien pueda leer esto que hice un ejercicio de paciencia voluntaria para escuchar (de nuevo) este argumentarlo por ver si alguna novedad pero sólo había una y no estaba en el mensaje, sino en quien lo sustentaba: Una mujer joven, de unos apenas veinte años.

Y voy a comenzar mi respuesta diciendo lo mismo que le dije a ella: que soy feminista por convicción y que mi pretensión es que los derechos humanos de hombres y mujeres sean realmente los mismos en todas partes y desmaquillar y desnudar las desigualdades para hacerlas visibles y corregirlas. Que no me vale el llamado “derecho natural” que justifica que somos diferentes porque la naturaleza nos ha hecho diferentes.

A partir de ahí intenté (creo que sin mucho éxito al menos de inmediato) explicarle a esta joven que el feminismo no sólo era necesario, sino que es imprescindible si realmente nos creemos que somos una sociedad democrática.

Y es necesario porque aunque no se quiera ver, seguimos tratando de forma desigual a niñas que a niños incluso antes de nacer, porque nos socializamos de manera desigual y por tanto asumimos roles desiguales. Porque el patriarcado pervive en cada rincón de nuestra mente e incluso de nuestros corazones permitiendo incluso que haya gente que justifique la mayor de las desigualdades: el terrorismo machista. Porque sigue habiendo instituciones como la iglesia católica que niega explícitamente derechos a las mujeres y sigue considerándonos como subsidiarias de los hombres, y otras como la RAE que considera, a través de sus definiciones, que las madres no engendramos sólo parimos. Porque se siguen pisoteando nuestros derechos y libertades, como por ejemplo nuestro derecho a decidir sobre nuestro propio cuerpo y nuestra maternidad. Porque se nos siguen relegando a puestos de segunda o tercera categoría en los espacios de toma de decisiones. Porque seguimos cobrando menos por realizar el mismo trabajo. Porque aunque las aulas universitarias están llenas de mujeres, son los hombres quienes las dirigen. Porque aunque las mujeres tenemos una mayor expectativa de vida, los estudios sobre salud se siguen realizando mayoritariamente sobre los hombres. Porque la historia nos sigue ocultando las obras de arte y aportaciones de todo tipo realizadas por mujeres. Porque nuestros cuerpos de mujeres son utilizados como campos de batalla allá donde los hombres lo deciden, sea en un conflicto armado o en un conflicto de pareja. Porque nuestros cuerpos de mujeres son secuestrados y maltratados para ser explotados sexualmente en otros países o lugares del mundo. Porque los derechos humanos de las mujeres son pisoteados sistemáticamente en muchas zonas del mundo e incluso de nuestro mundo particular. Porque en los espacios simbólicos que nos imponen ya existe toda esa desigualdad y violencia simbólica o estructural desde antes de nacer. Porque la pobreza de ceba en mujeres y niñas. Porque nos matan por ser mujeres.

Y así muchísimos argumentos más que se podrían resumir en uno: Mientras exista una sola mujer en el mundo a quien hayan pisoteado uno sólo de sus derechos humanos, el feminismo no sólo será necesario, será imprescindible.
 
Tere Mollá
21/01/2013
 

El día que acabó la crisis



Cuando termine la recesión habremos perdido 30 años en derechos y salarios.
Un buen día del año 2014 nos despertaremos y nos anunciarán que la crisis ha terminado. Correrán ríos de tinta escritos con nuestros dolores, celebrarán el fin de la pesadilla, nos harán creer que ha pasado el peligro aunque nos advertirán de que todavía hay síntomas de debilidad y que hay que ser muy prudentes para evitar recaídas. Conseguirán que respiremos aliviados, que celebremos el acontecimiento, que depongamos la actitud crítica contra los poderes y nos prometerán que, poco a poco, volverá la tranquilidad a nuestras vidas
.
Un buen día del año 2014, la crisis habrá terminado oficialmente y se nos quedará cara de bobos agradecidos, nos reprocharán nuestra desconfianza, darán por buenas las políticas de ajuste y volverán a dar cuerda al carrusel de la economía. Por supuesto, la crisis ecológica, la crisis del reparto desigual, la crisis de la imposibilidad de crecimiento infinito permanecerá intacta pero esa amenaza nunca ha sido publicada ni difundida y los que de verdad dominan el mundo habrán puesto punto final a esta crisis estafa —mitad realidad, mitad ficción—, cuyo origen es difícil de descifrar pero cuyos objetivos han sido claros y contundentes: hacernos retroceder 30 años en derechos y en salarios.

