3 nov 2012

¿Qué fue de la canción protesta?.



'Público' consulta a músicos de diferentes géneros sobre la aparente ausencia de canción crítica en unos días de crisis, recortes y descontento, mientras los movimientos sociales como el 15-M toman la delantera.


Rage Against de Machine, Bob Dylan, Lluis Llach y Joan Manuel Serrat.

Rage Against de Machine, Bob Dylan, Lluis Llach y Joan Manuel Serrat.





Cierra los ojos y concéntrate. Piensa en algún solista o grupo de la actualidad que se caracterice por unas letras con contenido social y crítico con el sistema. Es muy probable que te sobren dedos de las manos al hacer el recuento. Al menos ésta es la conclusión a la que han llegado diferentes músicos en la actualidad consultados por 'Público' sobre la ausencia aparente de canción protesta. Lejos queda ya aquella hornada de cantautores que cantaban a la libertad en contra de la dictadura de Franco. Lluis Llach, Serrat, Raimon o Paco Ibáñez son sólo algunos de los precursores de la denominada canción protesta en España. Canciones de un gran contenido reivindicativo cuyo origen se sitúa en Estados Unidos en la década de los 40, de la mano de músicos como Woody Guthrie, considerado el padre del género.


"Hay una deuda muy grande en la canción de autor. Ahora se habla de lo social desde el punto de vista de las relaciones amorosas. Las canciones están centradas en los sentimientos". Son palabras de Marwan, uno de los abanderados de la nueva generación de cantautores 2.0. Músicos jóvenes que basan su éxito en el boca a boca, en letras trabajadas y que consiguen la heroicidad de vivir de la música sin sonar en las radios. Una canción de autor en la era de Internet que ya poco tiene que ver con los conceptos que evocan la vieja etiqueta del cantautor. El músico hace autocrítica: "Estamos muy anestesiados por el consumo. La religión de hoy en día es tener cosas, consumir. La razón puede ser que estamos acomodados. Vivimos anestesiados por los mecanismos de poder", explica.
"Si hablas de hacer botellón también estás hablando del que no tiene dinero", explica Rafa Pons

Cambio de lenguaje

Rafa Pons, músico catalán, coincide en que "la reivindicación ha pasado a un segundo plano". Sin embargo, aclara que el lenguaje también ha cambiado. "En mi caso, hablamos de cosas muy cotidianas. Si hablas de hacer botellón también estás hablando del que no tiene dinero. En mi caso intento no ser panfletario, hablo de la Play Station, del amor, o de cómo de jodidas están las cosas. La paz o la libertad son conceptos que no nos ha tocado vivir", explica el cantautor. A Pons la canción vinculada a la política le genera escepticismo, prefiere la autenticidad del que cuenta cosas. "Kiko Veneno o La Excepción se han ganado su verdad de contar las cosas. No es el momento de ideologías sino de personas. Gente que se queje de lo que está pasando sin ninguna bandera", añade Pons. Lo dice hasta el propio Luis Eduardo Aute, miembro de honor de aquella generación histórica de cantautores: "La mejor canción protesta es la canción hecha con honestidad". 

Es el mismo argumento que emplea Sabino Méndez, compositor de los grandes éxitos de Loquillo junto a los Trogloditas: "Después del siglo XX no sirve simplemente la rebeldía del predicador laico, eso ya no funciona. Hay que buscar nuevas maneras para que toda esa rebeldía pueda incidir en la sociedad y el rock entre los jóvenes sigue funcionando en este sentido".

Luis Ramiro, hermano musical de Marwan y Rafa Pons, apunta además a que ahora "tenemos mucha más cultura musical y los referentes están mucho más diversificados. Antes había menos grupos y se necesitaban himnos. Sabina se hizo famoso por salir en el programa de Tola y cantar Pongamos que hablo de Madrid, en un programa que veían 15 millones de espectadores", reflexiona.

El rap manda

Violadores del Verso: "Somos de barrios obreros y nos jode ver que los ricos se hacen más ricos y los pobres más pobres"Sin embargo, los músicos coinciden en que hoy en día este tipo de canción sigue de algún modo vigente, de la mano de gente como Ismael Serrano o Pedro Guerra, y sobre todo de los raperos. "En la música que consume la gran mayoría de la gente no se hablan más que de letras sin contenido. La gente no quiere pensar a la hora de escuchar música. Quieren escuchar la letra fácil de mueve tu culo en la pista de baile y poco más. Es así de triste", explica Sho-Hai, de los Violadores del Verso, uno de los grupos más comprometidos con lo que está pasando en la calle. 

"El rap y otras cuantas músicas que decimos verdades están vetadas en esas radios y televisiones, porque somos políticamente incorrectos", explica. "Somos de barrios obreros y nos jode ver que los ricos se hacen más ricos y los pobres más pobres", continúa: "Los políticos nunca nos han gustado. Mienten más que hablan, y eso hay que decirlo, en las letras o manifestándose en las calles o de la forma que sea", concluye. Otro de los grupos que abanderan la canción crítica es Ska-P. "En momentos como estos debería de haber mucha más protesta social y política por parte del mundo de la cultura en general", explica PulPul, líder de la banda, a Público.

Menos apoyo mediático

Ska-P: "Sólo van a poder disfrutar de la música en directo los seguidores de Bertín Osborne"Pedro Guerra, uno de los cantautores que desde un inicio ha trabajado la canción con contenido social, considera que este tipo de composición nunca se dejó de hacer. ¿El problema? Que ahora "no tiene relevancia mediática". La capacidad de trascender es más limitada, explica. Loquillo, icono del rock en España, ve presente la canción protesta pero sin caer en el error de pensar que vayamos a volver "a la gloriosa etapa de Paco Ibáñez, ni pensemos que la única que la pueden hacer (la canción protesta) son los cantautores".

 Es cierto que falta cierta actitud en la música pero es que las radiofórmulas han hecho mucho daño en este país. Yo he vivido eso", denuncia. El Loco considera que "los grupos que pueden ser un poco más incisivos son apartados. Claro que hay gente que te dice qué está pasando en la calle, pero desaparecen". El líder de Ska-P se muestra muy crítico en este sentido: 

"Es cierto que la estafa financiera y las políticas de recorte de estos gobiernos neoliberales silencian de muchas formas a los más contestatarios. No hay conciertos. Y encima suben el IVA al 21% en las entradas, sólo van a poder disfrutar de la música en directo los seguidores de Norma Duval y Bertín Osborne, que al final es lo que pretende este Gobierno". Javier Liñán, cazatalentos y jefe de El Volcán Música, que cobija grupos como Los Planetas o Los Delinqüentes, sí que echa en falta "un relevo generacional" que sorprenda y se comprometa con su música. Reconoce sin embargo que los músicos lo hacen de un modo privado, pero no con sus canciones.

Oro contexto diferente

Los músicos consultados por Público coinciden en que hoy en día no se podría repetir una generación de cantautores como la de antaño, ya que tanto el lenguaje como el contexto han cambiado. "Antes había un interés en aglutinar la voz del pueblo", explica Marwan respecto a las apuestas que realizan hoy las casas discográficas. "Además, el enemigo entonces tenía cara y era mucho más visible. Era la dictadura. Franco. Ahora es la clase política, aliada con los banqueros. El poder establecido ejerce un mecanismo más sutil", culmina.

Marwan: "Antes el enemigo era visible, la dictadura. Ahora el poder ejerce un mecanismo más sutil"Existen otros factores importantes que explican la ausencia aparente de la denuncia en la música actual. Movimientos como el 15-M son anónimos. "Ahora es importante el movimiento en sí, no si va acompañado de nombres", destaca Pedro Guerra. "El ‘No a la Guerra' sí iba representado por la intelectualidad. Ahora las formas han cambiado y hay menos representación visible". Un ejemplo de ello es el propio Luis Ramiro, cantautor comprometido que ha permanecido activo en su ámbito personal, en Izquierda Unida y en el nacimiento del movimiento social ATTAC. 

El madrileño ha escrito alguna canción protesta, pero no se caracteriza por ello, prefiere reflejar sus "sentimientos" en sus composiciones. Sin embargo, no escatima críticas en redes sociales, al igual que Marwan, dispuestos ambos a asumir el coste que ello puede suponer entre sus seguidores. "Siendo comprometido te buscas enemigos. Yo he denunciado la brutalidad policial en la redes sociales y ha habido gente a la que le ha parecido bien y gente a la que le ha parecido mal, pero tengo que decir lo que pienso porque soy persona antes que cantautor, luchar por lo que considero justo. Te buscas enemigos, pero es el precio que hay que pagar para ser uno mismo", explica el músico de origen palestino.

