31 ene 2016

Refugiado sirio, cirujano plástico

CRÓNICA
Entre los grupos de refugiados que llegan al campo de tránsito rápido de Presevo, en la frontera entre Macedonia y Serbia, se ven bastantes diferencias. Sin embargo, la diferencia crucial es, paradójicamente, lo que les une a todos ellos.

Puesto de ropa en el campo de tránsito de Presevo (Serbia). / IRENE LÓPEZ ALONSO

Entre los grupos de refugiados que llegan al campo de tránsito rápido de Presevo, en la frontera entre Macedonia y Serbia, se ven bastantes diferencias: algunos llegan bien vestidos, preparados para el frío (los 6 grados bajo cero del invierno balcánico), con maletas o mochilas, con smartphones. Otros, en cambio, llegan con las suelas de las botas desprendidas, los zapatos encharcados, la ropa empapada y sus pocas pertenencias en un hatillo echado a la espalda. Piden calcetines secos. “Only for children”, les contestan con impotencia los voluntarios de las ONG Mensajeros de la Paz y REMAR, enseñándoles los calcetines infantiles que tienen en el puesto de ropa que atienden en el campo, junto al de té y sopa. Entonces los hombres piden una bolsa de basura, se quitan los calcetines mojados, se envuelven los pies entumecidos con un cacho de plástico y vuelven a ponerse su calzado embarrado. Alguno sigue camino incluso descalzo.

Ahmed es uno de ellos, un sirio alto de ojos rasgados de ese color verde grisáceo que a muchos nos recuerda a la mujer de la portada de la National Geographic. Lleva alrededor del cuerpo la manta gris que la organización musulmana Islamic Relief les regala al salir de Turquía, en una bolsa impermeable, quizá porque saben que van a mojarse. Que para llegar a Grecia tendrán que cruzar el mar y que una vez alcancen tierra firme les esperan las lluvias y la nieve del Este de Europa. Saben que el agua les acompañará en la travesía.

Ahmed se acerca al puesto de ropa y le enseña a Elena, voluntaria de Mensajeros de la Paz, los pantalones de pana marrón que lleva puestos, que chorrean agua y barro. Salvo por eso, es de los que van bastante abrigados, con gorro y chaquetón negro, y con una pequeña cartera de plástico colgada al cuello. Otra funda impermeable, esta vez para los tan preciados papeles: el pasaporte y los distintos visados que ha ido acumulando hasta llegar a Serbia, guardados junto a algún billete. Sus más valiosas pertenencias caben en una fundita plastificada.


Elena no tiene pantalones que le valgan a Ahmed. Le enseña unos vaqueros que a simple vista parecen tres tallas más grandes y le dice con gestos que es lo único que puede ofrecerle. Ahmed sonríe, comprende, acepta. Coge los vaqueros y sigue el camino de los refugiados, hacia la cola donde tendrá que esperar a que la policía serbia le tome las huellas y le expida el visado de tránsito con el que saldrá rumbo a Croacia, pagando 35 euros a una compañía de autobús privada.

Al verle en esas condiciones, pidiendo ropa seca en el puesto de las ONG y conformándose con un pantalón tres tallas más grande, es inevitable preguntarse qué sería Ahmed antes de ser un refugiado. Como en aquel relato de Haruki Murakami en el que un cirujano plástico japonés queda conmovido al leer la historia de otro cirujano plástico judío que acabó en un campo de concentración nazi: “Si me despojaran de mi carrera y de mis habilidades de cirujano plástico, si perdiera el confortable estilo de vida que llevo y sin mayor explicación me arrojasen al mundo desnudo, ¿qué demonios sería?”, se pregunta el personaje.

Y es que Ahmed podría ser perfectamente un cirujano plástico sirio, o un médico de clase media-alta. Un profesional liberal con ahorros suficientes como para sacar a toda la familia del país (primero los hermanos mayores, de avanzadilla; luego los ancianos, mujeres y niños; el último él). Podría ser un intelectual, un gran conversador, un aficionado del ajedrez o un apasionado del cine. Ahmed podría ser cualquiera de estas cosas, o podría ser (¿por qué no?) un reputado cirujano plástico. “Si un día, de pronto, me sacasen a rastras de mi vida presente, me arrebatasen todos los privilegios y me quedara reducido a un simple número, ¿qué demonios sería?”, se seguía preguntando el personaje del relato de Murakami.