Un buen día del año 2014, cuando los salarios se hayan abaratado hasta límites tercermundistas; cuando el trabajo sea tan barato que deje de ser el factor determinante del producto; cuando hayan arrodillado a todas las profesiones para que sus saberes quepan en una nómina escuálida; cuando hayan amaestrado a la juventud en el arte de trabajar casi gratis; cuando dispongan de una reserva de millones de personas paradas dispuestas a ser polivalentes, desplazables y amoldables con tal de huir del infierno de la desesperación, entonces la crisis habrá terminado.
Un buen día del año 2014, cuando los alumnos se hacinen en las aulas y se haya conseguido expulsar del sistema educativo a un 30% de los estudiantes sin dejar rastro visible de la hazaña; cuando la salud se compre y no se ofrezca; cuando nuestro estado de salud se parezca al de nuestra cuenta bancaria; cuando nos cobren por cada servicio, por cada derecho, por cada prestación; cuando las pensiones sean tardías y rácanas, cuando nos convenzan de que necesitamos seguros privados para garantizar nuestras vidas, entonces se habrá acabado la crisis.

Un buen día del año 2014, cuando hayan conseguido una nivelación a la baja de toda la estructura social y todos —excepto la cúpula puesta cuidadosamente a salvo en cada sector—, pisemos los charcos de la escasez o sintamos el aliento del miedo en nuestra espalda; cuando nos hayamos cansado de confrontarnos unos con otros y se hayan roto todos los puentes de la solidaridad, entonces nos anunciarán que la crisis ha terminado.
Nunca en tan poco tiempo se habrá conseguido tanto. Tan solo cinco años le han bastado para reducir a cenizas derechos que tardaron siglos en conquistarse y extenderse. Una devastación tan brutal del paisaje social solo se había conseguido en Europa a través de la guerra. Aunque, bien pensado, también en este caso ha sido el enemigo el que ha dictado las normas, la duración de los combates, la estrategia a seguir y las condiciones del armisticio.

Por eso, no solo me preocupa cuándo saldremos de la crisis, sino cómo saldremos de ella. Su gran triunfo será no sólo hacernos más pobres y desiguales, sino también más cobardes y resignados ya que sin estos últimos ingredientes el terreno que tan fácilmente han ganado entraría nuevamente en disputa.
De momento han dado marcha atrás al reloj de la historia y le han ganado 30 años a sus intereses. Ahora quedan los últimos retoques al nuevo marco social: un poco más de privatizaciones por aquí, un poco menos de gasto público por allá y voilà: su obra estará concluida. Cuando el calendario marque cualquier día del año 2014, pero nuestras vidas hayan retrocedido hasta finales de los años setenta, decretarán el fin de la crisis y escucharemos por la radio las últimas condiciones de nuestra rendición.

Concha Caballero.
18 ENE 2013

19 ene 2013

¡Aguanta o revienta!

 La democracia se basa en la convicción de que en la gente común hay posibilidades fuera de lo común.      Harry Emerson Fosdick
 
La gran respuesta está escondida en el magma del desconcierto. Nadie da crédito a lo que ocurre. Muchos elucubran, analizan y psicoanalizan el presente y sus estertores, pero la mayoría desbarran. No por ignorancia, sino porque lo que ocurre pareciera que ocurriera más allá de la verdad, más allá de lo posible e imposible. Sí, hay manifestaciones, protestas varias, cabreos generalizados, encierros, caceroladas y convocatorias de todos los colores. Incluso la conciencia social ha despertado del letargo posmodernista. Cierto. Todo se sabe, todo está dicho sobre la desdicha de este presente inmundo: millones de parados, recortes crueles, sueldos, pensiones y subsidios de saldo; muertes, EREs y suicidios por desahucios; usureros que van de banqueros beatos, millonarios filantrópicos que doblan su fortuna, enfermos que se pagan la ambulancia hacia la muerte y políticos cínicos que instigan a la austeridad ajena ganando 150.000 euros al año sin que se les mueva el músculo de la vergüenza. Y también vendedores de palabras que actúan como dosis de arsénico. Nunca tan pocos engañaron a tantos y les cobraron por ello. Todo está dicho, por activa y por pasiva. Sabemos lo que pasa y por qué nos pasa. Sabemos la verdad más íntima de este escandaloso funcionamiento del mundo, de este girar enrevesado de la historia, de esta vuelta atrás en busca de una protección personal que nos libre de la vista asquerosa que ofrece la realidad. Lo sabemos todo. Y sin embargo algo, en lo más profundo de nuestra luminosidad, nos impide hallar la luz. La luz para entender por qué Los Miserables no se representan ya entre nosotros, por qué el estallido social se hace esperar tanto, por qué la toma de La Moncloa no se ejecuta de inmediato, por qué tardamos tanto en actuar contra ellos. Sobran razones. Sus sustracciones y raterías las han realizado en nombre del libre mercado, pero en realidad las han hecho en nombre propio. ¿O es que acaso la ciudadanía no es rehén de ellos?, ¿O es que acaso no hemos sido secuestrados por manos blancas ensangrentadas de avaricia y vicio político?

