15 feb 2013

Confesiones de un cardenal

Ningún cardenal va a pronunciar el nombre de otro como posible papable, porque cada uno de ellos piensa que es el mejor candidato



El Papa preside una audiencia en San Pedro mientras dos obispos conversan a su espalda. /

En el cónclave en el que sería elegido Papa el polaco Karol Wojtyla, en octubre de 1978, este diario llevaba poco más de dos años en la calle. Yo era su corresponsal en Italia y en el Vaticano. La dirección del periódico me pidió que preparara un reportaje, hablando con algunos cardenales residentes en Roma, para tener una idea acerca del nombre del candidato más barajado para sustituir al Papa relámpago, Juan Pablo I, que solo vivió 30 días de oscuro pontificado.
Empecé con un cardenal de la Curia ya anciano. Me recibió en su palacio a dos pasos del Vaticano. Una monjita tímida me sirvió un café. El cardenal se arrellanó en su sillón de terciopelo rojo dispuesto a responder a mis preguntas. Al explicarle el motivo de mi reportaje, me dijo, con esa elegancia que reviste a los cardenales italianos que conservan todos un halo del renacimiento, que desistiera de mi propósito.

“Tiene que entender una cosa, hijo mío”, me explicó paternalmente, “y es que ningún cardenal le va a pronunciar el nombre de otro como posible papable, por la sencilla razón de que cada uno de nosotros piensa en su fuero íntimo que es el mejor candidato. Se llega a cardenal soñando con el papado”. Y siguió en su confesión al joven periodista: “Si acaso, nos podemos reunir algunos cardenales más afines, para evitar que alguno que no nos gusta, pueda convertirse en papable, nada más”.

Al final me fue desgranando la lógica que han seguido los cardenales en los tiempos modernos. “Como ninguno de nosotros, aunque lo digamos en público, nos sentimos incapaces y poco preparados para ser papa, lo que hacemos, sobre todo en los días en que nos reunimos aquí en Roma antes del cónclave, es analizar en qué situación se encuentra la Iglesia y el mundo en la sede vacante [periodo entre un Papa y otro], y quién sería el mejor candidato para afrontar los desafíos actuales de dentro y fuera de la Iglesia”.

Claro que ahí empiezan las dificultades, dijo, ya que dentro del colegio cardenalicio lo que para uno puede ser un problema eclesiástico o de política mundial, para otros puede no serlo. Cada cual insiste en los aspectos que considera más importantes y acuciantes. Es ahí donde nos dividimos los “prudentes y los más osados”, explicó sin usar la terminología de conservadores y progresistas.

“A veces, los cardenales entramos en el cónclave totalmente divididos en grupos con ideas y exigencias diferentes, lo que hace que el Papa difícilmente sea elegido al primer escrutinio”, recordó. Así ocurrió en aquel cónclave en el que salió elegido por sorpresa el papa polaco Wojtyla, precisamente porque el grupo de cardenales italianos se dividió a la hora de dar los votos al entonces arzobispo de Florencia, Giovanni Benelli, que había sido la mano derecha de Pablo VI.
Viendo que no cedían ni los unos ni los otros, los cardenales austriacos y alemanes defendieron la idea de hacer Papa a un cardenal del Este que estuviera preparado por experiencia propia a la hora en que se desplomara el comunismo. Y la Iglesia sabía que el comunismo estaba agonizando.
Pensaron en el anciano cardenal Wyszynski, primado de Polonia, el cual aconsejó escoger al joven arzobispo de Cracovia, polémico fustigador del comunismo. Y así fue. Es probable que el nombre del que fuera el obispo más joven del Concilio, ni se les hubiera pasado antes por la mente a la gran mayoría de los cardenales que no podían ni imaginar elegir a un no italiano, después de 500 años de pontífices de esa nacionalidad.