Ésa es la sensación de quien ve, como espectador, el constante desfile de hombres, mujeres, ancianos, ancianas, niñas y niños que pasan por el campo de refugiados de Presevo. Casi no hay ocasión de hablar tranquilamente con ninguno, todos tienen prisa por obtener la visa, montarse en el autobús y salvar otra frontera. Pero a muchos se les intuye que antes de ser refugiados de guerra eran tal vez personas acomodadas. Profesores de universidad, músicos, empresarios. Hasta que, de pronto, tuvieron que salir corriendo de sus hogares y se encontraron todos juntos haciendo las mismas colas, esperando los mismos tickets que les da Cruz Roja para poder hacerse un reconocimiento médico en el hospital de campaña.

De pronto se ven necesitando un vaso de caldo caliente o conformándose con un pantalón tres tallas más grande. De pronto son un refugiado de guerra. Ya no son el campeón asiático de Triatlón ni el cirujano plástico más reputado de Siria. Son refugiados, personas expulsadas de los circuitos de la vida normal, obligados a andar los caminos de un mundo paralelo y sin pavimentar, que no irán a comprar unas zapatillas al lujoso centro comercial que se encuentra a penas a dos kilómetros del campo de Presevo, sino que tendrán que preguntar si hay algunas de su número en la tienda del ACNUR. Tampoco irán a la farmacia que está al lado de la mezquita de este pueblo destartalado de población mayoritariamente albanesa, sino que pedirán una aspirina en la carpa de Médicos Sin Fronteras y seguirán viaje incansablemente, sin a penas cruzarse con la gente que sigue habitando el mundo normal y tranquilo en el que ellos también vivieron un día.

Con la guerra en los talones

En el campo de refugiados de Presevo todos los días parecen iguales. Llegan los autobuses y se forma la cola para el registro policial, que desde los atentados de París dura demasiado: “Cachean hasta a los bebés”, explica Alberto, voluntario que atiende la cocina de REMAR, a la que algunos refugiados llegan con tanta hambre que se comen las mandarinas sin pelar. Con la cáscara incluida.

Pareciera que quienes desfilan por esa cocina o por el puesto de ropa y pañales fueran siempre la misma gente: “Hoy han pasado 1.500, ayer fueron 3.000”, dice la trabajadora del Acnur que convierte el éxodo en cifras. Porque todos los días parecen iguales, también para los propios refugiados: dos jóvenes afganos preguntaron al llegar al campo en qué país estaban.

Un kurdo con la nariz rota cuenta que salió de Turquía en una barca. “Turquía nos odia”, dice, concediendo una respuesta a una pregunta no formulada. Ahora sí, le pregunto cómo se rompió la nariz. Me dice que fue al caer al mar, cuando cruzaba en una barcaza hacia Grecia. Al fondo del comedor, donde algunos hacen una pausa para beber algo caliente, hay dos mujeres con el rostro quemado. Explican que fue una explosión. Que muchos refugiados sirios se deciden a salir del país cuando ya no les queda más remedio. Cuando la guerra les estalla literalmente en la cara. Cuando la tienen detrás, rozándoles los talones.

Entre los grupos de refugiados que llegan al campo de tránsito rápido de Presevo, en la frontera entre Macedonia y Serbia, se ven bastantes diferencias. Sin embargo, la diferencia crucial es, paradójicamente, lo que les une a todos ellos: lo que tienen en común las personas acaudaladas que de vez en cuando pueden permitirse coger un taxi en vez de andar los caminos embarrados, los grupos de hombres que viajan en tren, las familias que caminan sobre las placas de hielo al paso de sus ancianos, o los jóvenes que vienen empujando a sus hermanos en una silla de ruedas; es que todos ellos han podido salir de un país en guerra.

Y es que en Presevo puede comprobarse aquello que los corresponsales de guerra saben muy bien: que la mayor desigualdad entre las personas no es la riqueza, la clase social ni el nivel cultural, sino la diferencia que distingue a los que tienen la suerte de poder huir de una situación de máximo riesgo, de los que saben que tienen que quedarse.

Porque las familias más pobres son desde luego las que ni siquiera pueden plantearse huir. Las que se quedan en Siria bajo los bombardeos. Los verdaderos parias. Los que ni siquiera llegarán a ser refugiados.

