15 oct 2013

American way life

Ahora que culmina el primer recorrido de corta y miente sobre los restos del estado de bienestar y que el presidente nos anuncia desde fuera de España lo bien que nos va a los españoles con las consecuencias de sus desastres de sastrería, la Junta de Castilla y León culmina la jugada, imitando a la Comunidad de Madrid, y decreta la liberalización de los horarios comerciales en las denominadas zonas de especial afluencia turística. Esta decisión pone en peligro el comercio. Dudo que el gobierno de la comunidad haya hecho bien las cuentas, porque no estoy seguro de que las grandes superficies creen empleo, si se compara el que crean con el que se destruye con su implantación.

Está de moda liberalizar, o sea, eliminar cuantas barreras y cortapisas sean posibles para que la capacidad de acción que tenga cada uno sea la que determine su supervivencia o desaparición en el mercado. Me pregunto si esto no conlleva que el pez grande se coma al chico; si favorecer a los grandes no supone perjudicar a los más débiles y si esto es justo, o sea, si no atenta contra el bien común; si sobrevivirá el individuo a la potencia de la concentración de capitales que tanto abunda -y más que veremos-; si estas decisiones proceden de la libertad y la conciencia recta de nuestros gobernantes, y hasta dónde alcanza la influencia de los lobbys; si en Castilla y León necesitamos centros comerciales abiertos los siete días de la semana; si estamos construyendo –o consintiendo- una sociedad que vive únicamente para que nuestras tarjetas de crédito exuden día a día en un maratón permanente; si el futuro de esta comunidad autónoma se encuentra en dejar todo el espacio posible a los grandes centros comerciales y en la destrucción del comercio de proximidad; si el modelo de sociedad que queremos es el que nos incita a pasar todos los días de la semana en el interior de espacios sin ventanas, construidos para que nadie se escape sin comprar; si el consumismo es el presente que nos sacará de donde estamos y si es el futuro que deseamos para nuestros hijos y nietos, y para el planeta.

No puedo dejar de preguntarme si el modelo de comercio representado por las grandes superficies nos permite comprar con libertad, y nado entre sombras cuando me fijo en la disposición estratégica de los productos, en la rotación cíclica de las secciones, en la música que lo inunda todo, en el uso de la luz y de los colores, en la ausencia de dependientes especializados en las distintas secciones, incluidas las cajas, donde comienza a haber supermercados sin trabajadores que estén al frente de cada una de las cajas registradoras. Dejo en la sombra de la duda, para quien quiera responder, los tipos de contratos que tienen los trabajadores en estas superficies comerciales o el estrés al que están sometidos, que no es algo despreciable.

A tanto liberal de peluquería que abunda por nuestros lares se le ha quedado corto el liberalismo de Popper, fundamentado en la defensa y respeto de la racionalidad y en el diálogo y han cogido por las hojas el rábano de los postmodernos más acérrimos, que defienden a los cuatro vientos la competitividad, la desregulación y la disminución del Estado. El modelo de vida americana saca a las personas de las ciudades para conducirlas en tropel a los grandes centros comerciales y las encierra en grandes edificios. Un tipo de despersonalización que los poderosos nos imponen como si fuera el paradigma de la libertad personal, y es que siempre hay quien disfraza a la sociedad del rebaño con ribetes dorados.

El “liberalismo salvaje” hace que los fuertes se hagan más fuertes, los débiles más débiles y los excluidos más excluidos. Se necesitan reglas de comportamiento y, si fuera necesario, también la intervención de Estado para corregir las desigualdades más intolerables. […] Hemos creado una civilización que ha deparado un progreso material portentoso y explosivo, pero lo que fue economía de mercado ha creado suciedad de mercado”. Son palabras que acabamos de escuchar, pronunciadas por el Papa Francisco.

¿Será que estos liberales, tan católicos ellos, defensores hasta hace poco de cuantas tesis procedían de Roma, considerarán a este Papa como un no cristiano? Se extiende el modo de vida americano, pero habrá que pensar si no tiene los pies de barro como la burbuja inmobiliaria, Lehman Brothers o la economía especulativa.

Tomás Guillén Vera
Filósofo
Nadar entre las sombras      09 de Octubre de 2013

13 oct 2013

No todos los curas van al cielo

La Iglesia católica celebra hoy en Tarragona la mayor beatificación de la historia. Serán 522 religiosos asesinados durante la Guerra Civil los que subirán a los altares. Pero los obispos no se han acordado de los curas muertos por el bando franquista, entre los que se hallan los 16 que fueron asesinados en Euskadi por defender la legalidad de la República.

Misa de campaña con el altar repleto de armamento.

En el año 1936, tras la sublevación militar, los párrocos de muchos pueblos tomaron mayoritariamente partido por los sublevados, en quienes veían unos valedores que les iban a devolver el poder que detentaban antes de la llegada de la República. Bien sabían estos curas que el alzamiento era ilegal y que se estaba haciendo mediante el derramamiento de sangre inocente.

Prácticamente en todas las localidades, falangistas y guardias civiles desleales detenían a las autoridades legales, a los dirigentes sindicales, a los obreros significados, a sus mujeres y a sus familiares, y los sometían a tratos inhumanos, golpeando, violando, robando y asesinando a muchos de ellos.

Los curas tenían una gran autoridad moral. Allí donde se opusieron a los crímenes entre ambos bandos, éstos no se produjeron. Pero por desgracia para las víctimas, para sus familias, para los pueblos, la gran mayoría de ellos apoyaron decididamente el alzamiento y sus procedimientos sanguinarios, y a veces no solo intelectualmente o dando su bendición a los asesinos, sino también materialmente, con las armas en la mano.

Cegada por la posibilidad de ejercer su poder sobre la sociedad entera, la Iglesia católica se dedicó a forzar la voluntad de los ciudadanos que se habían salvado de la muerte obligándoles a casarse por la iglesia, a bautizar a los hijos de los que no eran católicos cambiándoles incluso el nombre si no estaba en el santoral, a penalizar a las personas que no asistían a misa, llevando al día la relación de los que no se confesaban o no comulgaban...

Daba igual que esas personas no fuesen creyentes o que profesasen otra religión. La iglesia católica reclamó para sí la obediencia debida de todos los ciudadanos y la obligatoriedad de las prácticas religiosas por las buenas o por las malas. La coacción, la amenaza, los malos informes que destruían la vida de la gente o el señalamiento de los que ellos denominaban "malos cristianos", fueron la seña de identidad de una iglesia inquisitorial, cuyos ministros causaron mucho daño y dolor con sus actos o su pasividad.



Obligar a una persona a practicar la religión en contra de su voluntad está considerado sacrilegio por la propia iglesia, lo que no fue obstáculo para que se implantase la religión de manera obligatoria en todo el país y a todos los niveles de la vida: en la enseñanza, las instituciones, las costumbres sociales y la vida personal.

En muchas localidades de nuestra provincia y en la propia capital, la actuación de los curas fue tan inhumana, tan cruel y tan alejada de lo que puede considerarse un comportamiento cristiano, que quedó impresa en la memoria de los vecinos. Estos curas, que por su posición hubieran podido mediar a favor de las víctimas, muchas veces aparecieron al lado de los verdugos, contribuyendo con sus acciones a empeorar la suerte de sus vecinos. Es una verdadera lástima que la iglesia católica pierda oportunidad tras oportunidad de desmarcarse de estos elementos, condenando sus acciones y pidiendo perdón por su actuación en aquellos años de crimen y terror.

Orosia Castán.
Valladolid
12 de Octubre de 2013
Fuente

11 oct 2013

Españoles en el (culo del) mundo


Durante un tiempo tuvo su gracia ‘Españoles en el mundo’, el popular programa televisivo que muestra las vidas de compatriotas que viven en lugares remotos, a menudo exóticos. Tanto este programa, como sus versiones regionales, era en realidad una serie de ficción, del género comedia costumbrista: esos españoles que siempre echaban de menos el jamón y que nos enseñaban los rincones más pintorescos de su nueva ciudad mientras relataban anécdotas con qué ilustrar el choque cultural.

Según avanzaba la crisis, el programa fue perdiendo gracia. Ya no era una telecomedia, sino más bien un espacio de servicio público: durante un tiempo ‘Españoles en el mundo’ ha sido la única política laboral de los gobiernos central y autonómicos para los jóvenes (y no tan jóvenes): “mirad qué bien le va a estos valientes, dejad de esperar aquí un trabajo que no llegará nunca, haced la maleta y buena suerte”.

Hoy el programa parece una broma pesada, cuando empezamos a conocer casos de “españoles en el culo del mundo” que no echan de menos el jamón sino un cuarto de baño limpio, como los 128 compatriotas que llevan varios días hacinados en un albergue alemán, gastando ahorros y sin ver los contratos que les prometieron. Prepárense, porque tendremos más noticias así, de españoles estafados, explotados, abandonados. En algunos casos, atraídos por el brillo de algún capítulo de ‘Españoles por el mundo’, como ocurrió en Noruega con quienes fueron buscando casas de madera y sanidad pública, y acabaron en la calle.

El golpe para nuestra autoestima como sociedad es enorme: de pronto, nuestros hijos y hermanos, que formaban parte de “la generación mejor preparada de la historia”, se convierten en carne de cañón, ejército de reserva, mano de obra barata que a veces cae en manos de aprovechados o en enredos burocráticos que hacen más evidente la fragilidad de sus vidas. Los mismos jóvenes llamados a comerse el mundo, y que hoy marchan con miedo de que el mundo se los meriende a ellos. Todos conocemos en nuestro entorno jóvenes (y no tan jóvenes) que han dejado su casa, han guardado sus pertenencias en el trastero familiar, y se han montado en el mismo avión low-cost que hace no mucho prometía llevarles de turismo por medio planeta, y que hoy se convierte en vagón de emigrantes. No, no llevan la maleta de cartón de nuestros abuelos, pero el trolley de ruedas no hace mucho mejor el mismo viaje.

