14 may 2013

cinco notas sobre el bipartidismo





1. El bipartidismo es sólo un síntoma. El PPSOE es la marca blanca de la coalición de élites económicas y sociales que ha dominado la política española desde la Transición. Cuando le preguntaron a Margaret Thatcher cuál había sido su mayor logro político respondió: “Tony Blair”. No era ninguna bravata. Thatcher logró que el neolaborismo adoptara la mayor parte de su programa. En España eso nunca ha sido necesario. Felipe González asumió el programa neoliberal con un entusiasmo atlético. Sencillamente ahora se nota más porque la economía se ha hundido. La verdad es que las políticas económicas del PP y el PSOE han sido de una continuidad extrema y ese es el sentido de la alternancia entre ambas siglas.

2. El bipartidismo es una consecuencia directa del sistema electoral español, que fue diseñado con ese objetivo por el postfranquismo. Básicamente es una estrategia para excluir de la toma de decisiones políticas cualquier medida que cuestione el estatus y los beneficios materiales de las élites. En las tres últimas décadas ha habido encendidas polémicas sobre el aborto o el terrorismo, pero ni una sola palabra sobre la transformación de nuestro sistema fiscal para que los ricos literalmente no paguen impuestos. Esa es la causa del deterioro de la vida política, no el hecho de que solo haya dos partidos con opciones de gobierno. Las cosas pueden continuar igual en escenarios más plurales e inestables, como el vodevil italoargentino que se avecina: una sucesión de escándalos que convenza a la gente de la oportunidad de un paréntesis tecnocrático, o sea, de que gobierne directamente la oligarquía económica sin la pantalla de humo del bipartidismo.

3. Tal vez deberíamos probar a preguntarnos en serio para qué sirve una democracia. La democracia es una apuesta radical por la igualdad, no un servicio universal de atención al cliente. Tiene algo de locura, si uno se para a pensarlo. Significa que el majadero ese del Porsche Cayenne, la tía que suelta a un par de pitbulls en un parque con niños o los canis del centro comercial tienen el mismo derecho a intervenir en la vida pública que tú. La izquierda histórica supo procesar esa idea escandalosa para que resultara factible y deseable. Identificó una coalición de intereses de todos los trabajadores y creó afinidades comunitarias muy intensas. No creo que ese programa se pueda recuperar sin más, pero tenemos que reemplazarlo por propuestas antielitistas igualmente ambiciosas.

4. Da la impresión de que ahora mismo mucha gente está dudando. Por una parte seguimos aferrados a la fantasía de la clase media que nos han inculcado Los Serrano y El Corte Inglés. Esa idea de que si estudias mucho o trabajas en serio o te compras unas gafas de pasta y aprendes inglés te vas a librar de la pobreza y de los caprichos del mercado laboral. De los restos de esas falsas promesas que han constituido el núcleo del programa del PPSOE se está nutriendo, sobre todo, UPyD. Por otra parte, hay señales que anuncian un nuevo antielitismo. Nos estamos dando cuenta de que una hipoteca usuraria, un segundo coche o la ropa cara y ridícula no alteran nuestra situación social. Pero aún es una tendencia muy tibia. Incluso lo expresamos en términos cuantitativos: somos el 99%. Como si sólo fuera una cuestión numérica, una especie de error contable a la hora de atribuir los costes y beneficios de la vida social. Y no es así. El igualitarismo nos debería transformar por completo, porque tiene que ver con la comprensión de que la construcción del espacio público democrático es un extraño cóctel de autonomía, fraternidad y ayuda mutua.

5. Me temo que es algo que ha entendido muy bien la extrema derecha, que está manipulando y degradando esas pulsiones igualitarias. Todo el mundo se ríe de los neonazis griegos en vez de preguntarse por qué mucha gente normal apoya a esos payasos con pinta de extras de un vídeo de Rammstein. La nueva extrema derecha hace un análisis erróneo y malvado de la situación de los trabajadores y propone soluciones inmorales y estúpidas, pero al menos no se desentiende de esos problemas. Los partidos y sindicatos mayoritarios no sólo nos han vendido un mundo de ilusiones meritocráticas sin relación con la vida de la mayoría, por el camino han deslegitimado el proyecto igualitarista de la izquierda no institucional.

César Rendueles
profesor en el Departamento de Teoría Sociológica de la Universidad Complutense de Madrid.-
1-Mayo-2013

Narraciones oficiales


«Esto no es crisis, se llama capitalismo», sobre la fachada de la antigua sede del banco Banesto, en Plaça Catalunya, ocupada en septiembre de 2010.       Fotografía: Ona Bros

Era difícil confiar en que todo iba a salir bien cuando había que limpiar a fondo el horno. Nos poníamos guantes y mascarilla para no respirar el olor tóxico del producto desengrasante y viscoso azul. Así empezábamos el día, limpiando una mezcla de grasa, fragmentos de mozzarela y gruyère carbonizados, junto a algún que otro trozo apenas identificable. Poníamos un cd sobre el que habíamos escrito canciones ñoñas con rotulador permanente rojo, estribillos que nos hacían conjurar los fantasmas de la tristeza que en cualquier momento podían aparecer allí, entre productos de limpieza, estropajos y agua sucia. Había que esforzarse por mantener a distancia los fantasmas. No sé cómo lo conseguíamos. Mientras raspábamos restos de queso carbonizado, sonaba un animado “It's got to be perfect”. No era fácil convencerse de que algo iba a salir bien --menos aún que iba a ser perfecto-- limpiando el horno, pero el ritmo alegre nos hacía canturrear que sí, que todo iba a ir bien, y pensábamos en la vida que no teníamos y en la que teníamos: la preocupación constante de no llegar a fin de mes. La primera frase de la canción siguiente repetía en inglés en mi lugar, en mi lugar... y la cantábamos también, inventándonos el significado que queríamos, porque aquel horno se parecía bien poco a un lugar, era, si acaso, un saliente rocoso cualquiera al que agarrarse en plena caída libre. Cada día estábamos más convencidas de que debíamos soltarnos. Todas acabamos haciéndolo.
Según el relato oficial, la crisis comenzó con la caída de Lehmann Brothers, en 2008. No sé cuál es el nombre oficial de lo que sucedía antes de la crisis. Años antes, me refiero. Si era diversión, bienestar, normalidad o qué exactamente. Los empleos precarios a los que teníamos acceso no son mencionados en la narración oficial, ni los sueldos escasos, ni lo caro que era vivir, ir al cine, comer variado. Que todo vuelva a ser como antes, nos hacen desear ahora, mientras escriben el cuento del antes y el después, siempre traicionando el tiempo.
La narrativa oficial sólo trata de encajar sus piezas, esas piezas que son nuestras vidas. Su funcionamiento me recuerda a aquellas canciones que utilizábamos para conjurar la amenaza de nuestros fantasmas en la cocina. Los estribillos repiten hoy paciencia, sacrificio, espera, fe. Todo pasará, la tristeza, la crisis, todo se va a solucionar. Nuestra amenaza en la cocina era empezar a llorar o gritar, porque allí los vasos eran de plástico, las bandejas metálicas. No había nada de cristal. Sin nada que romper, sólo podíamos hacer ruido, sencillamente sollozar. El relato político de la crisis nos ancla ahora en la estructura de la espera, nos hace confundir las isobaras del parte meteorológico con los pronósticos de alza o descenso del IPC. Acabamos canturreando que todo cambie, en lugar de cambiémoslo todo. ¿Hasta cuándo seguir esperando? ¿Cuáles son los fantasmas que conjuramos ahora?¿Nos decidiremos definitivamente a romper el poder hipnótico de las narraciones oficiales?
Cuando acabábamos de limpiar el horno, aún quedaba el suelo. Había que tener cuidado de no resbalar. Nos sacábamos los guantes, la mascarilla y aún después había que cambiar el calzado, limpiar bien las suelas de los zapatos. El horno quedaba así listo para volver a ponerse en marcha.
Hoy no es el horno, es este cuerpo el que se pone en marcha y se quema, va quemándose lentamente. Este tiempo es mío, me digo arrancando unas pocas horas al día, raspando los restos, agarrando estas palabras. Ésta es mi narración.
Por Anfigorey
13/Mayo/2013