Por Irene López Alonso,  Presevo
30/01/16
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24 ene 2016

La OIT prevé una subida del desempleo a nivel mundial para 2016

La organización internacional cifra en 199,4 millones las personas sin trabajo remunerado que se contarán durante este año y apunta como razones los factores macroeconómicos y las políticas públicas implementadas por los gobiernos.

BROCCO

Más desempleo y más desigualdad a nivel mundial. Éstas son las previsiones hechas por la Organización Internacional del Trabajo (OIT) para 2016, según explican en su informe ‘Perspectivas sociales y de empleo en el mundo - Tendencias 2016’, presentado el pasado martes. Unas previsiones nada halagüeñas que tendrían como principal origen factores macroeconómicos, como la bajada en precios de las materias primas y la disminución del comercio mundial, pero también en las políticas públicas implementadas por los gobiernos.

Si en 2015 se contaron, según datos de la OIT, 197,1 millones de personas en situación de desempleo –casi un millón más que el año anterior y 27 millones más que antes de los años previos a la crisis–, en 2016, la cifra de parados llegará a los 199,4 millones –2,3 millones más que este año– y la tendencia para 2017 seguirá el mismo camino, con 1,4 millones más. Este aumento del paro, según la OIT, tendrá lugar en países “emergentes y en desarrollo”, sobre todo Brasil (0,7 millones) y China (0,8 millones).


Por su parte, los países del sur de Europa, como España, Portugal o Grecia, mantendrán, según el informe, unas altas tasas de desempleo, aunque menores que las registradas en los años previos, y otros países europeos continuarán en sus máximos históricos.

Trabajador y pobre

El informe también apunta al aumento de la desigualdad. El índice Gini –que mide la tasa de desigualdad– en los países con economías más desarrolladas del G20 ha aumentado, sobre todo en Estados Unidos, donde ha pasado del 0,31 en 1980 hasta el 0,4 en 2015. El informe de la OIT muestra que, en 2015, 327 millones de trabajadores (12,5%) vivían en situación de extrema pobreza -menos de 1,90 dólares al día- y otros 967 millones (27,9%) estaban en situación de pobreza moderada -entre 1,90 y 5 dólares al día. “Los ricos siguen haciéndose más ricos y los pobres, más pobres”, sentencia la OIT. Aunque entre el año 2000 y 2015, el número absoluto de trabajadores en situación de pobreza extrema ha bajado un 4,9%, ha subido un 0,7 en el caso de la pobreza moderada o casi moderada.

La OIT también señala que “la mala calidad del trabajo continúa siendo un problema urgente en todo el mundo”. Según su informe, el 46% del empleo total a nivel mundial es por cuenta propia y familiar no remunerado. “Esto implica un acceso limitado a los sistemas de protección social contributiva, además de unos ingresos escasos y volátiles”, apunta el estudio. En el caso de las mujeres, la situación es aún peor, al tener entre un 25% y un 35% más de posibilidades de tener empleos precarios.


Leer más: "Se puede ser pobre teniendo múltiples empleos de mierda"

En 2015, la proporción de empleos a tiempo parcial sobre el total llegó al 23%, tres puntos más que en 2007. En la mayoría de los casos, este tipo de jornada laboral no fue voluntad del trabajador, como en Grecia (71,1%), España e Italia (64%) o Portugal (50%). También los contratos temporales suponen aún un alto porcentaje sobre el total, un 15% a nivel mundial en 2015, cifra que supera el 20% en Portugal, España y Países Bajos, aunque en este último país sólo el 44% de los trabajadores temporales citaban la falta de oportunidades de trabajo por tiempo indefinido, mientras que en el caso de Portugal, la cifra llega al 83% y en España al 91%.

Por Diagonal DERECHOS LABORALES
22/01/16

13 ene 2016

España: Bruselas prepara la factura del rescate bancario

El futuro Ejecutivo se encontrará con tres procedimientos abiertos en la UE y 12.000 millones por recortar. El PP, que aumentó la deuda en 300.000 millones, ha dejado unos Presupuestos que no cumplen con el compromiso de déficit


A Mariano Rajoy no le han salido las cuentas. Sus planes, quizá más promovidos desde Génova que desde Moncloa, tenían como objetivo ofrecer un segundo semestre económico de 2015 triunfante, con un fuerte crecimiento económico y una sólida reducción del desempleo, para reforzar su mensaje de que gracias a la gestión de su gobierno se habría salido primero de la recesión y luego de la crisis. Todo el esfuerzo último era terminar la legislatura con menos paro del que heredó, menos déficit del que heredó y más crecimiento del que heredó. Las advertencias y matices de las instituciones europeas a su optimista cuadro macroeconómico se trataron con desdén, señalando que a fin de cuentas el comisario era un socialista francés que quería aguarles la fiesta.