Porque ese es otro aspecto, que igualmente golpea nuestra castigada autoestima: nuestro referente con que comprender lo que hoy les pasa a miles de españoles, no es el lejano recuerdo de lo que pasaron nuestros padres y abuelos en Suiza o Alemania hace medio siglo. El espejo en el que mirarnos es mucho más próximo en el tiempo y cercano en el espacio, todavía lo tenemos en nuestros barrios: los trabajadores que hasta fechas recientes querían venir a España a trabajar en lo que fuese con tal de dejar atrás la falta de futuro de sus países. Apenas sabíamos de sus vidas, pero también eran jóvenes de las generaciones mejor preparadas de sus países, y mujeres que cuidaban a nuestros hijos mientras dejaban a sus propios hijos al otro lado del océano, y familias rotas, y a menudo también eran ellos estafados, explotados, abandonados.

Evidentemente no es igual la situación de estos españoles de Erfurt (con los que parece que las autoridades alemanas se están portando bien, mejor que las españolas), no es igual a la de quienes malvivían en nuestros invernaderos o iban de madrugada a los alrededores de la estación para esperar una furgoneta que los eligiese para una obra. Mucho menos tiene que ver con los cientos de muertos en Lampedusa. Y, por supuesto, hay muchísimos que no acaban como estos de Erfurt, incluso hay quienes de verdad encontrarán una vida mejor. Pero, con todo, no sé si estamos valorando la conmoción que implica pasar de ser un país de inmigración a otro de emigración en tan poco tiempo. Y ni siquiera ‘Españoles en el mundo’ nos endulza ya ese trago amargo.

(Déjenme recordarles un libro reciente que viene muy al caso, y en cuya edición he participado: Qué hacemos con las fronteras. Imprescindible para entender este mundo donde los trabajadores son desplazados de un lugar a otro según las necesidades del capitalismo; esa rueda en la que de nuevo hemos entrado nosotros).

Isaac Rosa  
10/10/2013
eldiario.es

9 oct 2013

Déficit público y estado policial

Como tantas otras cosas, del franquismo heredamos un sistema fiscal ineficaz y corrupto que apenas daba para tapar los baches de las ridículas carreteras nacionales por las que circulábamos sin rechistar, como siempre. Alcabalas, sisas, portazgos, montazgos y diezmos conformaban una fiscalidad más propia de un país del siglo XVI que de uno del XX. Con la renovación del franquismo en la persona de Juan Carlos de Borbón mediante los pactos de la transición, Francisco Fernández Ordóñez emprendió una reforma tributaria que quiso ser moderna al crear el Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas y convertirlo en el principal instrumento recaudatorio de la Hacienda Pública. Aunque menguada y corta, aquella reforma proporcionó al Erario ingresos suficientes para posibilitar, mediante la obra pública, la superación de la crisis de 1973, la más terrible de los últimos cuarenta años. Sin embargo, la reforma de Fernández Ordóñez, muy tímida y recatada, como hemos dicho, tenía un error de nacimiento al basar la recaudación en las rentas del trabajo y no crear los servicios de inspección necesarios para acabar con el endémico fraude fiscal de las clases más adineradas del país, de modo que desde la entrada en vigor de aquella nueva fiscalidad, los ricos siguieron sin contribuir en nada al esfuerzo general del país.

Años después, cuando España comenzaba a ser un país rico, cuando veíamos llegar a los primeros inmigrantes en siglos, al calor de los primeros pasos de la globalización, los dueños de los mercados comenzaron a poner de moda la teoría de que lo mejor para el buen funcionamiento de una economía era reducir los impuestos, sobre todo los directos proporcionales y progresivos que son los más justos. Hasta algún presidente, cometiendo un error de bulto, llegó a decir que bajar impuestos era de izquierdas. Con la llegada de Aznar, Rato y Rajoy al poder se modificó el sistema productivo al darle un valor especial y primordial al sector de la construcción. Durante más de una década el sistema tributario español giró en torno a lo que se recaudaba de la compra y venta de inmuebles, haciendo desaparecer impuestos tan justos como el del Patrimonio y el de Sucesiones, que todavía hoy, sumidos en esta crisis terrible, siguen sin ser rehabilitados porque a los que más tienen en este país no se les toca los bolsillos. El Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas, que es uno de los pilares sobre los que se asientan las democracias más avanzadas, no llegó nunca en nuestro país a cumplir con la finalidad que le es consustancial, pero fue a partir del “Aznarato” cuando se llenó de agujeros: Siguiendo las directrices del poder financiero que ya estaba al acecho de la Caja de las Pensiones, el Gobierno implantó deducciones para todos aquellos que se hiciesen un plan de pensiones privado, normalmente con entidades financieras; deducciones y reducciones por hacer donaciones, mecenazgo o reinvertir en el propio negocio, lo que abría de par en par las puertas al fraude fiscal legal y subvertía los principios de proporcionalidad y progresividad consustanciales a los impuestos directos en los países desarrollados. Si a eso añadimos la aparición de las Sociedades de Inversión de Capital Variable (SICAV), que tributan al uno por ciento y cuyos máximos exponentes en España son la familia Koplowitz, la familia Pino (propietaria de Ferrovial), la familia Polanco (grupo PRISA), la familia Botín (Banco de Santander), la familia Reyzábal (propietaria de la Torre Picasso de Madrid), Rosalía Mera (fundadora de INDITEX), Isaac Andic (dueño de Mango), el financiero Juan Abelló o Castro de Sousa (dueño de NH hoteles), fácilmente podremos concluir que el agujero hecho al IRPF es tan descomunal como insostenible porque lo reduce a una carga tributaria injusta que cae por entero sobre las rentas del trabajo, es decir sobre aquellas personas sujetas a nómina.

Los gobiernos de derechas y todos aquellos otros que dicen no serlo pero acatan la doctrina neoliberal –que es el fascismo de hoy en día: éste nunca se presenta con la misma cara-, al ver disminuir los ingresos del Estado, pero sabedores de que por ahí no se iba más que a un lugar, a la quiebra de la Hacienda Pública, decidieron subir los impuestos indirectos que gravan el consumo, justo cuando el consumo, que siempre ha sido el motor de la recuperación económica, está por los suelos. Cultura, electricidad, teléfono, combustibles y alimentos básicos han sufrido un incremento tan demencial del IVA que amenaza con hacer desaparecer sectores productivos enteros sin que la recaudación del Estado crezca, más bien todo lo contrario. En estas circunstancias, sólo cabe pensar dos cosas no excluyentes: Que quienes nos gobiernan no tienen ni puñetera idea de nada; dos, que están intentado cargarse definitivamente el Estado del bienestar al dejar al Erario sin recursos. Sólo así se puede entender que a estas alturas de la crisis no se haya hecho una reforma fiscal que prohíba las SICAV, que haga que los ricos paguen lo que les corresponde en el IRPF sin ningún tipo de deducción –se recaudarían más de 35.000 millones de euros anuales adicionales- y que restablezca los impuestos de sucesiones y patrimonio con carácter urgente y general.

La asfixia a que se está sometiendo a la Hacienda Pública española por parte del Gobierno lleva ineludiblemente a un aumento exponencial del déficit público, lo que causará sin demasiada tardanza la privatización de todos los servicios públicos por incapacidad estatal para financiarlos. No se trata de una casualidad, de una consecuencia de la crisis, es pura ideología reaccionaria, puro mercantilismo especulativo y es, sobre todo, una bomba de relojería en el seno del pequeño sistema del bienestar con que hasta hace poco contábamos. De seguir por esta camino, el único servicio público que podrá pagar el Estado será el policial, imprescindible en todo régimen perverso para guardar haciendas, permitir privilegios y acallar protestas.

Pedro Luis Angosto |
nuevatribuna.es | 08 Octubre 2013

4 oct 2013

Lampedusa: Europa es culpable

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Supervivientes del naufragio son trasladados a Lampedusa. Imagen tomada de El País TV.
Cuando escribo estas líneas, 200 inmigrantes han sido declarados muertos en las costas de Lampedusa y casi otros tantos desaparecidos. La información indica que los ocupantes del bote procedían de Somalia y Eritrea, dos naciones del Cuerno de África que se encuentran a 4.000 km de distancia de Lampedusa. 500 hombres, niños y mujeres (algunas de ellas embarazadas) han recorrido 4.000 km para embarcarse en un viaje que les aleje de la guerra somalí y de la opresión eritrea, si no de la miseria que acogota a dos de los países más pobres del mundo.

Pero la tragedia de la que huían no explica por completo la decisión de embarcarse en un viaje que ya se ha cobrado la vida de decenas de miles de africanos en el Mediterráneo. Quienes se suben a estas embarcaciones saben que no les queda otra alternativa. Europa entornó sus puertas hace muchos años y ha dejado claro que no son bienvenidos bajo ninguna circunstancia. Tras negarles un visado en sus países de origen, nuestros gobiernos han subcontratado a los Estados del Norte de África para que hagan el trabajo sucio que sus votantes no admitirían aquí: miles de subsaharianos deambulan por las ciudades costeras de países como Marruecos o Argelia, sometidos al racismo, el acoso y la violencia de las fuerzas de seguridad.

Cuando consiguen llegar a Europa tras pagar una fortuna a una mafia, la situación solo mejora ligeramente. Los Estados miembros de la UE han establecido para los inmigrantes irregulares lo que a todos los efectos constituye una ciudadanía de tercera clase. Los recluimos durante meses por una falta administrativa, les negamos el acceso a derechos esenciales como el de la salud y les difamamos públicamente acusándoles de robar nuestros empleos o de amenazar nuestras buenas costumbres. En países como Grecia, Holanda o Noruega, aupamos a partidos políticos que abogan abierta y violentamente contra ellos. Convertimos su vida en un infierno con la esperanza de que los que vengan detrás aprendan la lección. Como si no hubiesen mamado desde niños un verdadero infierno de pobreza y opresión.