13 may 2013

Nadie ha dicho que sea fácil


Nadie hubiera imaginado que una sociedad fuera capaz de soportar tantos atropellos –y de tal calibre– sin estallar masivamente de rabia. Nada más injusto que juzgar a una ciudadanía en bloque, sin tener en cuenta las distintas actitudes que en ella conviven, pero sí es cierta la existencia de una mayoría decisiva que no se mueve. Prácticamente la misma que solo ve dos únicas alternativas convencionales y piensa que ya no hay salidas y ahora toca “aguantar”, en lo que he venido en denominar actitud percebe.

El problema –nos dicen– es que “no es fácil” encontrar otras soluciones. Esta sociedad se ha apuntado a la ley del mínimo esfuerzo como a un dogma inapelable. No solo la nuestra, está ocurriendo en buena parte del mundo sojuzgado por el neoliberalismo. Una ideología que, en sus inicios, propugnaba precisamente el arrojo y la asunción de riesgos como filosofía de vida y ahora expande el miedo a la libertad. Islandia es ejemplo paradigmático. Cuando ya tocaban con la mano el final de su amarga travesía, olvidan el origen de sus sinsabores y vuelven a votar a los causantes de su derrumbe. Es que lo están pasando mal, han de aceptar sacrificios para salir del atolladero y se aferran a un pasado que se idealiza. Los años en los que se mantuvieron haciendo cabriolas en el aire sin pisar tierra y gestando lo que inevitablemente iba a producirse: darse de bruces contra el suelo. 

Sea o no sea una maniobra calculada, lo cierto es que gran parte de los ciudadanos tienden a comportarse como si estuvieran condicionados a eludir cualquier sufrimiento inmediato aunque sea mayor el que habrá de venir si no se toman medidas, o con mucha más precisión: cualquier responsabilidad. Una educación en el infantilismo que en España se agrava por su historia y los cuarenta años de dictadura dedicada concretamente a ese objetivo. El de crear seres dependientes, incapaces de salirse del cauce marcado y precisados de tutela. A la altura de quienes lo diseñaron. Dirigentes de tan escasas luces como profundamente mezquinos. Eso es lo más patético: la infinita  mediocridad de los caudillos que nos sojuzgan, hoy como ayer.

Imbuida la mayoría en la búsqueda de soluciones “fáciles”, asistimos a preguntas en las que se pide dar en un minuto o dos la salida a la crisis. Rápido, claro, y que no cueste mucho trabajo entender. Si hablamos de ponerlas en práctica, entonces invade un agotador cansancio preventivo.  Esfuerzos ni uno, yo quiero que me traigan a casa el remedio y empaquetado con un lazo para que me haga más ilusión. El percebe en su roca abriendo la boca para comer el plancton que pasa.

Claro que no es fácil. Se trata de revertir por completo las políticas que se están siguiendo. Solo para empezar a hablar hay que arbitrar que todos paguen impuestos proporcionales a su renta. Prohibir los paraísos fiscales y perseguir a los defraudadores. Si estamos hablando de entre 16 y 24 billones de euros el monto de lo evadido, ¿cómo puede nadie practicar el mínimo recorte a los ciudadanos permitiendo ese escandaloso agujero negro? Un tercio de la riqueza mundial. ¿Cómo pueden consentirlo personas hechas y derechas para ellos y para sus hijos?  Ni un euro público más a los bancos por otro lado. Si tienen problemas, se toma el control para ponerlos realmente al servicio de los ciudadanos y que faciliten préstamos. Fin de los créditos del BCE al 1% mientras ellos los cobran en torno al 10%. Si es libre mercado que lo sea de verdad. Devolución y pena a los robos de la corrupción, con responsabilidad subsidiaria del partido que “nos los presentó” incluso. Cobro a la Iglesia católica de los impuestos que le corresponden como cualquier institución o ciudadano. Control y un buen expurgue de “asesores de libre designación”. Inversión en el sector público que no solo proporciona empleo, sino bienestar a las personas. Recuperación también de todo el patrimonio y servicios públicos privatizados. Inversión del dinero recobrado en medidas de estímulo a la economía. Solo con alguna de esas medidas –ni siquiera con todas– no sería preciso recorte alguno y el conjunto de la sociedad viviría mucho mejor. Se propiciaría el crecimiento cuyos beneficios han sido taxativamente probados. Tanto como la perversión del austericidio o la imaginaria autorregulación del mercado.

¿Una caricatura? ¿Una ingenuidad? ¿Mayor que la de tragar sin obtener sino palos y tijera? No es fácil, no. Una vez trincado el botín, no quieren soltarlo, sean cuales sean las víctimas de estas políticas. Pero todavía parece más difícil soportar que resten la sanidad –es decir, el cuidado de la salud– con resultado de enfermedad, malestar, infelicidad o muerte. Y todo para crear una nueva burbuja especulativa, nido de nuevas corrupciones, como alertaba The New York Times, a costa de algo tan preciado e insustituible como la vida. O la educación. O la Seguridad Social y las pensiones. ¿Hasta dónde se puede poner el listón de “aguantar” las mermas? ¿Hasta la muerte? ¿Hasta el futuro de las nuevas generaciones? Y en derechos civiles ¿hasta la rendición absoluta de la condición de ciudadanos libres?

Esa minoría depredadora que está destrozando la sociedad en su provecho, está organizada. Y sabe lo que quiere. Las víctimas no. Tampoco les hubiera sido fácil a ellos lograr su objetivo a no ser por la inacción de los ciudadanos. Deben reír asombrados de que se engulla todo, hagan lo que hagan.  Hay algo rigurosamente cierto: cuantos más sean quienes se pongan a trabajar por el cambio preciso… más fácil será lograrlo. Ya hay algunos, muchos, que nadan para remontar los acontecimientos… cargando a sus lomos con el peso de los inertes. Dejen, encima, de ofenderlos. Y sepan que cuanto más se tarde en reaccionar, menos fácil, más difícil, será restituir siquiera lo perdido. 
08/05/2013

