20 may 2016

Ese pobre nos roba

Hay mucha gente que montada en su fundamentalismo ideológico, aún hoy, defiende el escamoteo de unos recursos básicos a los que más lo necesitan y, sin embargo, presionan para obtener suculentos beneficios fiscales y no fiscales; se niegan a pagar y esconden sus dineros en paraísos fiscales burlando sus obligaciones para con la sociedad que les acoge y de la que dicen ser máximos defensores de su bandera y símbolos; marca España. Y vemos, sin embargo, con estupor que el Ibex-35, en el que se encuentran las grandes empresas de nuestro país y los empresarios que reciben los sueldos más estratosféricos, triplicó su presencia en paraísos fiscales durante la presente crisis.

A los pobres, sin embargo, se les excluye de los derechos sociales, se les priva de los medios básicos para una vida digna y se les hace, además, responsables de ello. Hay así "…una categoría de personas ‘excluidas’ a las que se atribuye un amplio repertorio de características individuales: poca fuerza de voluntad, vagancia, vicios, incapacidad para gestionar el dinero, hábitos sexuales no aceptados, impulsividad, predisposición a la delincuencia, alcoholismo, drogodependencias […] la sutil pero progresiva transformación de los problemas sociales en asuntos individuales justifica la transferencia de responsabilidades del ámbito de los servicios sociales al de la política criminal (1)".

Un recurso ampliamente utilizado por el fundamentalismo neoliberal para acabar con el paro, es poner a los ciudadanos al borde de la indigencia para que formen un ejército de parados que pueda servir de reducción de los costes salariales y, como consecuencia, sirvan de impulso de nuevas actividades empresariales con más posibilidades de beneficio y luego echarles la culpa de lo que les pasa. El incremento de la presión sobre los parados para que trabajen vía su culpabilización, viene a plantear que las causas del desempleo se encuentran en deficiencias aptitudinales o actitudinales de carácter personal. El mensaje que se lanza es que el empleo lo crean los empresarios y el desempleo los propios trabajadores.

Con esta filosofía todo vale. Nos inoculan para cualquier barbaridad. El colmo de la insensibilidad y la falta de empatía lo hemos visto en estos días con la propuesta del BBVA de reducir los salarios de los trabajadores un 7 por ciento para fomentar el trabajo, ¡cómo si la austeridad estuviera dando resultados! Aclaremos, además, que el salario mínimo interprofesional (SMI) es de 9.168 euros anuales y que el presidente del BBVA cobra alrededor de 15.470 euros diarios.

No obstante, debiéramos estar acostumbrados a estas cosas con el modelo neoliberal; una, entre muchas, que nos cuenta Owen Jones es la siguiente: “Brian McArdle era un exguardia de seguridad de cincuenta y siete años de Lanarkshire que había quedado medio ciego y paralizado de un costado por un derrame cerebral. Le costaba horrores hablar, ya no digamos alimentarse o vestirse; un ejemplo clásico y trágico de por qué es tan importante que en nuestro país exista un Estado de bienestar, pueden pensar ustedes. Sin embargo, al señor McArdle le mandaron presentarse a una “evaluación de aptitud para el trabajo” a cargo de Atos, una empresa francesa contratada para reducir el gasto en prestaciones a base de reducir el número de personas que solicitaban ayudas de incapacidad. Días antes de su cita, McArdle sufrió otro derrame cerebral, pero, aun así, se presentó. Lo declararon apto para el trabajo. El día 26 de septiembre de 2012, le informaron de que iba a dejar de cobrar prestaciones al día siguiente, le dio un ataque al corazón, se desplomó en la calle y murió (2)”.

Quien nos ha traído la crisis nos ha apresado en un mundo cruel y feroz. El índice de incidencia de siniestralidad laboral, cuya tendencia era descendente  antes de la crisis, se revierte en el año  2012 a pesar del cierre casi completo de la construcción. Sector que mostraba los peores índices de siniestralidad laboral. Las personas que han solicitado la Renta Mínima de Inserción (RMI) en el ámbito nacional, han pasado de 103.071 personas titulares de RMI en 2007 en el inicio de la crisis, a 258.408 personas en el año 2013 según los ministerios de Sanidad y Servicios Sociales e Igualdad. Sin embargo, en el año 2014, el número de filiales ubicadas en territorios con ventajas fiscales batió el récord con 891. El Banco Santander, con 235 filiales, es la principal beneficiaria de la elusión fiscal, según un informe de Oxfam Intermón y el ORSC.