Así que las palabras de ayer de la Comisaria europea de Interior, Cecilia Malmström, (la UE tiene que “redoblar los esfuerzos para combatir a los traficantes que explotan la desesperación humana”) suenan hoy a un sarcasmo intolerable. No hay traficantes si no hay muros insalvables, lo que sitúa a Europa en la categoría de culpable.

Con franqueza, sueño con que mis nietos echen la vista atrás a estos días y se avergüencen de nosotros. Espero que recordemos la tragedia de Lampedusa como recordamos el asesinato de los activistas por los derechos civiles o el encarcelamiento de las sufragistas. Me sorprende que la actitud firme del Papa Francisco en este asunto llame tanto la atención, cuando lo verdaderamente destacable es que la Conferencia Episcopal española no haya abandonado el silencio cómplice ante medidas como el apartheid sanitario impuesto por el Gobierno. Porque cuando Italia ha declarado un día de luto nacional por el naufragio no ha hecho más que constatar lo obvio: cada uno de los que ha muerto hoy es uno de nosotros.

El Pais.
Por: Gonzalo Fanjul | 04 de octubre de 2013

1 oct 2013

Sin palabras

Foto Carmen Barrios.
Foto: Carmen Barrios

Hacía ya muchos años que en ese país habían desaparecido las palabras. Estaban secuestradas, presas en algún lugar oculto, controlado férreamente por los más poderosos. Nadie podía tener palabras, y mucho menos utilizarlas. Estaba prohibido hablar, o escribir. Solo un pequeño grupo de poderosos a los que denominaban “Los sabios” estaba autorizado a usarlas para nombrar las cosas según su conveniencia. Para los demás, poseer palabras y usarlas se había convertido en un delito castigado con la pena máxima.

Las personas se comunicaban con gestos y ya nadie leía. Los únicos libros y revistas que se publicaban tenían espectaculares ilustraciones que abusaban de los colorines, pero estaban desprovistos del más mínimo atisbo de lenguaje escrito. Por la radio solo se emitía un hilo musical permanente, cuajado de monotonía, que convertía cualquier estancia en una vulgar sala de espera. La televisión vomitaba imágenes superpuestas, que salían de la pantalla como si se tratara de una gran cascada repleta de irrealidad.

Al no utilizar el lenguaje, la memoria colectiva se estaba perdiendo y la mayoría de las personas se comportaba con una mansedumbre propia de las ovejas de corral. Las calles eran lugares ordenados, en donde las gentes se desplazaban en un silencio solo interrumpido por las bocinas de los coches o los gemidos turbios de los tubos de escape de las motocicletas.

Ya nadie recordaba lo que había pasado.

Nadie, excepto una mujer casi centenaria que había decidido desobedecer desde el principio y que se dedicó a recopilar y a conservar palabras. Para que no la descubrieran guardó todas las palabras que tenía almacenadas en su cerebro en una especie de armario gigante que construyó camuflado bajo la pared del salón de su casa. El armario estaba lleno de cajones ordenados alfabeticamente y en cada uno de ellos había depositado las palabras que se iniciaban por la letra que daba nombre al cajón. Así, en el cajón dedicado a la letra “A” estaban guardadas “alforja”, “alambre”, “almíbar”, “arbusto”, “araña”, “ameno”, “amor”, “amistad”, “alucinante”, “alevoso”, “aire”…, y miles de palabras más, todas las que ella había podido recordar. Lo mismo sucedía con el cajón dedicado a la “S” o con el de la “M” o con el de la “T”. Había consagrado su vida entera a escribir todas las palabras en pequeños trocitos de papel y a la tarea inmensamente peligrosa de conservarlas. 

Ella tenía predilección por el cajón destinado a la letra “P”, porque dentro de él se encontraba la palabra “pesadilla”, una palabra que parecía inocua, pero que llegó a convertirse en un término revolucionario. Esta fue la primera palabra proscrita por las autoridades. La palabra “pesadilla” fue prohibida el día dos de octubre del año 2015, justo cuando ella cumplía treinta años, por eso lo recordaba tan bien.

La palabra “pesadilla” se decía mucho por aquellos entonces, la gente no paraba de repetirla para describir la situación que se vivía y las autoridades terminaron por prohibir el uso de esa palabra, como si así todo mejorara de forma automática y se dejara de vivir en una “pesadilla” por arte de magia.

La mujer casi centenaria que decidió desobedecer desde el principio recuerda ahora que comenzaron las señales de alarma muy pronto, pero que casi nadie se daba cuenta de ello. Los maniquíes de los escaparates empezaron a fabricarse sin boca, sobre todo los que representaban la figura de las mujeres. Se convirtió en una moda, todos los maniquíes femeninos se creaban sin boca. Aquello era una premonición, pero nadie lo veía. Luego vinieron todos los demás, los que representaban a los hombres o a los niños y a las niñas.

Otra de las señales fue que se popularizó abusar de los eufemismos y dejaron de llamarse a las cosas por su nombre. Por ejemplo, nadie denominaba “culo” al “culo”, las gentes se dejaron arrastrar por la moda estúpida de llamarle “pompi”. Y no digamos ya cosas importantes como “hambre”, no se decía, se sustituía por “necesidad”. Como si el hambre dejara de existir por cambiarle el nombre.

El hecho fue que la situación se hizo insostenible para las autoridades y como vieron que no era suficiente con cambiar el nombre de las cosas, decidieron que lo mejor para conservar su poder era prohibir las palabras, terminar con ellas. Y así se inició toda una campaña de reeducación brutal, donde se emplearon todos los métodos. Simplemente el lenguaje pasó a mejor vida. Todas las palabras fueron recluidas, secuestradas, prohibidas.

Cuando la mujer casi centenaria recordaba la secuncia de los acontecimientos le entraban unas ganas tremendas de gritar palabras a voz en cuello a los cuatro vientos y de abrir todos los cajones del armario de su salón para que volaran libres y salieran por los ventanales como las mariposas que anuncian la primavera, buscando el aire fresco para inundar las calles.

El momento de la liberación de las palabras estaba cerca. Había soñado con ese momento  muchas veces y tenía que hacer realidad sus propios sueños. No podía irse a la tumba con ese anhelo cosido a su hígado.

Dentro de cuatro días, el dos de octubre de 2085, iba a cumplir cien años y había llegado la hora de comenzar a luchar. Se haría un regalo. Su pequeña revolución consistiría en abrir los cajones del armario de las palabras y los ventanales del salón para colocarse en el centro de la galería con un megáfono, dispuesta para gritar una por una todas las palabras según el orden en que habían sido prohibidas: “pesadilla”, “hambre”, “educación”, “consuelo”, “solidaridad”, “física”, “boca”, “amor”, “revolución”, “igualdad”, “cuerpo”, “matemáticas”, “consuelo”, “sangría”, “chorizo”, “resistencia”, “carne”, “libertad”…así, miles y miles de ellas, hasta la última que nombraría, que sería la palabra “pensar”.

El momento de la liberación de las palabras estaba cerca.

nuevatribuna.es | Relatos | Carmen Barrios | 28 Septiembre 2013

28 sept 2013

El sudor de 'Billy el Niño'

José Antonio González Pacheco, alías Billy El Niño



Una escena muchas veces vista en películas: una víctima de tortura entra en una tienda, y de pronto oye a su espalda la voz de otro cliente. No puede ser. Es él. Su torturador. Reconoce su voz, después de tanto tiempo. La víctima no sabe si escapar o denunciarlo, está paralizada, le cae sudor frío por la espalda.

¿Cuántas veces se ha producido esa misma escena en España? ¿Cuántas víctimas de tortura se han reencontrado años después con su torturador, y lo han reconocido? Me cuenta el cineasta Andrés Linares cómo hace doce años se encontró, en la piscina donde solía nadar, al policía que le interrogó cuando en 1973 fue detenido y pasó por el temido edificio de la Puerta del Sol. Ahí estaba el represor, dándose un baño en la piscina, disfrutando su jubilación.

Como la historia de Linares conozco unas cuantas más, de víctimas que se cruzaron con sus torturadores. En alguna ocasión, para más escarnio, seguían siendo policías. Al reencontrarse, las víctimas sentían más vergüenza que miedo, más humillación que rabia. Y la impotencia de saber que su impunidad estaba blindada.

Esa es también parte de la historia de esta España que hoy hace aguas. Ha tenido que venir la justicia argentina a recordarnos que los torturadores se siguen paseando entre nosotros. Y si solo fuese un paseo: muchos siguieron en activo, fueron ascendidos, condecorados. El problema no era ya solo que en las calles hubiese torturadores sueltos. Lo peor es que los había también por los pasillos de las comisarías de una policía que se decía democrática.

‘Billy el Niño’, por ejemplo. Su nombre no dice nada a los más jóvenes, pero para muchos de nuestros mayores es un personaje legendario, uno de los nombres más siniestros de la historia reciente. Siendo muy joven (de ahí el apodo), se ganó fama como uno de los torturadores más eficaces (lean el auto de la juez argentina, donde se detallan sus métodos). Después, durante la Transición, se le relacionó con la ultraderecha, y su nombre apareció en el juicio por la matanza de abogados laboralistas de Atocha, al que fue llamado a declarar, y en otras acciones de la guerra sucia de aquellos años, aunque salió limpio de todo. Homenajeado y condecorado por los suyos (la medalla al Mérito Policial se la puso Martín Villa, que ahora puede seguir sus pasos en el proceso argentino), acabó por pasarse a la seguridad privada, donde años después se le relacionó con Javier de la Rosa, otro protagonista de la historia subterránea de este país.

He rebuscado en la hemeroteca las noticias sobre el juicio por la matanza de Atocha, cuando tuvo que declarar. En todas se insiste en la obsesión de ‘Billy el Niño’ por no ser fotografiado. De hecho, la única foto que circula estos días es de muy joven. Así garantizó su anonimato durante tantos años. Hasta hoy, cuando el auto de la juez Servini le habrá sobresaltado.