11 may 2013

El fascismo del otro

A estas alturas no es necesario insistir respecto a la mala fe, la indignidad y finalmente la criminal tergiversación histórica que supone asemejar a las prácticas del nazismo los escraches de la plataforma contra los desahucios o, más en general, las expresiones de protesta y de disidencia contra el gobierno y/o contra el régimen.
Pero no deja de ser llamativo que esa infamación invoque la forma que prototípicamente adoptó el fascismo en Alemania y no la que tuvo en España. ¿Por qué la consigna de la calle Génova, de Cospedal para abajo, es utilizar “nazismo” y “totalitarismo” (epíteto éste último que se extiende también a lo que ellos entienden por comunismo) como calificaciones denigrantes y no la más próxima y quizá reconocible de “falangismo”?
La respuesta es tan obvia que hasta avergüenza tener que explicitarla: estos fervorosos antinazis de la derecha que está devastando económica, social y moralmente al país con fanatismo semejante al que llevó a Franco a inundarlo de sangre, jamás han condenado el falangismo, el franquismo o su glorioso movimiento nacional, ni han expresado el menor reconocimiento a sus cientos de miles de víctimas. Invocar el nazismo significa apelar al consenso casi universal que sanciona una atrocidad suprema de la historia, pero también presupone dejar en la sombra, es decir, encubrir, la barbarie del fascismo español. Esta derecha tan antifascista se identifica de facto con el lugar enunciativo (político) de los fascistas innombrables, los “nuestros”, es decir, los suyos. Y si algún día se les despistara la consigna de la calle Génova podrían llegar a decir: “es que los falangistas no acosaban a los republicanos en sus casas. Se limitaban a sacarlos de ellas y fusilarlos en la cuneta más próxima”. Lo dirían sonriendo.
Por Gonzalo Abril
24/04/2013

Ni ETA ni cefalópodos: diez mitos y una verdad sobre el aborto

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Mensaje en el vientre de una manifestante a favor del derecho al aborto, por Santi Burgos.

El debate del aborto echa chispas mucho antes de tener siquiera un anteproyecto de reforma legal que debatir. Porque anuncios ha habido muchos, más o menos confusos, pero la hora de presentar una propuesta concreta se dilata desde el principio de la legislatura, cuando Gallardón sorprendió dando prioridad a la reforma.

Los clichés no funcionan siempre en este asunto, en el que se enfrentan lo ideal y lo razonable, visiones distintas de cuándo comienza lo humano y hasta dónde llega la libertad de la mujer, un peso histórico de la tradición religiosa frente al ejemplo de tolerancia legal en la mayoría de países avanzados. Muchos ingredientes para el simplismo, zonas grises, sensibilidades heridas. Personas que lo tienen muy claro no se han visto en el dramático dilema. Hay quien no aprueba el aborto, pero tampoco que se encarcele a quien llega a esa situación. No puede ser simple la solución a un problema complejo.

No es fácil debatir sobre el aborto tampoco dentro del PP. Buena parte de la derecha, la más laica, se echa las manos a la cabeza pensando en las consecuencias del plan de Gallardón para volver al aborto bajo prescripción médica rigurosa y sin aceptar como causa una malformación, por severa que sea. La idea de volver a ver a mujeres citadas al cuartelillo o sentadas en el banquillo chirría a muchos militantes y simpatizantes; también que se reabra el puente aéreo a Londres. Son muchos quienes no entienden que se abra ese frente, que no parece una prioridad de la ciudadanía, justo ahora, en un momento de emergencia económica y con demasiados conflictos abiertos.

Los dos portavoces parlamentarios del PP, Alonso y Hernando, se han desmarcado abiertamente del plan de Gallardón; Cospedal evita apoyarlo; Rajoy y Santamaría no se mojan o son ambiguos. Luego aparece Fernández Díaz soltando eso de que "el aborto y ETA tienen algo que ver, pero no demasiado". Faltaba la diputada Beatriz Escudero, que tuiteó lo de que hoy se defiende más "a los cefalópodos y mamíferos porque sufren" que a los no nacidos. La parlamentaria que fue apercibida por el partido no fue ella, sino Celia Villalobos, multada por ausentarse del Congreso para no votar una moción del PSOE contra la reforma de Gallardón.
Tampoco es que la izquierda vea este asunto de una única manera. Fue el PSOE quien reguló el aborto en España las dos veces que se ha hecho. Primero en 1985, con Felipe González en La Moncloa, con la despenalización de tres supuestos: riesgo para la madre, malformación o violación. Los intentos de introducir el cuarto supuesto (el del "conflicto personal") no cuajaron en 1995 porque acabó la legislatura sin su aprobación definitiva, pero Zapatero completó en 2010 el cambio de modelo e introdujo una ley de plazos. Con ella, el aborto es libre durante las primeras 14 semanas, condicionado a supuestos (riesgo para la mujer, malformación) hasta la 22 y restringido tras ese plazo a casos muy excepcionales (como un feto sin cerebro, condenado a morir al nacer) que evalúa un tribunal médico. Desagradó a algunos sectores socialistas la insistencia en definir el aborto como un derecho (la ley se refería en realidad al "derecho a elegir la maternidad"), porque prefieren verlo como un mal menor. Algunos (pocos) objetaron que las menores puedan decidir sin sus padres. Pero con el modelo de plazos en sí no hubo gran debate, porque se entendió que es el dominante en Europa. El más claro y transparente.
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Máscaras a lo 'Viernes 13' en una protesta antiabortista en Sevilla, por Alejandro Ruesga.

Enredado el debate del aborto en las contradicciones entre quienes se supone decidirán la reforma, y con la izquierda y las organizaciones de mujeres dispuestas a dar la batalla, convendría al menos saber de qué estamos hablando. Con ese fin pretendo aquí aclarar algunas confusiones.

1. Una ley más restrictiva evitaría miles de abortos. Falso. Ese titular apareció en un diario nacional pero no se sostiene. Una ley que impida abortar legalmente reduciría, obviamente, el número de abortos legales, pero aumentaría los clandestinos o en el extranjero. Un estudio de la OMS publicado en la respetada revista médica The Lancet en 2012 confirmaba que la tasa de abortos no es inferior, más bien al contrario, en los países que lo prohíben. Los abortos se practican allí en la clandestinidad con grandes riesgos sanitarios para la mujer. Pero se practican.

2. Una ley de plazos es más permisiva que la de supuestos. Según como se mire. Es más permisiva en el sentido de que no obliga a la mujer a dar una justificación (la más socorrida era el riesgo psicológico) en abortos en el primer trimestre de gestación. Pero la ley de 2010 es mucho más restrictiva para practicar abortos en embarazos avanzados, al introducir el criterio de la viabilidad fetal. Esto implica que incluso en caso de riesgo grave para la madre, un feto de más de 22 semanas no puede ser eliminado si hay posibilidad de sacarlo adelante (porque la medicina ha mejorado mucho la supervivencia de los neonatos prematuros). Sin embargo, con la ley anterior podía alegarse riesgo psicológico en cualquier momento del embarazo, porque la sentencia del Tribunal Constitucional de 1985 que tanto invoca Gallardón eliminó los límites temporales al aborto por peligro para la madre. Si a usted no le parece lo mismo un aborto el primer mes de gestación que en el octavo, puede considerar la ley de plazos más garantista para el no nacido. Otro ejemplo: el Reino Unido tiene una ley de supuestos tan amplia que en la práctica es de plazos. Durante décadas ese país ha recibido a mujeres llegadas de otros países para acogerse a ella. Francia, Alemania o Italia tienen leyes de plazos.

3. La reforma de Gallardón pretende volver al modelo de 1985. Incierto. El ministro ha hecho saber que no se considerará la malformación del feto como causa de aborto, lo que acaba con uno de los tres supuestos de esa norma. Además se plantea que cada aborto por riesgo para la madre sea acreditado por dos médicos ajenos al centro que practica el aborto, cuando con la ley de Felipe González era un único profesional, normalmente el de la clínica, el que certificaba el riesgo. Lo del riesgo psicológico era un coladero, sí. Todo el mundo lo sabía. Aznar no lo modificó en ocho años de Gobierno. ¿Cómo discutir que enfrentarse a una maternidad indeseada implica un problema psicológico?