¿Ocurrirá lo mismo esta vez? Es muy posible. Los cardenales van a discutir qué tipo de Papa necesita la Iglesia y el mundo tras la renuncia de Benedicto XVI, antes de pensar un nombre. Y es probable que lleguen al cónclave sin un acuerdo, aunque seguramente con algunos nombres en la cabeza.
Algo parecido ocurrió en el nombramiento del sucesor del papa Pio XII, con un pontificado larguísimo vivido entre las zozobras de la Segunda Guerra Mundial. Los cardenales entonces prefirieron elegir a un papa de transición, que viviera poco y les diera el tiempo de encontrar a un sustituto a la altura de Pio XII. Eligieron al piadoso arzobispo de Venecia, Giuseppe Roncalli, hijo de campesinos, ya anciano, que acabaría, sin embargo, sorprendiéndoles con la convocación del Concilio Vaticano II, que revolucionaría a la Iglesia.
Los cónclaves suelen reservar esas sorpresas de última hora, por eso en los tiempos modernos ni siquiera los vaticanistas más expertos han acertado en sus profecías.

Juan Arias.  
Río de Janeiro 13 FEB 2013

1 comentario :

Galileo pecador. dijo...

La renuncia del Papa y la crisis del Vaticano
Por Gabriel Huland




La noticia de la renuncia de Benito XVI fue recibida con cierta sorpresa en todo el mundo cristiano. Pese a los importantes escándalos que afectaron el relativamente corto papado de Joseph Ratzinger (8 años), él parecía estable. Las filtraciones de documentos secretos del Vaticano, suministradas por el mayordomo del Papa, así como los innumerables casos de pedofilia marcaron la era Ratzinger. La decadencia moral de la iglesia católica es clara y evidente para un número cada vez mayor de personas, creyentes o no.

El sucesor de Juan Pablo II representa al sector más reaccionario y conservador de la Iglesia Católica. Su pertenencia a las juventudes nazis y su periodo en el ejército alemán en los últimos años de la II Guerra Mundial lo confirman. Además, antes de ser Papa, Ratzinger lideró la cruzada contra los representantes de la teología de la liberación. Esta ideología, surgida en Latinoamérica en los años 60, era considerada demasiado “subversiva y próxima al marxismo”. A teólogos importantes como el brasileño Leonardo Boff y el salvadoreño de origen español Jon Sobrino, se les prohibió enseñar en instituciones católicas, y fueron perseguidos y excomulgados.

Apodos como “el gran inquisidor”, “el rotweiler de Dios” o “el Panzerkardinal” (en referencia a los tanques alemanes utilizados en la II Guerra) no son mera coincidencia. Ya en los años 80 el futuro Papa dejó claras sus intenciones si un día llegaba a liderar la Iglesia Católica: “La restauración que propiciamos busca un nuevo equilibrio después de las exageraciones y de una apertura indiscriminada al mundo” (Rapporto sulla fede, 1985). Con la “apertura indiscriminada” Ratzinger se refería al Concilio Vaticano II (1959), considerado por muchos como un concilio histórico que promovió reformas importantes en la iglesia católica. Benito XVI fue elegido para dar continuidad al giro conservador iniciado por Juan Pablo II.

La renuncia del Papa expresa, sobre todo, una crisis sin precedente en una de las instituciones que ha cometido algunos de los crímenes más bárbaros contra la humanidad. Alianzas con los regímenes fascistas de Hitler y Mussolini, la inquisición contra los “herejes” y la “evangelización” (léase masacre) de los indígenas americanos son solo algunos de ellos. La iglesia es una institución milenaria que pudo sobrevivir hasta hoy porque siempre tejió las alianzas necesarias con las clases dominantes. La ideología reaccionaria de la Iglesia Católica cumple un papel determinante en la conservación del status quo.

Asimismo, el Vaticano es una de las principales instituciones financieras del mundo. Se desconocen sus reservas en dólares, oro y bienes materiales y financieros. La grave crisis capitalista actual debe haber afectado de alguna manera a sus ganancias provocando fricciones internas. Es difícil saber con certeza el tamaño de la crisis, pero seguramente en los próximos meses se destaparán más escándalos.

La reacción de la mayoría de los líderes mundiales fue de respeto y “comprensión” hacia la renuncia del papa. Nuestra reacción es la de reafirmar el papel nefasto de esta institución arcaica, que es una de las herramientas ideológicas más útiles a la burguesía y a sus gobiernos. El Vaticano utiliza el derecho a la libertad de creencias para alienar a sectores sociales enteros. Sus doctrinas ultrarreaccionarias no aceptan el cambio y pregonan la existencia de un orden social inmutable y estático. La iglesia es una institución anacrónica, es decir, fuera de su tiempo, que ya no debería existir.