Bruce Springteen, dándolo todo en un concierto. EFE

 

Fuera de España

Pedro Guerra: "Ahora es importante el movimiento en sí, no si va acompañado de nombres"En el ámbito internacional, la canción con contenido social sigue vigente de la mano del incombustible Bruce Springsteen, algunos discos cargados de rabia como el American Idiot de Green Day o algunos retazos críticos de grupos como Muse, entre otros. Precísamente su líder, Matt Bellamy, se quejaba en una reciente entrevista para Rolling Stone de la falta de compromiso social en la música actual. Un dardo que apuntaba hacia gente como Coldplay, Jay-Z o Rihanna. "No siento que estén mostrando ninguna sensibilidad con lo que está sucediendo. Springsteen es el único, tal vez. Mi gran decepción en este aspecto es Rage Against The Machine, ya que es una gran banda política y han estado muy callados. 

No será porque no haya motivos para movilizarse. En los 90 hicieron una gran labor, y ahora todo es peor. Esperaba que ellos dijeran algo", brama Bellamy. Una crítica que quizás puede parecer injusta si tenemos en cuenta que Tom Morello, guitarrista de dicha banda, estuvo presente en el movimiento Occupy L.A, demostrando que las formas de compromiso del artista también están cambiando.

"Los movimientos entran declive cuando se popularizan, como pasó con el punk", explica RochaLo cierto es que a pesar de la ausencia de canción crítica, la apuesta parece otra. Lo explica la periodista
Carolina Velasco en su reportaje 'Música y activismo: de la canción protesta a Ocuppy Wall Street'
. "La canción protesta es un hecho del pasado: en el presente, como demuestra el movimiento Occupy Wall Street, importa el compromiso personal. Músicos que luchan como ciudadanos, con la gente, sin buscar medallas". Como diría Bob Dylan, los tiempos están cambiando.

Cuando la rebeldía es la norma

Lo reafirma Servando Rocha, escritor, activista, músico, figura del punk español y editor, el cual considera que "las formas de protestas han ido cambiando. La canción protesta tenía sentido en un determinado contexto. Ha pasado con Russian Red al decir que era derechas. La propia contracultura ya no tiene un contenido de rechazo al sistema. El escenario ha cambiado mucho y lo que antes servía ahora ya no sirve".

"No se puede ser rebelde cuando la rebeldía es la norma"Según Rocha, ya no es tanto lo que cuentas en las letras sino reflexionar cómo creas y para qué creas. "No se puede ser rebelde cuando la rebeldía es la norma", sentencia. Los antiguos cauces ya no funcionan y al parecer habrá que "construir nuevas formas ya que el sistema tiende a fagocitarlo todo. 

Los movimientos entran en declive cuando se popularizan, como pasó con el punk. Su autenticidad dura 6 o 8 meses. Los grafiteros cedieron al arte moderno y ahora exponen sus obras en museos". No sabemos lo que va a suceder porque no se puede prever, apunta. "A veces se trata de preguntar qué hacer. Todo el mundo busca recetas, cuando lo que hace falta es hablar. No obstante, pese a lo que pueda parecer, "la protesta se ha generalizado", concluye. Viva la protesta.


por YERAY CALVO 

03/10/2012




31 oct 2012

La productividad española


 Hoy: la productividad española.    


Inspirado por las compañeras de la fabulosa web Desmontando Mentiras, vamos a intentar desmontar una: la que dice que los españoles son vagos y producen poco. Creo que no va a ser muy difícil. Para ello, vamos a comparar los datos del Estado español con los de otros siete países europeos, los únicos de los que tenemos cifras fiables.
Una trabajadora española produce unos 64.000 € al año brutos. Esto está, efectivamente, un poco por debajo de la media, aunque dentro del rango "normal" (fig. 1, banderas). Sin embargo, la productividad bruta, es decir, lo que cada persona aporta al PIB, no es muy relevante; lo que importa es la neta, también llamada rendimiento (marrón), es decir, lo que produce menos lo que cuesta. Ahí somos campeones absolutos, muy por encima de la media. Esto ya no está en el rango normal, es lo que se conoce como un dato aberrante. Otra cosa que vemos en esta figura es que un aumento de la producción no repercute en el rendimiento. Por ejemplo, en España y Eslovenia conseguimos unos rendimientos altísimos produciendo muy poco, mientras que en Dinamarca es al revés. Entonces, ¿somos unos genios?
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Para saberlo, hay que averiguar de qué depende la producción bruta. El sentido común nos dice que cuantas más horas trabajemos, más produciremos. Pero la realidad (fig. 2) nos muestra que nada tiene que ver una cosa con otra. De nuevo, España vuelve a batir el récord: somos los más pringaos, con diferencia. De genios, nada. Aquí cabría preguntarse cómo se mide la producción: la creación de tejido social, por ejemplo, o la protección del medio ambiente, no computan, ya que son difíciles de medir. Pero ese es otro tema.
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La producción sí depende, en cambio, del coste por trabajador (fig. 3): las trabajadoras caras producen más que las baratas. La correlación es clarísima, con una única excepción: España, donde la relación calidad/precio se dispara. Si yo fuera un empresario, no lo dudaría: contrataría a una española. Por cada euro que invierten las empresas en Alemania, ganan 61 céntimos, mientras que aquí ganan 1,01 euros.
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Así pues, los trabajadores españoles (los que quedan) somos, perdón, son extraordinariamente productivos. Para acercarnos a la media europea, y evitar así datos aberrantes, deberíamos aumentar la producción y disminuir el rendimiento. Según estos datos, la manera de hacer eso no es otra que:
  1. Aumentando el coste por trabajador, ya sea en forma de salarios, impuestos a la empresa, beneficios sociales, etc.
  2. Disminuyendo las horas de trabajo. Esto tiene, además, ventajas adicionales: mejor reparto del trabajo, creación de nuevos puestos, mejor conciliación de la vida familiar, mayor felicidad y, por si a alguien le interesa, menos manifestaciones y "golpes de Estado".

El mensaje falaz sobre la baja productividad española es repetido incansablemente por ciertos medios con el claro objetivo de hacernos creer que merecemos todos los recortes que están haciendo, metiéndonos en un círculo vicioso en el que sigue disminuyendo la producción (que no el rendimiento), justificando falsamente más recortes de todo tipo, incluyendo libertades y derechos básicos. No es un punto de vista, ni una manera de verlo, ni una opinión, ni tiene parte de razón. Es, simple y llanamente, mentira.
Estas son mis conclusiones, que son subjetivas y, posiblemente, equivocadas. Te invito a que las cuestiones y saques las tuyas propias.
Este artículo está elaborado en colaboración con Paco Andrés.
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Para poder compararlos, los datos de las figuras 1, 2 y 3c están normalizados sobre la media de los 8 países (ojo: no es la media de la UE). SI: Eslovenia. UK: Reino Unido. D: Alemania. FI: Finlandia. B: Bélgica. SE: Suecia. DK: Dinamarca. E: España. Fuentes: Eurostat, excepto las horas de trabajo, que son del diario Expansión.

Pablo Prieto. 29/10/2012     Biólogo y activista, Movimiento 15-M

24 oct 2012

¡Emprendedor!

La palabrilla optimista salta como un chinche de la publicidad de los bancos a los teóricos de empresa, de las promesas de los ministros del ramo a la ingenuidad de jóvenes que se tragan el discurso de que todo en esta vida depende de la voluntad.


Las palabras no tienen la culpa, desde luego, pero su utilización engañosa, el abuso con que aparecen en el discurso de las personas públicas deteriora su sentido, aunque sea positivo. Así me sucede con la palabra “emprendedor”. Pueden ser manías personales, lo asumo, pero esta palabra contiene, en el uso actual, unas connotaciones ideológicas que detesto. Y es que justo cuando la crisis ata de pies y manos a un porcentaje histórico de los jóvenes españoles, la palabrilla optimista salta como un chinche de la publicidad de los bancos a los teóricos de empresa, de las promesas de los ministros del ramo a la ingenuidad de jóvenes (los hay) que se han tragado el discurso de que todo en esta vida depende de la voluntad, es decir, de la audacia con la que asumamos un proyecto, de nuestra capacidad psicológica para ser emprendedores.
Lo inaudito es que la palabra se haya colocado en el top ten de términos que tienen como fin ennoblecer cualquier discurso precisamente cuando a las personas jóvenes más difícil les resulta levantar de la nada una empresa. No ya porque los bancos no den créditos, sino por la interminable burocracia que se ha de sortear y sobre la que este periódico informaba ayer mismo con datos provenientes del Banco Mundial. Por un lado, se extiende la idea de que del paro y la desesperación puede salir uno mismo si se atreve a montar una empresilla original, rompedora, atractiva y medio artesanal; por el otro, la estructura legal de este país no hace más que poner palos en las ruedas a quienes tratan de hacerlo.
Es un discurso muy americano ese que entiende que la salvación depende solo de uno mismo. La diferencia es que allí esa feroz mentalidad capitalista cunde de manera mucho más coherente y la palabra emprendedor cobra sentido: asumes riesgos pero el Estado no se dedica a castigarte por ello.