4. La ley de 1985 funcionaba bien. Dudoso. Funcionaba en el sentido de que hacía posible, gracias al coladero citado, que se practicaran los abortos por el cauce legal. El detonante de la reforma de 2010 fue la constatación de que la norma anterior no resolvía la inseguridad jurídica, como se demostró cuando una unidad de la la Guardia Civil citó a declarar a decenas de mujeres que habían abortado en la clínica Isadora, en un caso que el juez archivó tachándolo de montaje. Por otro lado, un reportaje de una televisión danesa desveló que una clínica de Barcelona atraía a personas de toda Europa para abortar fuera del límite de 22 semanas. Este caso sí llegó a juicio pero los delitos no pudieron probarse y acabó en absolución. En todo caso influyó en la decisión de fijar plazos más estrictos.

5. Son las personas más incultas las que abortan. Lo dijo Escudero de forma rotunda y nada elegante, pero ningún dato lo constata. Las estadísticas del Ministerio de Sanidad indican que abortan mujeres de todas las edades, niveles de formación y perfiles socioeconómicos. Solo un 2,3% de los abortos corresponden a mujeres sin estudios; un 11% son de universitarias. Tampoco es demostrable con las cifras que el número de abortos sea más elevado en las clases más desfavorecidas, lo que no sería difícil de explicar en su contexto social. El dato que sí es constatable es que las inmigrantes recurren al aborto más que las españolas: un 40% de los abortos son de extranjeras, una proporción muy superior a su peso en la población.

6. El aborto lo deben decidir los médicos de la sanidad pública. Complicado. El empeño de Gallardón por asegurar que todo aborto responde a un criterio médico es uno de los asuntos más conflictivos de la reforma. ¿Está el sistema sanitario público preparado para participar, con un diagnóstico previo por partida doble, en decenas de miles de intervenciones cada año? En la sanidad está extendida una especie de objeción de conciencia tácita, que ha desviado casi todos los abortos al sector privado, aunque no se dispone de un registro general de objetores, así que se desconoce cuántos aceptarían participar en ellos. El asunto de fondo es que esta reforma trasladaría la responsabilidad final, la decisión última, de la mujer a su médico. ¿O tendría una mujer que peregrinar de doctor en doctor hasta que alguno avale lo que está decidida a hacer en cualquier caso? Sin duda lo encontraría.

7. Las mujeres no irán a la cárcel con la nueva ley. El ministro de Justicia lo afirma con grandilocuencia. Lo cierto es que las mujeres que abortan no iban a la cárcel con la ley de 1985 ni pueden ir con la de 2010, así que no se ve la novedad. La ley vigente sólo prevé multas para la mujer por aborto ilegal, no así para el médico. Incluso con una ley más dura puede ocurrir que no vayan a la cárcel si no tienen antecedentes, porque la condena máxima sea inferior a dos años de prisión, lo que no evita que se enfrenten a un proceso penal. Eso se quería evitar con la ley de 2010. Porque no beneficia a nadie ni repara nada: a un trauma añade otro.


Lince aborto
Folleto de una campaña de la Conferencia Episcopal Española en 2009.
8. Se protege más la vida animal que la del embrión humano. Lo dijo esta semana en Twitter Beatriz Escudero (refiriéndose al cefalópodo) y hace unos años lo decía la Conferencia Episcopal, con aquella campaña del lince que estaba más protegido que un niño talludito. Proteger el medio ambiente y la vida animal, en especial de especies amenazadas, es algo propio de países avanzados. Regular el aborto para que el fenómeno se encauce por vías legales también lo es. El lince ibérico es una especie autóctona, una riqueza de nuestro ecosistema, que gracias a los esfuerzos científicos se está salvando de la extinción. En los restaurantes se fríen cefalópodos (calamares, pulpo, sepia) todos los días y se sirven en un plato a quien quiera comérselos. ¿Qué demonios tiene eso que ver con que haya mujeres que se enfrentan a un embarazo indeseado?

9. ETA y el aborto tienen poco que ver, algo sí, pero no demasiado. Supongo que lo que quiso decir Fernández Díaz es que ambos fenómenos causan muertes de personas. La afirmación es muy propia de ese discurso político que detesta los matices y adora los mensajes simples. Y entonces todo es lo mismo: los nazis que los escraches; los terroristas que su víctima Eduardo Madina; Hitler y Stalin que Artur Mas. Con esa visión es el mismo pecado cortar un embarazo que poner un coche-bomba. Coherente con lo que se oye.
10. Existe una violencia estructural que empuja a las mujeres a abortar. Otro argumento de Gallardón necesitado de más explicaciones. Si quiere decir que las mujeres deciden sobre su embarazo coaccionadas, tendría que detallar por quién. Si lo que afirma es que hay circunstancias que presionan a favor del aborto se nos ocurren muchas: paro, precariedad laboral, falta de acceso a la vivienda, recorte de ayudas sociales de todo tipo, despidos fáciles, empobrecimiento, impago escandaloso a cuidadores de dependientes... Ninguna de esas variables ha ido a mejor con el Gobierno de Rajoy.
11. El número de abortos es muy elevado en España. Esto sí es cierto. 118.359 abortos en 2011 no son una cifra menor (María R. Sahuquillo detalla los datos en este artículo). Era igualmente elevada antes de entrar en vigor la ley de plazos, y son factores demográficos (mujeres en edad fértil) y socioeconómicos (migraciones, crisis) los que explican mejor las variaciones anuales. Estamos en torno a 10 abortos al año por cada 1.000 mujeres, cifra que se sitúa en la media europea según un estudio de 2011 de la revista internacional de ginecología BJOG. Países con leyes flexibles para el aborto como Holanda están muy por debajo de las tasas españolas, en 7 por 1.000; los países de Europa del Este tienen los registros más altos de la Unión. Cifras abultadas en cualquier caso.
Si queremos reducir ese número de abortos, y creo que muchos apoyamos ese objetivo, ¿qué debemos hacer? ¿Reformar la legislación penal? ¿O apoyar de verdad la maternidad? ¡Si están desmantelando los servicios sociales! ¿Mejorar la educación sexual, educar en valores? ¡Si lo consideran adoctrinamiento! Quien espere resolver este problema llamando a la castidad no sabe en qué mundo vive. Y el que crea que el BOE persuadirá a muchas de abortar equivoca el tiro. ¿Están (estamos) contra el aborto? Promovamos un sexo responsable sin puritanismos. Y hagamos más fácil la vida de quien elige tener un hijo.