Todo está dicho. Todo ocurre de manera insondable sabiendo que el futuro imperfecto espera el descenso a los infiernos de la austeridad. Y ustedes se preguntarán cuándo despertaremos, hasta cuándo, hasta dónde vamos a aguantar tantas líneas rojas sobresaltadas. Incluso sabemos que podemos aguantar más. Mucho más. Sabemos por los expertos, que la familia es el gran amortiguador social del desencanto, que la economía en negro, blanquea y purifica las penurias económicas de cinco millones de parados, que los abuelos y abuelas están frenando la rebelión porque ellos y ellas están sosteniendo las barricadas que aún no se han levantado. Creemos que todo es irreal, que no es posible, y quizás por ello entendemos que no tiene ningún sentido fatigarse en demostrar lo contrario. Sabemos que el miedo, el miedo a perder lo que se tiene, sea poco o nada, es muy paralizante, incluso autodestructivo. Es ese miedo social de quien, sabedor de su pasado desahogado, no desea arriesgar más de la cuenta. Y asume los ajustes y recortes como un mal menor. Eso lo sabemos. Son leyes sociológicas, lógicas del comportamiento, dinámicas privadas de la conducta social. Pero aún así nos preguntamos por qué. Si todo está a punto para el desembarco, si tenemos la evidencia de los hechos, si sabemos, con nombres y apellidos quien ha causado esta hecatombe, si están ahí, con acusaciones en firme, por qué no actuamos.

Me gustaría saberlo a ciencia cierta. Pero sé que la verdad ha sido secuestrada hace tiempo. Aunque algo intuyo. Vicente Verdú, en el artículo publicado en El País titulado "La fertilidad del miedo", adelanta algo. Dice que "las protestas se disuelven en las aguas amargas de la cólera efímera", como si esa rabia que nos inunda ante tanto despropósito fuera incapaz de concretarse en algo brutal y colectivo, en un empuje contorsionado, como lo fueron otras revoluciones que alteraron el orden del mundo. Es verdad. Pero el mismo autor, tal vez sin darse cuenta, creo, aporta la respuesta, la gran respuesta incapacitante de nuestra cólera efímera. Dice que en la "Red, en la radio, en Cáritas, en Médicos sin Fronteras o en la tendencia de la multicaridad se siembra la luminosa acción de auxiliar al otro". Eso es. Es en el ámbito de nuestra privacidad caritativa donde encontramos el consuelo ante tanta desazón. Es en nuestro gozo o desgozo interno y privado desde donde operamos. En la absoluta soledad despolitizada de nuestra privacidad desconectada de los otros. Porque desprovistos del nosotros revolucionario no podemos provocar ni convocar ninguna revolución. Porque estamos sometidos a la tiranía de la privacidad de los múltiples actos de palabra, obra y omisión que ejecutamos cada día. Sin darnos cuenta, nuestros actos solo tienen un destino, nuestro propio yo. Porque el nosotros social ha sido pulverizado, ha dejado de existir, los demás están ahí, con sus penas, ictus, desajustes, despidos, recortes, subsidios de miseria, disfunciones, exclusiones, amenazas, soledades, pobrezas, precariedades y destinos sin presente. Pero no están con nosotros. Porque ya no forman parte de él. Así van surgiendo iniciativas que buscan, con las mejores intenciones, supurar las heridas de la gente y paliar las desgracias diarias. Pero alejadas de la solución colectiva. Como si reconociésemos desesperanzados que solo la nueva asistencialización puede sufragar nuestros males. Y eso nos aleja de la revolución colectiva.