No puedo estar más de acuerdo con Susan George cuando nos dice: “Estamos viviendo una fase regresiva en lo que respecta al bienestar humano y medioambiental. Una clase internacional dominante especialmente codiciosa no ceja en su empeño de arrebatar a la clase pobre trabajadora y a la clase media muchas de las mejoras y ventajas por las que tanto han luchado en las últimas décadas y los últimos siglos. La lucha  ahora debe ser internacional. Los derechos humanos deben ser universales y, para que ello suceda, las instituciones públicas y privadas deben  estar bajo el control de la democracia (3)".

En estos últimos decenios la diferencia entre pobres y ricos no ha hecho más que agrandarse, sin embargo, no se ha penalizado a aquellos que han tenido la culpa de la misma y sí a los pobres que han sufrido las consecuencias. ¡Qué mundo cruel!


(1) Sales, Albert (2014:13): El delito de ser pobre. Una gestión neoliberal de la marginalidad, Barcelona: Icaria.
(2) Jones, Owen (2015:270). El Establishment. Seix Barral.
(3) George, Susan (2005:37-38) Frente a la razón del más fuerte. Galaxia Gutenberg.


Por Ernesto Ruiz Ureta
18 de Mayo de 2016
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3 may 2016

El centro es de derechas

“No hay guerra más triste que la que libran dos que no querían pelear” .

Lo que no tiene precio también se puede vender, y en eso consiste el neoliberalismo, que es la religión de los inmorales, esos apóstoles de la usura para los que el único dios digno de ser adorado es el becerro de oro y el único Jardín del Edén posible es un paraíso fiscal. Para ellos el valor de las cosas equivale a lo que puedan sacar por ellas, nada es sagrado y todo se puede tasar con ojos de prestamista, da igual si se trata de la Sanidad, la Educación, la hucha de las pensiones o la construcción de infraestructuras públicas, que siempre se pueden convertir en un buen negocio si al que lo subasta no le importa el daño que pueda causar a quienes se lo roba. A estos vampiros sólo se les puede detener haciendo que lo que ganan les salga muy caro, que es lo que podría ocurrir si prospera la acusación que acaba de presentar la Fiscalía de Santiago de Compostela contra dos altos cargos de la Consellería de Sanidade de la Xunta de Galicia por un delito de homicidio imprudente que se pudo cometer al retrasar la financiación de las medicinas con que se trata la hepatitis C aduciendo “razones presupuestarias”, lo que causó la muerte de varios enfermos. Es un asunto al que no se ha dado mucha publicidad en los medios de comunicación. ¿Por qué? Igual es porque aquí cada vez que alguien tira del hilo, se lía la madeja.

Una campaña electoral también es un mercado, en el que cada partido trata de vender sus candidaturas y sus promesas, pero la gran diferencia es que en él no existen ricos y pobres, no hay billetes sino papeletas y éstas se reparten de forma equitativa, dos por persona, una para las urnas del Congreso y otra para las del Senado. Quien no acude a votar, desperdicia la ocasión de no ser menos que nadie, algo que en este mundo, por lo general no resulta tan sencillo.


Las elecciones de junio se pueden definir de cualquier manera excepto como una repetición, porque en realidad no se parecen ni a las de diciembre ni a ninguna de las que se han celebrado en nuestro país hasta el momento, ya que van a ser las primeras de nuestra historia en las que los ciudadanos hayan tenido la oportunidad de verle durante cuatro meses el plumero a los líderes políticos, que en ese tiempo han cambiado de discurso como una bandera cambia de dirección según de qué lado sople el viento. En mitad de la batalla, hubo generales que se pusieron el uniforme del enemigo, los rivales se transformaron en aliados y las líneas rojas en tachaduras que hacían desaparecer la mitad de los programas. Pero la jugada no les ha salido bien, la partida ha quedado en empate y a los que se quisieron llevar el gato al agua, se les ha ahogado. Seguramente es que pedían mucho para lo poco que dan de sí, que es lo que pasa cuando se tienen más ambiciones qué cualidades.