Por: Ricardo de Querol | 10 de mayo de 2013


28 abr 2013

La solución del 1%

Manifestantes del movimiento Ocupa Wall Street en mayo de 2012 en Santa Mónica. / LUCY NICHOLSON (REUTERS)


Los debates económicos rara vez terminan con un KO técnico. Pero el gran debate político de los últimos años entre los keynesianos, que abogan por mantener y, de hecho, aumentar el gasto público durante una depresión, y los austerianos, que exigen recortes inmediatos del gasto, se acerca a ello, al menos en el mundo de las ideas. En estos momentos, la postura austeriana ha caído por su propio peso; no solo es que sus predicciones sobre el mundo real fuesen completamente erróneas, sino que la investigación académica que se invocaba para respaldar esa postura ha resultado estar plagada de equivocaciones, omisiones y estadísticas dudosas.
Aun así, sigue habiendo dos grandes preguntas. La primera: ¿cómo llegó la doctrina de la austeridad a ser tan influyente en un primer momento? Y la segunda: ¿cambiarán en algo las políticas ahora que las principales afirmaciones austerianas se han convertido en carnaza para los programas de humor de madrugada?
Sobre la primera pregunta: la preponderancia de los austerianos en los círculos influyentes debería inquietar a cualquiera a quien le guste creer que la política se basa en hechos reales o, incluso, que está muy influida por ellos. Después de todo, los dos principales estudios que ofrecen la supuesta justificación intelectual de la austeridad —el de Alberto Alesina y Silvia Ardagna sobre la “austeridad expansiva” y el de Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff sobre el peligroso “umbral” de la deuda, situado en el 90% del PIB— tuvieron que enfrentarse a críticas devastadoras nada más publicarse.
Y los estudios no resistieron un análisis pormenorizado. Hacia finales de 2010, el Fondo Monetario Internacional (FMI) refundió el estudio de Alesina y Ardagna con datos mejores e invalidó sus hallazgos, mientras que muchos economistas plantearon dudas fundamentales sobre el de Reinhart y Rogoff mucho antes de que conociésemos el famoso error de Excel. Por otra parte, los acontecimientos del mundo real —el estancamiento en Irlanda, que fue el primer modelo de austeridad, la caída de los tipos de interés en Estados Unidos, que se suponía que iba a enfrentarse a una crisis fiscal inminente— rápidamente convirtieron las predicciones austerianas en sandeces.
Sin embargo, la austeridad mantuvo e incluso reforzó su dominio sobre la opinión de la élite. ¿Por qué?
Parte de la respuesta seguramente resida en el deseo generalizado de ver la economía como una obra que ensalza la moral y las virtudes, de convertirla en un cuento sobre el exceso y sus consecuencias. Hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, cuenta la historia, y ahora estamos pagando el precio inevitable. Los economistas pueden explicar hasta la saciedad que esto es un error, que la razón por la que tenemos un paro tan elevado no es que gastásemos demasiado en el pasado, sino que estamos gastando demasiado poco ahora y que este problema puede y debería resolverse. Da igual; muchas personas tienen el sentimiento visceral de que hemos pecado y debemos buscar la redención mediante el sufrimiento (y ni los argumentos económicos ni la observación de que la gente que ahora sufre no es en absoluto la misma que pecó durante los años de la burbuja sirven de mucho).
Pero no se trata solo del enfrentamiento entre la emoción y la lógica. No es posible entender la influencia de la doctrina de la austeridad sin hablar sobre las clases y la desigualdad.
A fin de cuentas, ¿qué es lo que quiere la gente de la política económica? Resulta que la respuesta depende de a quién preguntemos, una cuestión documentada en un reciente artículo de investigación de los politólogos Benjamin Page, Larry Bartels y Jason Seawright. El artículo compara las preferencias políticas de los estadounidenses corrientes con las de los muy ricos y los resultados son reveladores.
Así, al estadounidense medio le preocupan un poco los déficits presupuestarios, lo cual no es ninguna sorpresa dado el constante aluvión de historias de miedo sobre el déficit en los medios de comunicación, pero los ricos, en su inmensa mayoría, consideran que el déficit es el problema más importante al que nos enfrentamos. ¿Y cómo debería reducirse el déficit presupuestario? Los ricos están a favor de recortar el gasto federal en asistencia sanitaria y la Seguridad Social —es decir, en “derechos a prestaciones”—, mientras que los ciudadanos en general quieren realmente que aumente el gasto en esos programas.
Han captado la idea: el plan de austeridad se parece mucho a la simple expresión de las preferencias de la clase superior, oculta tras una fachada de rigor académico. Lo que quiere el 1% con los ingresos más altos se convierte en lo que las ciencias económicas dicen que debemos hacer.
¿Realmente redunda en interés de los ricos una depresión prolongada? Es dudoso, dado que una economía próspera suele ser buena para casi todo el mundo. Lo que sí es cierto, sin embargo, es que los años transcurridos desde que tomamos el camino de la austeridad han sido pésimos para los trabajadores, pero nada malos para los ricos, que se han beneficiado del aumento de los rentdimientos y de los precios de las acciones aun cuando el paro a largo plazo empeora. Puede que el 1% no desee realmente una economía débil, pero les está yendo lo bastante bien como para dejarse llevar por sus perjuicios.
Y esto hace que uno se pregunte hasta qué punto cambiará las cosas el hundimiento intelectual de la postura austeriana. En la medida en que tengamos una política del 1%, por el 1 % y para el 1 %, ¿no seguiremos viendo únicamente nuevas justificaciones para las viejas políticas de siempre?
Espero que no; me gustaría creer que las ideas y los hechos importan, al menos un poco. De lo contrario, ¿qué estoy haciendo con mi vida? Pero supongo que veremos qué grado de cinismo está justificado.



28 ABR 2013
Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel de 2008
© New York Times Service 2013
Traducción de News Clips.

26 abr 2013

Hoy, manifestación

Esta tarde se manifiestan l*s universitari*s en el centro de Madrid en defensa de la Enseñanza Pública. Y de nuevo será un éxito.
John Berger escribe que, a diferencia de los levantamientos revolucionarios, las manifestaciones masivas tienen objetivos simbólicos y que sirven para demostrar una fuerza que apenas se utiliza. O, en otros términos, la manifestación es una metáfora de la fuerza colectiva.
Escribe también que aunque las manifestaciones parezcan apelar a una “conciencia democrática del estado”, su verdadera función no es convencer a la autoridad estatal. Aquí preguntaríamos: ¿convencer a Cifuentes, a Fernández Díaz, al PPSOE, a Mariano Bárcenas? Por eso es tan crítica y a la vez tan irrelevante la habitual guerra de cifras sobre el número de asistentes. Ya sabemos que las autoridades estatales mienten sistemáticamente al respecto. No digamos sus acólitos de la caverna mediática. En verdad, como las manifestaciones cada vez apelan menos a la conciencia democrática del estado, que la mayoría de l*s manifestantes da por inexistente, “la importancia del número ha de buscarse en la experiencia directa de quienes han participado en la manifestación o se han solidarizado con ella”, porque –continúa Berger- “los números dejan de ser números y se transforman en la evidencia de sus sentidos, en las conclusiones de su imaginación”. Cuanto más potente y sensible sea la manifestación, más vigorosa será su capacidad metafórica.
Las manifestaciones masivas son ensayos de la revolución; no ensayos estratégicos ni tácticos, “sino ensayos de la conciencia revolucionaria”. Y aun más, tienen carácter performativo, o, en palabras del escritor inglés, se distinguen de otras grandes multitudes porque, en lugar de responder a una función determinada (como, por ejemplo, las asambleas de trabajadores en su centro de trabajo), crean su propia función.
Casi invariablemente la autoridad estatal, que como hemos reiterado carece de conciencia democrática, elige el uso de la fuerza. Pero “está en la naturaleza misma de las manifestaciones el provocar la violencia hacia ellas”. No en un sentido victimista, sino porque “las manifestaciones son declaraciones de inocencia”. El cariñoso lector/a recordará a este respecto nuestros eslóganes más comunes: “vosotros, fascistas, sois los terroristas”, “no debemos, no pagamos”, “estas (manos, libros, cuerpos) son nuestras armas”, y así sucesivamente.
Berger califica de “proféticas” las posibilidades de ensayo revolucionario de las manifestaciones. No sé si Giorgio Agamben, conforme a los términos de su deslumbrante ensayo El tiempo que resta, sobre el mesianismo de San Pablo y el mesianismo en general, daría su asentimiento a esa calificación. La afirmación “la fuerza se cumple en la flaqueza” de la 2ª carta a los Corintios, podría corroborar el sentido mesiánico de las manifestaciones tal como las analiza Berger. Por ejemplo, cuando se refiere al modo en que invaden los centros urbanos (sus centros simbólicos) cuando todavía carecen del poder para ocuparlos de forma permanente y así “representan el poder del que todavía carecen”. Quizá el tempo propio de las manis, se asemeja también al tiempo mesiánico de Agamben: un tiempo operativo, en el presente, el que tenemos, el que resta...
En el número 43 de El Cuaderno se publica el breve y hermoso texto de John Berger, que formará parte del volumen La apariencia de las cosas, traducido por Pilar Vázquez y cuya publicación en castellano está prevista para 2014.
La manifestación de hoy creará su propia función.
Por Gonzalo Abril
13-03-2013