Si me preguntan, ¿entonces qué tiene que ocurrir para que esto cambie, para que salgamos a la calle y actuemos en serio? Les diré que tiene que pasar tiempo. Para reconstruirnos como nosotros revolucionario. O, que quien nos dirige no controle la tensión del arco de la historia. Rajoy sabe que ya no hay líneas rojas que le impidan llevar a cabo su holocausto social. Y lo sabe Merkel y los dirigentes mundiales y quien manda en el Fondo Monetario Internacional. Lo saben en el Banco Central Europeo y también los gánsteres de la banca española y mundial, y los terroristas económicos que alteran los mercados. Lo saben. Por eso juegan. Porque hay algo que tienen controlado: el miedo social y colectivo a la pérdida del presente, el justo y necesario engaño a través del gobierno de las palabras, que es como decir que es de noche cuando en realidad han bajado las persianas y el absoluto dominio sobre los poderes que pudiendo hacer algo, no hacen nada. La justicia, la democracia y las instituciones políticas han sucumbido a la mentira, la traición, la apostasía y la corrupción. Han dejado de servir para lo que se erigieron. Para atender a los ciudadanos, hoy convertidos en clientes. Si usted Sr. Rajoy controla esto, sabe que tiene vía libre para convertir el Estado en una tripería. Salvo que; salvo que un día, una chispa, una voz, una gota de sangre, un fulgor, una muerte, un grito, una consigna, incluso un poema estimule una reacción en cadena, como si todos estuviéramos encerrados en ese bosón de Higgs y provocáramos un colosal choque de partículas. Entonces, aupados por el nosotros contagiado de venganza, devolveríamos a la historia su función. Hacer girar el mundo. Y es que la historia no se repite, pero fabrica constantes. Y lo que es cierto es que Rajoy juega en esta vida como si la historia hubiera firmado su defunción definitiva. Pareciera que está poniendo a prueba la ductilidad de los españoles. Pero ignora que la historia es incontrolable y que quizás un día su elipsis estalle sin aparente causa ni justificación. Quizás entonces el rumbo gire bruscamente
Paco Roda es profesor de la Universidad Pública de Navarra
13/01/13

6 ene 2013

Renace la confrontación izquierda-derecha

La crisis culmina una radicalización de la derecha que ha dejado fuera de juego tanto al centro-derecha como al centro-izquierda. Sólo la izquierda radical tiene credibilidad como resistencia y como alternativa.
 
Parecía un enfrentamiento “superado”
Hace unos pocos años, era un tópico poner en duda la vigencia del enfrentamiento izquierda/ derecha. Quizá se trataba de la versión postmoderna del “final de las ideologías” proclamado por Fukuyama tras la caída del muro de Berlín. El capitalismo había derrotado definitivamente a su opositor, y por tanto aparecía como único sistema económico viable.
El abanico de alternativas quedaba limitado a la posible gestión del capitalismo: más una cuestión de eficacia que de ideología, más técnica que política. A lo más, quedaba un margen para un posible “rostro humano” que permitía diferenciar un centro-izquierda respecto a la derecha, la cual por cierto se autocalificaba de centro-derecha como indicativo de amplio predominio.
La pregunta “¿qué significa ser de izquierdas hoy en día?” presuponía que no había respuesta contundente en los términos tradicionales de lucha de clases. En todo caso debía buscarse en el eje ético moral: pacifismo, igualdad de género, aborto, respeto a opciones homosexuales,… Con estos ingredientes, se podía tejer ese centro-izquierda a la americana, pero no había espacio para una izquierda radical.
 
La voracidad de la derecha
Quizá Fukuyama hubiera tenido razón si la derecha hubiese sabido administrar su victoria. Pero no ha sido así, y él mismo se ha retractado. Lejos de esa prudencia, la derecha ha abusado de su hegemonía hasta extremos insospechados. No sólo la apropiación de rentas y patrimonio por parte de las élites parece no tener freno, sino que se socavan los pilares fundamentales del pacto social vigente durante buena parte del siglo XX.
Primero se atacaron los derechos laborales, desde el poder adquisitivo hasta la estabilidad e incluso la sindicación. Después los fiscales, hasta el punto que las rentas de trabajo de las clases bajas y medias pagan más que las altas o que las rentas de capital. A continuación los sociales, poniendo en jaque todo el estado del bienestar, incluyendo educación y sanidad. Y más recientemente, los políticos, prohibiendo referendos y hasta sustituyendo gobernantes elegidos por tecnócratas designados.
La crisis actual, tanto en su origen como en su presunta solución es el mejor ejemplo de esta voracidad, al mismo tiempo que la excusa para justificar todos los excesos. Tan lejos han ido como para que algunos magnates reclamen pagar más impuestos, o para que gobernantes conservadores quieran implantar la tasa Tobbin unilateralmente. No se sabe si por compasión, o por precaución ante la posibilidad que finalmente la recesión, el paro, la pobreza, la caída de la demanda,…, terminen socavando el propio sistema.
¿Por qué este desenfreno depredador, que incluso alguna derecha quisiera limitar? Quizá es la simple borrachera de victoria, ciega a todas las alertas. Quizá es que la esencia del capitalismo es la explotación máxima, hasta donde sepas y te dejen. En todo caso, no parece que la derecha industriosa y prudente pueda frenar a la rampante.
 