Elvira Lindo. 24 OCT 2012

21 oct 2012

El bodrio.

Si la crisis económica persiste con esta virulencia, la sociedad quedará dividida en tres partes incomunicadas: ricos, pobres y mendigos


Este es el panorama que auguran los profetas. Si la crisis económica persiste con esta virulencia, la sociedad quedará dividida en tres partes incomunicadas: unos pocos ricos serán cada día más ricos; la clase media se verá reducida a la pobreza; los pobres de toda la vida bajarán otro escalón y se convertirán en mendigos.
Los ricos se harán invisibles en sus yates y en los clubes financieros insonorizados; tramarán negocios redondos en los reservados de los restaurantes de superlujo; delante de la tienda de ropa exclusiva esperarán los mecánicos en tercera fila al volante de un cochazo a que salgan las señoras con varias bolsas y los viernes en su todoterreno con las ventanillas tintadas se irán a sus fincas a matar venados.
La clase media comenzará a contar los euros uno a uno hasta los céntimos de cobre para congraciar el sueldo o el subsidio con las necesidades básicas. Los caballeros honorables deberán adaptar el estómago a la comida basura. Adiós al solomillo, bienvenido el reino del pollo y del pollo se bajará directamente a las gallinejas. Habrá que elegir entre el coche o el autobús, el cine o el helado, la copa en el bar o la rebusca en el mercadillo guineano. Volverán a oler a repollo los portales donde antes había un conserje de uniforme. Después de dar una vuelta al abrigo, los ciudadanos de clase media llevarán la pobreza con resignación y dignidad, pero sus hijos cabreados saldrán los sábados noche a romper escaparates con un horizonte iluminado por el cóctel molotov. Los mendigos que antes limpiaban el parabrisas o hacían de saltimbanquis en los semáforos, ahora pondrán solo la mano. Dado que la justicia social ha sido suplantada por la caridad estarán de enhorabuena las antiguas damas del ropero parroquial y los ricos de buen corazón porque se va a imponer de nuevo el placer de la limosna.
El bodrio era un caldo que antiguamente se impartía en la trasera de las catedrales y conventos a la hora del ángelus a la cuerda de mendigos que esperaba remediar el hambre. Hoy una legión de verónicas y samaritanos ejerce también la misericordia de dar de comer a los hambrientos. Pero los hambrientos deberán aceptar su destino. Para ellos solo habrá una disyuntiva: si son buenos, tendrán sopa; si se rebelan, rebotará en su espalda la verga de la policía.

Manuel Vicent. 21 OCT 2012

15 oct 2012

La lección.

 

Los niños del imperio soñaban con emigrar. Sí, nuestro sueño era una maleta de emigrante.


En la escuela había goteras de arte pobre y de vez en cuando entraba una corriente de aire por el hueco de un cristal nunca repuesto. Entraba aullando, impaciente, como una furia que venía de lejos con la intención de zarandear los mapas en las paredes.
El primer maestro era muy doctrinario. Cualquier materia, tratase de batallas, ríos o números, derivaba hacia una asignatura única, la de una historia gloriosa, sucesión de gestas culminada con el triunfo del Caudillo. Ahí había un primer desengaño. El héroe era feo, mohoso. Veíamos en la tele a Elliot Ness o al Virginiano y no digamos ya a Cassius Clay. Incluso Joe, el gordo de Bonanza,nos caía mejor como caudillo. Pero bueno, era lo que había. Ahora tenemos a Cospedal con la mantilla, y gracias a Dios.
Lo que sí nos gustaba era la retórica del maestro cuando hablaba de España como un imperio “donde nunca se ponía el sol”. Sí señor, ¡ese sí que era un imperio! El sol nos hacía un guiño, nos calentaba las orejas, y por un momento la escuela tenía algo de amable calefactorio.
Uno de esos días triunfales, el maestro nos preguntó qué queríamos ser de mayores. Hubo un largo silencio, hasta que desde el fondo se escuchó con alegría insurgente el grito de: “¡Emigrantes!”. Los niños del imperio soñaban con emigrar. Sí, nuestro sueño era una maleta de emigrante. A él se le vio por vez primera perplejo. Perturbado. Rumiaba la situación. Había aprendido una lección que desconocía.
He vuelto a ver esos rostros sorprendidos con el amplio reportaje que The New York Times publicó sobre el hambre en España. La diferencia es que al maestro se le veía abatido. Sin embargo, los locuaces animadores de este Gobierno feo arremetieron indignados contra el mensajero. Suerte para los neoyorquinos. Aquí no han aprendido ninguna lección. Se comen a los periodistas vivos.
 
Manuel Rivas. 29 SEP 2012

6 oct 2012

Culpables de ser pobres.


La criminalización del parado como sospechoso de holgazanería cala en el discurso político.

Con ese relato, los poderes buscan justificar el abandono a su suerte del más desfavorecido y neutralizar cualquier resistencia a las medidas de ajuste.


 
En España hay 1.737.000 hogares en los que todos sus miembros están en paro. / jon nazca (REUTERS)

Si es pobre, por algo será. Si le van mal las cosas, es que no se ha esforzado suficiente. Como una lluvia fina, el pensamiento que culpabiliza al pobre por ser pobre y al parado por no encontrar trabajo va calando en el discurso político. Es en realidad el reverso del ideario del liberalismo económico, que entroniza la figura del emprendedor como modelo social y sitúa la competitividad como motor de cualquier progreso. En fase de bonanza económica, especialmente si está basada en dinámicas especulativas, este ideario tiene una gran aceptación social porque siempre hay historias de éxito fulgurante que mostrar. Pero en tiempos de crisis, puede volverse fácilmente contra los pobres y los parados, a los que se presenta como sospechosos de holgazanería y culpables de haber malbaratado sus oportunidades.
Aunque pocas veces se expresa abiertamente, el desprecio por quienes necesitan ayudas públicas acaba aflorando. A veces de forma inoportuna, como le ha ocurrido al candidato republicano Mitt Romney. Sugerir que casi la mitad de los norteamericanos son parásitos sociales ha arruinado su carrera a la presidencia de Estados Unidos. Otras, de forma estridente, como cuando la diputada Andrea Fabra lanzó en el Congreso de los Diputados aquel burdo “que se jodan” en el momento en que se debatía recortar prestaciones a los parados. Y a veces sibilinamente, como cuando el diputado Josep Antoni Duran i Lleida afirmó que mientras los payeses catalanes lo pasan mal, en otras partes de España “hay campesinos que pueden quedarse en el bar de la plaza y continúan cobrando”.
Estas palabras no son inocentes. “El relato que se hace de lo que ocurre es determinante porque contribuye a construir el marco conceptual que servirá de referencia a la hora de valorar lo que ocurre”, explica Montserrat Ribas, profesora de la Universidad Pompeu Fabra y coordinadora del grupo de investigación sobre Estudios del Discurso. Si en ese relato se introduce la idea de que los parados y los pobres son parásitos, es presumible que cuando se decidan recortes en las prestaciones, estos no encuentren resistencia entre quienes no sufren esa situación.

La crisis se presenta como catástrofe pero también puede verse como estafa
El sociolingüista George Lakoff, autor del libro No pienses en un elefante, ha definido el papel de estos marcos conceptuales en la conformación de la opinión pública. Cuando la ideología conservadora, afirma Lakoff, utiliza por ejemplo la expresión “hay que aliviar la carga impositiva”, el marco conceptual en el que se inscribe implica una visión de los impuestos como algo que aprieta, que oprime a la sociedad. Del mismo modo, cuando Mitt Romney se refiere a “ese 47% de la población norteamericana que no paga impuestos y depende de las Ayudas del Estado”, que se siente “víctima” y se “cree con derecho a recibir atención médica, comida o vivienda”, está diciendo que ni es víctima ni tiene derecho a esas ayudas. Esa idea forma parte de un marco ideológico según el cual, cada uno ha de espabilarse y si alguien es pobre o fracasa, es por su culpa. Algo habrá hecho mal. En este marco conceptual, los poderes se sienten legitimados para abandonar a su suerte a los desfavorecidos.
Todo discurso político tiene un marco conceptual de referencia. También el de la crisis. Montserrat Ribas ha observado que el relato que se hace de la crisis está orientado a neutralizar cualquier resistencia a las medidas que se aplican. “El relato hegemónico presenta la crisis como una catástrofe natural, que ha ocurrido por una serie de fuerzas que no podemos controlar y que tiene consecuencias graves para todos. Como en las catástrofes, hay que resignarse, aceptar los sacrificios y colaborar para salir de ella”.
Con este enfoque, la crisis no tiene responsables, ni se considera importante determinar cómo se reparten sus cargas. Una vez instaurado este discurso, quienes cuestionan las políticas de ajuste y se resisten a los sacrificios son malos ciudadanos, como sugirió Rajoy en Nueva York al ensalzar “a la mayoría de españoles que no se manifiesta, que no sale en las portadas de prensa”, en referencia a las protestas de la plaza de Neptuno de Madrid.