19 abr 2013

LAS CLASES SOCIALES Y LA IZQUIERDA




Las clases sociales existen, efectivamente, pero no como entidades reales. La afirmación puede parecer paradójica, por lo que intentaré explicarme. El gran teórico de las clases sociales como entidades reales es Louis Althusser. Es más, para él no sólo son reales las clases sociales, sino que esta realidad es tan potente que implica la existencia de la lucha de clases. Es decir, que como existen las clases sociales y estas clases tienen intereses contradictorios la lucha entre ellas es objetiva, por lo cual es necesariamente real, aunque ni ellos mismos sean conscientes de ello, ni tan solo hagan nada en contra de la clase contrapuesta. Althusser se basa en una lectura dogmática de Marx, que da un criterio objetivo para diferenciarlas: la propiedad o no propiedad de los medios de producción.
Los propietarios de los medios de producción son los burgueses o capitalistas y los que tienen que vender su fuerza de trabajo a los anteriores son los obreros y proletarios.

Estas son las dos clases fundamentales. Hay dos clases marginales y una subdivisión posible entre las fundamentales. En la clase burguesa o capitalista podemos distinguir entre la gran burguesía y la burguesía media y en la clase obrera podemos separar una aristocracia obrera, que tiene funciones de control del grupo mayoritario y, por tanto, ciertos privilegios. Las dos clases marginales son la pequeña burguesía, que viene a ser un resto de medios de producción anteriores ( pequeños propietarios campesinos ) o secundarios en el capitalismo: propietarios de empresas familiares, autónomos, profesionales liberales. Está finalmente, el lumpen, que son los sectores marginales de la sociedad: delincuentes, prostitutas, mendigos.

 La teoría formulada por Marx era básicamente válida en su época, pero falla al transformarse en un dogma escolástico, que es lo que hace Althusser. Hoy  debe matizarse mucho para que siga siendo útil, pero desde luego en un sentido no dogmático. Creo que hoy podemos hacer cuatro críticas profundas a la teoría de Marx.
La primera es que el poder efectivo del capitalismo ha pasado a lo que algunos han llamado la alta tecnoburocracia. Son sectores asalariados que dirigen entidades financieras, empresas multinacionales, instituciones globales ( BCE, FMI, OMC, incluso la ONU) que son los que tienen un poder real, junto a los gobernantes de los países más poderosos. Ellos forman la élite dirigente junto a los grandes capitalistas. 
La segunda es que se ha formado una clase media entre trabajadores asalariados cualificados que deberíamos considerar una nueva pequeña burguesía. 
La tercera es que la posición social no depende solo del capital económico ( renta, patrimonio ) sino también del capital simbólico ( cultural: formación, información, recursos). Aquí podríamos incluir lo que algunos llaman capital corporal pero que quizás podríamos llamar capital imaginario: las puertas que abren o cierran una determinada imagen corporal. O en algunos casos recursos corporales: atletas, futbolistas... 
La cuarta crítica se deriva de las anteriores: no se ha de tener en cuenta únicamente la situación actual sino también las expectativas. El capital simbólico e imaginario da unas expectativas muy diferentes del que no las tiene.

Por todo esto creo que podríamos considerar España como un país que podemos dividir en seis clases sociales. La élite dirigente; la clase económicamente privilegiada: la clase media-alta: la clase media-baja; la clase trabajadora y las clases marginales. Ejemplos: los grandes empresarios, los gestores de los bancos y grandes multinacionales, los gobernantes forman parte de la élite dirigente. Los empresarios medios, los profesionales mejor cualificados, altos funcionarios, los directivos de empresas relativamente importantes formarían parte de la clase alta. Todos ellos serían los ricos. Los médicos, arquitectos, ingenieros formarían parte de la clase media-alta. Los profesores, técnicos, funcionarios medios formarían parte de los clase media-baja. Los trabajadores no cualificados en general forman parte de la clase trabajadora. Y todos aquellos que las ONG denominan pobres, que son los que no tienen recursos para una vida material mínimamente digna.
Las clases subalternas son las clases marginales, la clase trabajadora y las clases medias, aunque su posición es diferente. Los primeros no tienen casi nada que perder y la clase media-alta tiene bastante que perder. En el medio, todos los matices.
Ahora bien, la base electoral de la izquierda es sobre todo las clases medias y parte de la clase trabajadora. El otro sector de la clase trabajadora y las clases marginales son la base electoral del  populismo de extrema derecha. De todas formas las clases marginales son básicamente abstencionistas. Evidentemente esto debe justificarse pero he consultado estadísticas que van en este sentido.

¿Por qué las clases trabajadoras no votan a la izquierda y votan a la derecha? Las razones son variadas. El racismo es un sentimiento espontáneo que se basa en un sentido muy tribal y porque los que conviven con los inmigrantes son los trabajadores. Esto hace que sientan que les quitan algo que les pertenece, lo más básico. Las clases medias no viven el problema porque no conviven ni compiten con ellos. Tienen también una educación más tolerante. Por otra parte la izquierda no plantea soluciones inmediatamente creíbles, con lo cual el voto a la izquierda es algo estético para sectores de las clases medias que no viven los problemas básicos de manera urgente. Finalmente tenemos la cuestión de la hegemonía del neoliberalismo, que es más fuerte, paradójicamente, en sectores más populares. la idea que cada cual debe espabilarse, que mucha gente cobra el paro mientras trabaja.

Construir una alternativa de izquierdas a partir de las clases subalternas significa cambiar radicalmente dos cosas. La primera elaborar una cultura de izquierdas alternativa al neoliberalismo, que hoy no existe. La segunda ofrecer alternativas claras y creíbles de gobierno, que tampoco existe. Es lo que hay, y la verdad no es revolucionaria pero el autoengaño, aunque sea con la retórica más radical, es lo más útil para no cambiar nada.


Publicado por Luis Roca Jusmet
16 de abril de 2013


Profesor de filosofia y escritor. Edita los blogs "Materiales para pensar" y "Una caixa d´eines per pensar". Participa en los blogs "Unatramasintejer", "Artillería inminente" y "Espiritu y cuerpo". Forma parte del Liceu Joan Maragall. Colaborador de las revistas "El Viejo Topo" y "Paideia". De los sitios web "Rebelión" y "Cartelllacanià".Ha escrito el libro "Redes y obstáculos" (Editorial Club Universitario,2010). Ha colaborado en los libros : "El marges de la filosofia", "Globalització i interculturalitat" i "Art i filosofia" (edicions La Busca); en "Filosofia. Complementos disciplinares" ( Ed.Graó) y en "Filosofías postmetafísicas. 20 años de filosofía francesa contemporánea" ( Editorial UOC,2012)

Qué hace un ciudadano como tú en un escrache como éste

Un centenar de activistas antidesahucio protagonizan un 'escrache' en la casa de la diputada del PP Rodríguez Salmones
Activistas de la PAH ante la casa de la diputada del PP Rodríguez Salmones


Ayer estuve en mi primer escrache: el que la PAH de Madrid hizo ante el domicilio de la diputada del PP Beatriz Rodríguez Salmones, en el barrio de Chamartín. Es decir, estuve intimidando y acosando, con violencia, de forma ilegal y antidemocrática, y todo muy nazi.