Una vez ganadas las elecciones en diciembre, ya llegaría el momento de corregir y recuperar la senda, quizá --y esto es política ficción-- señalando que los españoles habían apostado de nuevo por el partido de la recuperación, pero que quedaba trabajo por hacer. Y otros cuatro años por delante.
Pero la incertidumbre de los resultados del 20 de diciembre ha dejado en mal lugar su estrategia. Si se repiten las elecciones, Mariano Rajoy se presentará con un panorama económico menos triunfalista: el crecimiento parece que desacelera --como no podría ser de otro modo, en la medida en que nos acercamos a nuestro raquítico crecimiento potencial-- y a lo largo de este trimestre tendremos dos datos que darán prueba de la irresponsabilidad de su táctica electoral en materia económica: el déficit público total de 2015 y las previsiones de déficit para 2016.

España está sujeta a las gobernanza económica europea por tres procedimientos: la revisión post rescate --sí, el rescate de 2012--, el procedimiento de desequilibrios macroeconómicos, y el procedimiento de déficit excesivo del Pacto de Estabilidad y Convergencia. Los tres procesos son independientes pero actúan coordinadamente en el caso de España.

En relación con las revisiones post-programa (post rescate), España se compromete a someterse a una revisión periódica de su economía por los “hombres de negro” --los que no iban a venir a España, según el ministro de Hacienda-- mientras estemos repagando el préstamo del Mecanismo Europeo de Estabilidad que usamos en 2012 para reestructurar nuestro sistema financiero. La revisión incluye no sólo los aspectos relacionados con el rescate de la banca, como el desempeño del SAREB (el banco malo) o la gestión de las entidades nacionalizadas como Bankia, sino aspectos relacionados con la posición fiscal de España, la productividad o las medidas para el “incremento de la competitividad”. Son revisiones semestrales que transmiten a nuestros acreedores el desempeño de nuestra economía y el cumplimiento de las condiciones que acompañaban al crédito.

Por su parte, el procedimiento de revisión de los desequilibrios macroeconómicos ofrece de manera anual --en febrero de cada año-- una revisión de las magnitudes macroeconómicas de cada país de la Unión Europea, incluyendo déficit público, balanza comercial, deuda externa, deuda total o desempleo. A partir de esta revisión, la Comisión Europea establece una serie de recomendaciones y señala los principales elementos de mejora de la gestión macroeconómica.

Y por último, dentro del Pacto de Estabilidad y Crecimiento, España está sometida al denominado Procedimiento de Déficit Excesivo, al que están supeditados los países cuyo déficit público se sitúa por encima del 3% del Producto Interior Bruto. Se suponía que España iba a salir de este procedimiento a lo largo de 2016, pero las previsiones de la Comisión Europea son que España no cumplirá su déficit público de 2015 y tampoco el de 2016, lo que obligará a alargar este procedimiento “correctivo” probablemente hasta 2017 si no hay medidas adicionales.

Menos austeridad, más deuda

Los tres procesos coinciden en sacar a la luz la estrategia de Rajoy: durante el año 2015, España ha levantado el pie del acelerador de la consolidación fiscal, lo que ha permitido un cierto respiro a la economía, que ha crecido más de lo inicialmente previsto. Es decir, si España crece más de lo previsto es precisamente porque el Gobierno ha levantado la mano con la austeridad, una estrategia que llevará a que el déficit público supere con creces el objetivo inicial (4,2% del PIB) y se acerque al 5%. Estas décimas de déficit público se trasladan automáticamente al crecimiento económico vía demanda interna, y a la creación de empleo, del que tanto han presumido los representantes del PP durante la campaña. A este diferencial de déficit público, la Comisión añade el abultado nivel de Deuda Pública -- que alcanzaría su pico en 2016, situándose por encima del 100% del PIB-- y que ha crecido alrededor de 300.000 millones durante esta legislatura.