No hay pacto posible
Esta radicalización deja sin interlocutor al centro-izquierda pactista antes referido. Cada vez tiene menos credibilidad el discurso del capitalismo de rostro humano a la europea, o la posibilidad de gestionarlo mediante un nuevo pacto social entre una derecha refulgente y una izquierda desarbolada. No se ve el final de las sucesivas reformas laborales, ni de los sucesivos recortes. Y sobre todo no se ve posibilidad alguna de recuperar lo perdido cuando la tempestad amaine, suponiendo que lo haga.
En el mejor de los casos, Europa va hacia un largo estancamiento o “crecimiento 0”. Por tanto, el problema no será cómo repartir las ganancias, sino cómo redistribuir lo que tenemos : los ricos sólo podrán seguir enriqueciéndose a base de empobrecer a los pobres; los pobres sólo podrán salir de la pobreza quitándoselo a los ricos.
Sólo queda en pie el discurso de la izquierda radical. De hecho puede esgrimir el “teníamos razón”cuando Maastrich, las privatizaciones, etc., hasta la reforma constitucional del pasado mes de agosto. Esto no arregla la dramática situación de tanta gente, pero legitima y da audiencia a nuestras ideas, como herramienta política de trabajo: está de nuevo bien claro el enfrentamiento izquierda/derecha, y quién está a cada lado.
 
Josep Ferrer Llop, ingeniero industrial, es catedrático de matemática aplicada y ha sido rector de la Univ. Politècnica de Catalunya (UPC)
04/11/12

¿Muerte a los sindicatos?

Nueva moda. Rajar de los sindicalistas. Algo fácil y barato, por cierto. Lo llevan en la solapa ciertos políticos, lanzando mensajes subliminales sobre su actual falta de utilidad para los trabajadores, politización, corrupción, derroche económico. Resulta curioso: Los mismos que alientan al escarnio público, suelen lanzar piedras cargadas por sus propias mezquindades.

Además, la destrucción del sindicalismo hace mucho más fácil la labor de los gobernantes, sin movilizaciones ni huelgas, especialmente la de quienes dirigen tras la cortina. Qué bien estaríamos si no existieran los sindicatos, piensan algunos.


El problema es que esa frase por la que suspiran los gobernantes "Qué bien estaríamos sin sindicatos" empieza a calar entre la gente de a pie, con un discurso cargado de improperios, gritos, oportunismo, mala leche y, sobre todo, un enorme vacío de argumentos que se resume en: "Para lo que hacen, mejor que no hagan nada", "Por mi los echaba a todos y los ponía a trabajar", "Están vendidos, no se mueven, no están con los trabajadores". Luego terminan reservándote para el final el placer de oír la raída historia de: "Conozco a uno que está de liberado sindical.".


Confesar ser liberado sindical, en estos tiempos que corren, es un auténtico pecado capital. Mejor inventar cualquier otra cosa antes de que te descubran. Te pueden acechar en cualquier esquina, a cualquier hora: sacando dinero, haciendo la compra, recogiendo a tus hijos en el colegio. Cualquier lugar y excusa es buena, para utilizar como insulto la palabra "sindicalista".


Se puede ser banquero chupasangre, se puede ser político en cualquiera de sus muchos cargos (concejal, alcalde, o delegado provincial.) y trincar todo lo que se quiera, aceptar sobornos y trajes, realizar chantajes, revender terrenos públicos, recortarle el sueldo a los trabajadores o directamente despedirlos sin indemnización. Se puede, incluso, aumentar el recibo de la luz a los pensionistas hasta asfixiarlos, o salir en fotos besando niños y ancianos mientras los colegios y asilos se caen a trozos, cobrar dos o tres sueldos en tres cargos diferentes, declarar a hacienda que se está arruinado mientras se cobra de mil chanchullos distintos, para que su hijo obtenga la beca que le permita comprarse una moto a costa del Estado.


En este maldito país se puede ser lo que se quiera, pero no sindicalista.
Nadie se acuerda ya de la última huelga, aquella en que nadie de la empresa fue, excepto los dos afiliados que perdieron el sueldo de aquel día, para que luego se firmara un acuerdo que les subió el sueldo a todos. Incluso a aquellos que escupieron sobre la huelga.


O de Luís, ese hombre que estuvo 30 años cotizando, y que gracias a la pre-jubilación que se consiguió en su momento, puede ahora, con 60 años y despedido de su puesto, tirar para adelante sin necesidad de buscar un trabajo que nadie le ofrecería.


