22 jun 2015

El "Papa progre" beatifica a 26 "cruzados" de la "Guerra Santa" española



"26 nuevos mártires españoles asesinados por el odio a la fe en 1936" son beatificados

El 18 de julio de 1936  no se levantó contra la II República en España solamente una parte del Ejército. Entre las fuerzas que acompañaron a éste  en su insurrección subversiva contra un régimen avalado por las urnas se encontraba una especialmente poderosa, por la influencia ideológica y  movilizadora que ejercía sobre importantes sectores de la población española: la Iglesia católica.  Posiblemente, sin el apoyo de esta institución religiosa la Guerra Civil no se habría producido, ni tampoco los 40 años de Dictadura que le siguieron.

     La entrega en cuerpo y alma que la Iglesia hizo a la causa de los militares insurrectos y de las clases poderosas españolas impregnó la rebelión de un carácter sagrado y religioso. Como si de una yihad se tratara, la jerarquía santificó la muerte de los combatientes, abriéndoles con ello de par en par las puertas de los cielos.
En su histérico compromiso con los sublevados, la jerarquía eclesiástica nominó a la Guerra Civil como una "Cruzada".  La calificación  no es en absoluto trivial. Esta denominación otorgó al enfrentamiento  civil una envergadura que revela la solidez del compromiso político  adquirido por la  Iglesia católica en aquella coyuntura histórica. El término significa nada menos que "guerra santa", y tiene su origen en el llamamiento realizado en el año 1095, en Clermont (Francia), por el Papa Urbano II para formar un ejército cristiano que expulsara a los musulmanes de la Tierra Santa.

LAS COMPENSACIONES  A LA   IGLESIA   POR SU "GUERRA SANTA"

      Como pago a ese gesto criminal, la Iglesia recibió grandes compensaciones no sólo económicas sino también "espirituales" e ideológicas. A partir de entonces el peso plúmbeo de los principios de  moral católica cayó  sobre el conjunto de la sociedad española. Las leyes de la dictadura encontraron su fuente  única de inspiración en los principios de la religión católica.

       Los sacerdotes se integraban en el Ejército de Franco como curas castrenses con altos rangos militares. Las monjas se hicieron cargo de la atención hospitalaria, ostentando el cargo de 'jefas de las enfermeras'. 

        Aparte de la misión controladora que muchos párrocos asumieron sobre barrios enteros de las ciudades y pueblos del Estado español, ejercieron también el papel de informadores  puntuales de las autoridades militares y civiles del nuevo Estado totalitario. La expedición desde las parroquias de certificados de buena conducta, imprescindibles para conseguir trabajo o ejercer determinadas funciones, convirtió a los titulares de estas en una suerte de gaulieters, de indispensable referencia para toda la ciudadanía.

          Pero el auténtico yacimiento de rentas ideológicas y económicas  las obtuvo la Iglesia Católica  del control absoluto y en régimen de monopolio de la educación. Las órdenes religiosas entraron a saco en el negocio de la educación y la edición de libros de texto. Esta ilegítima apropiación no sólo fue económica, sino sobre todo ideológica. A través de estos instrumentos, la  Iglesia logró imponer un nuevo "sentido común" sobre la conciencia de millones de españoles, que terminó apoderándose del conjunto  de la sociedad. El cumplimiento con el deber dominical, la provisión de los pecados de la carne, el temor de Dios, el peso de las condenas el infierno, etc., llegó a formar parte del pensamiento cotidiano de la mayoría de los españoles. La Iglesia Católica y sus principios llegaron a convertirse en la moral colectiva.

       Sobre el compromiso directo adquirido por la Iglesia Católica en 1936,  a favor de uno de los contendientes en la Guerra civil, la jerarquía católica se ha negado reiteradamente a pedir perdón a la sociedad española. Tampoco lo hizo por su colaboración continuada con el franquismo durante las cuatro décadas que siguieron al enfrentamiento fratricida.

 BEATIFICACIONES A CARGO DEL "PAPA PROGRE"

      A setenta  años de aquellos acontecimientos, su voz tampoco se ha escuchado a la hora de reclamar la recuperación de los restos de miles y miles de ciudadanos que se encuentran en las cunetas de todos los senderos y grutas del Estado español.

      Sus muertos, es decir, la de los miles de “cruzados” que murieron como consecuencia de aquella "guerra santa",  no solo han sido sujetos de veneración, homenajes y compensaciones económicas  durante  la interminable dictadura franquista, sino que,  aun hoy, siguen siendo objeto de beatificaciones y santificaciones.


      La aprobación por parte del Papa Francisco I el pasado fin de semana de una resolución de beatificación de 26 "nuevos mártires asesinados por el odio a la fe en 1936", según reza el decreto firmado por el Sumo Pontífice, confirma la línea que la jerarquía española ha venido manteniendo durante estos últimos 70 años.

      Esta determinación papal debe ser interpretada como un reconocimiento de que la división entre vencedores y vencidos continúa sin perder ni un solo ápice  de vigencia. Ratifica, además, que las demandas  por parte de la jerarquía española actual de que "olvidemos el pasado" es una pura farsa hipócrita. La memoria que ellos quieren ver borrada de la faz de la historia de este país es la de los vencidos, porque tienen plana conciencia de que la recuperación de su recuerdo los pondría de nuevo frente al juicio de la historia.

Por ADAY QUESADA
8 de junio de 2015
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