Los aspirantes a La Moncloa vuelven a empezar su carrera hacia el poder, pero no lo hacen de cero ni desde la casilla de salida, porque por muy cínicos que puedan llegar a ser, la mayor parte de ellos no se atreverán a volver a decir de sus adversarios lo que dijeron en su día y después matizaron. El número uno del PSOE, por poner de ejemplo a quien ha intentado con más decisión formar Gobierno, se supone que no va a volver a definir a Albert Rivera y los suyos, con quien caminó a dúo hasta el borde del abismo, como “la derecha de toda la vida con otro collar” o “las nuevas generaciones del PP”; y en justa correspondencia es de esperar que éste tampoco tendrá el valor de catalogar a los socialistas de estar acabados, ser la otra mitad del lobo feroz del bipartidismo y representar la “vieja política”, aunque la previsible cabeza de lista del PSC a las generales, Meritxell Batet, haya dado por extinguido el pacto con Ciudadanos, lo que nos hace ver que habrá algún fuego cruzado entre ellos, pero será de fogueo: ya hemos aprendido que del rojo al naranja había un lavado y que en esa batalla los combatientes luchaban con espadas de madera. Queda por saber si unos y otros se seguirán calificando a sí mismos como formaciones de centro, algo que dejaría toda la izquierda libre para Podemos, Izquierda Unida y las confluencias, porque todo el mundo sabe que lo que distingue la geometría de la política es que en ésta el centro es de derechas.

Hay un personaje inquietante en uno de los poemas del libro Las princesas no tienen nombre, de Silvia Rodríguez, recién publicado por la editorial Maclein y Parker, al que la autora dice: “No tienes cara / hasta que empiezo / a ver tu cara / en la cara de todos”, y esos versos que hablan del miedo y la obsesión me han hecho pensar en lo complicado que resulta ver más allá de las imágenes que sonríen en los carteles pegados por los muros, ser capaces de separarlas de las personas a las que representan y que, por desgracia, a menudo son tan distintas de lo que dicen ser. ¿O haremos borrón y cuenta nueva y volveremos a creerlos una vez más? Puede que necesitemos hacerlo, tener alguien de quien fiarnos, algún héroe. “Sophia Loren nació en Nápoles / a los 25 Clark Gable / la besaba en blanco y negro / en el salitre de Marina Grande / en Amalfi los pescadores / han colgado su bandera / la foto de Sophia recibiendo el Oscar / envuelve la vida de los vecinos”, dice Silvia Rodríguez. O tal vez es que nos han decepcionado tantas veces y desde tantos sitios distintos, que ya no quedan más que soluciones individuales. “La fachada del convento próximo / exhibe eslóganes de spray roto / ahí donde está prohibido / ti amo Simona / é amore vero / morte al nemico”.


Por si a alguien pudiera interesarle, ofrezco esta fórmula para afinar nuestra decisión en la próxima cita electoral: se toma lo que nos digan ahora, se le resta la parte de lo que dijeron en diciembre de la que se desdijeron en enero, y el resultado es igual a la cantidad de mentira que intentan hacernos creer. Si es que al final, todo puede ser una ciencia exacta.


Por Benjamín Prado
03/05/2016
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2 may 2016

La industria de la separación

“No recuerdo un solo momento de mi vida donde no me haya sentido ajeno del resto, distanciado, en un estado de aislamiento respecto de lo que me rodeaba”, reflexiona el autor.

La industria de la separación
Robert Desnos.
No recuerdo un solo momento de mi vida donde no me haya sentido ajeno del resto, distanciado, en un estado de aislamiento respecto de lo que me rodeaba. Sin ser esto, por otro lado, el resultado de la falta de empatía y sí precisamente el resultado de la misma, al moverme por el mundo no he recolectado más que incomprensión, frialdad y la sensación de no entender por qué todo sucedía en unas coordenadas tan atroces.

Al sentarme frente a la televisión, encender la radio, abrir un periódico, la sensación se hacía más patente, casi lapidaria. Ninguno de mis valores, expectativas y opiniones tenían un momento de cabida en los medios, al contrario, eran vilipendiados sin descanso. Bajo estas premisas no es raro que a uno le invada ese sentimiento de estar en un momento y en un lugar equivocados, de no pertenecer, de estar separado de todo y de todos.