Recuerden también a Marta, la chica de 23 años que estuvo aguantando un jefe miserable con aliento a coñac, que le obligaba a hacer más horas extras para tener un momento de intimidad donde poder acosarla mientras le recordaba cuándo le vencía el contrato. Hasta que su mejor amiga la llevó al sindicato y, gracias a una liberada sindical, ahora el tipo ha tenido que indemnizarla hasta por respirar.


Son muchos los que les deben algo a los sindicatos, y a los sindicalistas: El maestro que pudo denunciar al padre que le pegó en la puerta del colegio, los trabajadores que consiguieron que no les echaran de la RENAULT, la chica que pudo exigir el cumplimiento de su baja por maternidad en su supermercado. Porque también fue una liberada sindical la que se puso al teléfono el día en que despidieron a Julia, la chica de la tienda de fotos, y le ayudó a ser indemnizada como estipulan los convenios; y aquel otro joven que movió cielo y tierra para arreglarle los papeles al abuelo para procurarle una paga medio-decente, porque los usureros de hace 30 años no lo aseguraban en ningún trabajo. Para qué recordar las horas al teléfono escuchando con paciencia a cientos de opositores a los que no aprobaron, gritando e insultado porque en el examen no les contaron 2 décimas en la pregunta 4. O el otro compañero sindicalista, el que denunció a la constructora que se negaba a indemnizar a la viuda de su amigo Manuel, que trabajaba sin casco.


Ya nadie se acuerda de dónde salieron sus vacaciones, los aumentos de sueldo que se fueron consensuando, el derecho a una indemnización por despido, a una baja por enfermedad, o a un permiso por asuntos propios.


Esta sociedad del consumo, prefiere tirar un saco de manzanas porque una o dos están picadas, por muy sanas que estén el resto. Los precedentes televisivos: entrenadores de fútbol, famosos de la exclusiva en revistas, y demás subproductos, se convierten en clinex de usar y tirar dependiendo de las modas. Ahora, en un momento en que los trabajadores deben estar más juntos, arropados y combatientes contra quienes realmente les explotan, aparecen grietas prefabricadas en los despachos de los altos ejecutivos, ávidos de hincar más el diente en el rendimiento de la clase trabajadora.


¿Quién tirará la primera piedra?. ¿Serán los políticos gobernantes, o los banqueros quienes hablarán de dejadez o vagancia?. ¿Tendrán capacidad moral los jueces o los periodistas, de hablar de corrupción en las demás profesiones?. ¿Serán más idóneos para iniciar lapidaciones, los super-empresarios del ladrillo?. ¿En qué profesión se puede jurar que no existen vagos, corruptos, peseteros, o ladrones?. ¿Preguntamos mejor entre la Iglesia o la Monarquía.?.
Pero qué fácil resulta rajar en este país. Siembra la duda, y obtendrás fanatismo barato.


Qué bien asfaltado les estamos dejando el camino a quienes realmente nos explotan cada día. ¡Acabemos con los sindicatos!. Sí. Dejemos que la patronal y los bancos regulen los horarios, las pensiones, los sueldos, las condiciones laborales y los costes del despido. Verán cómo nos va a ir con la reforma del mercado laboral, cuando los sindicatos dejen de existir y no puedan convocarse huelgas ni manifestaciones.


Verán qué contentos se pondrán algunos cuando sepan que ya no estarán obligados a pagar las flores de los centenares de trabajadores que mueren todos los años, a costa de sus mezquindades.


Iñaki Gabilondo.

4 ene 2013

¡Cambiad de época!.




Uno por uno, los fundamentos económicos y sociales de nuestro modelo se desmoronan: dogma del crecimiento, de los mercados financieros, crecimiento de las desigualdades, alertas ambientales…Es una ocasión para pensar y construir otro modelo de sociedad. El gran público –acaso revolucionario en espíritu—se da cuenta de ello. Activo en las PyME, en las asociaciones, innova. Sin embargo, el cambio tarda en producirse. Explicaciones. 
    
¡Qué situación tan paradójica! Nunca habíamos conocido tan bien los males que nos agobian. Pero nunca hemos sido tan impotentes también para adoptar los remedios que los aliviarían. Sabemos hoy que el crecimiento económico no responde a los problemas del momento, que se agrava la crisis ecológica, que las desigualdades han llegado a un grado insoportable y peligroso para la paz social, que el poder financiero se ha emancipado de cualquier control y persigue sus intereses en detrimento de la sociedad. Como si, decididamente, nada pudiera cambiar. Pero, ¿por qué, precisamente, nada cambia?
 