Recupero, de un ejemplar de La Vanguardia de 1979, las palabras de los abogados que estuvieron presentes en su declaración en el caso de la matanza de Atocha. Entre ellos, Nicolás Sartorius, que aseguraba que ‘Billy el Niño’ “ha declarado con un nerviosismo tremendo, sudaba mucho. Tanto que el traje azul que vestía estaba sudado hasta la cintura.”

Al leerlo, pensaba en otros sudores: los de quienes pasaron por sus manos, y los de quienes se cruzaron en su camino años después y quizás reconocieron su voz y recuperaron el miedo y el dolor de entonces.

No espero que el gobierno español detenga y extradite a los cuatro torturadores. El hecho de que uno de los siguientes en la lista sea el suegro del ministro responsable de autorizar la extradición, tampoco da muchas esperanzas. Pero eso no quiere decir que no tenga consecuencias.

De entrada, arroja luz sobre una verdad que ha estado oculta durante mucho tiempo, que los jóvenes hoy indignados tal vez ignoran: que en España se ha torturado durante muchos años. Recupero al mismo Sartorius, que en uno de sus libros (El final de la dictadura), cuenta: “no faltaban comisarios de la Brigada de Información Social que, en pleno 1976, a una vara con punta de hierro con la que golpeaban a los detenidos la llamaban los derechos humanos”

La actuación de la juez argentina servirá para que nuestros jóvenes indignados sepan que los policías torturadores fueron amnistiados, pero también ascendidos, condecorados, mantenidos en activo en unos cuerpos policiales que, ya en democracia, siguen acumulando denuncias por abusos, malos tratos y torturas (que igualmente suelen quedar impunes). Que sepan que esa impunidad es también parte del derrumbe actual. Y que sepan que esos torturadores siguen viviendo entre nosotros.

Quizás sirva también para que la próxima vez que un torturador y su víctima se crucen, sea el torturador el que tenga miedo. Tal vez ‘Billy el Niño’ vuelva a sudar su traje, pensando que cualquier día una de sus víctimas se lo encuentre, y en vez de encogerse decida llamar a la policía para que lo detengan.

****

(una recomendación final: la escena del primer párrafo no solo aparece en películas. También en una de las mejores novelas que he leído en mucho tiempo: Twist, de Harkaitz Cano, donde hay torturadores impunes y víctimas humilladas de nuestro pasado reciente. Léanla, por favor).

Isaac Rosa  
19/09/2013 

24 sept 2013

Indefensión aprendida: ¿Por qué no reaccionamos ante la injusticia?

La “indefensión aprendida” hace referencia a la condición de un ser humano o animal que ha aprendido a comportarse pasivamente, sin poder hacer nada y que no responde a pesar de que existan oportunidades para ayudarse a sí mismo, evitando las circunstancias desagradables o mediante la obtención de recompensas positivas.
http://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=OtB6RTJVqPM

La teoría de indefensión aprendida se relaciona con depresión clínica y otras enfermedades mentales resultantes de la percepción de ausencia de control sobre el resultado de una situación. Aquellos organismos que han sido ineficaces o menos sensibles para determinar las consecuencias de su comportamiento se dicen que han adquirido indefensión aprendida  (¿aplicable a aquellas personas que “no van a votar“?).

Doctrina del Shock

La mayor parte de la manipulación mediática y política está encaminada a postrarnos en un estado de shock, para que, temerosos y paralizados, no reaccionemos ante las injusticias sociales y las pérdidas de derechos que se nos imponen al ser tratadas como “inevitables” y motivadas por un “poder superior” muy alejado de nosotros.

Las leyes, recortes, medidas y ajustes de los gobiernos o la junta directiva de una empresa nos son administrados gradualmente como un veneno que nos somete a una ansiedad constante, que cuentan, además, con el falso legitimador de los medios de comunicación y líderes de opinión.
1x1.trans Indefensión Aprendida: la rabiosa actualidad me pone rabiosa.%disenosocial
Autor: Manuel Fontdevila
Pero John Dewey ya nos advertía que una sociedad libre debe producir personas libres. Es decir, personas con capacidad de elección y de discernimiento; de comprender lo que les pasa y de ser capaces de cambiar su situación si así lo deciden.

Para que esto sea posible, es necesario que las personas tengan garantizado el acceso al conocimiento, y sepan además manejar de forma crítica la información que recibe. Mediante el poder actual de  los medios de comunicación como nuestra principal fuente de información y análisis de la realidad, es posible inducir este estado depresivo en buena parte de la población para mantenerla en un estado de pasividad. A esta sutil estrategia debemos sumar muchas más aunque entre ellas, también destacan el efecto “cortina de humo” para desviar nuestra atención.

Mantener la Atención del público distraída, lejos de los verdaderos problemas sociales, cautivada por temas sin importancia real. Mantener al público ocupado, ocupado, ocupado, sin ningún tiempo para pensar; de vuelta a granja como los otros animales.”- Cita del texto Armas silenciosas para guerras tranquilas -

Terrible, ¿verdad? Pero más terrible aún es el darnos cuenta de que esta inoculación de indefensión aprendida es lo que están haciendo ahora mismo con nosotros. Nos tratan de convencer de que aceptemos resignadamente pérdidas de derechos y privatizaciones de bienes públicos sin resistir ni protestar. La consigna: que hagamos lo que hagamos no va a servir para nada.

Los españoles, por ejemplo, ven la corrupción como uno de los grandes problemas del país. Sin embargo, parece que la aparente indignación no va acompañada de una rendición de cuentas en las urnas. La capacidad de asombro de la ciudadanía parece permanentemente puesta a prueba, y lo normal sería que la indignación social hubiera dado un paso más allá de la movilización social en las calles. Sin embargo, en los últimos años ha cundido la impresión de que la corrupción parece salirle mejor al político que al empresario, pues en rara ocasión parece afectar a las urnas.

En la ciencia política la paradoja de la corrupción se ha convertido ya en un concepto clásico: mientras que la corrupción en sí misma se considera un comportamiento reprobable y vergonzante, algunos políticos corruptos mantienen intacta (o casi) su popularidad. Un fenómeno que tiene un reflejo fiel en la escena política española.

¿Por qué los votantes españoles muestran una preocupante tolerancia con los candidatos implicados en casos de corrupción? ¿Por qué el previsible castigo electoral tiene un alcance más que limitado?

Son varias las posibles causas de esta permisividad. Explicaciones que no son excluyentes ni alternativas, sino que se complementan para perfilar los porqués de la manifestación de esa paradoja en la política española.

Autoculpabilidad

Consiste en hacer creer al individuo que es solamente él el culpable por su propia desgracia, por causa de la insuficiencia de su inteligencia, de sus capacidades, o de sus esfuerzos. Así, en lugar de rebelarse contra el sistema económico, el individuo se autodesvalida y se culpa, lo que genera un estado depresivo, uno de cuyos efectos es la inhibición de su acción. Y, sin acción, no hay opción de cambio.


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Autor: Manuel Fontdevila
En paises como Grecia, Portugal, Italia o España, donde llevamos tiempo sufriendo este salvaje saqueo de lo común, la depresión se extiende como una epidemia entre las clases populares y el número de suicidios se dispara.

De hecho, cada catástrofe económica o humanitaria supone una coartada perfecta para adoptar medidas traumáticas sobre la población, que las acepta porque se transmite el mensaje de “no hay otra salida”. Esta crisis económica es un claro ejemplo de ello.

El mensaje de “no hay otra salida” significa también que “no hay otra economía que la nuestra“, “no hay otra forma de acceder al conocimiento que la nuestra”, o “no hay otra forma de medicina que la nuestra”. No hay, en suma, alternativas. Este es el corolario de esta información negativa y uniformizadora que transmiten los medios de comunicación convencionales.

Los políticos y directivos de empresa se presentan en la opinión pública, a pesar de los beneficios personales y empresariales que siguen obteniendo gracias a sus política y en detrimento de otros sectores de beneficio público, como ejecutores carentes de responsabilidad moral o legal. Entre todos podríamos hacer una interesante selección de declaraciones públicas que nos indican claramente esta línea argumental:

  • «A veces la mejor decisión es no tomar ninguna decisión, que también es tomar una decisión.»
Fuente: Libertad Digital,  13 de febrero de 2013.
  • «Las medidas que tomamos hacen daño a la gente, pero son imprescindibles»
Fuente: Rajoy:  20 Minutos, 19 de noviembre de 2012
  • «Si no puedo bajar los gastos y no puedo subir los ingresos, me puede explicar usted cómo se reduce el déficit público? Porque yo confieso que lo desconozco»
Fuente: Rajoy: ‘Este Gobierno tiene que elegir entre un mal y un mal peor’, El Mundo, 18 de julio de 2012.
  • “Yo prefiero no subir el IVA en 2013 pero también le digo que si en ese momento es bueno subir el IVA lo haré y haré cualquier cosa aunque no me guste y haya dicho que no lo voy a hacer.”
Fuente: Público  7 de Mayo 2012


1x1.trans Indefensión Aprendida: la rabiosa actualidad me pone rabiosa.%disenosocial 
Autor: Manuel Fontdevila

Cuándo la situación se alarga en el tiempo, como actualmente sucede en España, los  políticos pueden incluso a presentarse ante la opinión pública como víctimas ellos mismos de indefensión aprendida. En definitiva, lo que estos gobernantes nos transmiten, al escenificar su indefensión, es que nuestro país ya no es soberano, sino que está bajo las órdenes de los que en realidad mandan: los famosos “mercados” o bien, desde “Alemania” o “Bruselas”.

"PELIGRO MANTRA: “Son todos iguales”.