Corremos el riesgo de pasar del Estado de bienestar al de beneficencia
Montserrat Ribas invita a imaginar qué ocurriría si en lugar del “relato de la catástrofe” se impusiera “el relato de la estafa”. Estaríamos buscando a los responsables de lo ocurrido, les estaríamos exigiendo responsabilidades políticas y penales, y exigiríamos cambios radicales en la regulación del sistema financiero para evitar que vuelva a repetirse. “En este relato, el papel del ciudadano es totalmente diferente. No es de pasividad y resignación, sino de exigencia y reforma”, señala.
Y aún hay un tercer relato posible: el de la crisis como “golpe de Estado del capitalismo”. En este relato, la recesión es utilizada para limitar la democracia e imponer un sistema autoritario que permita someter a toda la población a los dictados del poder económico, en beneficio de este.
De momento, el relato de la crisis como estafa pugna por abrirse paso desde la plaza de Neptuno de Madrid y desde los foros sociales abiertos al calor del movimiento del 15-M. Pero en el discurso oficial el que predomina es el de la crisis como catástrofe.
La culpabilización de las víctimas aparece, en este contexto, como un mecanismo de legitimación de los recortes sociales. En la presentación del plan Prepara, la ministra de Trabajo, Fátima Báñez, insistió en que se iban a aplicar medidas contra los parados que no quisieran aceptar un trabajo, como si los parados españoles recibieran muchas ofertas de empleo. Báñez justificó los nuevos criterios de concesión de la ayuda de 430 euros en la necesidad de hacerla más equitativa y evitar abusos. Para justificarlo, declaró sentirse “insultada” al saber que había “hogares que ingresan 8.000 euros, en los que un niñato recibe una paga de 400 por no hacer nada”. De entrada, hogares en los que entran 8.000 euros al mes no hay tantos como para ponerlos como paradigma, pero lo que en realidad la ministra encubría con esta retórica era un drástico recorte en las ayudas, que a partir de ahora solo podrán cobrar quienes estén prácticamente al borde de la indigencia.

Hay un relato que utiliza la recesión para imponer una salida autoritaria
La vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría anunció también que los parados que reciben una prestación podrán ser requeridos para realizar trabajos comunitarios, como limpiar bosques, y que si se niegan, se les podrá retirar el subsidio. “En realidad, anunciaba algo que ya existe. Los trabajos de colaboración social están regulados desde 1994. Entre 4.000 y 6.000 parados realizan este tipo de colaboraciones y si no hay más es porque las Administraciones deben aportar la diferencia hasta el salario mínimo interprofesional, y no tienen dinero”, explica Paloma López, secretaria de Empleo de CC OO. “Es curioso que cuando la pobreza ha escalado dos puntos en un año y hay 1.737.000 hogares en los que todos sus miembros están en el paro, se insista tanto en la idea de que los desempleados no hacen suficiente esfuerzo para poder trabajar”, añade. “Con este discurso, las víctimas de la crisis se encuentran doblemente penalizadas: además de perder su empleo, son sospechosos de querer vivir a costa de los demás”.
Ignasi Carreras, director del Instituto de Innovación Social de Esade, subraya que la crisis ha aumentado la pobreza, pero muchos de los actuales pobres ya estaban en situación de exclusión social antes de que estallara. En la fase de máximo crecimiento España seguía teniendo un paro estructural del 8%. “En 2007, el 18% de la población se encontraba bajo el umbral de la pobreza. Ahora ese porcentaje es del 22% y lo que ha ocurrido es que quienes ya eran pobres, están mucho peor”. Durante la crisis han aumentado las diferencias sociales. “En 2007, la diferencia del PIB per cápita medio del 20% de los más ricos era 5,3 veces mayor que el del 20% más pobre; ahora es 6,9 veces mayor”, señala Carreras.
Hay pues más pobres que además están peor y tienen menos posibilidades de salir del agujero. Porque justo cuando más se necesitan, la crisis está erosionando también las políticas de inserción social. Así lo confirma Nacho Sequeira, director de la Fundación Exit, una entidad creada en Barcelona para facilitar la inserción laboral de jóvenes de 16 a 21 años con un perfil de fracaso escolar. “Los alumnos con mayores dificultades pueden salir adelante si tienen un acompañamiento adecuado. Pero en un momento en que hay índices de paro tan alto, las empresas demandan un tipo de trabajador que coincide con el perfil considerado de éxito. Los jóvenes menos formados o que necesitan un proceso de preparación más largo, tienen ahora menos posibilidades”, señala. “Se está desmontando el discurso de la promoción social”, corrobora Isidro Rodríguez, director de la Fundación Secretariado Gitano. “Ver que hay gente de clase media que tiene que acudir a Cáritas o a los comedores sociales causa mucha alarma. Todo el mundo teme encontrarse en esa situación y acepta con naturalidad que se destinen los recursos a los casos extremos. Se está instaurando un discurso de la urgencia en el que, como todo está muy mal y hay que atender lo más urgente, los programas de inserción social quedan relegados”.

El discurso culpabilizador genera angustia e insolidaridad
La consecuencia es bastante previsible: quienes están en esos programas pasarán a engrosar en poco tiempo las listas de quienes tienen necesidades perentorias y han de acudir a Cáritas. “La crisis puede suponer una marcha atrás de varias décadas en las políticas de inserción social”, advierte Isidro Rodríguez.
Esas políticas no solo son necesarias, también son económicamente rentables. Cuando en Francia se produjo la crisis de los campamentos gitanos, toda Europa miró hacia España. En los últimos 30 años, las condiciones de vida de los gitanos españoles han mejorado de forma espectacular. “El éxito se debe a dos factores: nuestro tardío Estado de bienestar ha sido inclusivo con los gitanos; han podido beneficiarse de políticas de acceso a la vivienda, la educación y la salud. Pero además se han aplicado programas específicos de acompañamiento educativo, de realojamiento o de integración en el mercado laboral”, señala Isidro Rodríguez. El resultado es que ahora todos los niños gitanos acaban al menos la enseñanza primaria, y el objetivo ahora es que también terminen la secundaria. Y si en 1978, el 75% de las familias gitanas estaban instaladas en infraviviendas, en 2007 ese porcentaje se había reducido al 12%. Y las que viven en chabolas, hasta el 4%. Estas cifras muestran que la inserción es posible. Que ir al colegio y vivir en barrios normalizados abre oportunidades y no solo ellos, sino todo el país sale beneficiado. Los programas de acompañamiento permiten que el horizonte de un joven gitano no sea ya la chatarra o el mercado ambulante.
Pero el presupuesto de la fundación Secretariado Gitano para 2013, de 17 millones de euros, es un 20% inferior al de este año y se mantiene gracias a que el 60% de sus fondos proceden de la Unión Europea. “Se está aprovechando la crisis para deslegitimar este tipo de programas”, dice su director.
Pero la pobreza no solo se nutre de colectivos en riesgo de exclusión. Hay también nuevos perfiles de pobres que viven su situación de precariedad con una gran angustia pues son personas preparadas que forjaron sus expectativas en los años de bonanza. ¿Quiénes son esos nuevos pobres? Son aquellos para los que el ascensor social, en lugar de subir, está bajando. El discurso oficial no los trata como tales, pero Montserrat Ribas señala dos ejemplos: “Esos jóvenes profesores asociados de la universidad que se han quedado sin trabajo por los recortes, o aquellos que se han quedado cobrando 500 euros al mes. También podría incluirse a muchos de los investigadores que trabajan en una plaza Ramón y Cajal”. Estamos hablando de jóvenes científicos que han hecho una tesis doctoral en el extranjero y hacen investigación de primera línea. No es que fueran unos potentados de la ciencia, pero si a un sueldo de 1.100 euros al mes se le recorta el 25%, lo que queda fácilmente cae por debajo de los índices de pobreza. Estos talentos empobrecidos ven con estupor que no hay dinero para la investigación, pero sí lo hay para rescatar a la banca.
Se ha repetido que para triunfar en la vida se ha de ser emprendedor, estar muy preparado y ser competitivo. Pero, como apunta Ignasi Carreras, no todo el mundo tiene un perfil emprendedor, no todo el mundo ha de hacer un negocio y por muy activo que alguien sea, si cierran las empresas y se destruye empleo, es muy difícil encontrar trabajo. En este contexto, la idea de que solo los mejores saldrán adelante y de que quienes quedan relegados es porque no valen o no se esfuerzan está teniendo efectos psicológicos devastadores en los muchos jóvenes que se estrellan una y otra vez contra la realidad de un mercado laboral en caída libre.
El mismo marco conceptual que permite culpabilizar a los pobres y a los parados es el que opera en los países del norte contra los del sur. El discurso culpabilizador genera angustia, pero también insolidaridad. Y abre la puerta a una nueva ignominia: la competencia feroz entre los mismos pobres por los escasos recursos disponibles. “No quiero ser apocalíptico, pero lo peor que nos puede ocurrir es que después de la crisis económica venga la crisis social”, afirma Isidro Rodríguez. “Los países que mejor resisten la crisis son aquellos que tienen un Estado de bienestar más sólido y una sociedad civil fuerte y cohesionada. No podemos pasar del Estado de bienestar al Estado de beneficencia”, concluye Carreras.