La tónica para 2016, y con los presupuestos ya aprobados, es similar. En su carrera por ofrecer ventajas fiscales, Rajoy aprobó unas cuentas que, de acuerdo con la Comisión Europea, se alejan del objetivo previsto inicialmente para el déficit público de 2016 (2,8%) y lo situaría casi un punto por encima (3,6%). De cumplirse las previsiones de la Comisión Europea, España fracasará en su objetivo de salir del procedimiento de déficit excesivo en 2016. Si el Consejo Europeo o el ECOFIN se muestran inflexibles --y la actitud del Gobierno español invita a ello--, España debería realizar un esfuerzo fiscal acumulado de más de 12.000 millones de euros adicionales, bien a través de la subida de impuestos, bien a través de un nuevo recorte en el gasto público. La alternativa son sanciones económicas en forma de depósitos sin intereses, o incluso la posibilidad de activar la condicionalidad de los Fondos Estructurales y de Inversión de la Unión Europea para España, que suponen un montante de hasta 25.000 millones de euros para los próximos años.

No son las únicas advertencias de la Comisión: su interés en dar una nueva vuelta de tuerca a la reforma del mercado laboral y la necesidad de garantizar la sostenibilidad de las pensiones, así como la liberalización de algunos mercados del sector servicios, siguen estando en su agenda para los próximos años.

Un gobierno recién elegido podría haberse enfrentado a esta situación con la legitimidad de las urnas recién conseguida, pero Mariano Rajoy deberá responder a este requerimiento siendo todavía presidente en funciones. La previsible modificación de los presupuestos de 2016 tendrá que esperar hasta que haya un gobierno capaz de gestionarla, lo que significará que, si somos impelidos a realizar el esfuerzo, tendremos menos de un año para lograr los objetivos fiscales.

Trilerismo

La otra posibilidad es que el nuevo gobierno –sea del signo que sea-- renegocie con la Unión Europea la senda de la consolidación fiscal. Esta es la apuesta de los partidos de izquierdas. Pero lo harán ya en una mala situación negociadora: la credibilidad de España en las instituciones europeas está muy tocada, y la irresponsabilidad de utilizar los Presupuestos Generales del Estado como arma electoralista formarán parte del legado de este gobierno del PP a sus sucesores.

En Bruselas empiezan a estar cansados del trilerismo presupuestario español, que sólo se sostiene por el apoyo indubitado de Alemania al gobierno de Rajoy como “su alumno predilecto”. Como el profesor que infla las notas de quien le hace la pelota, a España la están pasando de curso sin tener los deberes hechos.


Que no nos sorprenda que un gobierno de izquierdas --ojalá factible-- se encuentre con una Alemania furibunda y una Comisión intransigente con el cumplimiento de unos objetivos de déficit público que el PP dejó a la mitad. Hace tiempo que la gobernanza económica europea es un festival de arbitrariedades y de normas que se aplican o no en función del color o peso de los gobiernos europeos.

Por JOSÉ MOISÉS MARTÍN CARRETERO
6 DE ENERO DE 2016
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11 ene 2016

Falta un Borbón en el banquillo

Juzgar a una infanta es un rareza en este país y no es descartable que la visión de Cristina de Borbón sentada en el banquillo dure un parpadeo si finalmente el tribunal le aplica esa doctrina que se inventó para que el banquero Botín no pisara la cárcel. Sería un coitus judicial interruptus, una puntita nada más, breve pero intensa. Lo interesante de este proceso, sin embargo, no es tanto que la hija de un rey acabe en el talego, que es casi un imposible metafísico, sino constatar que no está todo perdido y que la osadía de un magistrado puede remover los cimientos de un sistema pensado para que la justicia sea más igual para unos que para otros.

Lo que se juzga en realidad no son las mordidas de Urdangarín y su socio a las arcas públicas y el desvío de esas cantidades al pago de un palacete o al salario en negro del servicio doméstico. Tampoco si Cristina de Borbón sufría el síndrome de Ana Mato y era incapaz de distinguir si eran Jaguares o podencos lo que tenía en su garaje. Lo que se ha puesto por primera vez en cuestión es la manera con la que la familia más privilegiada del barrio se ha desenvuelto en relación con el dinero de los demás, que siempre ha creído suyo por designio divino.

La historia, por tanto, no comienza con el Instituto Noos, ese entramado de vanguardia que ha hecho posible que el yerno del Rey y su esposa se forrasen por medio de una institución sin ánimo de lucro, sino mucho antes, en Estoril, donde los Borbones vivían de la generosa caridad de los monárquicos, siempre dispuestos a pagar las abultadas facturas que el exiliado Don Juan dejaba en Maxim’s cuando viajaba a París. Debió de ser entonces cuando el hoy Rey emérito, entonces príncipe, se travistió en Vivien Leigh y juró no volver a pasar hambre al estilo de Lo que el viento se llevó. O dicho de otra forma, se dispuso a hacer un capitalito por si venían mal dadas y siguió en el empeño aun cuando ya todas las cartas estaban en su manga.