Por eso se empieza leyendo a Hesse a los diecisiete, buscando algún tipo de respuesta, palpándote la frente para encontrar la marca de Caín, caminando como un lobo estepario, alerta pero esperando no ser visto. Luego llega el resto: la música que no se escucha en tu entorno, la estética de tiralíneas afilado, la mirada arrogante del raro. Y el rastreo de referentes.

Eso no se pierde nunca, la necesidad de reflejo, digo. Lo otro se atenúa, por sociabilidad, por supervivencia, por ideología. No hacerlo sería caer en el elitismo del que prefiere atesorar sus razones antes que enfrentarlas, que es lo mismo que decir underground. Y en esa labor arqueológica, para sentirte menos solo, encuentras huellas que son ejemplo y virtud.

El otro día leía sobre Robert Desnos, el poeta surrealista, el escritor del sueño, una persona que reflejaba en su cara, su mirada, el fin de época que vivió. Con la llegada de la guerra y la caída de Francia, Desnos no escapó, pese a haber podido hacerlo, ni del país ni de su realidad. Pudo callarse, refugiarse en versos leves y palabras huecas. Eligió resistir. Eso le costó, en el 44, la detención de la Gestapo, la tortura, el periplo por varios campos de concentración. Y su muerte por tifus en Terezin, ya exhausto, aunque las tropas del Ejército Rojo le hubieran liberado.

Cuenta la escritora Susan Griffin, a propósito del espíritu surrealista que Desnos mantuvo hasta el final, que en una ocasión en que él y otros prisioneros eran conducidos a la cámara de gas, el poeta salió de la fila y agarró la mano de una mujer fingiendo que leía sus líneas, asegurándole una larga y feliz vida. A continuación se puso a hacerlo con el resto de prisioneros, que aún en tan terrible momento, se sentían confortados por el súbito don precognitivo de Desnos. Los guardias, estupefactos ante la nueva realidad creada, ante la resistencia desde el absurdo, decidieron no ejecutarlos y mandarles de vuelta a los barracones.

Aunque el pasaje resulta increíble -y todo sea dicho, no pude encontrar más referencias al mismo- ejemplifica muy bien el espíritu de alguien que no renunció a su ser, a quien era, hasta el último momento. Retrata a quien eligió no colaborar, pese a las consecuencias.

Hoy, pese a que Europa empieza a mostrar los mismos síntomas preocupantes que dieron pie a aquel desastre, ni los tiempos son los mismos ni nosotros somos los mismos. Quizá por eso no seré yo quien exija a nadie, ni siquiera a mí mismo, ni una mínima parte de lo que muchos dieron en aquella época.

Lo que me resulta raro -por no decir obvio- es que quien escribe, quien se entrega a ese esfuerzo por narrar su realidad, comprenderla, dar un contrapunto a lo esperado y además consigue hacerlo desde esas tribunas donde la audiencia está asegurada, siempre elija enseñar la pata en el mismo sentido. En ese donde el cálculo sobre lo suyo, que coincide siempre con las cuentas de los de arriba, sea lo único que importa.

Nunca, por ejemplo, les veo escribir sobre los trabajadores de Coca Cola y sí mostrarse horrorizados ante la jauría de las redes que ataca al pobre intelectual, que tras soltar alguna soflama clasista, dice sentir cercenada su libertad de expresión pese a contar con una columna semanal en un gran periódico. Nunca les veo interesarse por la mujer que ha sido maltratada y sí lograr la polémica fácil buscándole las vueltas al feminismo desde, eso sí, aquello que llaman lo políticamente incorrecto. Nunca les veo, a la hora del desalojo del CSO, investigar qué de terrible se hacía allí y sí, por contra, les leeré buscando la anécdota chusca que justifique la represión y las detenciones.

Eligen, como Desnos, pero justo en el sentido contrario. Escriben, sí, más como contables que como poetas. Narran, pero siempre con las gafas de lo aceptado, de aquello que finge libre-pensamiento, crítica y mordacidad pero sólo nos entrega seguidismo, complacencia y polémica inane. Se dicen intelectuales, periodistas, escritores, pero no son más que piezas -muy bien pulidas, muy bien pagadas- de la industria de la soledad, de la industria de la separación.


Justo esa que nos hace sentirnos como les contaba al principio, ajenos de todo y de todos, distantes de nuestro tiempo, perdidos en nuestra cotidianidad.

Por Daniel Brnabé
21-04-2016
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