Milagros Pérez Oliva
5 OCT 2012

30 sept 2012

¿Quién pagará la factura?

Los de siempre.

La suma por socorrer a los bancos que será casi imposible de recuperar alcanza ya los 21.000 millones de euros.

 
Manifestantes en la plaza de Neptuno de Madrid / Juan Carlos Hidalgo (EFE)
 
 
El que paga tiene derecho a saber quien se lleva su dinero y por qué lo hace. Los ciudadanos ven cómo el Estado recorta en sanidad, educación y prestaciones públicas, mientras socorre a los bancos, lo que provoca una indignación difícil de contener. Y la confusión que existe todavía enerva más.
El viernes pasado, el Gobierno dijo que pedirá a Europa 40.000 millones para el último rescate. Pero ese no es el primer dinero que se destina a la banca. La prueba es que el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, ha admitido que el Estado tiene un déficit de 16.660 millones por las facturas pagadas en el pasado a las entidades. No obstante, ha dicho que es un dinero “que se va a devolver”.

Los ciudadanos ven cómo el Estado recorta en sanidad, educación y prestaciones públicas, mientras socorre a los bancos
Aquí empiezan las dudas. A estas alturas de la crisis todavía es muy difícil saber cuánto va a perder el Estado (los ciudadanos) para evitar la quiebra de la banca. Pero será mucho dinero, muchísimo. Hasta ahora, el capital que se ha inyectado en Unnim y en Banca Cívica, unos 2.000 millones, se han perdido. Los 1.375 millones que tiene, como máximo, Caja España, se dan por perdidos si Unicaja cierra la compra de la entidad castellana. A la factura se suman los 1.000 millones que ya tiene el Banco de Valencia, quizá la primera entidad que se trocee y se venda, en parte para dar un escarmiento. Estos muertos suman 4.350 millones.
Otros dineros perdidos: los 400 millones por Cajasur (en manos de la BBK) y los 5.250 millones de la CAM, comprada por el Sabadell. Hasta ahora sumamos la redonda cifra de 10.000 millones.
Pero hay más: el propio Estado ha admitido que el FROB, el fondo de rescate, ha perdido 11.000 millones entre 2010 y 2011 por Bankia, Novagalicia Banco y CatalunyaCaxia, así que la suma alcanza los 21.000 millones de casi imposible recuperación. Por no decir, totalmente imposible. Del total, 5.000 millones pertenecían al Fondo de Garantía de Depósitos de la banca. Todas las comunidades autónomas han recortado 13.000 millones en Sanidad y Educación, por ejemplo. Y 21.000 millones es todo lo que se recauda por impuestos indirectos en España. Otra referencia.

¿Dónde está el límite?

¿Es esto todo? No se sabe, pero parece muy difícil que no haya más pérdidas. Bankia, CatalunyaCaixa, Novagalicia y Banco de Valencia necesitan 46.206 millones de capital, según las pruebas de Oliver Wyman, cerradas el viernes. Cuando se vendan ¿cuánto se cobrará por ellos? ¿El 50%? No se puede decir todavía. Esta es la función de los nuevos gestores, revalorizar las entidades. Como dice un experto, cuando se recapitaliza un banco, se cubren las pérdidas pasadas, pero no siempre significa que la entidad vale todo lo que se pone.
Y ahí llega la pregunta: ¿por qué no dejarlo quebrar, como se hizo con Lehman Brothers? La teoría dice que llega el pánico bancario, se colapsa el sistema de pagos y la gente acudiría a buscar su dinero en los bancos. Un dinero que no está porque se ha prestado, invertido, etc.
Hay una referencia cierta: en 1993 y 1994, en la crisis de Banesto, se perdió el 30% de lo que inyectó, unos 1.000 millones de euros. La diferencia es que ahora la economía no se recupera, como entonces, y la crisis bancaria es sistémica, no de una entidad.

Íñigo de Barrón. 30 SEP 2012 -

29 sept 2012

El eco de Manrique.

 

“¡No me puedo callar!”
En el documental de Miguel García Morales (Taro. El eco de Manrique) hay muchísimo material de entonces, de cuando César Manrique le declaró la guerra a la especulación. Recorrió pueblos, convenció a campesinos, se peleó con políticos y con especuladores, consiguió el apoyo de arquitectos, paisajistas y urbanistas, y convirtió su lucha, una verdadera guerra, en una batalla personal que de pronto alcanzó los niveles de una verdadera revuelta popular. No se paró ahí César; le dio carácter internacional a su lucha, y no perdió ni un segundo de su vida de artista mientras tanto. Creó una abstracción basada en el uso de materiales naturales, alcanzó una teoría intuitiva de la comunicación a través de la pintura, y fue además un amigo alegre, comunicativo, abierto; su casa (la que hizo bajo la lava, donde está desde hace veinte años, los años de su muerte, precisamente) es un homenaje a la isla de Lanzarote y es ahora el imán que atrae a numerosos visitantes que, atraídos por el eco de Manrique, se interrogan por la naturaleza del milagro de Manrique. Ahora, ante el documental de García Morales, muchos sabrán en qué residía el milagro: en el trabajo, en la lucha, en la guerra. Hay una imagen de la televisión, recogida aquí por el documentalista, en la que Manrique grita a la cámara: “¡No me puedo callar!” Su eco llega hasta ahora. La guerra continúa.

La actualidad.
Manrique advirtió del desastre, lo puso de manifiesto mientras a su alrededor, en las islas, parecía que la fiesta empezaba. Los especuladores construían un mundo ficticio con la aquiescencia de la política y de la banca; desde su casa, y luego, por unos meses, desde la fundación que había creado para prolongar su batalla, en la calle, en los barrios de pescadores, en los campos, en las otras islas, en Madrid, en Alemania, en cualquier parte, ante los poderosos y ante los humildes ciudadanos que le escuchaban como se escucha a un visionario, con temor o indiferencia, Manrique repitió una jaculatoria: vamos hacia el desastre, tanta construcción, tanta autopista hacia la nada, tanto desprecio a la naturaleza, tendrá una respuesta de la vida, ya lo verán. En la película de García Morales se ven los dos elementos de la realidad: mientras lo decía César, cuando lo adivinaba con los datos de lo que se estaba haciendo, y ahora que sus adivinanzas se concretan en el desastre del que son testigos (en todas las islas) las cunetas en las que se refugian los desperdicios de los edificios que se quedaron a medio hacer cuando la crisis hizo su aparición y mandó a parar.

El dedo en la luna.
La especulación ha tenido efectos catastróficos y ahora ya es solo detritus lo que deja detrás. El paro es la consecuencia del espejismo. Mientras lo decía César, eran “cosas de César”. La batalla del artista era de amor por su tierra; en primer lugar, el amor a Lanzarote, y después la preocupación por cada una de las islas. Mientras lo dijo hubo de todo: incredulidad, burla, rechazo. Ahora conviene que se vuelva (y esta película es un motivo, la realidad de lo que pasa es otro material imprescindible) a lo que advirtió César Manrique. Se suele creer que los visionarios cuentan sus pesadillas para que la gente se fije en su dedo acusando. César fue un visionario, pero su dedo no señalaba la luna ni su propio dedo. Su dedo apuntaba a lo que ahora nos pasa. Quien no vea como actualidad lo que él dijo entonces sí que estará tapando la vida con un dedo.