En la actualidad, la fortuna de Juan Carlos es un arcano y de los gordos, aunque algún indicio sobre su origen han aportado las genuflexiones que ha prodigado a lo largo de la historia a los sátrapas del Golfo o las peripecias judiciales y penitenciarias que siempre han acompañado a sus llamados administradores privados, ya se llamaran Manuel Prado y Colón de Carvajal, Javier de la Rosa o Mario Conde, tres señores impecablemente vestidos, ya se enfundaran un traje de Armani o el uniforme de presidiario.

Se han dedicado muchos esfuerzos en conseguir que la Casa Real explicara en qué gasta su asignación anual pero nadie ha preguntado a cuánto ascienden sus posibles, que de algún lado han debido de salir habida cuenta de que los ingresos formales se limitaban a la asignación presupuestaria anual. Mantener a la familia propia y a la griega con su ramalazo egipcio por eso de que venían con una mano delante y la otra detrás, así como a la pródiga prole que toda monarquía ha de engendrar para perpetuar el apellido no es nada barato.

Se entiende, por tanto, que la infanta y su marido deportista se dispusieran a hacer lo que veían en casa, bajo el asesoramiento y las directrices de Zarzuela, que en esto Diego Torres, el socio del yernísimo, no ha dejado lugar a la duda con su arsenal de faxes e emails. Todo padre aspira a que sus hijos se independicen y prosperen y está visto que los estipendios de los bancos y multinacionales en puestos florero ya no son lo que eran. ¿Acaso está regulado en alguna ley o existe alguna incompatibilidad para que un miembro de la familia real no pueda hacer negocios con las administraciones públicas?

La querencia por el dinero es un virus que afecta a buena parte del árbol genealógico de los Borbones, incluidas algunas ramas poco principales. Uno de los casos más curiosos se produjo hace más de diez años y tuvo como protagonistas a dos familiares del emérito, Bruno Alejandro Gómez Acebo y Marcos Gómez Acebo, hijo y sobrino, respectivamente, de la infanta Pilar de Borbón. Ambos intermediaron en la venta de Villa Giralda, la finca que fue residencia en Madrid de Don Juan de Borbón, padre del monarca, a cambio de una comisión de 1,5 millones de euros. El precio de venta fue de 2,7 millones de euros, por lo que la comisión representó un inusual 55,5% sobre el total. El comprador fue Comercializadora Peninsular de Viviendas (CPV), una empresa implicada en una espectacular estafa inmobiliaria que afectó a más de 1.200 personas y que con esta compra hizo su última operación. ¿Simple casualidad?

Hacer sayos con capas ha sido lo habitual en la familia y hace algún tiempo nada de lo que ahora escandaliza de las actividades de Urdangarín y de su señora habrían tenido relevancia alguna. Es más, ni siquiera se hubieran conocido gracias a ese manto de discreción cuando no de complicidad que se extendió sobre los hombros del jefe del Estado, al que se llegó a dotar de inviolabilidad en la Constitución por si con la discreción no bastaba.

El país ha cambiado a fuerza de crisis y latrocinios y cuando el patriarca se quiso enterar de que escaseaban las longanizas para atar a sus perros hubo de abdicar, no fuera a ser que el chollo se le acabara a él y a sus descendientes. En el medio de ese terreno otrora impune ha quedado su hija, pese a los denodados esfuerzos de un notable equipo de defensores encabezado por Miquel Roca, cuyo servicio nadie duda de que tendrá recompensa, y del que han formado parte la fiscalía del Estado y la propia Hacienda pública.

Cristina de Borbón reside ahora en la leprosería borbónica ya que cualquier contacto con ella se supone altamente contagioso. Así lo ha entendido su hermano, hoy Rey, y su padre, que desde que dejó el trono no es que haya quemado el corsé porque si lo tuvo nunca le apretó lo suficiente pero que se ha entregado sin disimulo a las francachelas y a la buena vida. Por derecho propio, el cazador de elefantes se habría ganado un sitio en el banquillo de Palma como cooperador necesario si ese olmo rarísimo que ha dado una manzana se hubiera atrevido con las peras.