Es la opinión que muchos ciudadanos utilizan para definir a la clase política en su conjunto, para englobar sin matices comportamientos particulares a los representantes de todos los partidos políticos. Esta suerte de cinismo político conlleva una generalización de la sospecha sobre todos los cargos públicos, aplicar una presunción de culpabilidad sin hacer distingos entre trayectorias intachables y largos historiales judiciales.

Y este cinismo democrático, además, también se convierte en freno para aplicar un castigo real en las urnas contra candidatos implicados en casos de corrupción. Si cunde el convencimiento de que todos los partidos y todos los candidatos comparten actuaciones irregulares, los incentivos que podría tener el electorado para cambiar el voto prácticamente desaparecen. Si todos los candidatos son igualmente corruptos, ¿por qué no seguir votando al partido al que siempre si los demás también son corruptos?.

Un efecto que explicaría el interés de los partidos que se ven implicados en una irregularidad en airear y recordar todos los escándalos que han sufrido el resto… Tal vez su papel en la estrategia del shock aún no se haya cumplido del todo. Todavía no estamos completamente sujetos a la indefensión aprendida. Pero ¿podremos hacer algo para no ser vencidos del todo por ella?.

Para romper este círculo de adoctrinamiento hay que ampliar las fuentes de la información. Demostrar que no es cierto que no haya otra economía, otra forma de acceder al conocimiento u otra medicina. Demostrar que hay alternativas, y sobre todo, que estas alternativas funcionan. Esta es la principal razón de que sea necesaria la existencia de medios de comunicación libre como Noticias Positivas o Periodismo Humano.

Martin Seligman

A finales de los 60, el psicólogo Martin Seligman realizó un experimento. Dentro de una caja de laboratorio, un perro era expuesto a shocks eléctricos que no podía evitar. En cambio, en otra caja, otro perro sí que podía interrumpir esos shocks pulsando una palanca. Más tarde, los perros eran situados sobre una superficie electrificada de la que podían escapar simplemente saltando una barrera.

El perro que había podido controlar los shocks la saltaba, mientras que el otro perro, en lugar de buscar la salida exitosa a la situación adversa, permanecía aguantando las descargas de manera pasiva. Había, pues, “asimilado” su indefensión.

"¿Para qué gastar energías sabiendo que de los estímulos adversos no se puede escapar?.

Hannah Arendt

En su libro “Eichmann en Jerusalén,” Hannah Arendt expuso su concepto de banalidad del mal: un funcionario nazi mediocre como Adolf Eichmann fue capaz de poner en práctica asesinatos en masa, no por crueldad, sino simplemente porque actuaba dentro de las reglas del sistema al que pertenecía sin reflexionar sobre sus actos. Lo que hizo Eichmann fue cumplir eficientemente con las órdenes que provenían de estamentos superiores, que es lo que hacen nuestros políticos en el gobierno respecto a los mandatos de quienes representan los intereses del capital financiero.

Todo ello sin poderse cuestionar las reglas a las que obedecen, ya que están cegados por los postulados de una ideología dominante, el neoliberalismo, que además legitima el hecho de que estos mismos gobernantes –o sus familiares o sus amigos– se enriquezcan, de una manera que nosotros consideraríamos inmoral, gracias a la pérdida de derechos sociales de los ciudadanos y a la privatización del sector público.


Capítulo del Manual de Diseño Social dedicado a la “Indefensión Aprendida”

Fuente original: diseñosocial.org                                                 14-Mayo-2013

“No abortarás". El undécimo mandamiento de Gallardón

El ministro asegura que la reforma que entra en octubre no contemplará la ley de plazos y revisará la de supuestos. De manera inconcreta, impone la prohibición de la IVE a menores sin el consentimiento paterno, pide al Constitucional que deniegue este derecho en casos de malformación e insiste en que “la última palabra” la tendrá el Ejecutivo.
        La cuestión metafísica de cuándo empieza la vida humana pasa a ser política en el momento en que los Estados pretenden actuar sobre los cuerpos donde se gestan esos procesos orgánicos. De sobra conocemos la cruzada antiabortista que se lleva a cabo mediante la férrea alianza entre dos fuerzas patriarcales primitivas: Estado y religión.

Lxs católicxs se sirven del conservadurismo político y éste, a su vez, del discurso moral cristiano. De este modo, cuando los gobiernos intervienen en los cuerpos, pasamos del juicio de la Iglesia a un asunto de las clases dirigentes y a una materia biopolítica. Si a esta pólvora añadimos la mecha del discurso “científico” antielección, el resultado es un cóctel molotov de argumentaciones legitimadas que solapan las voces de las mujeres. Las políticas de control del cuerpo entroncan con la perpetuación del sistema capitalista, especialmente en el caso de las mujeres. Para éste, nuestros cuerpos no son más que centros de producción o de reproducción humana, lo que no es nuevo. Como apunta Federici, desde la Edad Moderna el Estado ha redirigido la natalidad mediante diferentes estrategias de control social propias de los procesos de acumulación originaria y aparición del capitalismo.

Los tiempos no han cambiado tanto. Además de los poderes mencionados, hay uno que podría considerarse prioritario y que lxs conservadorxs han manejado de forma sublime para esta causa: los medios de comunicación. Tanto la construcción social del feto, vinculada demagógicamente con el imaginario de los bebés, como el discurso en torno a “la vida humana” del embrión, tienen mucho que ver con estrategias publicitarias y con el uso de imágenes que proliferan desde que en el año 65 la revista Life publicara la primera fotografía de un feto humano. Empezó entonces a tomar forma la idea que convierte al resultado de la fecundación en una entidad con esencia y vida propia. La socióloga Nayla Vacarezza nos cuenta que, conscientes de la proliferación y el uso ideológico de este tipo de imágenes, en la década de 1980 el feminismo cultural norteamericano crea el concepto “feto público” para desenmascarar y combatir los pseudoargumentos antiabortistas. La imagen pública del feto configura la subjetividad de las mujeres –sobre todo de las embarazadas– y crea un vínculo –¿filial?– entre la mujer que gesta y el embrión/feto, además de instituir una especie de cultura ideográfica de la esencia de la vida humana. Mecanismos de representación como fotografías de niñxs nacidxs para denunciar el aborto, la no relación de dependencia entre mujer gestante/feto y la visión de éste como ser individual que flota tranquilamente en algo parecido al escenario del Sputnik, ayudan al desarrollo discursivo del feto como sujeto autónomo. En campañas mediáticas antiabortistas se recurre a la invisibilización de las mujeres mediante encuadres cerrados en los que solo vemos sus recipientes –vientres– en avanzado estado de gestación. También es común en sus actividades publicitarias el uso de la primera persona del singular, que posiciona al embrión como una suerte de subalterno y nos interpela inoculando culpa, eje esencial de la moral judeo-cristiana.

A través de estas falacias, la Iglesia, el Estado conservador, lxs ultras provida, etc., pretenden la vuelta de las mujeres a los fogones y a las cunas, así como la perpetuación de su rol en el modelo de familia nuclear tradicional. Nos obligan a ser madres, pero nos echan de los trabajos al anunciar embarazo; nos arrebatan la capacidad decisiva, pero nos acortan las bajas de maternidad y merman las de paternidad; la ley nos obliga a parir, pero impide una sociedad accesible a todas las personas y no provee las condiciones materiales para una crianza digna; encarecen los bienes de primera necesidad; desahucian a mujeres lactantes y a niñxs de 3 años –esxs sí son personas-; privatizan la educación pública… en definitiva, nos predestinan a la precariedad. Todo esto conforma un engranaje clave de la máquina heterocapitalista, que se beneficia del trabajo femenino, silenciado y no valorado de la retaguardia, para seguir funcionando. Defensa de la vida. ¿Vida embrional? Puede. ¿Vidas humanas vivibles? Nunca.

La reforma de la ley del aborto no es, por tanto, una cuestión ética, sino un ataque ideológico. No se trata de un debate moral, sino político. Y los derechos de las mujeres a controlar su cuerpo y su vida no deben ser objeto de debate político. Gallardón insiste en la desaparición de estos derechos y condena a las mujeres que desean anteponer su vida a la de otra persona. Las que resistimos sentimos vergüenza y tristeza al cantar consignas de hace más de 30 años. Nos duele el pecho cuando escuchamos a nuestras madres y abuelas: "no me puedo creer que vosotras estéis así".

Y a eso vamos el 28 de septiembre. Ese día y los que hagan falta. ¿Provida? Provida nosotras las feministas, que luchamos por la salud y la vida plena y libre de todas las mujeres.
Nos vemos en las calles.

Yendéh R. Martínez
Elisa Mandillo Cabañó

Por Fundación de los Comunes, 23-Sept.-2013

17 sept 2013

Nuestro derecho a la rebelión


    Esas dos mentes brillantes y valientes que son Julio Anguita y Juan Carlos Monedero protagonizan una conversación de un centenar de páginas recogida por la editorial Icaria bajo el título A la izquierda de lo posible. Hay una parte que me ha parecido de gran interés. Es cuando Anguita plantea que los actuales gobernantes se están situando fuera de la ley en la medida en están ignorando o desmantelando derechos como el del trabajo, la vivienda, la salud, la educación, una pensión digna, la alimentación, puesto que están conculcando la Declaración Universal de Derechos Humanos, la Constitución Española o la Carta Social Europea ratificada por España en 1985. 




Es un enfoque interesante porque ya no necesitamos hablar en nombre del marxismo ni siquiera de la izquierda. Basta con desempolvar esas legislaciones que tienen un predicamento y aprobación universal y, a continuación, mostrar que los gobernantes están vulnerando el Estado de Derecho, están en la ilegalidad. De modo que nosotros estamos dentro y reivindicando la ley, y el gobierno fuera y vulnerándola.