Bueno, nazi, lo que se dice muy nazi, no me pareció, la verdad. No recuerdo yo que los nazis pusiesen pegatinas y luego se marchasen. De hecho, diría que hasta me aburrí un poco, es lo que tienen las expectativas: uno va esperando una batalla campal, y luego se encuentra gente que camina por las aceras, padres con niños y hasta alguna señora que pasea al perro aprovechando el escrache. Y no, tampoco parecía un perro nazi, si es lo que están pensando.

Arrancamos desde la Plaza de Castilla, una vez la policía terminó de identificarnos. Recorrimos uno de los barrios más ricos de Madrid, cantando pareados, poniendo pegatinas y repartiendo información a vecinos y comerciantes, y a los muchos porteros, que se mostraban cómplices. Ni siquiera cortamos el tráfico, eso se lo dejamos a las decenas de antidisturbios que nos escoltaban por el asfalto. Al llegar al portal de la diputada, la policía nos empujó hasta la acera contraria, donde un portavoz leyó un mensaje, y después de cantar unos minutos más, nos fuimos juntos.

No sé, a lo mejor cuando me metí en el metro, una vez marchados los muchos periodistas (incluida alguna tele extranjera), los activistas volvieron y tiraron piedras y cócteles molotov, pero mucha pinta no tenían. La gente iba tranquila, la policía también parecía relajada, y no vi miedo, ni siquiera a que en cualquier momento apareciese un ex diputado del PP enloquecido y te arrancase la cabeza por perroflauta. En resumen: fui al escrache sin decirle nada a mi madre, para no preocuparla; y una vez visto, pienso invitarla al próximo.

Ya lo he dicho alguna vez, pero repito: los gobernantes y los medios afines deberían felicitarse de la calma y el civismo que estamos demostrando los ciudadanos. Viendo la manera en que los ciudadanos están siendo maltratados y humillados, con familias asaltadas por el balcón y echadas a rastras, y miles de ahorradores estafados con descaro, es admirable lo pacíficos que seguimos.

Y sin embargo, algunos parecen empeñados en echar leña al fuego, a ver si consiguen que alguien sufra un calentón y acabe pasando algo, para así hacer buena la profecía de autocumplimiento que suelen aplicar a las protestas: los manifestantes son violentos, así que los criminalizo y reprimo, hasta que al final acaban siendo violentos y puedo presumir de “ya lo decía yo”.

Pero me temo que esta vez han pinchado en hueso, porque la campaña de escraches está siendo una perfecta demostración de la inteligencia colectiva de unos y la necedad orgánica de otros.

Inteligencia colectiva la de la PAH, que ha desbordado a la clase gobernante con una forma de protesta eficaz y muy hábil: llevar a las casas de los diputados la protesta enmarca la acción y su respuesta en el ámbito del domicilio, ese que algunos consideran sagrado salvo cuando te desahucian. Las repetidas imágenes de familias, niños incluidas, echadas a la fuerza a la calle con lo puesto, están tan presentes para los ciudadanos que cualquier pataleta apelando a la inviolabilidad del domicilio y la protección de los niños se diluye como azucarillo. Los escraches serían inaceptables para la mayoría hace cuatro años; hoy en cambio cuentan con un apoyo masivo.

Necedad orgánica, la de la clase gobernante, totalmente descolocada y con una cintura de granito. Desbordada por formas de protesta imaginativas, que rompen el clásico “manifestación autorizada”, y ante las que solo tiene una respuesta que ofrecer: más policía, más blindaje, más multas, más criminalización, más miedo.

Cuando crean que han acabado con los escraches, se verán otra vez desbordados por esa inteligencia colectiva que ya tendrá pensado el siguiente paso. Y esa inteligencia está siendo el mejor fruto de este tiempo terrible: la capacidad de los ciudadanos para organizarse, convocarse, reapropiarse del espacio público, protegerse, burlar la represión, ser autónomos, ser eficaces, construir comunidad. No todo son malas noticias.



12 abr 2013

¿Y si Rajoy fuera un ‘dron’ de Merkel?

Frente a la táctica del avión no tripulado de destruirlo todo sin mancharse las manos, hay que poner cara a los responsables, aplicarles el marcaje público, que no es acoso, para que al menos no duerman tranquilos.

José K. se ve a veces protagonista —que no galán— de estrambóticos filmes. Hoy imagina una mezcla imposible de neorrealismo y Apocalypse now. ¡Ama tanto a De Sica! ¡Tanto a Coppola! La escena arranca con una visión de sí mismo en camiseta de tirantes y pantalón de pijama durante el delicado ejercicio diario de colar el café con su obligada manga. Es entonces, ya ven en qué momento tan poco heroico, cuando llega el fin del mundo: un estruendo lo llena todo mientras un tornado de paredes, marcos de ventana, muebles, ollas, vuela a su alrededor en un batiburrillo que apenas en unas décimas de segundo pierden su consistencia para hacerse añicos indiferenciados. Incluso ve cómo su propio cuerpo desaparece —adiós, amigo— en diminutas partículas.

Es un dron, atina a decirse en esa millonésima de segundo que aún guarda la capacidad de razonar previa a su total y definitiva desaparición. Alguna vez lo ha pensado al volver a casa: su edificio es una auténtica provocación, una muestra descarada de esos seres que solo sirven para retrasar el advenimiento, por fin, de la Santa Eficiencia Económica, a tus pies te veneramos. Merecedor, pues, de ese dron purificador. Porque hay que ver qué vecinos, todos ellos un lastre insostenible: jubilados y parados de larga duración viviendo de la sopa boba de muníficas pensiones, enfermos —caraduras, seguro— que gastan y gastan en medicinas; padres dependientes, suegros dependientes, hijos dependientes, hermanos dependientes, esposos dependientes, esposas dependientes. ¿Miran ellos acaso por el cumplimiento del déficit acordado con Bruselas? ¿Tienen alguna consideración hacia el equilibrio espiritual de, por ejemplo, Olli Rehn, comisario europeo que es de Asuntos Económicos y Monetarios, y al que unos cuantos desharrapados como los descritos más arriba no hacen otra cosa que dar disgustos?

Por eso cree José K. que en Berlín, que es donde están las y los que mandan, ya se han cansado de soportarnos y han decidido inclinarse por la política de los drones. Es consciente nuestro hombre de que dicha estrategia no incluye esa destrucción entrevista en sus desvaríos cinematográficos, sino el disimulo de quienes ya superaron la frontera de la deshumanización. Esa es la manera en que han decidido organizar el mundo. A ciegas. Las leyes que se imponen, las disposiciones que se dictan, los recortes con los que se castiga, se hacen en función de cumplir unas magnitudes aleatorias fijadas por algún demente a una población que carece de rostro. No hay nombres, no hay personas, nadie sabe si eres viejo, joven, hombre, mujer, niño o niña. Los rostros de los ciudadanos no tienen cara, carecen de ojos y, por tanto, de mirada implorante. Deciden contra la masa, gobiernan contra la informidad de un conglomerado apenas diferente de un rebaño en la majada.