Haría.
Estuve esta semana en Lanzarote. Quise ir a la playa donde se hizo César, Famara, donde corría, de niño, como si no hubiera final para su horizonte. La arena fue su página en blanco. Y fui a Haría, donde él pasó los dos últimos años de su vida interrumpida. El accidente ocurrió por fuera de la fundación, cuando él volvía a Haría. Allí, en Haría, ahora hay silencio y palmeras, la paz que él buscaba para descansar de tanta guerra. Y aunque haya ahora ese silencio, el eco de Manrique sigue, su guerra no acaba, no acabará mientras sea cierto lo que entonces parecía la manifestación insistente de una locura. No era una locura, era el grito (“¡No me puedo callar!”) de un artista que no tenía otra manera de explicar su miedo por lo que él creía que ya estaba pasando.

| 29 de septiembre de 2012

27 sept 2012

Activismo pasivo.

 

Queridos ciudadanos:
Me llamo Carlos Rubio Recio, tengo 26 años, estoy en el paro, vivo con mis padres, y practico el activismo pasivo. Sé que esto último puede sonar un poco raro, lamentablemente, lo otro suena bastante normal, pero me parece la mejor manera de definir mi “estado actual”.

Llevo meses colgando videos, enlaces a noticias, montajes de fotos y viñetas gráficas, en mi muro de Facebook, criticando las últimas medidas que esta tomando el gobierno, y sobre todo, su enorme soberbia al hacerlo. Pero hace un mes que no voy a una manifestación. Esta semana no fui a recibir a los mineros, y ayer no fui a las distintas concentraciones que hubo en Madrid. Ahí esta el problema.

Es cierto que puedo, que debo compartir en mi muro la foto de los mineros manifestándose, pero si no voy a recibirles cuando llegan a Madrid, no sirve de nada. El día que los mineros llegaron al kilometro cero, después de haber recorrido cuatrocientos durante veinte días de marcha, yo no fui capaz de salir de mi casa, pagar el “módico” precio de un billete combinado, y plantarme en la Puerta del Sol para recibirlos. Me dio pereza. Así, con todas las letras.

Vivimos tiempos difíciles, no hay día que no haya, que no nos den, un motivo para quejarnos, y con razón. Esta semana, que ha sido especialmente intensa, he visto como mi muro de Facebook se saturaba de mensajes y videos de mis amigos, compartiendo su indignación por todo lo que está pasando. Sé que muchos de ellos, no solo cuelgan videos de las manifestaciones, sino que también asisten a ellas. Son gente coherente. Activistas activos. Pero también sé que muchos de mis contactos, pese a estar profundamente indignados, y hacérmelo saber a través de sus publicaciones, no salen a la calle a manifestarse. Son en definitiva, activistas pasivos. Como yo. Nosotros somos los indignados favoritos de los políticos. Nos quejamos, sí, pero no molestamos demasiado.

Porque la verdad es que a los políticos les da igual que hagamos ingeniosos montajes con sus fotos, que colguemos videos haciendo repaso de sus viejas promesas, o que comentemos en foros todo lo que creemos que están haciendo mal. Sí, esta claro que les incomoda que la información circule más libremente de lo que a ellos les gustaría, pero en realidad lo que más les molesta son las manifestaciones, las grandes concentraciones, que los ciudadanos llenen “sus” calles. Y me temo que yo, en este sentido, soy un ciudadano muy poco molesto. Me he acomodado, me he conformado con “compartir” mi descontento, sin hacer nada más. Y eso es algo que los que gobiernan este país no se merecen. Creo que se merecen mucho más por mi parte. Ellos se están esforzando al máximo para sacarme de casa, para que me de un poco el aire, y yo sigo sin corresponderles adecuadamente. Y creo que se han ganado a pulso mi metro noventa haciendo sombra en la calle, y que mi voz, unida a muchas otras, les taladre los oídos a base de bien. No se merecen menos. Y en este punto, reconozco que tengo que hacer un esfuerzo por no perder las formas, porque sé que si las pierdo, el mensaje se desvirtúa, o al menos, eso es lo que me enseñaron en el instituto público donde estudié. También, algo que he aprendido a lo largo de los años, y que la historia se ha obstinado en demostrar una y otra vez, es que los políticos, los que gobiernan, la inmensa mayoría, siempre han sido muy duros de oído, y muy ciegos. Hay que decirles las cosas muchas veces y muy alto, para que te oigan. Hay que llenar mucho las calles, para que reconozcan que están llenas.

Y como ya os digo, si, puedo twittear, o compartir un bonito eslogan, una frase que en pocas palabras exprese lo que siento, pero si luego no lo escribo en una pancarta y salgo a la plaza, no sirve de nada. O bueno, tal vez sí, tal vez sirva para que otra persona lo lea por internet, y decida ponerlo en su pancarta, o en su camiseta, o corearlo en la manifestación, y que esa persona, que no soy yo, pero que se manifiesta por mí, le saque partido mientras yo me quedo en casa, tal vez compartiendo más tarde en mi muro la foto de ése manifestante, con ésa pancarta, con ésa cara que no es la mía.
Así pues, he decidido que si bien es importante compartir, comentar, difundir por internet mis preocupaciones, y los motivos de mi indignación, esto solo puede ser concebido como una actividad completaría, pero en ningún caso sustitutiva de nada.

Esto es, debo salir a la calle a manifestarme. No me gustan las aglomeraciones, me intimida sobremanera la policía, más si va a caballo, y todavía más si dispara pelotas de goma, pero debo hacerlo. Aunque solo sea para tener el derecho de quejarme, y que el pataleo que me cojo a diario no se quede en casa.
Soy un activista pasivo, y quiero dejar de serlo. Quizá tú, que ahora me estás leyendo, también lo seas, así que piénsatelo, porque quizá tú también quieras dejar de serlo.

Por último, queridos ciudadanos, solo me queda agradecer vuestra atención y, por favor, disculpadme si esta carta se os ha hecho demasiado aburrida, demasiado larga, o demasiado intranscendente, pero es que a veces, la mejor manera de hablar con uno mismo, es escribir para otros.
Un cordial saludo:
Carlos Rubio Recio.
P.D. Si os ha gustado esta carta, podéis compartirla en vuestro muro, o no.

19 sept 2012

La gran confusión.

Es hipocresía pensar que los políticos son muy distintos de la sociedad de la que proceden.

Resulta lógico que amplias capas de la ciudadanía pierdan la paciencia y la esperanza: llevamos cuatro años largos de crisis, el país está otra vez en recesión, el paro sigue aumentando y nadie es capaz de explicar convincentemente cómo vamos a salir de esta situación con las políticas de recortes y ajustes que se están llevando a cabo.

Una vez desvanecido el espejismo de que el PP tenía mejores gestores que el PSOE, cuando ya es claro que la situación ha empeorado notablemente desde que los populares llegaron al poder y que no han generado la famosa “confianza” de la que hablaban con tanta arrogancia, la gente se desengaña y acaba concluyendo que el problema está en nuestra clase política: ni unos ni otros, ni los del PSOE ni los del PP, están preparados para sacarnos del hoyo. Se va extendiendo de este modo un clima de rechazo a los partidos tradicionales en el que puede surgir con relativa facilidad un líder populista que haga creer a los ciudadanos que los problemas se deben a los intereses mezquinos de una élite política que no hace “lo que hay que hacer”. Basta leer los mensajes que circulan en la red sobre el número de políticos que hay en España y sobre sus privilegios (la mayoría son burdas manipulaciones) para darse cuenta de que la gente está canalizando su frustración y su ira hacia los partidos tradicionales.

En este sentido, no es mi propósito defender a los políticos españoles. Sabemos, desde mucho antes de la crisis, que en la política hay graves problemas de clientelismo, que hay corrupción en las formas en que se financian los partidos, que muchos dirigentes son de una mediocridad pasmosa y que los vasos comunicantes entre la política, el mundo financiero y los consejos de administración de las grandes empresas son demasiado fluidos, por decirlo suavemente.

Ahora bien, debe recordarse que la crisis no afecta sólo a España, que también la sufren otros países, con sistemas institucionales, partidos y reglas electorales muy distintos; que ha habido burbujas inmobiliarias en Estados Unidos, Reino Unido, Irlanda y España; que la causa principal de la crisis actual en el mundo desarrollado ha sido la desregulación financiera y las teorías económicas que la justificaron; y que sin los defectos graves de diseño institucional del euro y los desequilibrios que ha creado entre países acreedores y deudores, la situación de España sería muy diferente.