Para el economista Dominique Méda, economista y autor de Travail, la révolution necessaire (ediciones De L´Aube, 2010), una primera respuesta tiene que ver con que “hay una absoluta contradicción entre el corto plazo y el largo plazo: en nombre del largo plazo, deberíamos cambiar radicalmente nuestros modos de producción, revisar el ritmo de crecimiento, consumir de manera diferente y menos, pero a corto plazo, nuestros gobernantes piensan que hacen falta más consumo y producción para disponer de más empleos e ingresos. 
   
Una parte de la explicación guarda relación también con el fatalismo difundido por los medios, sobre todo la televisión, cuidadosamente controlados por la oligarquía. El discurso neoliberal sigue en el candelero, la información minimiza las luchas sociales y las prácticas alternativas, el condicionamiento publicitario es permanente, ahora en una cultura del consumo despegada de las apuestas políticas.
 
Así, el TINA –“there is no alternative”, “no hay alternativa”—de Margaret Thatcher se ha enquistado de forma duradera en los espíritus: “No hay más solución que el capitalismo, el crecimiento es indispensable, no se puede gravar con impuestos a los ricos, hagamos lo que hagamos por el medio ambiente quedará anulado por el peso de China, etc.” Y a lo largo de este tiempo, el poder político sigue dominado por la potencia de los ricos, que amenazan con retirar sus capitales a la menor tentativa de justicia social.
 
Hay una dificultad, observa Jean-Claude Guillebaud, autor de Une autre vie est possible (ed. L ´Iconoclaste, 2012) relacionada con que “ha cambiado de rostro la dominación. Antes, la bipolaridad asalariados-patrones estaba clara. Hoy en día, entre los fondos de pensiones, los traders, los bancos globalizados, es mucho más complicado operar sobre las relaciones de fuerza”. 
      
Pero las sociedades oligárquicas no son dictaduras. Si la gente no se rebela, también es porque no quieren. Y aunque los problemas económicos que comenzaron con la crisis financiera de 2007-2008 debilitan cada vez más a las capas populares y clases medias, esta evolución no ha alimentado todavía sentimientos de revuelta o de solidaridad con los más desfavorecidos. La vida sigue siendo bastante confortable. Y domina el miedo: al paro, a la precariedad, a la pérdida de estatus y de ingresos, miedo, también al cambio.
 
Con todo, no ha desaparecido toda esperanza de cambiar. Para Jean-Claude Guillebaud, “bajo la corteza de la apariencia, las cosas cambian en las cabezas”·. Y por citar a Hölderlin: “Los pueblos dormitaban, la suerte quiso que no llegaran en absoluto a dormirse”. De momento, no obstante, la esperanza parece sumergida por la amplitud de la tarea que llevar a cabo. “Se ven mutaciones gigantescas, observa Guillebaud, tan profundas que la amplitud de las adaptaciones que realizar es paralizante para todo el mundo”. Una idea compartida por Dominique Méda: “La crisis nos inmoviliza y bloquea las innovaciones posibles cuando tenemos más necesidad de ellas que nunca. Estamos paralizados por nuestra incapacidad de saber quién debe comenzar y por dónde empezar”. 
        
Sin embargo, si esto no cambia, no es también porque no se sabe bien por qué cosa reemplazar este mundo todo decrépito, pero que aún funciona? “Un punto fundamental”, subraya Dominique Méda, “es que los movimientos sociales y ecológicos no consiguen proponer una alternativa común y clara en Europa ni el camino para llegar a ella”. La responsabilidad cae, pues, también del lado de aquellos que critican el sistema, que afirman querer cambiarlo, pero sin ser capaces de superar sus divisiones, sus rifirrafes ni de articular el conjunto de propuestas alternativas.
 
Hay, no obstante, urgencia. Tal como recuerda Jean-Claude Guillebaud,“la cuestión central es saber si se va a proceder a cambiar en la violencia o no. La violencia ronda nuestras cabezas”. En ese caso, hace falta escoger cambiar. Somos numerosos los que lo queremos y queremos llevarlo a la práctica a su escala. Queda retorcer, cristalizar, unir esas tentativas prometedoras y reforzantes, pero aún dispersas.

 
Hervé Kempf, periodista científico del vespertino Le Monde.
09/12/12

2 ene 2013

El año en que nos humillaron.