Por Juan Carlos Escudier
11 ene 2016
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7 ene 2016

Los inútiles

(Inútil, como sinónimo de “impedido”, “lisiado”, “torcido”, “imposibilitado”, “improductivo”, “incapaz”, “incompetente”, “insolvente”, “ineficaz”, “inepto”, “infructuoso”…).
Fotograma de Los Inútiles, película de Federico Fellini.

Las exigencias de utilidad han impregnado de manera gaseosa y autoritaria las condiciones de posibilidad de las cosas, y cada vez más de las personas y de las palabras: todo se recicla de manera constante. El temor a quedarse obsoleto sale por primera vez de las cosas y se inserta en las conciencias y desde allí impone una constante adaptación a las demandas de la maquinaria productiva. Se hace necesario sospechar que aquello que adquiere la cualidad de útil se resiste a ser asido con continuidad, se resiste a permanecer: su naturaleza es mutante. Al reducirse el tiempo de formación de nuestros deseos se reduce la vida útil de los productos que los satisfacen, de tal manera que la espiral productiva asimila con mayor facilidad la volatilidad de la oferta y la demanda y, en consecuencia, reduce el espacio de desenvolvimiento funcional del consumo. Diremos que la categoría de nuestro tiempo no es la velocidad, sino la aceleración.


Lo útil nace sabiendo que va a morir, que tiene un tiempo limitado de vida, y más importante, que tiene un tiempo aún más limitado de vida útil. Pero no todo está sujeto a caducidad, ha existido y existe una constante que se resiste a convertirse en desecho o como diría aquél, en basura: el capital. (Entendemos por capital la capacidad de acumulación de riqueza y entendemos por riqueza la condensación de bienes que aumentan las posibilidades de existencia). Siguiendo la terminología monetaria de Marx, podemos pensar que el valor de uso queda asfixiado por la aceleración del intercambio, mientras que el valor de cambio por medio de la datificación ocupa el centro en la estrechura de este nuevo ritmo productivo, de este nuevo Tiempo.

Aquellas cosas que no se ajusten a las exigencias de utilidad que marca la norma económica, quedarán fuera del circuito de la riqueza y serán castigadas con la obsolescencia si son cosas o con la marginalidad si son personas. Nace así una nueva estructura disciplinaria que castiga el incumplimiento de sus normas y purga a los elementos subversivos de una manera más sutil y novedosa que las tradicionales estructuras de control. Aquellos que sean útiles seguirán dentro del juego mientras lo sean, los inútiles desaparecerán y lo harán mansamente, sin escándalo, bajo una apariencia de decisión (inevitable); abandonarán sus casas, sus países y sus trabajos para quedar hacinados en espacios sólo visibles a la práctica policial. Surge así una  categoría que delineará con precisión el adentro y el afuera de la norma económica, la condición necesaria de la utilidad: la solvencia.

Aquel capaz de pagar sus deudas es útil mientras conserva esta capacidad, no puede ser invisible al capital porque el capital quiere algo de este sujeto solvente, y por lo mismo, no le puede resultar indiferente una nueva oportunidad de acumular. En una sociedad que ha devenido mercado, en la que todo se compra y se vende, el sujeto que no tiene nada que vender y no puede comprar, es señalado como inútil, y es el propio insolvente el que, tras haber interiorizado la norma y la sanción de la moral capitalista, se marcha al lugar asignado para los desposeídos: el suburbio.

La moral económica dominante ha vaciado la noción de utilidad introduciendo una noción de bien  en su significado: la capacidad de pago, y ha criminalizando la inutilidad identificándola con la pobreza, pecado imperdonable que comenten aquellos que no pueden ser desposeídos.

Devenir inútil al capital es resistir al poder hegemónico.

Texto para la exposición “Aquí y ahora: les délinquants de l’inutile” de artistas jóvenes en la Galería Blanca Soto que se expondrá hasta el 9 de Enero de 2016.


Belén Quejigo, Germán Santiago

29/12/15
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1 ene 2016

Ingobernabilidad, inestabilidad e irresponsabilidad

Rajoy y Sánchez en la puerta de La Moncloa. / LA MONCLOA

Se preguntaba Marcuse en El hombre unidimensional si los medios de comunicación de masas habían conseguido suplantar las categorías de pensamiento y acción de los individuos por las del sistema dominante. Seguramente estas fiestas tendremos una buena oportunidad para comprobar que estaba en lo cierto. Solo habrá que sentarse a la mesa y escuchar al personal repitiendo hasta la extenuación los mantras que se han venido disparando por la televisión desde el 20D.