La segunda deducción es que en la tradición de los históricos movimientos de liberación aplaudidos por toda la sociedad, e incluso del cristianismo, se encuentra el derecho a la rebeldía ante un gobierno despótico que no respeta la legalidad. La declaración de independencia de los Estados Unidos del 4 de julio de 1776 plantea el derecho a luchar para que haya un gobierno justo, incluso deponer al que hay si no cumple (Preámbulo: “Pero cuando una larga serie de abusos y usurpaciones, dirigida invariablemente al mismo objetivo, evidencia el designio de someter al pueblo a un despotismo absoluto, es su derecho, es su deber, derrocar ese gobierno y proveer de nuevas salvaguardas para su futura seguridad y su felicidad”). Igualmente la Declaración de Derechos Humanos de 1789, en su artículo 2, establece que la finalidad de toda asociación política es la conservación de los derechos naturales e imprescriptibles del hombre, y que uno de tales derechos es la resistencia a la opresión. Por su parte, la Constitución de 1793, elemento clave del racionalismo ilustrado francés, plantea el derecho a la insurrección (Artículo 35: “Cuando el gobierno viola los derechos del pueblo, la insurrección es, para el pueblo y para cada una de sus porciones, el más sagrado de los derechos y el más indispensable de los deberes”).

John Locke, considerado padre del liberalismo moderno, establece que la autoridad del Estado se sostiene en los principios de legalidad y respeto de los derechos humanos. Esa autoridad deja de ser legítima si deja de asegurar los derechos naturales. En su Tratado sobre el gobierno civil (1690), defiende el derecho a la rebelión señalando que si el pueblo es sometido a la miseria y padece las injusticias del poder arbitrario, entonces “maltratado y gobernado contra Derecho, estará siempre dispuesto a quitarse de encima una carga que le resulta pesadísima”.

Estas ideas tienen su origen en los teólogos cristianos. El dominico Francisco de Vitoria reconoce la licitud de robar cuando el hambre hace peligrar la vida humana o negarse a pagar un tributo en caso de que fuera injusto (Relecciones teológicas). El jesuita Juan de Mariana razonó acerca del derecho a la insubordinación (Del Rey y de la Institución real 1598-1599). El padre Francisco Suárez (Discurso de leyes, 1612) reconocía la posibilidad de desobedecer y derrocar a quien detenta la autoridad cuando, ejerciendo el mando, incumple y vulnera sus funciones.

Pues bien. Hoy nos están arrebatando nuestras viviendas (desahucios), nuestra educación (disminución de profesorados, tasas y fin de las becas), nuestra sanidad (disminución de personal, cierres de hospitales y servicios de urgencias), nuestros derechos sociales (liquidación de la ley de dependencia), nuestras libertades públicas (represión de las manifestaciones, sistemas de vigilancia), nuestros derechos laborales (seis millones de parados, congelaciones y disminuciones salariales, facilidades para los despidos, precariedad laboral).

No hace falta ser Lenin ni Rosa Luxemburgo para llamar a la rebelión. Los inspiradores de la Ilustración, los que redactaron la Declaración Universal de Derechos Humanos, los sacerdotes del siglo XVI y los filósofos liberales hoy estarían sumándose al levantamiento. Al otro lado están los miserables que se escandalizan cuando nos atrevemos a expropiar dos carritos de supermercados. Es hora de que cada uno decida en qué bando se sitúa.


Pascual Serrano es periodista. Su último libro es “La comunicación jibarizada. Cómo la tecnología ha cambiado nuestras mentes” .

¿Una revolución higiénica? No, una revolución democrática

Dos vecinos que no se soportan. Sufren desencuentros en su día a día, se infligen mutuamente inocentes maldades para hacerle al otro la vida un poco más difícil. Pero en la Diada de Catalunya de 2013 inopinadamente se encuentran: con el Mediterráneo al fondo, recelosos al principio, acaban por darse la mano ya que deben completar un tramo de la cadena humana. Las diferencias han quedado aparcadas para otro momento porque, como concluye una voz incorpórea, «tenim una cosa en comú: Catalunya».
El escritor Quim Monzó y el actor Juanjo Puigcorbé protagonizan así el vídeo que l'Assemblea Nacional Catalana (ANC) lanzó como convocatoria de la Via Catalana Cap a la Independència. Lejos de ser irrelevante, este spot sintetiza el imaginario puesto en marcha por la ANC que ha conducido al indiscutible éxito de la pasada Diada. No es una anécdota este relato entrañable, que tiene su clave en una filigrana perturbadora: los problemas que propone dejar a un lado, todo lo que tiene menos importancia que la «cosa en común», se reduce a minucias cotidianas de dos varones blancos de clase media citadina. En este territorio de ficción no existen conflictos de género, de origen cultural o étnico; no hay diferencias de clase. De hecho, ni siquiera parece haber problemas a propósito del territorio mismo que se dice tener en común.

El imaginario movilizado por la ANC higieniza la política en busca de superar las diferencias en el proyecto de construcción nacional. El conflicto fundamental, allí donde se encuentran todos los problemas, se proyecta hacia un afuera de «nuestra» comunidad. En este imaginario de «lo común» bajo el significante «Catalunya» no se perciben élites ni oligarquías, mucho menos corrupción de la política. No existen sujetos excluidos de la ciudadanía, ni racismo, ni xenofobia, ni centros de internamiento para extranjeros. Nadie parece haber sido desposeído de sus derechos; no hay desatención sanitaria ni desahucios, ni malnutrición infantil o represión de la protesta. Esta política higiénica es, en realidad, la representación de una Catalunya internamente despolitizada propugnada por las voces hegemónicas en el reclamo del «Estat independent». Parece casi una banalidad señalarlo. Pero incluso para algunas posiciones políticas que reconocen conflictos «internos» de Catalunya, estos parecen quedar aparcados o pospuestos para un segundo momento: la lucha que vendrá «después» de alcanzar la soberanía. Primero conseguir un Estado propio, del resto, «ja en parlarem». Cabe preguntar si acaso es posible diferenciar entre estos dos momentos del conflicto: ¿qué efectos políticos tiene el permitir que sea hegemónico el imaginario higienizado de una sociedad que en realidad se encuentra inevitablemente atravesada por las diferencias? Una sociedad donde la cotidianidad de las personas, lejos del relato costumbrista de roces entre vecinos compatriotas, se desliza hacia el deterioro vertiginoso de las condiciones de vida de la mayoría. ¿Qué resultados tiene situar el objetivo de la nación por delante de la vida real de las personas? ¿Se puede concebir una comunidad por fuera, antes o más allá de sus conflictos internos, de la manera como en su interior se administra incluso la violencia que unos sujetos ejercen contra otros? ¿Quiénes se pueden permitir aparcar o posponer sus conflictos o sus diferencias en favor de qué lugar común?

El discurso típico de los eslóganes de la ANC enfatiza ese común voluntarista: «No et perdis aquest moment històric», «hi ha molta feina per fer i ho hem de fer tots junts». Ese nítido discurso sobre la comunidad —identificada con la Nación— por encima de las diferencias y las contradicciones encierra una paradoja: parece dar por hecho el significado de la Independència. El imaginario hegemónico movilizado por la ANC encuentra otra de sus claves en el binomio dependencia/independencia. Cabe preguntarse: ¿de qué dependen quiénes? En Catalunya, tiene lugar en este momento una amalgama de la revolución «independentista» y la «revolución democrática» que nadie con madurez política puede pasar por alto. Pero nos parece importante preguntar si la asociación entre ambas no se está produciendo a costa de evitar discutir también el conflicto entre uno y otro tipo de revolución. No hay discusión posible acerca de la legitimidad democrática del reclamo de un territorio autodeterminado por la sociedad que lo habita. De ese suelo de reconocimiento democrático tenemos que partir. Pero también resulta imprescindible preguntar en este proceso: ¿cuáles son los problemas que conlleva asimilar la emancipación colectiva a la consecución de un Estado propio?

Parece que en la actual representación hegemónica del soberanismo en Catalunya la emocionalidad juega un papel importante a la hora de confundir el proceso –una revolución democrática hacia la independencia-- con su objetivo finalista: un Estado propio. ¿De qué poderes dependemos? ¿Qué y quiénes quebrantan la soberanía de esta sociedad? La respuesta no puede ser única; pero el acento puesto en unos u otros posibles tipos de respuesta, caracteriza las diferencias entre las concepciones de la revolución democrática que hoy estarían en juego. ¿Cómo deja un Estado de estar sometido al dictado de los mercados financieros, tal y como lo están los Estados que hoy conforman la Unión Europea? Pensar una independencia «catalana» en términos de democracia real, esto es, de reparto de la riqueza y de distribución efectiva del poder político, nos sitúa en una escala diferente de la visión finalista del Estado propio. Mirado con atención, el proceso histórico que ha hecho de la Troika europea el órgano de planificación y decisión sobre nuestras vidas nos obliga a pensar más allá de la propuesta soberanista hegemónica, para activar un nuevo tipo de soberanía del «pueblo catalán». Y del pueblo «griego». Y del «italiano». Y del «español».

La soberanía sólo puede pasar por la emancipación respecto del poder fundamental que hoy se ejerce sobre los sujetos que habitan el territorio histórico de Europa: la Unión Europea secuestrada por la dictadura financiera. Esa dictadura está tanto «afuera» como «adentro», también en el caso de Catalunya. De hecho, solo nos parece posible pensar la independència de Catalunya redefiniendo el concierto de los Estados europeos, lo que implica tanto España, como al conjunto de la UE. Sea cual sea la modalidad de Estado que se conformase –Estado catalán europeo, Estado catalán federado al resto de una España reconfigurada...– No sería nunca de por sí un Estado de pleno derecho, como no lo son siquiera ya los grandes Estados europeos. Los pequeños, hace tiempo que han devenido «dominios» de una UE raptada por las élites financieras.