Entiendo que mucha gente que ha perdido su empleo, que padece el deterioro de los servicios públicos y el recorte de derechos sociales, o que simplemente ve disminuir su renta familiar, busque una salida culpando a los políticos por su incapacidad. Al fin y al cabo, muchos políticos se lo han buscado prometiendo soluciones que no estaban al alcance de su mano. Lo que ya resulta más inquietante es que haya tantos intelectuales y analistas dispuestos a agitar el espantajo de la “clase política”. Cualquier tribuna de opinión o entrada de blog que arremeta contra los políticos tiene, en estos momentos, garantizado el éxito de público.

En su versión más grosera, la denuncia sin matices de la clase política lleva al populismo
La desautorización de la clase política suele seguir un esquema argumentativo muy simple, cuya base consiste en mostrar que la causa de nuestros problemas económicos está en que los políticos no toman ciertas decisiones (por miopía, o porque están sometidos a intereses creados) que nos sacarían de la crisis. En su versión más grosera, la denuncia sin matices de los políticos lleva al populismo, con todas sus variantes y peligros. En la versión más ilustrada, a la tecnocracia: si los políticos no hacen lo que les corresponde, tendrán que hacerlo los expertos, los técnicos, quienes tienen las recetas adecuadas pero no les dejan ponerlas en práctica.

Para despejar el camino a quienes tienen la solución pero no se les escucha, se apela a una catarsis, incluso a una situación constituyente desde la cual se pueda acabar con nuestros políticos, refundar el país y llevar a término las verdaderas “reformas estructurales” que necesita España para volver a crecer. El término mágico es este de las “reformas estructurales”. Las “reformas estructurales” de las que hablan nuestros expertos siempre están pendientes y siempre son muchas. Van más allá de la reforma laboral y de la reforma financiera. Afectan a la administración pública en general, a la justicia, al sistema educativo, a la fiscalidad, a la estructura territorial del Estado y al sistema productivo. En todos los casos, según el argumento, es imprescindible, si queremos ganar competitividad, liberalizar y flexibilizar, así como renunciar a ciertas aspiraciones en igualdad y protección social que no resultan sostenibles.

Oyendo sus diagnósticos y los remedios que ofrecen, parece como si por decreto se pudiera establecer que el clima empresarial de España fuese el de Silicon Valley, que nuestra administración funcionara como en Suecia, que nuestro sistema de educación superior se pareciese al de las mejores universidades estadounidenses y que nuestro sistema político fuera tan transparente y eficaz como el de Reino Unido. Es una simpleza, sin embargo, concluir que si no tenemos todo eso es porque una caterva de políticos lo impide. No niego que los políticos no tengan una responsabilidad importante, pero desde luego no está en su mano darle la vuelta al país como un calcetín, al menos mientras se respeten unos mínimos procedimientos democráticos.

Es bien sabido que los países tienen inercias extraordinariamente fuertes. Sus modelos productivos y de bienestar, configurados en ciertos momentos cruciales del pasado, tienden a persistir con independencia del color de los gobiernos, cuyo margen de acción suele ser limitado. Las circunstancias históricas han determinado que España se encuentre en una posición retrasada dentro del grupo de países desarrollados. No podemos olvidar las carencias de España en múltiples ámbitos, que van de la formación de los trabajadores al tipo de tejido empresarial pasando por el fraude fiscal y el insuficiente desarrollo de los servicios sociales.

En un país como el que acabo de describir, no debería sorprender tanto la naturaleza de nuestros políticos. No son muy distintos de la sociedad de la que proceden. Se puede encontrar una inmensa variedad de tipos: desde políticos inteligentes, íntegros y dedicados hasta otros que son oportunistas, caraduras y zafios. Lo mismo cabría decir de los periodistas, los profesores de universidad, los fontaneros o el colectivo social que el lector quiera imaginar. Hay cierta hipocresía cuando la gente se escandaliza tanto por la corrupción de los servidores públicos y hace en cambio la vista gorda ante los abusos, trampas y fraudes que se cometen en empresas, entre profesionales y en muchos otros ámbitos de vida social.

En las condiciones que estamos viviendo, la tentación de pensar que desembarazándonos de la “casta política” vamos a resolver nuestros problemas económicos es muy grande. Por desgracia, las cosas no funcionan así. Es verdad que el sistema político español es muy mejorable; se requiere que entre aire fresco en los partidos, que se limite su ámbito de influencia en la administración, que rompan su dependencia de la banca y que se ponga límites a las “puertas giratorias” que conducen de la política a los consejos de administración y de estos a la política. Pero que nadie se crea, por favor, que arreglando esos problemas saldremos de la crisis económica. Sobre todo, si la propuesta consiste en cambiar el sistema electoral, como viene oyéndose desde que surgió el movimiento 15-M. Ahí no está la solución.

Ignacio Sánchez-Cuenca, profesor de Sociología.

12 sept 2012

En las garras de la economía.

 

Estamos en manos de los inversores, que no prestan si no ven rentabilidad asegurada



A la luz de los últimos acontecimientos, Marx sigue teniendo razón: la economía tiene una repercusión tremenda en todas las actividades sociales, e incluso las determina. Todo es economía, al menos desde que empezó la crisis, y todos nos empeñamos en entender algo de sus arcanos, para intentar comprender lo que nos pasa. Leemos a los economistas de guardia que aparecen en los periódicos, oímos sus opiniones en los medios audiovisuales, esperamos de ellos la luz que nos falta. Paul Krugman se convierte en un oráculo, cuando no en un gurú, y nos echamos a temblar cuando hace sus pronósticos, que tan directamente nos afectan. Los economistas incluso aparecen en los programas televisivos de máxima audiencia y allí vierten sus opiniones sobre nuestra particular zozobra española, unas veces con sombrío pesimismo y otras con más esperanzador horizonte. Por tanto, como sugería Marx, todo es economía y según como vaya la economía así irán otras actividades de la vida social, puesto que, en último término, dependen de ella.
Semejante dependencia siempre nos ha parecido a muchos una exagerada determinación y siempre nos hemos afiliado al pensamiento de los que, sin dejar de tener un profundo respeto por el pensamiento de Marx, han buscado zonas de relativa autonomía de esas otras actividades humanas (que él llamaba superestructurales). Cuando un escritor escribe o un pintor pinta, ¿acaso sus actividades tienen algo que ver con la economía que define a las sociedades en las que despliegan su actividad esos creadores? En algún sentido, seguro que sí, pero en todos los sentidos. Walter Benjamin, por ejemplo, creía a fondo en esas interconexiones. Cuando estudió la poesía de Baudelaire señaló que su imaginación absorbía en parte un mundo legado por las escorias del capitalismo aunque consiguiera imprimir en él los vuelos de sus ilimitadas sensaciones, completamente idiosincrásicas, sugiero que más relacionadas probablemente con su historia personal y familiar que con su historia social.
Por tanto, la imaginación poética no es del todo independiente de la infraestructura económica, puesto que hace frente a las consecuencias de aquella; pero, a la vez, es independiente de ella, puesto que transforma todo ese material objetivo en una nueva realidad que es como una recreación que recrea a la causa misma, haciéndola desaparecer del mapa, obligándola casi a agachar la cabeza (el espíritu triunfa, la materia – la sucia economía - sucumbe).
Nos agarramos a este o a otros ejemplos para imaginar una vida humana libre de ese submundo en donde se juega lo que parece más lejano al espíritu: la verdad del tejido económico que hace posible el resto de las actividades, incluidas las artísticas. De acuerdo pero, si no se vendieran los libros, ¿existiría literatura? O, si no se vendieran los cuadros, ¿existiría la pintura? O, si no se proyectaran las películas en espacios públicos, ¿existiría el cine? Irrefutable encrucijada, desde luego, pero, a pesar de ella y de lo pegajosa que es, necesitamos escaparnos de esa ley económica que dice que todo es economía, incluso cuando parece que no lo es.

