4 ene 2013

¡Cambiad de época!.




Uno por uno, los fundamentos económicos y sociales de nuestro modelo se desmoronan: dogma del crecimiento, de los mercados financieros, crecimiento de las desigualdades, alertas ambientales…Es una ocasión para pensar y construir otro modelo de sociedad. El gran público –acaso revolucionario en espíritu—se da cuenta de ello. Activo en las PyME, en las asociaciones, innova. Sin embargo, el cambio tarda en producirse. Explicaciones. 
    
¡Qué situación tan paradójica! Nunca habíamos conocido tan bien los males que nos agobian. Pero nunca hemos sido tan impotentes también para adoptar los remedios que los aliviarían. Sabemos hoy que el crecimiento económico no responde a los problemas del momento, que se agrava la crisis ecológica, que las desigualdades han llegado a un grado insoportable y peligroso para la paz social, que el poder financiero se ha emancipado de cualquier control y persigue sus intereses en detrimento de la sociedad. Como si, decididamente, nada pudiera cambiar. Pero, ¿por qué, precisamente, nada cambia?
 
Para el economista Dominique Méda, economista y autor de Travail, la révolution necessaire (ediciones De L´Aube, 2010), una primera respuesta tiene que ver con que “hay una absoluta contradicción entre el corto plazo y el largo plazo: en nombre del largo plazo, deberíamos cambiar radicalmente nuestros modos de producción, revisar el ritmo de crecimiento, consumir de manera diferente y menos, pero a corto plazo, nuestros gobernantes piensan que hacen falta más consumo y producción para disponer de más empleos e ingresos. 
   
Una parte de la explicación guarda relación también con el fatalismo difundido por los medios, sobre todo la televisión, cuidadosamente controlados por la oligarquía. El discurso neoliberal sigue en el candelero, la información minimiza las luchas sociales y las prácticas alternativas, el condicionamiento publicitario es permanente, ahora en una cultura del consumo despegada de las apuestas políticas.
 
Así, el TINA –“there is no alternative”, “no hay alternativa”—de Margaret Thatcher se ha enquistado de forma duradera en los espíritus: “No hay más solución que el capitalismo, el crecimiento es indispensable, no se puede gravar con impuestos a los ricos, hagamos lo que hagamos por el medio ambiente quedará anulado por el peso de China, etc.” Y a lo largo de este tiempo, el poder político sigue dominado por la potencia de los ricos, que amenazan con retirar sus capitales a la menor tentativa de justicia social.
 
Hay una dificultad, observa Jean-Claude Guillebaud, autor de Une autre vie est possible (ed. L ´Iconoclaste, 2012) relacionada con que “ha cambiado de rostro la dominación. Antes, la bipolaridad asalariados-patrones estaba clara. Hoy en día, entre los fondos de pensiones, los traders, los bancos globalizados, es mucho más complicado operar sobre las relaciones de fuerza”. 
      
Pero las sociedades oligárquicas no son dictaduras. Si la gente no se rebela, también es porque no quieren. Y aunque los problemas económicos que comenzaron con la crisis financiera de 2007-2008 debilitan cada vez más a las capas populares y clases medias, esta evolución no ha alimentado todavía sentimientos de revuelta o de solidaridad con los más desfavorecidos. La vida sigue siendo bastante confortable. Y domina el miedo: al paro, a la precariedad, a la pérdida de estatus y de ingresos, miedo, también al cambio.
 
Con todo, no ha desaparecido toda esperanza de cambiar. Para Jean-Claude Guillebaud, “bajo la corteza de la apariencia, las cosas cambian en las cabezas”·. Y por citar a Hölderlin: “Los pueblos dormitaban, la suerte quiso que no llegaran en absoluto a dormirse”. De momento, no obstante, la esperanza parece sumergida por la amplitud de la tarea que llevar a cabo. “Se ven mutaciones gigantescas, observa Guillebaud, tan profundas que la amplitud de las adaptaciones que realizar es paralizante para todo el mundo”. Una idea compartida por Dominique Méda: “La crisis nos inmoviliza y bloquea las innovaciones posibles cuando tenemos más necesidad de ellas que nunca. Estamos paralizados por nuestra incapacidad de saber quién debe comenzar y por dónde empezar”. 
        
Sin embargo, si esto no cambia, no es también porque no se sabe bien por qué cosa reemplazar este mundo todo decrépito, pero que aún funciona? “Un punto fundamental”, subraya Dominique Méda, “es que los movimientos sociales y ecológicos no consiguen proponer una alternativa común y clara en Europa ni el camino para llegar a ella”. La responsabilidad cae, pues, también del lado de aquellos que critican el sistema, que afirman querer cambiarlo, pero sin ser capaces de superar sus divisiones, sus rifirrafes ni de articular el conjunto de propuestas alternativas.
 
Hay, no obstante, urgencia. Tal como recuerda Jean-Claude Guillebaud,“la cuestión central es saber si se va a proceder a cambiar en la violencia o no. La violencia ronda nuestras cabezas”. En ese caso, hace falta escoger cambiar. Somos numerosos los que lo queremos y queremos llevarlo a la práctica a su escala. Queda retorcer, cristalizar, unir esas tentativas prometedoras y reforzantes, pero aún dispersas.

 
Hervé Kempf, periodista científico del vespertino Le Monde.
09/12/12

1 comentario :

Galileo pecador. dijo...


"Si la gente no se rebela, también es porque no quieren".

Ver artículo de Paco Roda, "Aguanta o revienta", pegado en el Blog en Enero 2013.