Cierre, fin de fiesta, y atracón familiar con o sin purga. Haga lo que haga usted esta noche tendrá un punto más en unas cuantas clasificaciones DSM, así que deje su rencor fluir, va a acabar contenido de todas formas. Como en MédicoCiático somos una gran familia (que haría las delicias de un genetista) no nos resistimos a nuestro post repasando 2012 y abusando de la anáfora.
Termina el año en el que ir a una manifestación dejó de ser algo que hacer sin miedo ["siempre y cuando no te acerques a los anarcas". en verdad siempre supimos que aquello era mentira, que los disturbios los iniciaban sus supuestos evitadores, pero una cosa es verlo y otra protagonizarlo. Y en base a esta diferencia es como los poderosos nos han dominado, pero eso es otra historia y debe ser contada en otro post]. El año en que aprendimos que si uno quiere mejorar su salud cardiovascular lo mejor que puede hacer es tratar de rodear el congreso, y verá como aprende a esprintar. El año en que nos aterrorizamos corriendo (y saltando) delante de unos funcionarios alienados y fuera de sí, que, [quiero pensar que para el horror de sus propios compañeros], hirieron sin importar qué, cómo, dónde, o cuándo. El año en que un compañero nos arrancó un ojo, aunque nosotros también fuéramos compañeros, coño. Los mineros, los sanitarios, los docentes, los estafados, todos. El año en que llegamos a una urgencia y oímos “hay una mujer de 50 años en la UCI, de la misma carga de la que venís vosotros” y pensamos “esto no puede quedar así” y quedó así. El año en que nos apalearon y se rieron.
El año en que confirmamos aquello que creímos siempre, que esos simpáticos y centristas políticos peperos, al margen de su carisma y propensión a colaborar con programas de humor, eran arietes ideológicos de extrema derecha, que sólo estaban esperando su momento para atenazar y dominar, para mandarnos a los ciudadanos a fregar a la cocina, de donde nunca debimos salir. Gallardón I el buenrollero se ha desvelado como es, un ser tan arraigadamente misógino que ha convertido a toda la ciudadanía en una mujer de los años 40. Y yo que creía que en MédicoCárpato éramos situacionistas, alucina con éste.
El año en que en la consulta observamos cómo la pobreza y el descendedor social enloquecen y enferman a la gente. El año en el que hicimos lo que pudimos para paliarlo (eso los que teníamos trabajo), mientras a nuestros equipos los mordían y mutilaban. Obligando a profesionales cuyo trabajo es eminentemente longitudinal a funcionar sin saber si dentro de tres días seguirá trabajando o estará en la calle, como tantos otros. “Continuidad de cuidados eventual”, oxímoron estatutario, Carroll wins. El año en el que las gerencias contestaron con “eso no importa” a nuestras demandas. Y nos quedamos con cara de tontos pensando en cómo hacérselo saber a los ciudadanos, sorteando las simplezas y mordazas de la prensa, neutralizando la corrosión de la neolengua que nos vuelve imbéciles.
El año en que volvimos a acordarnos de que, aunque cuando gobiernan los malos lo parece, no son iguales, aunque sólo lo recordemos cuando gobiernan los peores (digamos al menos que con los malos hay trazas de libertad de prensa). El año en que todo se volvió tan casposamente noventero que El vals del obrero, de Ska-p, parece que está siendo escrito a la vez que este post (bueno, en verdad ya no se habla tanto de Jesulín. Eso que hemos ganado).
El año exasperante.
El año en que acudimos a Sol, al cumpleaños del 15M y constatamos desolados que por mucha gente que hubiera la revolución ya no estaba allí. Lo sabíamos porque en algún momento la sentimos. Una sensación de estremecimiento y nerviosismo, en la que cristalizaba el “puede que esta vez sea distinto”, que nos encendió y que aún recordamos. La recordamos suficiente como para constatar que allí no estaba.
Pero también el año que los sanitarios paramos en nuestras guerras pokémon para poder pelear juntos. El año que vimos que aunque no habíamos sabido explicarlo, los ciudadanos habían entendido. El año en que pusimos nervioso al poder y a sus parásitos. El año en el que la revolución no estaba en un aniversario porque nos la habíamos llevado a trocitos a nuestros trabajos, a nuestros barrios, a nuestras casas.
También es el año en que acabó el caso 4F. O lo que quedaba de ellos. De Roberto Sánchez aprendimos que al final siempre se llega. Que cuesta el doble pero se llega, y en 2012 no quedó otra que confiar en ello. El año en que fuimos filtrando la rabia y la frustración hasta volvernos incombustibles.
Feliz 1984, año por excelencia de la distopía. Aunque a los que nacimos en ídem, quizá nos es más fácil entender que una cosa es lo que pretende el poder, y otra cosa es lo que vamos a hacer nosotros.
Feliz también 2013, año de su mala suerte.
 
Lun, 12/31/2012 - 14:54 -- Médico crítico