Llamamos ingobernabilidad a la necesidad de gobernar dialogando y gobernabilidad a la carta blanca para legislar sin necesidad de dar explicaciones. Parece ser que esa es la primera consigna de los medios tras el resultado de las elecciones generales. La segunda, que ya la conocíamos desde el caso griego, es que la inestabilidad consiste en la posibilidad de que la democracia ponga coto al poder financiero, mientras que la estabilidad describe el sistema que permite beneficio económico a costa de la explotación laboral.

Las dos interpretaciones anteriores pueden parecer exageradas, pero lo cierto es que ambos calificativos han sido utilizados hasta la saciedad para describir la situación política actual cuando tan solo han pasado unos pocos días desde que el bipartidismo hiciera aguas por primera vez en tiempos de democracia. Si el obispo San Sebastián ha calificado el veredicto de las urnas como el síntoma de una sociedad enferma, me pregunto qué pensará del unipartidismo, ¿sería el bien común que tanto necesitamos? A lo mejor es que, en un cruce de cables, lo confundió con el pensamiento unidimensional.

También estamos viendo estos días cómo se hacen insistentes llamamientos a la responsabilidad, en referencia a pactos que favorezcan la gobernabilidad, es decir, gobiernos estables que no tengan que dar muchas explicaciones. En otras palabras, que la irresponsabilidad se ha convertido en algo bastante reprobable, porque consiste básicamente en provocar asociaciones muy inestables que lo único que buscan es ingobernabilidad. Unos locos que quieren que sus propuestas de cambio político se tengan en cuenta dentro del futuro gobierno. Insensatos que pensaban que en verdad lo inestable era la miseria estructural del país, la falta de control democrático, la falta de entendimiento entre territorios, la destrucción de empleo, la corrupción, la pérdida de derechos laborales, los desahucios, la violencia machista o la economía sumergida.

Además, ante este panorama, lo que favorece la estabilidad del país es impedir cualquier tipo de cesión a los secesionistas, grupo en el que los medios se han esforzado por incluir veladamente a los autodeterministas. Todos estos rupturistas –personas sin cabeza que solo piensan en destruir− impiden la gobernabilidad, volviendo la situación muy inestable porque habría que hacer muchas reuniones y dar muchas explicaciones para encontrar soluciones intermedias. Y es que la política parece consistir en acumular poder, no en repartirlo, según los partidos autodenominados serios.

La seriedad es algo que no se debe tomar a la ligera, sobre todo en periodos de inestabilidad. Tiene que ver mucho con la responsabilidad, pero se refiere más a la capacidad de poner cara de consternación cuando emergen soluciones muy diferentes. Soluciones poco serias. Porque las soluciones nuevas, en definitiva, son poco serias. Son casi inventos.

Lo nuevo es, por lo tanto, algo muy viejo, porque no asume la modernidad seria y estable y propone barrabasadas que solo traen inestabilidad e ingobernabilidad. Una irresponsabilidad de magnitud supina. Es todo un discurso redondo, sin costuras, como cuando Eddie Murphy se dirigía a sus feligreses en Un vampiro suelto en Brooklyn y todos terminaban creyendo fielmente que “el mal es bueno”.



De todo lo anterior se extrae un mensaje claro que en estas fechas navideñas los medios de masas, los partidos políticos del régimen y los poderes financieros nos desean transmitir. Un mensaje de seriedad y responsabilidad. Porque es verdad, españoles, no hemos sido ni serios ni responsables votando, y merecemos un tirón de orejas y una fuerte reprimenda. Hemos metido al país en una situación ingobernable e inestable y deberíamos asustarnos por todo el trastorno e incertidumbre que estamos causado a la clase política y financiera. Sin embargo, ellos lo solucionarán por el pueblo, pactando y dialogando, aunque sea aburridísimo. Aunque haya que apelar a la responsabilidad de los irresponsables que vienen armando ruido. Como dejando caer agónicamente que esto no se debe volver a repetir.

La democracia es que tiene un puntito alocado. Según lo pintan, quizá sea mejor volver a lo de antes, que era mucho más sano. O a lo de antes de lo de antes, que era mucho más unidimensional. ¿No?


Por José Segovia Martín, profesor e investigador.
29/12/15
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