Ni los artistas, los más espirituales de los seres humanos, se escapan de la economía
Sí, sí, de acuerdo, pero …los artistas también buscan rendimiento a sus creaciones como cualquier empresario busca el máximo rendimiento a su inversión. Sí, los artistas también buscan el máximo rendimiento a sus productos y, si no dinero directamente – que también -, buscan ser reconocidos, tener un lugar destacado en la sociedad, ser invitados a fiestas, aparecer muchísimas veces en Google, tener multitud de presencias fotográficas en el ciberespacio, viajar muchas veces para pasear por el mundo su respetabilidad conseguida con sus esfuerzos creativos…¿Es eso dinero? Bueno, no es exactamente dinero, pero es como si lo fuera: es lo que el sociólogo Pierre Bourdieu llama beneficios simbólicos, tan importantes o más que los estrictamente económicos.
Por tanto, parece imposible escaparse de las garras de la economía. Ni los artistas, los más espirituales de los seres humanos, parecen conseguirlo, como se ve. Ni, por supuesto, sus mediadores, los que dan valor a sus productos y los esgrimen como pura mercancía en el universo de las mercancías. Estamos en las manos de los inversores multinacionales, que no prestan si no ven rentabilidad asegurada a sus préstamos. Padecemos los terroríficos recortes en ámbitos como la educación y la sanidad porque, si no, los inversores no nos prestan (¡y qué contentos se ponen algunos para, con esa excusa, hacer valer su eterno odio a lo público y socavarlo, si pueden!). Somos rehenes absolutos de la economía y sus garras, y es casi imposible que el estado de ánimo se pueda escapar de ellas. ¡El estado de ánimo! Estamos tristes, apesadumbrados, incluso angustiados, tanto o más que los personajes atrapados en la inmensa totalidad – Rothko dixit - de la Melancolía de los cuadros de Hopper. Nuestra tristeza es la de sabernos presos en las garras de esa Siniestra, causante de tantos desastres y dolores, y no vemos cómo quitárnosla de encima. ¿Tenía o no tenía razón Marx?.

Ángel Rupérez es escritor.

Otoño caliente.


Como si las vacaciones de verano fuesen un manto de olvido que disipase la brutalidad de la crisis, los medios de comunicación han tratado de distraernos con dosis masivas de embrutecimiento colectivo: Eurocopa de fútbol, Juegos Olímpicos, aventuras estivales de ‘famosos’, etc. Desean hacernos olvidar que una nueva andanada de recortes se avecina y que el segundo rescate de España será socialmente más lastimoso… Pero no lo han conseguido. Entre otras razones, porque los audaces aldabonazos de Juan Manuel Sánchez Gordillo y el Sindicato Andaluz de Trabajadores (SAT) han roto el conjuro y mantenido la alerta social. El otoño será caliente.

En una conversación pública mantenida en agosto pasado (1) con el filósofo Zygmunt Bauman coincidíamos en la necesidad de romper con el pesimismo imperante en nuestra sociedad desengañada del modo tradicional de hacer política. Debemos dejar de ser sujetos individuales y aislados, y convertirnos en agentes del cambio, en activistas sociales interconectados. “Tenemos el deber de tomar el control de nuestras propias vidas –afirmó Bauman–. Vivimos un momento de grave incertidumbre donde el ciudadano no sabe realmente quién está al mando, y esto hace que perdamos la confianza en los políticos y en las instituciones tradicionales. El efecto en la población es una situación constante de miedo, de inseguridad… Los políticos sugestionan a los ciudadanos para que siempre tengan miedo, y así poder controlarlos, constreñir sus derechos y limitar las libertades individuales. Estamos en un momento muy peligroso, porque las consecuencias de todo esto afectan nuestra vida diaria: nos repiten que debemos tener seguridad en el trabajo, mantenerlo a pesar de las duras condiciones de empleo y de precariedad, porque así obtendremos dinero para poder gastar... El miedo es una forma de control social muy poderosa”.

Si el ciudadano ya no sabe quién está al mando es porque se ha producido una bifurcación entre poder y política. Hasta hace poco, política y poder se confundían. En una democracia, el candidato (o la candidata) que, por la vía política, conquistaba electoralmente el poder Ejecutivo, era el único que podía ejercerlo (o delegarlo) con toda legitimidad. Hoy, en la Europa neoliberal, ya no es así. El éxito electoral de un Presidente no le garantiza el ejercicio del poder real. Porque, por encima del mandatario político, se hallan (además de Berlín y Angela Merkel) dos supremos poderes no electos que aquél no controla y que le dictan su conducta: la tecnocracia europea y los mercados financieros.

Estas dos instancias imponen su agenda. Los eurócratas exigen obediencia ciega a los tratados y mecanismos europeos que son, genéticamente, neoliberales. Por su parte, los mercados sancionan cualquier indisciplina que se desvíe de la ortodoxia ultraliberal. De tal modo que, prisionero del cauce de esas dos rígidas riberas, el río de la política avanza obligatoriamente en dirección única sin apenas margen de maniobra. O sea: sin poder.
“Las instituciones políticas tradicionales son cada vez menos creíbles –dijo Zygmunt Bauman– porque no ayudan a solucionar los problemas en los que los ciudadanos se han visto envueltos de repente. Se ha producido un colapso entre las democracias (lo que la gente ha votado), y los dictados impuestos por los mercados, que engullen los derechos sociales de las personas, sus derechos fundamentales”.

Estamos asistiendo a la gran batalla del Mercado contra el Estado. Hemos llegado a un punto en que el Mercado, en su ambición totalitaria, quiere controlarlo todo: la economía, la política, la cultura, la sociedad, los individuos… Y ahora, asociado a los medios de comunicación de masas que funcionan como su aparato ideológico, el Mercado desea también desmantelar el edificio de los avances sociales, eso que llamamos: “Estado de bienestar”.
Está en juego algo fundamental: la igualdad de oportunidades. Por ejemplo, se está privatizando (o sea: transfiriendo al mercado) de forma silenciosa la educación. Con los recortes, se va a crear una educación pública de bajo nivel en el que las condiciones de trabajo estructuralmente van a ser difíciles, tanto para los profesores como para los alumnos. La enseñanza pública va a ­tener cada vez más dificultades para favorecer la emegencia de jóvenes de origen humilde. En cambio, para las familias acomodadas, la enseñanza privada va a conocer seguramente un auge mayor. Se van a crear de nuevo unas categorías sociales privilegiadas que accederán a los puestos de mando del país. Y otras, de segunda categoría, que sólo tendrán acceso a los puestos de obediencia. Es intolerable.

En ese sentido, la crisis probablemente actúa como el shock, del que habla la socióloga Naomi Klein en su libro La Doctrina del shock (2): se utiliza el desastre económico para permitir que la agenda del neoliberalismo se realice. Se han creado mecanismos para tener vigiladas y bajo control a las democracias nacionales, para poder aplicar (como está pasando en España y pasó antes en Irlanda, Portugal o Grecia) feroces programas de ajuste vigilados por una ­nueva autoridad: la troika que ­forman el Fondo Monetario Internacional, la Comisión Europea y el Banco Central Europeo; unas instituciones no democráticas cuyos miembros no son elegidos por el pueblo. Instituciones que no representan a los ciudadanos.

Y sin embargo, esas instituciones –con el apoyo de unos medios de comunicación de masas que obedecen a los intereses de grupos de presión económicos, financieros e industriales– son las encargadas de crear las herramientas de control que reducen la democracia a un teatro de sombras y de apariencias. Con la complicidad complaciente de los grandes partidos de gobierno. ¿Qué diferencia hay entre la ­política de recortes de Rodríguez Zapatero y la de Mariano Rajoy? Muy poca. Ambos se han ­inclinado servilmente ante los especuladores financieros y han obedecido ciegamente a las consignas eurocráticas. Ambos han liquidado la soberanía nacional. Ninguno de los dos tomó decisión política alguna para ponerle freno a la irracionalidad de los mercados. Ambos consideraron que, ante los dictados de Berlín y el ataque de los especuladores, la única solución consiste –a semblanza de un rito antiguo y cruel– en sacrificar a la población como si el tormento inflingido a las sociedades pudiera calmar la codicia de los mercados.

En semejante contexto, ¿tienen los ciudadanos la posibilidad de reconstruir la política y de regenerar la democracia? Sin duda. La protesta social no cesa de amplificarse. Y los movimientos sociales reivindicativos se van a multiplicar. Por ahora, la sociedad española aún cree que esta crisis es un accidente y que las cosas volverán pronto a ser como eran. Es un espejismo. Cuando tome conciencia de que eso no ocurrirá y de que estos ajustes no son “de crisis” sino que son estructurales, que ­vienen para quedarse definitivamente, entonces la protesta social alcanzará probablemente un nivel importante.
¿Qué exigirán los protestatarios? Nuestro amigo Zygmunt Bauman lo tiene claro: “Debemos construir un nuevo sistema político que permita un nuevo modelo de vida y una nueva y verdadera democracia del pueblo”. ¿A qué esperamos?


(1) En el marco del Foro Social organizado en el seno del Festival Rototom Sunsplash en Benicàssim (Castellón) del 16 al 23 de agosto de 2012. www.rototomsunsplash.com/es
(2) Naomi Klein, La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre, Paidós, Barcelona, 2007.

Ignacio Ramonet

Septiembre 2012