Sea como sea, creemos importante no confundir el proceso con su determinación finalista. La cuestión que importa no es el futuro de un Estado catalán, sino cómo se está conformando el actual proceso soberanista. Durante el pasado 11 de septiembre, la Diada fue escenario de otras manifestaciones diferentes de la Via Catalana, como fue el caso de “Encerclem la Caixa» –Rodeemos la Caixa–. Pero resultaron casi invisibles frente a la representación hegemónica del soberanismo. Bajo el poder emocional y el poder político efectivo del imaginario higiénico, ¿se hace posible poner en dificultades reales a las élites enriquecidas por el desempoderamiento criminal y la desposesión violenta de la ciudadanía? ¿Se hace posible construir un proceso de emancipación inclusivo de quienes hoy son despojados hasta de su mera condición de ciudadanos?

¿Cómo hacer de la revolución democrática un proceso que no disimule frente a la debacle histórica que está provocando el poder financiero? ¿Qué tipo de alianzas políticas se han de establecer entre los fragmentos de una sociedad dividida, rota en favor de los intereses de las élites? ¿No es en solidaridad y alianza política con los sujetos desposeídos del resto de los territorios europeos —lo que incluye al resto de la península— donde invertir los esfuerzos de una revolución democrática? En una coyuntura histórica grave y urgente, ¿podemos seguir permitiéndonos que la Nación se sitúe en el centro, desplazando la multiplicidad de conflictos de la sociedad existente?.

Rubén Martínez
Observatorio Metropolitano de Barcelona
Este texto parte de discusiones colectivas mantenidas en el espacio de la Fundación de los Comunes.

Las ocupaciones de tierras de 1936

80.000 CAMPESINOS PARTICIPARON DE FORMA SIMULTÁNEA

La insuficiente Ley de Reforma Agraria que elaboró el Gobierno republicano llevó al campesinado a ocupar 3.000 fincas en Extremadura.

Jornaleros. Campesinos en el año 1936.

Al alba del 25 de marzo de 1936, alrededor de 80.000 campesinos convocados por la Federación Nacional de Tra­bajadores de la Tierra (FNTT) de UGT ocuparon simultáneamente unas 3.000 fincas en Extremadura. Con este gesto ponían de manifiesto que para las clases populares la propiedad de la tierra seguía siendo la asignatura pendiente de la República cinco años después de su proclamación.

Mientras que en buena parte de Europa los burgueses invertían el capital acumulado durante el siglo XVIII en la industria, en la España del siglo XIX la burguesía destinó esos recursos a la compra de tierras arrebatadas a la Iglesia y a las comunidades rurales con las leyes desamortizadoras de Juan Álvarez Men­dizábal (1836) y Pascual Madoz (1855). No hubo reforma agraria, sólo un cambio de titulares, la propiedad de los caducos estamentos privilegiados pasó a una burguesía que administraba esas mismas tierras con criterios capitalistas o, aún peor, compraba a precio de saldo los bienes comunales que permitían a muchos campesinos garantizar su subsistencia.

La desamortización mantuvo, además, la división parcelaria que perduraba sin cambios desde la Edad Media, dejando un paisaje agrario de extensos latifundios donde convivían una minoría de prósperos dueños con masas depauperadas de campesinos sin tierra. El enfrentamiento entre unos y otros era inevitable y provocó un amplio abanico de respuestas: desde el anarquismo a la emigración y desde el motín al bandolerismo.

Ninguna de las reformas que tenía que emprender la República era tan justa, tan necesaria ni le hubiera proporcionado tanto apoyo como la reforma agraria, pero pasaron los meses sin que la burguesía reformista y sus aliados socialistas hiciesen nada para ponerla en marcha. Entre­tenidos en debates teóricos y en combates parlamentarios de guante blanco, la conjunción gubernamental posponía su aprobación por las Cortes; sólo el fallido golpe de Estado del general José Sanjurjo en el verano de 1932 sacó al Gobierno de su apatía y lo empujó a aprobar el 9 de septiembre de ese año una Ley de Reforma Agraria que nació insuficiente y alicorta.

Esta reforma permitía la expropiación de tierras a los latifundistas que no las cultivaban para
someter por hambre a sus braceros, pero exigía que se les compensase económicamente, por lo que su aplicación dependía del presupuesto que se entregase al Instituto de Reforma Agraria. Sus penurias económicas –sólo dispuso de cincuenta millones de pesetas–, fueron la causa de que, cuando se celebraron elecciones en noviembre de 1933, sólo 12.000
familias hubieran recibido tierras de cultivo.

A ese ritmo, habrían hecho falta más de cien años para dar parcelas a todos los campesinos sin tierra, que llevaban siglos esperando justicia y a los que se les seguía pidiendo paciencia. ¿Cómo extrañarse de que hubiese estallidos revolucionarios de los que nada tenían? Se ha culpado a la CNT de estas llamaradas de violencia campesina apelando a una supuesta “gimnasia revolucionaria”, pero los campesinos tenían en común su miseria, fuese cual fuese su afiliación: de CNT en Casas Viejas, de UGT en Castilblanco, republicanos en Arnedo o comunistas en Yeste.

A lo largo de todo el quinquenio republicano se produjeron numerosos incidentes sangrientos que tenían su origen en la protesta de los campesinos sin tierra o en su intento de ocupar latifundios sin cultivar: en agosto de 1931 en Posadas; en septiembre en Rute y Corral de Almaguer; en noviembre en Parla, en enero de 1932 en Zalamea de la Serena, Épila y Xeresa... Estas ocupaciones no fueron fruto de la inconsciencia o la impotencia, los campesinos se encuadraron en potentes organizaciones sindicales: la FNTT ugetista nació en 1930 con unos 40.000 afiliados y a finales de 1932 eran 400.000; la Unió de Rabassaires sumó dos millares de adheridos al fundarse en 1922 y diez años después ya eran 22.000.

Por las insuficiencias del primer bienio y la contrarreforma del segundo bienio, los jornaleros tenían que escuchar a los terratenientes que les decían: “¿No queríais República? Pues, ¡comed Repú­blica!”. Esperaron cinco años que la República les diese de comer, y en marzo de 1936 decidieron que ya había llegado su hora.

La apuesta por el cambio de régimen

La proclamación de la República en 1931 abrió una puerta a la esperanza para los campesinos sin tierra, que seguían siendo el componente más numeroso del proletariado en un país que no había completado su Revolución Industrial. Porque, desde la sublevación de Loja en 1861, en el imaginario colectivo de los jornaleros, república y reforma agraria eran dos conceptos que estaban indisolublemente entrelazados. Los campesinos entraban el 12 de abril de 1931 en su colegio electoral y, antes de introducirla en la urna, mostraban su papeleta a favor de los candidatos antimonárquicos mientras el cacique y la Guardia Civil tomaban nota: los jornaleros estaban apostando todo o nada por el cambio.

16 sept 2013

El patriotismo del PP: Malvender el 25% del patrimonio del Estado y poner obras públicas en manos de fondos buitre


El PP se ha caracterizado siempre por llenársele la boca de la palabra patriotismo y el concepto de patria. Siempre se presenta como el adalid de los valores patrióticos, valedor de la España eterna de los Reyes Católicos, del Imperio hacia Dios, y de la indivisible unidad. Esa postura contrasta con sus hechos, dado que, pese a enarbolar la bandera del amor patriótico, está llevando a cabo una política consistente en malvender el patrimonio, con el único propósito de engordar las arcas del Estado sin necesidad de molestar a sus donantes de la oligarquía, a los que no quiere subir los impuestos y para que el señor Montoro, Ministro de Hacienda, saque pecho y diga sin rubor alguno que este país es un modelo económico a imitar por todo el mundo, causando, a partes iguales, hilaridad y alipori en el pueblo y estupor en Europa.

No es de extrañar que en su día, Zapatero llamase a los populares ‘patriotas de hojalata’, a raíz de que el entonces partido mayoritario de la oposición criticase la política europea del Ejecutivo socialista porque, según Raxoi, Zapatero estaba cediendo a las presiones de la UE en contra de los intereses de España. El transcurso del tiempo pondría de manifiesto hasta qué punto iba a ceder a las presiones de la UE el entonces líder de la oposición, y hasta qué punto, para satisfacer las órdenes europeas, comete los mayores disparates, al tomar decisiones de las que nos enteramos antes por la prensa extrajera que por la nacional. Así, hace pocos días, el periódico francés Le Monde revelaba que el PP - patriotas de hojalata como los llamó Zapatero-, ha puesto a la venta el 25% del patrimonio del Estado, para hacer frente ‘a sus dificultades financieras’.

La noticia ha sido poco tratada en la prensa oficial, esa que agarra un asunto entre sus fauces y, como perro de presa, no la suelta ni aunque se la intenten arrancar a palos. Da igual que el asunto sea la corrupción, el deseo independentista de Catalunya o el fracaso de Madrid a la hora de optar a ser Ciudad Olímpica. Si ‘toca’ tratar cualesquiera de esos asuntos, los diarios, las tertulias televisivas, los informativos y los digitales se vuelcan con fruición sobre ellos, para que la gente se entretenga con el monotema y así obvia informar sobre asuntos sangrantes que pasan sin pena ni gloria, ignorados por una ciudadanía que no se entera de las tropelías que perpetra el Gobierno del PP.

Sin embargo, la decisión del Gobierno de Raxoi es de suma gravedad, porque está poniendo el patrimonio de todos los ciudadanos en almoneda, al vender 15.000 propiedades, que van desde edificios emblemáticos en las más bellas calles de Madrid a suelo no urbanizable en torno a carreteras y vías férreas, o incluso paraísos de alto valor ecológico, lo que ha hecho que los conservacionistas pongan alarmados el grito en el cielo.

Le Monde informaba de que una de las joyas de esa liquidación pública es la finca de La Almoraima, en Andalucía, una pequeña maravilla única en Europa de 14.000 hectáreas, de las que el 90% pertenecen al Parque Natural de los Alcornocales, uno de los ejemplos más espectaculares de bosque mediterráneo primario. Con el objeto de vender cuanto antes ese tesoro ecológico, cuyo precio de mercado actual rebasaría los 180 millones de euros, el gobierno aprobó un plan de desarrollo para el lugar, incluyendo el permiso para crear dos campos de golf y la construcción de un hotel de cinco estrellas y un aeropuerto, condición sine qua non para atraer a ricos clientes rusos o del Golfo. La prensa silenció ese plan de desarrollo del Gobierno del PP.