Se dictan las normas desde Bruselas, o desde Berlín, y se eligen unos cuantos drones para llevarlas a cabo. ¿Es, pues, un dron Mariano Rajoy enviado por Angela Merkel?, se pregunta José K., un punto alterado por el descubrimiento. Refuerza su impresión el hecho de que el presidente habla lo mismo que cualquier dron que se precie: nada. Silencio. Actúa pero no explica. Golpea, pero no se disculpa. ¿Y pueden los drones tener otros dronitos y algunas dronitas? ¿Montoro, Báñez, Guindos, Wert, Mato?

Conocemos la táctica de los drones: no ver a quien asesinas. No tener que registrar el gesto de angustia de esa madre a la que arrancas el futuro mientras mira a sus hijos en el momento en el que han de abandonar la casa que hasta hace unas horas era su hogar. O la de la anciana que se queda sin ayuda para la dependencia. ¿Demagogia? ¿Sensiblería? Sí, claro, pero cree José K. que aún es menos de la necesaria para compensar la desvergüenza de quienes adoptan los procedimientos de los drones: destruirlo todo sin que se te manchen las manos. Es la cobardía, dice nuestro hombre, vena hinchada, de quienes se ríen de sus ciudadanos, como este Gobierno dispuesto a aprobar una reforma de las hipotecas a sabiendas de que no resuelve absolutamente nada. O a esos directivos de un banco en ruinas —otros drones— que se embolsaron 68 millones de euros en cuatro años mientras la entidad por ellos saqueada —por iniquidad o inutilidad, tanto da— hacía perder miles de millones a accionistas y ahorradores. Obscenos.

¿Hay respuesta frente a tan sofisticados artefactos? ¿Alguna manera de responder a esa despersonalizada masificación del mal? ¿A ese cobarde ataque mortal contra una población carente de armas defensivas igual de sofisticadas y efectivas? Piensa José K. que a lo mejor la solución está, precisamente, en una sabia utilización de las diferencias numéricas. Nosotros somos muchos, muchísimos, y ellos, muy pocos. Los millones de ciudadanos deliberadamente despojados de individualidad, agredidos, violentados, maltratados, saben, o está a su alcance saberlo si reflexionan un momento, que apenas si son un puñado de millares de personas quienes alimentan a la bestia y organizan, dirigen, pagan y se benefician de los ataques de los salvajes drones. Hasta una lista por orden alfabético se podía hacer. Pepito, menganita, zutanito.

¿Escrache, dicen? A José K., quizá por su formación pequeñoburguesa —qué gusto recobrar aquel lenguaje: pequeño-burguesa; y hasta plusvalía— no le gustan ciertas prácticas. Sobre todo desde que tuvo que ver con sus propios ojos los actos de repudio cubanos. Nunca, nunca, tales desmanes, tal humillación de seres humanos y sus familiares. Aunque algunos sean culpables de procurarlos a millares. Pero, por favor, no tengan el descaro desde el partido hoy en el poder de dar lecciones de respeto, ellos que durante años se han servido del insulto y el menosprecio, incluso de las tácticas más infames para dañar a quienes entonces gobernaban, alzados y acompañados por una prensa sumisa a sus intereses, pero insultante, vociferante, infame, ignominiosa y mentirosa cuando se trata de atacar al otro. Y eso lo sabe muy bien José K. porque tiene un amigo dedicado —un loco, sin duda— a vigilar a semejantes fenómenos de la naturaleza, tal que los Hans o Koo-Koo de Tod Browning.

Pero es evidente que la respuesta no puede ser otra que la de poner cara, ojos, pestañas, nariz, cejas, labios, mentón, carrillos y orejas a los responsables. Y nombre. Sobre todo nombre. Esos políticos, esos banqueros, esos corruptos. Sabemos cómo se llaman y qué cara tienen. Con eso es suficiente. Nos sobra saber dónde viven. Así que entre todos tendremos, se dice José K., acalorado ya a estas alturas o, por mejor decir, más cabreado que una mona, que hacerles saber a tales patricios que les conocemos, que sabemos quiénes son y que somos conscientes de sus desmanes, de su procacidad, de su impudicia. Habrá que repensar maneras, decidir nuevas estrategias. Entre otras cosas, se pone un poco pedante José K., recordar lo que señala el artículo 3 de la Ley Orgánica 9/1983: “1. Ninguna reunión estará sometida al régimen de previa autorización. 2. La autoridad gubernativa protegerá las reuniones y manifestaciones frente a quienes trataren de impedir, perturbar o menoscabar el lícito ejercicio de este derecho”. ¿Límites? Sí, pero no nos olvidemos de lo principal: no creamos a quien nos traiga la monserga de un mal entendido respeto al resultado de las urnas, traducido en que nadie puede decir ni mu entre votación y votación cada cuatro años. A depositar la papeleta y a callar. Pues no, en absoluto.

El marcaje público, que no acoso —¿se entiende la diferencia?— al dron o hacedor de drones puede ser un buen inicio: ¿Dormirán intranquilas estas pobres criaturas? ¿Se les amargará la copa, el sarao, la cena con sus iguales? Pues qué le vamos a hacer: les toca apurar la parte alícuota del acíbar que les corresponde por haber amargado la vida a esos millones de ciudadanos de los que desconocen sus nombres, ni saben dónde viven —o vivían—, ni de qué trabajan —o trabajaban—.

Tan distinguidas personalidades no querrán, además, que sus víctimas les vitoreen: si oyen un grito resonante, lo más probable es que sea un insulto.

Natural, razona sentencioso José K.

José María Izquierdo
8 ABR 2013

7 abr 2013

Le puede pasar a cualquiera

Ignacio Escolar.


¿Quién no ha tenido un amigo narcotraficante con el que se iba de juerga en su yate? ¿Quién no ha heredado una fortuna en Suiza y se ha olvidado de declararla? ¿A quién no le ha pasado que aparezca un Jaguar gratis en el garaje, o que un deconocido generoso –apodado don Vito– le regale bolsos, joyas, fiestas y viajes?
¿Quién no ha recibido del partido abultados sobres con efectivo, o donativos anónimos de constructores filántropos, o ambas cosas al mismo tiempo? ¿A quién no le han despedido alguna vez de forma simulada, fraccionada y en diferido? ¿De verdad nunca os han pagado un cuarto de millón de euros al año por no hacer nada de nada, salvo estar callado?
¿Quién no se ha metido por la nariz el dinero de los parados andaluces? ¿De verdad nunca os habéis inventado una escritora imaginaria para cobrar artículos de una fundación a cojón de pato? ¿Quién no ha se ha llevado crudas varias dietas por duplicado en una mañana de reuniones en la caja? ¿Quién no ha acumulado tres salarios públicos en un mismo año? ¿Quién no se ha subido el sueldo en plena crisis?
¿Quién no llama directamente al Poder Judicial cuando tiene un problemilla en un juzgado? ¿Quién no se salta las normas alguna vez para hacer un favorcillo a los amigos? ¿Qué familia no tiene un yerno un poco crápula que roba unos míseros millones de euros a las administraciones públicas? ¿A quién no le han indultado alguna vez por delitos de torturas, o de cohecho, o de homicidio imprudente, o de alzamiento de bienes, o de prevaricación, o de narcotráfico? ¿Quién no tiene el dinero en un paraíso fiscal o ha recurrido a la amnistía para blanquear unos ahorrillos?

Si es que os escandalizáis por nada.





01/04/2013