Con el propósito de reducir el déficit del Estado tanto como ordena la UE, o la Fürheresa Merkel, que viene a ser lo mismo, el Gobierno de Raxoi no duda en malbaratar el patrimonio de todos los ciudadanos, ya sea poniendo en venta patrimonio del Estado, vendiendo a fondos buitre edificios construidos para ser destinados a viviendas sociales, o patentes industriales a esos mismos especuladores.

El Ejecutivo de Raxoi, tan patriota como para negarse a hablar de un referéndum en Catalunya, porque no quiere ni oír mencionar la posibilidad de la secesión de una parte de España, no duda en poner en manos extranjeras el patrimonio ecológico o histórico del país, o desprenderse de industrias que igualmente pasarán a especuladores de otros , los mismos que causaron la crisis, contando, seguramente, con que gobiernos tan patrióticos como el del PP les seguirían el juego y pondrían en sus manos todo cuanto apetecían para especular por los siglos de los siglos.
 
Las comunidades autónomas gobernadas por el PP están poniendo también en manos extranjeras el patrimonio público, fruto de los excesos del tiempo de las vacas gordas, con el fin de recuperar una parte de todo lo que despilfarraron, a base de concesiones a empresas privadas que gestionen edificios públicos que, si fuesen rentables, deberían administrar para que el dinero de su cometido revirtiera en lo público, en lugar de ponerlo en manos privadas que se beneficiarán de la privatización, a la vez que los onerosos mantenimientos seguirán costándole el dinero al pueblo.

Un ejemplo paradigmático de esos edificios, que sobrepasaron en muchos millones los costes presupuestados inicialmente, disparando brutalmente el precio de las obras, es la Ciudad de las Ciencias y las Artes de València. El edificio, considerado por el PP del País Valencià como un paradigma de la moderna ciudad del Turia, proyectado por el arquitecto áulico Santiago Calatrava, va a ser privatizada, con el argumento de que de esa forma se aumentará la atracción turística y cultural, según expresó el Conseller de Economía, Industria, Turismo y Empleo, Máximo Buch.

Sin embargo, la decisión viene dada por el ruinoso negocio que supone para las arcas de la arruinada Generalitat, aunque desde la oposición se argumenta que, si es rentable esa infraestructura, lo lógico sería que la gestionase el Consell, para revertir los beneficios a las arcas públicas, ya que, a pesar de todo, habrá que pagar el mantenimiento y la conservación del oneroso proyecto.

Mas la Ciudad de las Artes y las Ciencias no es la única obra pública que las autonomías gobernadas por el PP quiere privatizar. En Madrid, después del fiasco de las Olimpiadas, el Ayuntamiento quiere hacerlo con los edificios construidos para albergar las competiciones deportivas que no se usarán, como la costosa Caja Mágica. O en Galicia, el megalómano proyecto de Manuel Fraga, construido a medias en Santiago de Compostela que, después de costarle más de mil millones de euros a los galegos, ahora no sirve para nada, porque está a medio terminar.

Además de obras públicas, que bien gestionadas podrían suponer substanciosas entradas de dinero en las arcas públicas, el PP está decidido a privatizar la Sanidad, con el fin de ponerla en manos también extranjeras, en Madrid o el País Valencià, con un modelo que quiere extender por todo el Estado, con el fin de hacer un negocio que no resulta nada claro y que sus detractores consideran que oculta intereses económicos espurios.

Poner a la venta los tesoros del patrimonio, o infraestructuras destinadas a los ciudadanos en manos de corporaciones extranjeras no parece que sea una forma efectiva de hacer patria. Mas el PP, representante de la derecha de este país mira mucho antes el negocio que los intereses de los ciudadanos. Ya lo dijo alguien en su día: La derecha no tiene ideas, solo tiene cartera.

16/09/2013
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14 sept 2013

Hasta siempre, compañero Presidente Salvador Allende

Señor Presidente,

No quiero cargarle de más trabajo. Hoy ha sido un día intenso para Usted. Cientos de actos en su país, cantos, discursos, poesías. Miles de artículos en los periódicos, en los blog. Trending topic en millones de mensajes tuiteados por otros tantos millones de personas en Chile y en todo el planeta. Las redes sociales llevan hoy su nombre.

Atender toda esta tarea requerirá buena parte de la eternidad que tiene por delante. Por eso no seré largo y espero que tampoco pesado. Cuatro letras para agradecerle su vida y el momento de su muerte. Todo ese tiempo transcurrido. Veinte años son nada, pero cuarenta son toda una vida.

Me pilló el día de su muerte en el tránsito del instituto a la universidad. En la España de aquellos años, tan admirada por el militón que asaltó la Casa de la Moneda, empezabas a explicarte las cosas y tomar conciencia de la situación terrible del país, cuando entrabas a trabajar en una empresa y se te acercaban los de las Comisiones Obreras, o cuando entrabas en la universidad y transitabas por los círculos estudiantiles de las distintas tonalidades del rojo. Yo aún no había entrado en la universidad, ni tenía trabajo en una empresa, pero las iglesias, las asociaciones de vecinos, las pandillas, los centros culturales, eran como la educación infantil de la conciencia que estaba por llegar.

Leíamos cuanto caía en nuestras manos. Desde Cien años de Soledad, hasta los Diarios de Bolivia, pasando por Rayuela de Julio Cortázar, o La Peste de Camus. Aprendíamos a tocar la guitarra para atrevernos con Atahualpa Yupanqui, Serrat, Mercedes Sosa, Violeta Parra. Seguíamos atentamente los pasos, las largas marchas de los trabajadores y trabajadoras por todo el mundo.

Claro que admirábamos al Ché y a los guajiros. Claro que admirábamos al pequeño pueblo vietnamita, que resistía a todo un imperio. Pero aquí pesaba como una losa la Guerra Civil, el fracaso de la lucha guerrillera y la larga dictadura. Mayo del 68, la Primavera de Praga, los comunistas italianos, los sindicalistas de la CGIL, nos eran mucho más cercanos, accesibles. Como si nosotros también pudiéramos transitar esos caminos algún día no muy lejano.

Y en eso llegó Usted a uno de los patios traseros de los Estados Unidos. Llegó con ese proyecto de construir un socialismo en libertad y democracia. Así de limpio. Un hombre mayor, nos parecía. Pero tremendamente joven, rodeado de jóvenes. La Cantata de Santa María de Iquique y Víctor Jara, la Unidad Popular, Quilapayún, el pueblo unido jamás será vencido... Chile ocupó, de pronto, toda nuestra atención.

Poco dura la alegría en casa del pobre. Pronto vimos como el dinero imperial alimentaba las tensiones internas, las huelgas de camioneros y, lo peor de todo, preparaba, una vez más, un golpe militar contra cualquier intento de construir igualdad en libertad. Un Ejército chileno que nunca se había rebelado contra su gobierno y su pueblo. He leído estos días que para los Nixon y los Kissinger, Allende era un peligro más real, más contagioso, que Castro. Así debió de ser, si tomamos en cuenta la brutalidad del golpe y de la represión que se desencadenó a continuación y durante décadas.

Su muerte, la de Víctor Jara, la de Pablo Neruda. Las de cuantos fueron asesinados y torturados en el Estadio de fútbol de Santiago, en las calles, en las fábricas, en las minas, en los barrios. Las imágenes de los tanques, de los aviones, bombardeando el Palacio de la Moneda. Usted, con sus compañeros armados, mirando esos cielos levantiscos.

Le asesinaron, aunque fuera a la manera de Sócrates, a la manera de Séneca, a la manera de Neruda. Y después de su asesinato, llegaron miles de asesinatos. En Chile, en Argentina, en Uruguay, Paraguay, Brasil, Perú, Guatemala, Nicaragua, El Salvador... Latinoamérica toda. Porque aquel golpe fue la señal para abrir en canal las venas de América Latina y convertirla en un inmenso campo de concentración.

Según moría el dictador en España, nacían genocidas dictaduras por doquier en las colonias de los Estados Unidos. Según iba muriendo el dictador, fuimos acogiendo a miles de argentinos, chilenos, uruguayos, latinoamericanos, que encontraron en el exilio la única oportunidad de escapar a una muerte segura, con los que compartimos la tristeza y el dolor que traían consigo. Pero también la alegría de ver nacer aquí a sus hijos, verlos crecer junto a los nuestros. Aprendimos su cultura, nos contagiamos de sus acentos, disfrutamos sus comidas y sus cantos. Su alegría era la nuestra cuando vimos caer a los dictadores. Lloramos juntos cuando muchos de ellos volvieron a sus países para intentar reconstruir sueños perdidos.

Hoy, cuando el descrédito de la política se encuentra tan generalizado en nuestro país. Un descrédito ganado a pulso en muchos casos. Hoy, quiero agradecerle, Señor Presidente, que su memoria siga viva para recordarnos que hay otra política y otros políticos,  cuyo compromiso con su pueblo llega hasta el mismo momento de la muerte. Políticos que también crean escuela y convierten la política, en uno de los oficios más dignos, cuando dignas son las personas que lo ejercen.

Por esas gentes, por esas maneras y esas formas tan suyas, por haberme permitido estudiar en la escuela de su memoria y su recuerdo. Por ese ideal de construir socialismo e igualdad en libertad y democracia. Por su fracaso, que tanto nos dice de la condición humana y de las miserias que gobiernan este planeta. Por las alamedas que nos hace soñar cada día... Gracias y hasta siempre compañero Presidente Salvador Allende.

Javier López | Presidente del Ateneo 1º de Mayo
nuevatribuna.es | 12 Septiembre 2013